23 enero 2010

Los orígenes del nudo (y viceversa)

¿Acaso todos compartimos una infancia?

Leo y releo párrafos completos de La misteriosa llama de la reina Loana, de Umberto Eco y no consigo desligar los recuerdos infantiles de Yambo Bodoni, su protagonista único y tangencialmente del propio Eco, de mis propios recuerdos de la infancia.

El hombre acomodado de la urbe metropolitana que pierde la memoria por un suceso traumático y se ve obligado a reconstruirla mediante un viaje a la denostada casa de los primeros años en un pueblo en las villas cordilleranas de Italia. Una casa en Solara donde las cabras pacen en el llano,las gallinas se reparten el patio y los gusanos y una mujer hacendosa recoge los huevos, ordeña las vacas y cocina con leña. Una casa que bien podría ser en Huatabampo, al resguardo del viejo y grande patio fiel donde ahora nacen papayas nuevas en el lugar que antes ocupaba la palmera de los dátiles dulces y amielados.

El hombre que se refugia en el desván a hurgar entre las pertenencias del niño que fue para recrear al hombre que es pero que se ha olvidado de ser. Quién sabe cuántos sueños uno va llenando de polvo en el camino hasta dejarles sepultados y condenarlos al olvido inmisericorde. Quién sabe cuánto de niño uno deja guardado en cajas de cartón cuyo destino es tan insondable como la botella de plástico que arrojó al mar una niña de cuatro años en Acapulco hace mil días y termina enredándose en mis pies en San Carlos hoy. El hombre, ese hombre, puedo ser yo dentro de 40 años.

Refugiado pero también oculto para hurgar en los recuerdos de alguien que ya no soy yo. El niño que fuimos muy rara vez es el hombre que somos. En mi caso, no hay excepción. El niño que fui es muy amado por el hombre que soy, pero no existe más. Ni su inocencia, ni su energía, ni su vivacidad. Pero su recuerdo, vivo, llameante, convive con el recuerdo más cercano de la semana pasada en los labios de mi mujer y puedo invocarlo con los ojos entornados y verlo montando su bicicleta verde a través de hectáreas de trigo, por un sendero que bordeaba el arroyo y moría en el lecho de un río de aguas mansas. Puedo verlo sentado ahí, bajo unos álamos gigantes, sentado al lado de su mejor amigo -Andrés, que hace un par de días cumplió años y sólo entonces, mirando el calendario recordé que no tengo idea dónde vive, ni quién es ahora- y bebiendo sorbos de una coca cola mientras hablan de lo que un niño de 10 años piensa que es la vida.

Yambo Bodoni hojea con nueva sorpresa los cómics de la infancia, de la misma forma en la que yo recorrería con placer el libro viejísimo de Las Travesuras de Floro. Él revisa los enredos de Topolino con el mismo callado reconocimiento con que yo podría recapitular centenares de Archies. Se imagina a sí mismo reconstruyendo una aventura de Flash Gordon como yo me recordaría acompañando al Fantasma por la selva del Amazonas.

Me siento Bodoni, y al mismo tiempo me siento Eco, porque también yo fui ese niño. Solo, en un mundo de adultos, en una realidad que distaba mucho de ser mi realidad (¿Qué son para un niño palabras como Guerra, Política, Bagdad, Kuwait?) y como ellos descubrí la sexualidad en el relámpago furtivo de una fotografía demasiado sugerente y conocí el latigazo del amor en una niña de pecho todavía plano y ojos claros que jamás se dignó a mirarme.

Por eso leo y releo los libros que me gustan. Por eso tolero a Eco a pesar de sus continuos alardes de erudito (que lo es) y su verborrea insaciable. Porque una historia que logra que uno mismo sea el protagonista y logre volver a contarme mi propia historia, arrojando luces en las zonas que permanecían oscuras, siempre será recompensa digna a la misión.

21 enero 2010

El conflicto entre ser mexicano, ser librepensador y ser rico.

Existe un punto en la existencia de todos nosotros, en el que se forjan los ideales. Puede no ser un día preciso, sino una época completa, en la que las vivencias, el aprendizaje, la entronización de figuras paternas y otro sinfín de eventualidades, nos moldearán para ser un arquetipo determinado, y ese arquetipo, a menos que medien unas circunstancias tremendas, seremos por el resto de nuestras vidas.

Curiosamente, casi todos damos algún golpe de timón en el trayecto y terminamos llevando la barca hacia un lugar no-pensado. He ahí que hay hijos de médicos que terminan ellos mismos como brillantes cirujanos o excelentes pediatras, mientras que hay otros vástagos de magníficos neurólogos que malviven como pintores muralistas becados por alguna institución paraestatal. Hay cosas, millares de cosas que intervienen.

Pero más allá del destino (y su primo gramatical más cercano: el desatino), el talento, la propia decisión, la perseverancia y la disciplina, en el momento de las decisiones interviene el factor X, donde X= Cantidad de dinero que uno podrá llevarse a los bolsillos realizando la tarea determinada.

Y no nos engañemos: Yo soy tan romántico como cualquiera de ustedes, pero honestamente me gusta comer mucho más que a la mayoría, me gusta vivir en mi departamento con todos los servicios (incluídos el internet y la televisión por cable tan innecesarios como disfrutables), me gusta tener mi carro listo para salir a carretera si me da la gana pasar la noche en la playa, me gusta poder llevar a mi mujer al restaurante más caro de la ciudad y siempre y sobre todo, me gusta que mi hijo no sufra de ninguna privación.

Al igual que todos ustedes, pobres muchachos del lado equivocado del escritorio, yo soy un asalariado. No somos muchos los asalariados que podemos darnos la dolce vita con lo que nos llega en el cheque. Es por ello que, además de ser un asalariado, soy un freelancer en campos como la publicidad, el diseño creativo y esencialmente, la literatura. Eso significa, por un lado, darle hilo a un papalote donde vuelan mis ambiciones vitales (una carrera editorial destacada, una cátedra literaria en una buena universidad): significa, por el otro lado, una lanita extra que cae por aquí y por allá, dándome la oportunidad de vivir como algo que no soy (rico) pero que quizá algún día sea, si se me ocurre un best seller de maguitos nerds o vampiros muy bonitos (¿vampiros nerds? humm...)

Sin embargo, como lo he dicho hasta el cansancio, el dinero no pasa de ser un medio. Y el problema es que la gente en general (hablo por supuesto de la gente que me rodea, sabiendo que existe gente muy chida y espiritual y buena onda mil goei) el dinero es un fin. Un fin en sí mismo. Como en "cuando sea grande, quiero tener mucho dinero".

Por ejemplo cuando sea mayor -puesto que ya soy grande- me gustaría tener una casa muy bonita, onda loft moderrrno minimalista. Me gustaría tener una camioneta pequeña onda Liberty o algo de Jeep. Me gustaría pagarle buenas escuelas a mi hijo actual y a los futuros, si llegan. Para todo eso, por supuesto, voy a necesitar dinero. Pero no por el dinero, ¿o sí? El dinero se cambia por productos y servicios. Veinte dólares compran mucho maní.

Ahora enfrentemos la realidad de vivir en un país donde hacer dinero es cada vez más difícil -a menos que uno se apellide Slim, Saba, Hank o equivalentes- y perder dinero es cosa de todos los días -IVA al 16%, gasolina aumentando semanalmente, tenencia y predial- y uno tiene un cóctel perfecto para el estrés.

¿Y saben para qué sirve el estrés? Para una chingada, para eso. Estresado uno toma las peores decisiones, arruina su salud, pierde el cabello y come mal o peor. Estresado uno repele al sexo opuesto, disminuye considerablemente su desempeño sexual y crea mala vibra a su alrededor. Ninguna de esas cosas, salvo la calvicie, se llevan bien con el éxito.

El asunto es ser distinto. El asunto es crear. El asunto es arrojarse y ser fuerte, ser decidido y sobre todo, ser honesto con uno mismo. Nadie creyó que un puñado de libros sobre un niño huérfano que viaja todos los años a estudiar a una escuela de magia fueran a convertir a Rowling en la mujer más rica de Inglaterra, y lo es. Nadie pensó que una red social dedicada por entero a subir fotos y publicar breves notas a tus amigos y conocidos llegaría a costar miles de millones de dólares (es un chingado anuario electrónico, joder) pero los cuesta. No los vale, ¿ok? Los cuesta. Sin embargo esa mujer y esos tipos lo hicieron de todos modos, porque creían en su proyecto. Y ahí está.

Sin concesiones, sin doblarse para recibirla por detrás. Sin ceder. Con la fuerza para defender lo que hacemos y con valor para hacerlo cada vez mejor. Vamos a hacer algo por nosotros y con ello, lo haremos por el mundo. Vengan, el futuro es allá adelante.