17 abril 2008

Twinkle twinkle

Volví a soñarlo. A pesar del lento y sistemático procedimiento de relajación que tres terapeutas distintos concordaron en recomendar como el más efectivo. Volví a soñar el momento de mi muerte. Volví a sentir la desesperación de la asfixia, volví a manotear dormido, agitado y boqueando como un pez a la intemperie, buscando ansiosamente una bocanada de aire que me dejara seguir viviendo. Pero no. Otra vez morí.
El doctor Rivera dice que ese sueño –episodio onírico recurrente, dice en realidad- es un reflejo neurológico de un conato de ansiedad producido por eventos anteriores. El doctor Rivera dice que ese sueño –episodio onírico recurrente, acomodándose los lentes sobre la nariz, parpadeando dos veces- sigue produciéndose por la razón exclusiva de que el sujeto –siendo yo el sujeto, claro, bien sujeto- no acierta a identificar ergo remediar la razón germen del episodio ansioso cuya consecuencia sigue despertándome en las madrugadas, con la espalda del pijama húmeda de sudor y las venas del cuello tensas como cables. El doctor Rivera me cobra quinientos pesos por cada media hora que le dedica a embelesarse con los móviles esféricos de su escritorio que suben, bajan, chocan, suben, bajan, mientras le cuento el sueño y por repetirme lo del episodio onírico recurrente que estoy segurísimo que sacó de una muy interesante –la de mayo, si no me falla la memoria- de a treinta pesos el ejemplar.
El doctor Montes de Oca me da rohypnol, que es de prescripción exclusiva al especialista psiquiátrico, uno de los muchos títulos que cuelgan en la pared de su despacho que dice librero inglés más de lo que dice especialista del sueño. Me tomo la mitad de una cada noche antes de dormir y esas noches no lo sueño, pero me despierto cada hora por un vaso de agua porque los fármacos siempre me secan la boca y cada dos horas a orinar porque la vejiga siempre me ha trabajado más rápido cuando estoy horizontal. A la semana o a los quince días, cuando pienso que el rohypnol ha espantado definitivamente al sueño donde me veo muerto, suspendo la ingesta –su uso excesivo puede resultar en adicción, advierten las redondas itálicas impresas en el cartoncillo blanco- y esa misma noche me vuelvo a asfixiar y a manotear boqueando antes de morirme y despertar otra vez como al comienzo. El doctor Montes de Oca anota muy rápido con una pluma de acero en una libreta muy grande que apoya en una tabla de esas de inventario de almacén y dice ajá, cuando digo agua, ajá cuando digo horizontal y ajá cuando digo comienzo. Cada ajá me termina costando alrededor de ochenta pesos.

Y yo me despierto pensando en no volver a dormirme, al menos hasta que sea seguro. O más barato. O esté seguro que va a ser la última vez.

06 abril 2008

ostracismo

no es sólo el silencio, es la doctrina de callar lo que me duele.

lo bueno que aunque uno se queda callado, otros hablan y de entre todos los miles de voces uno sabe que una, por lo menos una, le está hablando.

a escuchar.