28 febrero 2006

Hey, banda rolera, tomen esta trivia balín que hice sobre Tuleph Menace, son sólo diez preguntitas a ver si se acuerdan de los detalles.

Take my Quiz on QuizYourFriends.com!

24 febrero 2006

La compañía de Ëner

De izquierda a derecha, para seguir el occidental kind of way, estos son Syuss, wizard humano, originario de la mística Athan; Briena, la fighter elf del bosque Allirië; Ultak, bárbaro semiorco nativo de la ciénaga de Barog; Zim, la Clérigo humana de la ciudad de Nemeth.

Esta es la compañía de Ëner, los cuatro players más constantes que tuve en la campaña "The Tuleph Menace", eran caracterizados y manipulados por (en el mismo orden) Dante, Angie, Otto y Betelgeuze.
Realmente me resultó fácil encariñarme con estos personajes, mucho tuvo qué ver que eran bastante carismáticos; en especial la relación tan cómica que existía entre el wizard y el bárbaro y que en casi todas las partidas llegaba a los trancazos. También disfrutaba mucho de utilizar NPC'S varones para lanzarles con todo los canes a las femmes de la partida, quienes generalmente reaccionaban de la forma más inesperada posible.
Betelgeuze todavía añora al bardo con el que sólo cruzó dos frases, y Angie estuvo a un "sí" de volverse reina del imperio más poderoso del continente, pero al final no dio su manita a torcer.

Esta campaña duró catorce meses, en los cuales jugamos por lo menos cada dos fines de semana, llegando sin embargo a rolear dos veces en una sola. La verdad era muy adictivo tanto para ellos como para mí, pues descubrí el placer de preparales un sinfín de encuentros inesperados, hallazgos increíbles, misterios difíciles de descifrar y enemigos impresionantes. Además me resultó utilísimo tener todo un mundo prediseñado a la hora de describirles geografía, personajes importantes, reinos y todo el mundo en el que se desarrolló la campaña.

Ahora estamos chambeando Dante y Monitor en el proyecto Las semillas de la Magia, cómic que narrará las aventuras de estos personajes a cinco años de distancia de la campaña que terminó. Al mismo tiempo me encuentro construyendo un digno epílogo de las cenizas del anterior, para cerrar con broche de oro lo que será la parte final de La guerra de las siete runas.

Extraño esa campaña. Snif. En vacaciones ya traigo otra en preparación, pero será difícil superar Tuleph Menace. Eso me recuerda que el mala leche de Dante me hizo ver la similitud del nombre de la campaña con el Episodio 1 de Star Wars. Me cago en la leche.

23 febrero 2006

Feeling strangely fine

Muchas veces me he encontrado en medio de este momento y a pesar de esa cantidad de ocasiones, aún hoy no termino de entender la magia que hace posible que las cosas más simples le parezcan a uno espectaculares.

El momento es sencillo: Estoy encerrado a piedra y lodo en mi habitación, la ventana totalmente cubierta por el cortinaje, es media mañana, la actividad de afuera se deja sentir sobre todo por los motores de los autos que pasan por la avenida que irónicamente se llama "de la paz". El tono sublime del momento lo da la graduación de la luz que logra filtrarse a través de la cortina e inundar despacito el cuarto. No es una penumbra ni una media luz, pero tampoco es una plena iluminación. No sé si algún escritor de esos que tienen el don de descubrir el nombre de las cosas que no lo tienen ya le haya dado uno a este tipo de luz, después de todo, los argentinos le dieron uno a la lluvia finísima que cae antes o después de una llovizna verdadera: "garúa". Pero estoy divagando; el asunto de todo esto era decir que, esa luz, en conjunción con la temperatura exacta para no sentir un ápice de calor ni de frío, estar descalzo pisando una suave alfombra, asomarse a la ventana trasera y ver el agua de la piscina meciéndose levemente, me hacen sentir una especie de armonía con el universo en forma abrumadora.

Sé, sin embargo, que no ha de durar. Las grandes ciudades se han ensañado en demostrarme que la armonía es un némesis natural de su propia condición. Pronto, en no más de dos horas, estaré recorriendo de nuevo las calles de esta hermosa urbe, chocando minuto a minuto con escenas, sonidos y momentos que resquebrajarán la armonía que en este instante me parece eterna.

Sé también, y eso es aún más importante, que la armonía -como la felicidad, como el amor- vale precisamente por los momentos en que no se tiene. Uno aprende a aquilatar sus posesiones más preciadas cuando experimenta el hondo vacío de perderlas o de siquiera tener el temor de hacerlo a corto plazo.

Nunca he sido más feliz que cuando soy infeliz, pues es en esos momentos que descubro lo terriblemente hermoso que ha sido el sentimiento opuesto, es en la carencia que uno descubre la pertenencia y en la pena que es posible encontrar la dicha. O al menos así le sucede a este servidor vuestro.

Ayer hice algo nada recomendable si usted estima en algo sus meninges: estuve leyendo a Nietzche intercalado con una crítica de Borges (pronunciése Borgués) a Nietzche. Vomitivo, si usted me lo pregunta. Jamás escucharán de mis labios decir que Borges es un mal escritor (estoy demasiado ocupado diciéndolo de Coelho, de C. C. Sánchez y de Brown) sin embargo, la actitud de los críticos en filosofía siempre me ha parecido nimia. No le encuentro un verdadero motivo a desvirtuar la tesis de otro, aunque reconozco que así se hizo toda la maldita filosofía desde el principio de los tiempos y si no, pregúntenle a Kant o a Schopenhauer, par de amargos.

Para cerrar el post, en la sección deportiva, ayer las chivas perdieron contra el Atlante (Rivera de plácemes) mientras que el América le ganó 2-1 al Portmore Utd.

No es para echar campanas al vuelo, por supuesto, es un equipo de Jamaica, quizá uno de los países menos futboleros, pero tomando en cuenta que por las águilas sólo jugaron cuatro titulares, pues me doy por bien servido. Aplaudo además la actitud de las Chivas, que desde ahorita se están preparando para lo que va a suceder en el clásico perdiendo contra otro equipo chilango. Sigo sin entender cómo un equipo con tan buenos jugadores como el Guadalajara puede ser tan maletín.

Barcelona, por su parte, derrotó al Chelsea inglés también por 2-1, los dos primeros goles, uno por bando, fueron incrustados por la vía del hara-kiri, el segundo gol, que definió el partido, fue consecuencia de un centro bellísimo de Rafa Márquez a la testa de Samuel Eto'o (que trabaja como negro metiendo goles) y que terminó en las redes, dándole así otra victoria a los culés (no es albur, así se les dice a los de Barcelona).

Ah, por cierto y como digno broche dorado para hoy, les informo que ya está up el site oficial de Ener Ages, la saga mitológica en la que se basó nuestra última campaña de rol Tuleph Menace, así como mis historias de fantasía épica "La Guerra de las Siete Runas" y "Nweneried", vayan corriendo a visitarlo siguiendo esta liga.

Tengan todos un buen día.

19 febrero 2006

Mr. Burns quote

Aquellos de ustedes cuya vida ha sido iluminada por el conocimiento de Los Simpson, recordarán el episodio donde C.M. Burns vende la planta nuclear a un consorcio alemán, para luego, deprimido y humillado, pedir que se la vendan de regreso. Recordarán también que Monty se entera de que los teutones se encuentran en su misma situación y aprovecha para hacerles una oferta risible. Entonces se da el diálogo:

-Está bien, señor Burns, le venderemos la planta, pero recuerde: Los alemanes no perdonamos.
-Uhh, los alemanes se enojaron conmigo. Smithers, protéjame, los alemanes, uhh.

El diálogo no es particularmente gracioso (ese episodio en particular tiene muchos gags mejores, como cuando vemos al pato que trabaja en la planta o cuando Lenny le dice a Homero que él es el inspector de seguridad. O incluso cuando anuncian la lista de despidos y Homero es el único.

El punto de todo esto es demostrar que no hay ninguna frase de los Simpson que no encuentre exacta aplicatoriedad (término jurídico gratis) en la vida real. ¿Porqué lo digo? Va el rollo:

Hoy domingo a las 11 a.m. tuvimos el partido de semifinales en el torneo de futbol uruguayo que tenemos jugando más o menos desde octubre. Por azares de que jugamos bien chido, pudimos llegar hasta esta etapa del torneo (añadido al hecho de que todos los juegos que programamos a las 9 a.m. los ganamos por default). Hoy, mientras calentábamos previo al juego, observamos llegar al otro equipo. Algo estaba mal: Eran altos, eran rubios, eran robustos. "Doris- le dije a Gabo- Creo que ya estamos en Kansas". Me equivoqué, no era Kansas, sino Berlín, o tal vez Munich. En efecto, íbamos contra un equipo de alemanes en el partido que decidiría si tendríamos la oportunidad de pelear el campeonato.

Huelga decir que aquí en Guanatos, ser alto, rubio y de ojos azules no es como llamarse Pancho, y que sacarle al menos 20 cm de alzada al más alto del equipo contrario debe darte mucha confianza a la hora de jugar el partido. Sin embargo, señores, en el futbol la confianza es un arma de dos filos, y a los clones de Bierhoff les tocó enterarse de mala manera. Les clavamos 4 goles y recibimos 2, con lo que nos abrimos el paso a puro riñón a la gran final, juego que tendremos el próximo domingo.

Sin embargo, en el transcurso del juego y por necesidad del equipo, estuve oscilando intermitentemente entre mis posiciones habituales -medio de contensión y lateral derecho-y por la naturaleza de ambas, me veía obligado a despojar a mis rubios oponentes de cuanta pelota pudiera caer en sus pies. Tuve de todo, jugadas por aire, a velocidad, barridas (las cuales son ilegales en esta modalidad del soccer, pero con un poco de maña pueden hacerse) y afortunadamente todas las hice sin errores. Cerca del final del partido, cuando estábamos 3-2 y los germanos tenían oportunidad de empatar el juego y obligar a la prórroga, le apliqué a su delantero más talentoso aquella clásica jugada de "mira, esto que ves aquí era la pelota. Nos vemos", burlé a un mediocampo, pasé a Guardado y éste clavó un obús por el segundo palo (sin albur) del arquero. Game over, Auf viedersen.

Cuando regresaba a mi posición (es raro celebrar un gol con aspavientos en el uruguayo), escuché que los delanteros hablaban en su lengua natal, pero alcancé a descifrar un par de palabras suficientes para saber que despotricaban contra mi, que no los había dejado hacer nada por mi banda. Fue entonces cuando, acercándome a Gabo, le dije: "Uhh, los alemanes se enojaron conmigo". Oh, dios, fue tan bueno.

Esa es la historia. Por cierto y como detalle curioso: El equipo en el que juego utiliza el uniforme de un equipo brasileño; los germanos, por su parte, jugaron el partido con el uniforme de la selección mexicana. Fue algo peculiar ver a un grupo de mexicanos vestidos de brasileños, enfrentando a un grupo de alemanes vestidos de mexicanos, jugando futbol uruguayo.

El próximo domingo la final. Será la primera vez en mi vida que juego una. Espero tener la llamada "suerte de principiante".

17 febrero 2006

¿Y el Dr. Jiménez?

Si alguno de ustedes, oh caros lectores! tiene la sabiduría suficiente en sus pobres mentes mortales, habrá escuchado (y reído con) los chistes del gran mestre de la orden del albur pelado y escatológico. Sí, hablo de Polo Polo, o Lord Polo, como lo conocen los británicos.

Pues bien, dando por sentado que lo han hecho, asumiré que en particular han escuchado el chiste de Cuquita, una señora de 80 años cuya máxima ilusión es tener un hijo. El dr. Jiménez, su médico de cabecera, se muestra totalmente reacio a permitirlo, pero tras realizarle a nuestra querida Cuquita todas las pruebas de fertilidad, dilatación, lubricación, alineación y balanceo, se da cuenta, no sin cantidades gargantuales de asombro, que la venerable anciana es completamente apta para concebir, gestar y dar a luz.

Vaya, demasiada explicación. Si usted oyó el chiste alguna vez, sabe de qué chiste estoy hablando. Sentado esto, procedo a comentar que esta mañana descubrí que Doña Luz, mi casera, es en realidad la identidad secreta de Doña Cuquita. Supongo qu se cambió el nombre para evitar las suspicacias de sus vecinos y amistades después del sonado chascarrillo del gurú de la palabra soez. ¿Cómo lo descubrí? Ahí les va.

Un viernes de cada mes, las amiguis de Doña Luz/Cuquita, se reúnen en la casa de alguna de ellas para desayunar, chacotear y esas cosas que hacen los ancianos. Este viernes tocó en la casa donde yo vivo. Hace una hora, mientras me zampaba unos exquisitos chilaquiles en el comedor de la banda, escuché que llegaban las invitadas de Doña Cuquita/Luz y le gritaban desde el umbral de la puerta: ¿Dónde estás hija de tu p*ta madre? ¿Dónde andas cabr*na? (analicen las semejanzas, por favor). Un rato después llegó otra de las ancianas ninja y dijo: Buenos días, señoritas, a lo que todas, señoras casadas o viudas en el mejor de los casos, respondieron escépticas, ¿y porqué señoritas? La que había formulado la oración no tuvo empacho en responderle: ¿A poco a ti no se te ha vuelto a cerrar?

Creo que me ahogué con un chilaquil en ese momento. Si no hubiera tenido mi juguito de naranja a un lado no les estaría contando esto ahorita.

En resumen, Doña Luz es en realidad doña Cuquita pues existen demasiados paralelismos entre su grupo de amigas, diálogos sospechosamente similares a los relatados por Polo Polo y en general, actitud cantarina de su banda de achacosas que hacen obvio y deductible que la protagonista del chiste y mi casera son la misma persona. Dirán ustedes, pero de igual forma podría ser cualquiera de sus amigas. Sin embargo, yo no vivo con ninguna de ellas, y todo mundo sabe que si doña Cuquita existe (y lo hace), yo viviría con ella. Punto.

13 febrero 2006

De cómo descubrí que no soy nadie.

El rollo empezó a las dos de la tarde. Martín pasó por mi afuera del Banorte en Mariano Otero y Copérnico, caminamos un par de cuadras hasta su departamento, un lugar muy chido en segundo piso, tan chido que me dieron bastantes ganas de mudarme a su edificio (paga sólo 300 pesos más que yo y su guarida está como 400 veces mejor). Llegamos, entramos, comenzaron las presentaciones. Ahí estaban, eran siete: César, Chava, Gary, Sina, Fire, Gaediel y Cristian (el Dungeon Master). Una partida. Ocho jugadores. Eventualmente seríamos sólo siete (y decir sólo 7 es quizá una ironía) por la partida demasiado temprana de Gary. Fue una pena. El tipo tenía pinta de buen jugador, de esos que rolean en forma convincente y apegada a lo que dice su character sheet.

Yo llevaba tres cuartillas con el background y las características de mi personaje, pero la tirada de dados, por pura ética, la reservé para hacerla enfrente del master. Los resultados fueron felices. Mi primer roll fue un 20. El segundo un 16. Luego dos 18. Finalmente un 11 y un 10. Primera gran decisión: ¿Cómo acomodar los scores para hacer los stats de mi fighter? El libro lo diría muy claro: el dado más alto debía ir a la fuerza, el segundo a la constitución y el tercero a la destreza. Yo tenía otros planes.

Celsius Bo
STR 18 +4 Fuerte, por supuesto, después de todo está hecho para pelear.
DEX 20 +5 Diestro sobre todo, bueno para el AC, bueno para el rango.
CON 18 +4 Bien constituido, es un tipo alto, robusto, no podía caerse de una cachetada.
WIS 12 +1 Justificación: tenía un +3 y este +1, preferí invertirlo en INT.
INT 16 +3 3 idiomas extra, muchos más skills que si hubiera puesto el score de WIS.
CHA 11 0 Porque a mi fighter no le interesa ser bonito, sino efectivo.

Bueno, es justo decir que yo siempre he despotricado contra mi suerte en los dados, siempre me va pues... mal. O modificadores de plano muy bajitos, o un par muy altos y los demás como para llorar. Luego me toca ver players que sacan unos modificadores impresionantes y los desperdician en insensateces y me da una mezcla de rabia y envidia muy mala onda. Pero ahora fue mi turno de tener los meros dados y vaya que si los aproveché.

Pero bueno, el tema de este post es cómo descubrí que no soy nadie en Dungeons & Dragons. La cosa va así. Llego, me presentan a la banda, descubro que 6 de los 8 jugadores son ingenieros en sistemas (o sea: geeks) y pienso: Shit, alerta munshkie.

No hay pedo -pienso- me siento, bebo un vaso con agua, comienzo a repasar la sala con la vista y lo descubro: Dos cajas -sí, literalmente, dos CAJAS- de libros de Dungeons. Los 3 básicos en su caja de edición especial repetidos 4 veces, unos quince tomos de ediciones especializadas: Sword and Fist, Masters of the Wild, Psionic's Special Edition, Warriors of Faith, Deities and Demigods, entre muchos otros. Shit, pensé, alerta Freaky Munshkie.

No me equivocaba, en menos de 10 minutos aparecieron 4 laptops, cada una con al menos 3 gigas de documentos .pdf conteniendo información de Dungeons, bosquejos de personajes, memorias de campañas pasadas y un sinfín de cosas. Puedo decirlo sin ninguna pena: comencé a sentirme un mocoso en pañales.

Terminamos el tiradero de dados y la compra compulsiva de armamento, ropa y objetos mundanos a una hora justa para comer. Fuimos al Subway de Copérnico, a dos cuadras, pedí un italiano y mientras lo disfrutaba me interesé en el palmarés rolero de los sujetos en cuestión. Así me enteré que César y Chava tienen diez años jugando en forma, que esta es como la quinta o sexta partida que hace campaña en el setting actual y que el contexto obviamente se ha ido puliendo hasta hacer del mundo un lugar bastante bien acabado. No pude evitar emocionarme.

Comimos, volvimos, empezó la sesión. Aquí fue donde todas mis sospechas se materializaron con una fidelidad asombrosa: todos se sabían las reglas. Y no estoy hablando sólo de las reglas estilo: Mi base attack, más mi fuerza, más mis bonos, más el d20, es el total de mi ataque. Ni madres. Estos hijos del dungeon se saben hasta las reglas más oscuras y remotas del Player's handbook. Todas: ataque de oportunidad, combat strategy and tactics, stackable bonus, lo que usted guste. Vaya, cuatro de ellos podrían recitar el spell list con rango, radio, duración, escuela, efectos, daño y cada puta coma del hechizo.

Shit, pensé, así que esto es jugar Dungeons en grandes ligas.

No soy digno.

11 febrero 2006

Cómo equivocarse en todo.

Hipótesis No.1: "Un joven de dieciocho años puede chamaquearse a un niño de diez"
Sujetos: Gabo como el joven de 18, niño que pasaba por la facultad como niño de 10.
Ambiente: Márgenes del edificio Ñ.
Situación: Intento de compra-venta trucada.

Niño de 10 camina con una bolsa de aproximadamente un kilogramo de dulces surtidos. Gabo y Monitor conversan animadamente.

Niño de 10 (acercándose): Oye, compran un dulce?
Monitor: Paso.
Gabo: ¿Cuánto por todos?
Niño de diez: (pensativo) No sé. Cada uno cuesta cincuenta centavos.
Gabo: Sí, pero yo los quiero todos.
Niño de diez: (confundido) Pero es que no sé cuántos traigo.
Gabo: Te doy diez varos por toda la bolsa.
Niño de diez: Va!
Gabo: (buscando una moneda en el bolsillo) creo que por aquí traigo diez varos.
Niño de diez: (vaciando la bolsa en su mochila) Nunca había vendido una bolsa en diez pesos.
Gabo: Oye, pero porqué guardas los dulces?
Niño de diez: Porque los voy a vender.
Monitor: (cagado de la risa) Págale al niño la bolsa que te vendió, ojetín.
Gabo: Pinches chamacos ya no respetan.

Resultados: La hipótesis fue desechada hasta que consigamos un joven más brillante o un niño más atarantado.

Es simple

Yo te quiero, ¿sabes?

Y no es necesario que lo explique.
Tampoco es que piense que explicarlo lo demerita.
Pero es que yo te quiero por cosas tan sencillas.
Porque tú me enseñaste que la física estaba equivocada y la distancia más corta entre dos puntos no es la recta, sino tu voz.
Porque tú definiste de nuevo casi todas las palabras de mi diccionario.
Porque tú me demostraste que no puedo conocerte completa sin correr el riesgo de amarte para siempre y después me hiciste ver que ya no había reversa.
Porque en tus ojos no había letrero de advertencia: Peligro, nade bajo su propio riesgo.

Yo te quiero, ¿sabes?

07 febrero 2006



Va por ti, mi amor.

Líneas desveladas.

Uno pasa muchísimo tiempo creyendo que sabe. Después uno llega a viejo y se da cuenta de que en realidad no sabe nada. Luego uno muere y se da cuenta de que sabe. Pero ya no importa.

En unas horas inicia mi semestre. Este es el de la confirmación, por lo tanto me siento obligado y al mismo tiempo entusiasmado por tener un promedio mucho mejor que el anterior. Lo haré, yo sé que lo haré.

Buenas noches. En especial a ti.

05 febrero 2006

digamos siempre

1.

Existen dos formas de hacer esto, y creo que lo sabes tan bien como yo, pero igual voy a decírtelo, ¿sabes? Sólo para que, por esta vez, no tengas el eterno pretexto de que no se te ocurrió una mejor manera de hacer las cosas. La primera es muy sencilla: los dos nos levantamos en este momento, nos ponemos de pie así nomás, como si fuera cosa de todos los días ponerse de pie en estas apretadas mesas de café y luego darse la espalda y caminar sin voltear a vernos. Y luego asegurarnos que ese dejar de vernos perdure por, no sé, digamos siempre. Pasa el azúcar por favor. Gracias.
Te ves bien de negro. No recuerdo cuándo fue la última vez que te vi vestida así, toda de negro, toda luctuosa, tan tú, tan invierno. Debe haber sido en París. Sí, en aquel París de Noviembre en que nos encontramos (aunque encontrarse sea una palabra tan ambigua) y caminamos juntos por la ribera, entre las docenas de sombrillas azul marinas de los ancianos y entre los cientos de palomas mendicantes del parque de la Rue de la Toûr. Si, yo sé que no es buen momento para recordar esas cosas, que en este momento debería de apelar mejor a lo malo. Qué quieres que te diga, para mí es mejor recordar lo bueno, recordar aquella tarde tan amarilla, tan premonitoria en que nos encontramos.
No. Te he dicho mil veces que no pensé que fueras fácil. Parece que no has terminado de conocerme, que no alcanzas a entender que no te hubiera juzgado aún si no me hubiera enamorado de ti (aunque enamorarse sea una palabra tan inmensa). Hacer el amor contigo esa tarde fue, sin duda, y contando mí vida hasta este momento en el que estamos de nuevo sentados frente a frente, el suceso más extraordinario, más perfectamente deseado y concedido que me pudiera ocurrir.
Dos horas después, cuando desperté y descubrí que te habías ido, me fui a tomar un café con Alejandro y Mario y fueron dos tazas bien conversadas. Me di cuenta que a Mario había dejado de parecerle para morirse de risa el hecho llano de que le pongo azúcar a mi café. Parece una idiotez (sobre todo a mí, qué quieres) el reírse del gusto de alguien por endulzar el típicamente amargo líquido, pero Mario siempre lo ha encontrado como un tópico por donde abrir la broma y desamodorrar la plática.
En fin. Alejandro, como siempre, estuvo abstracto, hablando de mucho sin llegar a nada, y mayormente haciéndome preguntas de Ardana Castillo, la trigueña fantástica de la cátedra de Política que nos tenía embelesados a los dos con su talante sombrío, sus cabellos rizados, oscuros y larguísimos, y su mirada anónima (estuve tentado a decir apócrifa por esa manía idiota de usar palabras que no sabemos exactamente lo que significan). Venga, no me mires así ni me reclames porque no te hablé de ella. Créeme que para el momento en el que separaste tus labios de mi cuello la trigueña era un recuerdo lejanísimo en el horizonte de la poca conciencia que me quedaba. Como sea, ambos se fueron del café a la misma hora: once treinta y dos, uno a la oficina y el otro a seguir esperando una llamada de trabajo de dondequiera que le hicieran la caridad de apreciar sus dos especializaciones en Alemania. No le augurábamos nada bueno, quién diría.
Yo me quedé a terminar el café. Me tardé cosa de diez minutos, más cinco que demoré pensando en el rescoldo amargo en la parte de atrás de la lengua que me deja el elíxir y que se parece mucho al sabor de la boca después de hacerte el amor. No, después de besarte no.
No asientas así nada más, eso, aunque sencillo, implica algunas cosas no tan fácilmente inteligibles. Primero: que el sabor no es de tu saliva/labios/lengua, sino de tu piel/sudor (pienso en decir vagina, pero no me atrevo). Segundo: que si proviniera de tu saliva, pero fuera únicamente perceptible después de hacer el amor, entonces tú llevas en la sangre una especie de tendencia filicida que procura envenenar tus fluidos mientras te reproduces (algo parecido a las mantis que se tragan al amante exhausto); y tercero: que hay sabores que son amargos por la nostalgia que sentimos de percibirlos.
Perdona, si tienes tanta prisa regresaré al tema (no deja de parecerme risible tu afán por tomar refrescos de dieta). La segunda forma de hacer esto es la no tan sencilla. En esta no nos ponemos de pie, ni caminamos dándonos la espalda en direcciones opuestas como en un duelo de vaqueros. En lugar de eso tú extiendes tu mano derecha, todos los cinco dedos largos, blancos y perfectamente femeninos de tu mano derecha sobre la mesa y la dejas ahí, como a unos veinticinco centímetros del plato. Yo, por mi parte, extenderé mi mano izquierda, los cinco dedos un poco menos estirados y, con lentitud, la pondré sobre la tuya, mirándote a los ojos. Tú, por supuesto, deberás también mirar los míos y ver si encuentras en ellos todavía una razón para quedarte.

2.
La verdad es que me he roto demasiado la cabeza pensando en una manera de decidir que hacer con esto, contigo (aunque decir contigo sea un riesgo innecesario) y no llego a nada. Habría que escribir un manual para estos casos. Pero claro, existe el riesgo de que el manual esté errado y tampoco comprándolo lleguemos a nada. Estoy divagando, perdona. Ahí tienes tu azúcar. Por nada.
Decir Siempre me parece otro riesgo innecesario. ¿Si la vez de París te hubiera dicho que iba a amarte por siempre me lo habrías creído? Ya lo creo que no, si acabábamos de conocernos. Lo que debes haber pensado es que era una fácil porque a las dos horas de charla ya estaba metida en tu cuarto en la pensión de madame Bautier.
Lo que no sabes, quizá no te enterarías nunca si no fuera porque voy a decírtelo en este momento, es que no nos encontramos, sino que yo te encontré a ti, y luego quise dejar que tu también me encontraras, para que lo nuestro tuviera esa pequeña dosis de cine que le hace falta a todos los amantes, aunque sea sólo para quitarse la culpa. Yo te vi antes, incluso te tomé una foto que aún conservo con la vieja Polaroid de 35mm.
Apareces recargado en la baranda del parque, mirando el río, las mismas sombrillas por entre las cuales caminamos, las mismas palomas que nos sobrevolaban cuando me diste el primer beso. Porque el primero lo diste tú, y de ahí en adelante quedó claro nuestro camino.
Nunca había hecho el amor. No podría mentirte. Tampoco lo he vuelto a hacer, y aunque en esto sí pudiera mentir, sabes bien que no lo estoy haciendo. Sólo por esa vez que lo hice contigo sé del sabor que le queda a una en la lengua, en alguna parte del paladar, tal vez almacenado como una enfermedad en el mismo hipotálamo, contaminando el sentido del gusto, cuando se besa aquella piel que sabe tan bien el cómo y el cuándo erizarse, volverse ávida, trémula de caricias. No se porqué guardo tantos recuerdos de ti y de tu cuerpo espigado, escurridizo, tan difícil de grabar en la memoria y que sin embargo se me plasmó en el cuerpo, en el torso, especialmente en las palmas de las manos y en la punta de la lengua.
Siempre será mejor recordar lo bueno. Aunque lo malo se quede ahí, digamos agazapado. Para ser sincera, no pensaba estar ahí cuando te despertaras por dos razones. La primera, para no tener que decirte mi nombre. La segunda, porque no quería que me vieras desnuda. No te rías. Me da pena mi desnudez de pechos redondos, de caderas rectas y piernas demasiado flacas. No, no me parece ridículo querer conservar ese misterio aún después de habernos hecho el amor (aunque hay quien dice que ya está hecho). Así que me fui a caminar un poco. Pensaba regresar, pero en lugar de eso terminé sentada en una de esas bancas de hierro forjado del parque donde nos encontramos, contemplando las estrellas en la superficie del río, un poco triste. No pensé que alguna vez volvería a verte. Dos coincidencias en un mundo tan grande son demasiadas. Tú volverías a tu ciudad sin intenciones de volver a pisar París, a mi me aguardaban otros dos años ahí. Volver a encontrarte alguna vez, en cualquier momento de mi vida, parecía un acontecimiento que de suceder hubiera sido más risible que asombroso.

Este debe ser el café más hermoso de Antofagasta. ¿Se parece en algo al café en el que hablaron de Ardana Castillo? Tal vez no, los franceses son tan distintos en todo, hasta en el aroma.
La verdad tengo un poco de prisa, y escucharte disertar sobre las impresiones de un encuentro sexual tan lejano está comenzando a dejarme el sabor del resabio ácido que sentiste entonces, así que vuelve al tema. ¿Cuál es la otra manera de terminar esto? Si, ya sé que te ríes de mi debilidad por los refrescos de dieta. Parecerá tonto, pero el vicio se me formó en París.
Siempre me gustaron tus manos. Tienen una sensación de paternidad confortante. Ese anillo que llevas en el anular no podría llevarlo nadie más, es muy tuyo. Pocas cosas pueden ser realmente de alguien como ese anillo es tuyo. Por mi parte, mis manos no me parecen la gran cosa. Son tal vez las manos más simples que conozco, sin marcas ni lunares. Tal vez por eso te gustan.
No creo que deba dejar que nos tomemos las manos, y mucho menos verte a los ojos. No es por desdén, ¿Sabes? Es que siempre me gustó hacer las cosas de la forma sencilla.