Hace horas se cumplió exactamente un año de la última vez que cruzamos palabra.
Un año.
365 días completos sin escuchar para nada, ni remotamente, un eco siquiera de tu voz, después de que esa voz lo fuera absolutamente todo para mí. Después de que esa voz me despertara, me llevara a dormir, me diera fuerzas y ánimos para pensar que podía romper el mundo en dos madrazos. Después de que esa voz me cantara una canción a medio mundo de distancia y yo me enamorara como un pendejo para siempre.
Y hace un año la escuché por última vez.
Yo sé que esto ya no es nada para ti (y soy justo, sé que eso es lo correcto), pero a mí no me queda nada más que esto. Venir y dejarlo aquí, vomitarlo, sangrarlo y gritarlo aquí, porque donde tú estés, sea donde sea, ya pasó un año y no es como aquí, que todo mundo me dice que ha pasado un año y yo me abro el corazón y te busco y ahí estás toda completa, con todas las raíces intactas como si fuera Agosto en Manzanillo o Enero en aquel hotel ruinoso de Mariano de la Bárcena o cualquier día del pasado remotísimo en el que ayer hubiera sido solo tu cuarto cumpleaños conmigo. Y no mi primer año sin ti.
Daría lo que fuera por no volverte a soñar nunca. Por no tener que conformarme con eso.
Feliz cumpleaños. Ayer.