En Mexicali hace un calor de la chingada. No es hipótesis, ni es la revelación científica del año, tan sólo es una queja de alguien que odia con todas sus fuerzas las temperaturas superiores a los 33 grados.
He decidido que no saldré del depa si no es para dirigirme al trabajo. Mis compras las haré en la madrugada, saliendo de la chamba, en cualquier AM/PM que se preste para el efecto. Así sirve que gasto menos y junto para el jeep que se me ha negado por años.
Extraño a mi hijo. También extraño a las musas que me tienen muy abandonado. Ni un renglón aprovechable en seis meses. Preocupante.
22 julio 2007
12 julio 2007
Ires. Venires. Zigzags y otras rectas trastornadas.
Hoy es un día de esos extrañamente comunes. Amaneció nublado, lo cual es quizá lo menos común cuando uno vive en Hermosillo y el sol es la más fiel de las certezas. Anoche llovió un rato, bastante fuerte al inicio, luego el común chipi-chipi que es a lo más que aspiran las calles y los edificios de la urbe solar donde habitamos. La consecuencia es que hoy hay nubosidad en cada punto del firmamento y el día tiene un color gris naranja muy apropiado para los estados de ánimo como el del que escribe en este momento.
Gris, porque no es ciertamente mi momento más feliz, las cosas se han complicado mucho en todos sentidos, en menos de un día he perdido esperanzas de muchas cosas, perdí para siempre a alguien a quien creí mi amigo, perdí la confianza en alguien a quien creía uno de los mejores, si no es que el mejor, perdí la fé y no creo ni quiero recuperarla, si es que alguna vez la tuve, hay que decirlo, no estoy muy seguro de no haber sido agnóstico o por lo menos escéptico desde el comienzo. Mis proyectos en el futuro cercano se han visto trastocados, vuelto a acomodar y vuelto a trastocar en un lapso de tiempo más breve que el más breve de los parpadeos y ahora, en este mismo instante, me siento parado en la bifurcación de los caminos, sabiendo el que voy a tomar, pero contemplando al otro con añoranza.
Naranja, porque a pesar de todo me siento muy fuerte, me siento tan sólido sobre mis pies que sé, mejor de lo que lo he sabido jamás, que soy imposible de mantener en el suelo, caigo, es cierto, me derrumban, quizá, pero siempre me pongo de pie, continúo, el camino es mi amigo y me gusta caminarlo, aunque tenga que ser solo, aunque sea, como es el caso, acompañado de una persona lindísima. Hay dos cosas que evitan que me quiebre, la primera y más fuerte es un ser de muy pequeño tamaño aún, pero de inmensa significación y presencia, tiene el nombre de lo que representa: Ángel, y es mi hermoso hijo unigénito. Por él me siento invencible, irrompible, blindado contra todo, por él recuerdo siempre que el amor es una verdad innegable, nada distinto de eso puedo sentir hacia mi pequeñito. La segunda es un orgullo muy bien entendido, una cierta sed, o hambre, no sé cómo manifestarlo, de trascendencia. Sé que lo voy a lograr, no estoy seguro de cuándo, pero voy a ser ese que quiero, y esa realidad es naranja, como la luz del sol que tímidamente cruza en este momento entre las nubes de un cielo que no se cansa de reflejarme por fuera.
Por ahora todo sigue avanzando muy rápido. Tengo un juego nuevo de maletas ya llenas de ropa y aun tengo ropa sin maleta donde dormir. Ya le di servicio a mi coche, está a un 95% de su capacidad, pero necesita unos leves ajustes en el sistema de escape (un moflero, pues) y estará perfecto para emprender mi más largo viaje de toda la vida. No sé si saldrá bien, no sé llegar a donde voy, no sé manejar en carretera más de cinco horas sin desfallecer de sueño, no sé si estaré vivo para platicarles de esta travesía transpeninsular, pero hay en mi vientre una emoción vibrante que me avisa que mejor apriete los puños y haga crujir mi mandíbula, el sudor está garantizado.
Lo voy a hacer, voy a estar bien. Siempre lo estoy. Después de todo, tengo un Ángel.
Gris, porque no es ciertamente mi momento más feliz, las cosas se han complicado mucho en todos sentidos, en menos de un día he perdido esperanzas de muchas cosas, perdí para siempre a alguien a quien creí mi amigo, perdí la confianza en alguien a quien creía uno de los mejores, si no es que el mejor, perdí la fé y no creo ni quiero recuperarla, si es que alguna vez la tuve, hay que decirlo, no estoy muy seguro de no haber sido agnóstico o por lo menos escéptico desde el comienzo. Mis proyectos en el futuro cercano se han visto trastocados, vuelto a acomodar y vuelto a trastocar en un lapso de tiempo más breve que el más breve de los parpadeos y ahora, en este mismo instante, me siento parado en la bifurcación de los caminos, sabiendo el que voy a tomar, pero contemplando al otro con añoranza.
Naranja, porque a pesar de todo me siento muy fuerte, me siento tan sólido sobre mis pies que sé, mejor de lo que lo he sabido jamás, que soy imposible de mantener en el suelo, caigo, es cierto, me derrumban, quizá, pero siempre me pongo de pie, continúo, el camino es mi amigo y me gusta caminarlo, aunque tenga que ser solo, aunque sea, como es el caso, acompañado de una persona lindísima. Hay dos cosas que evitan que me quiebre, la primera y más fuerte es un ser de muy pequeño tamaño aún, pero de inmensa significación y presencia, tiene el nombre de lo que representa: Ángel, y es mi hermoso hijo unigénito. Por él me siento invencible, irrompible, blindado contra todo, por él recuerdo siempre que el amor es una verdad innegable, nada distinto de eso puedo sentir hacia mi pequeñito. La segunda es un orgullo muy bien entendido, una cierta sed, o hambre, no sé cómo manifestarlo, de trascendencia. Sé que lo voy a lograr, no estoy seguro de cuándo, pero voy a ser ese que quiero, y esa realidad es naranja, como la luz del sol que tímidamente cruza en este momento entre las nubes de un cielo que no se cansa de reflejarme por fuera.
Por ahora todo sigue avanzando muy rápido. Tengo un juego nuevo de maletas ya llenas de ropa y aun tengo ropa sin maleta donde dormir. Ya le di servicio a mi coche, está a un 95% de su capacidad, pero necesita unos leves ajustes en el sistema de escape (un moflero, pues) y estará perfecto para emprender mi más largo viaje de toda la vida. No sé si saldrá bien, no sé llegar a donde voy, no sé manejar en carretera más de cinco horas sin desfallecer de sueño, no sé si estaré vivo para platicarles de esta travesía transpeninsular, pero hay en mi vientre una emoción vibrante que me avisa que mejor apriete los puños y haga crujir mi mandíbula, el sudor está garantizado.
Lo voy a hacer, voy a estar bien. Siempre lo estoy. Después de todo, tengo un Ángel.
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