09 agosto 2012

No robes mi paz mientras llovizna.

Respirar. Afuera llueve. No recuerdo un verano en el que lloviera tanto en la ciudad. Respirar. Desde hace semanas las ranas se congregan en mi patio, bajo el naranjo y el limón y miran a la montaña mientras croan y croan y croan. Respirar. Después de llover sopla una brisa ligera y el aroma de azahares llena la casa, rezuma las habitaciones y parece devolverle a todo la vida ausente. La oscuridad es casi perfecta. Casi. Las ranas croan y dan un par de saltos sin orden aparente. Sus patas se flexionan y tensan y las veo elevarse veinte o treinta centímetros y de pronto están en otro lugar, fichas móviles de un tablero de damas. Veo los lomos brillantes y viscosos. Pienso en las bolsas de sal que guardo en la cocina. Respirar. Mis impulsos ranicidas son pasajeros, como los homicidas y los suicidas que a veces pasan también por aquí y se quedan un rato, como las ranas, mirando a la montaña.

Respirar. Alrededor de los pilares de hierro del pórtico se forman unos charcos pequeños y llenos de piedrecillas que me recuerdan irremediablemente a mi niñez. Sin embargo, los charcos de mi niñez eran de tierra oscura y agua sucia, a diferencia de estos pequeños estancos de agua muy limpia y piedrecillas como arena en el fondo. Recuerdo con distorsión mi propia infancia y sabiendo eso, dudo de todos mis otros recuerdos. Respirar.

Pienso en tu odio. Pienso en lo visceral de tu odio. Pienso en lo anacrónico de tu odio. Tu odio hacia mí. Tu odio hacia tu recuerdo de mí. Ya no puedes odiarme. Ya no me conoces. Ese que fui entonces ya no existe. Ese que recuerdas fue un tipo distinto. Ese mal recuerdo al que te aferras en odiar, esa piltrafa a la que pateas en el suelo, a la que le escupes todo el veneno que guardas, ese nadie, ese ninguno al que vomitas encima, en el que gustosamente te cagarías o molerías a golpes, no sobrevivió. Respirar. Tu odio sigue aquí, vigente, contenido, encapsulado en esas palabras que engolas una tras otra. Tu odio no es para mí desde hace tiempo. Tu odio fue durante demasiado tiempo mi odio. Me odié más de lo que tú podrías odiarme por más tiempo del que podrías odiarme, con mejores razones de las que tuviste para odiarme. Al final el odio es como el fuego que arrasa con todo y lo reduce a cenizas, a escombros, a ruinas, pero cuando lo ha consumido todo no puede seguirse alimentando y se extingue. Respirar. Tu odio sigue vivo porque lo alimentas con las cosas que no te perdonas.

Respirar. Afuera llueve. Las gotas caen indiferentes a tu odio o a mi indiferencia por tu odio. Ya no me conmueves. No lo haces porque ya no hay razones para que me conmuevas. Al igual que ese yo al que aborreces, todo lo que amé de ti murió. Si ya no eres esa a quien amaba, ¿cómo podrías conmoverme? Yo no te compadezco. Los recursos esos melodramáticos, los "lo siento por ti", no son para nosotros. Yo creía conocerte hasta que te hice daño, entonces te conocí. Respirar. El viento vuelve a mecer el naranjo. la tierra del patio está cubierta de limones pequeños y amarillos que el viento arrancó y que viven su primera madurez como despojos en esa tierra húmeda, entre hormigueros y las ramas secas que más tarde quizá haga arder si no me derrota el sueño.

Yo te amé. Te lastimé y Te perdí. Cumplí mi ciclo completo y luego te solté. Mi pecado fue tan fuerte como mi penitencia y desde que pagué mis culpas, soy un hombre libre. Tus palabras no son mis grilletes. Tu odio no es mi cadena. Tú eres la única posesionaria de tus rencores y lo seguirás siendo el tiempo que quieras. Siempre fuiste testaruda. Esa es otra cosa de ti que me gustaba. Yo nunca quise cambiarte. Aún hoy, no lo haría. Mi tranquilidad, mi paz, no tienen nada qué ver contigo. Tus arranques, tus vituperios, me son tan relevantes como esa lluvia mansa y plácida que cae afuera, sobre el naranjo, los troncos y las ranas. Son un buen pretexto para escribir un poco, una anécdota para tostar café con mis dos buenos amigos. Un mal sabor de boca alguna madrugada. Ensucias mi recuerdo de ti y debo confesarte, con mucha pena, que eso me parece de mal gusto. Un defecto que nunca pensé que tuvieras.