Ahora es tu turno de beber mi silencio
a gotas mudas
como supongo que se bebe la sangre.
Hunde tus dientes aquí,
en este silencio que ya late y crepita
como una yugular tensa de ausencias
y bebe.
Languidecerán mis párpados,
mi silencio va dejando el cuerpo,
llenando tu boca
de la líbido prófuga
de un fellatio simulado.
Sobre, lame, chupa lentamente ste cálido silencio,
esta fruta de pulpa caliente,
tritura la fibra de mis huesos
clava los colmillos en mi sexo
abre la garganta y siente
cómo derramo en ella este silencio.
Ahora es tu turno de beber mi silencio,
de mojarte los labios con su almíbar,
nacarar tu piel con el pólen
intacto e impoluto de los míos.
Bébelo.
Bébeme.
Percibe en tu lengua la amargura
de un silencio añejo y seco
fermentado en el tiempo ya difunto
de siete otoños inconclusos tras sus ecos.
Atrapa en su vuelo este silencio,
rómpele las alas
¿Quién coño se ha creído?
Silencio herético
soberbio
Blasfemo silencio.
Duelen tus dientes en mi cuello
mi pulso desfallece
mi carne se macera al sol y yo estoy muerto
pero tú no te apures
aun hay silencio para ti
en la respiración mohosa del cadáver
en el ascenso lento de la esencia
en la sangre menos tibia
el labio más blanco.
Bésame muerte,
Bésame muerto,
Bebe despacio mi silencio,
limpio de miedos y rencores,
purificado de pecados y nostalgias
mi silencio líquen,
impávido y voraz,
prehistórico,
futuro,
mi silencio germen,
semilla y tormenta.
11 septiembre 2007
04 septiembre 2007
Blame it all on me.
Yo podría ser declarado culpable de muchas cosas.
Podrían, por ejemplo, acusarme de mentiroso. Y me declararía culpable.
Podrían, también, acusarme de neurótico. Y tras gritar como loco y darles unos buenos madrazos, lo reconocería.
Podrían, en la misma nota, acusarme de ser un tipo lleno de inseguridades, temeroso de mis fallos, insensible a la crítica (y peor aún, a la autocrítica), despilfarrador, irresponsable, indisciplinado, abstemio, amargado, prejuzgador por antonomasia y gustoso de la broma pesada y el humor negro. Y yo firmaría al calce de esa cuartilla de improperios, dándome por enterado y manifestando mi acuerdo.
Sin embargo, nadie me puede acusar de ser una mala persona. Soy tonto y me da mucha pena serlo. Lo siento. No es mi culpa que en mi familia sólo haya aprendido el lado rosa de la vida. Mis padres no me prepararon para el mal y a la hora de topármelo de frente es posible que lo haya dejado mancharme un poco. Pero no soy un mal tipo, ni quiero serlo.
La etapa que corre actualmente por las ventanillas del tren de mi vida se ha ido llenando de una paz de esas que lo envuelven todo como el sopor anterior al sueño. Mis días, mis risas, mis errores, el diario acontecer, los sobresaltos y corajes repentinos, se han ido cubriendo desde las orillas de una blanquecina capa de olvido, dejándome a mi del otro lado del río y entre los árboles, como buen título Hemmingwayano.
El momento de dejar ir. He recibido golpes bien duros y bien abajo del cinturón. Los he dado. Me he mordido la lengua y tragado la sangre para no gritar que se me ha hecho añicos el alma más de una vez y que por más que la he pegado de seguro algún pedacito se ha quedado para siempre separado. He demolido todo lo que fui y ahora, de pie frente al escombro, dudo sobre los nuevos planos de lo que he de ser.
Y si quieren soundtrack para esa trama, pónganse cualquier Adagio de esos belicosos, estilo Mozart en sus ratos neurasténicos. Así sonará.
Podrían, por ejemplo, acusarme de mentiroso. Y me declararía culpable.
Podrían, también, acusarme de neurótico. Y tras gritar como loco y darles unos buenos madrazos, lo reconocería.
Podrían, en la misma nota, acusarme de ser un tipo lleno de inseguridades, temeroso de mis fallos, insensible a la crítica (y peor aún, a la autocrítica), despilfarrador, irresponsable, indisciplinado, abstemio, amargado, prejuzgador por antonomasia y gustoso de la broma pesada y el humor negro. Y yo firmaría al calce de esa cuartilla de improperios, dándome por enterado y manifestando mi acuerdo.
Sin embargo, nadie me puede acusar de ser una mala persona. Soy tonto y me da mucha pena serlo. Lo siento. No es mi culpa que en mi familia sólo haya aprendido el lado rosa de la vida. Mis padres no me prepararon para el mal y a la hora de topármelo de frente es posible que lo haya dejado mancharme un poco. Pero no soy un mal tipo, ni quiero serlo.
La etapa que corre actualmente por las ventanillas del tren de mi vida se ha ido llenando de una paz de esas que lo envuelven todo como el sopor anterior al sueño. Mis días, mis risas, mis errores, el diario acontecer, los sobresaltos y corajes repentinos, se han ido cubriendo desde las orillas de una blanquecina capa de olvido, dejándome a mi del otro lado del río y entre los árboles, como buen título Hemmingwayano.
El momento de dejar ir. He recibido golpes bien duros y bien abajo del cinturón. Los he dado. Me he mordido la lengua y tragado la sangre para no gritar que se me ha hecho añicos el alma más de una vez y que por más que la he pegado de seguro algún pedacito se ha quedado para siempre separado. He demolido todo lo que fui y ahora, de pie frente al escombro, dudo sobre los nuevos planos de lo que he de ser.
Y si quieren soundtrack para esa trama, pónganse cualquier Adagio de esos belicosos, estilo Mozart en sus ratos neurasténicos. Así sonará.
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