Bueno, o sea, sí fui, pero nada más un ratito y, o sea, de inglés, ni al caso, ¿Qué tiene de difícil enseñar inglés? Digo, a mí me lo enseñaban en la prepa maestros que ni siquiera sabían el significado de la palabra Behaviour (y que además la pronunciaban "bijéibor") ¿Cuál puede ser el nivel de exigencia?
Pero luego, el tiempo, las malas compañías y las peores decisiones me llevaron a escribir, y escribir me llevó a publicar, y publicar me llevó a ser tomado por escritor serio, y eso me llevó a Navojoa...
Bueno, me perdí. El punto es que en algún lugar entre publicar mi novela y sacar algunos articulitos aquí y allá, me surgieron un par de ofertas para impartir talleres de creación literaria, lectura comparada, novela hispanoamericana, entre otros temas más áridos. La última de esas ofertas fue para ser maestro regular de literatura en una preparatoria privada de esta hermosa (no) y caliente (muy) ciudad del sol.
He de decir que la oferta de inicio siempre me ha resultado tentadora. Pero como todas las ofertas que de inicio me parecen tentadoras (como las de Enlarge your penis que suelen aparecer en mi bandeja de entrada de jotméil) al poco tiempo me hacen buscar el truco. Y el truco con esta oferta (la de ser maestro, no la del penis, aunque también) es el futuro.
Eh, tranquilos, no me refiero al futuro económico, ser maestro es EL trabajo en este país de mierda donde los sindicatos hacen lo que les da la gana, nadie paga sus préstamos y muy pocos obtienen créditos jugosos. Los maestros tienen un sindicato grandísimo (y puerco como pocos), acceso a todo tipo de créditos (vivienda, automóvil, vacaciones) y además tienen laaaaargos períodos de rascarse las pelotas (o lo que sea que se rasquen las mujeres cuando no las vemos).
Así que no, no va por ahí la cosa. Verán: yo tengo un defecto (en realidad, 2 millones 450 mil 827 defectos, pero voy a hablar nomás de uno, por pura modestia) y ese defecto es que soy bien mamón. No quiero decir que sea mamón-mamón de esos que dicen O sea wey es que yo soy super cool y cero mamón, sino peor aún, mamón de los que dicen Es que yo soy bien mamón. Mi mamonería (o mamonés, mamonismo, mamonancia o como-carajos-se-diga) consiste en que creo que existe una forma correcta y muchas formas incorrectas de hacer ciertas cosas. Si yo fuera maestro, exigiría, a precio de chingó-a-su-madre-tu-semestre que las cosas en mi clase se hicieran de la primera forma.
Ya quisiera ver a toda la bola de (ch)emos y preppies viéndose obligados a leer a Dostoievsky en 3 semanas y entregar luego un reporte de lectura. O explicando el uso de la forma en la obra de Rulfo. O haciendo una síntesis de quince cuartillas de Los miserables durante las vacaciones de verano. Y una mierda. Y además, con la ortografía que se carga el 97% de los preppies que he tenido la malafortuna de conocer, les iba a dar con sus reportes en la cara estilo bofetada de padrastro para luego ponerlos a hacer planas y planas de las palabras mal escritas. Sí, como en la primaria de donde nunca debieron salir.
Obviamente sería electo profesor más odiado del semestre por aplastante mayoría y, vamos, no me gusta acumular mal karma. Por eso dejé el litigio, ¿saben? y me conseguí un trabajo que hace a la gente feliz y contenta y por el que todos me quieren, me cocinan galletas y me invitan a 800 fiestas al año (el año pasado hasta fui a una y todo, súper social).
La semana pasada le acomodé una regañiza marca varejón a la Flaca-del-demonio porque me dijo que acababa de empezar a leer El alquimista (todavía me tiembla un ojo). Le prometí llevarle un libro decente esta semana para que no ande cometiendo esas barbaridades, pero confieso que me quedé con las ganas de aplicarle un correctivo más adecuado. Mi hermana menor terminó hoy a las 5 a.m. a Enrique Serna y empezó hace un par de horas a Mario Benedetti. Yo sé que ustedes querrían eso para sus hijos, pero la verdad, hoy no seré su héroe.
Al menos no en esta ciudad donde ni de loco voy a trabajar usando uno de estos que, como es sabido, todo maestro decente y oldschoolero como yo, debe usar siempre.
¡González! ¡Deje de picarse la nariz o le voy a enterrar ese lápiz hasta el aracnoides!
22 abril 2009
21 abril 2009
Coffeemaker teleport!
Estoy convencido de que mi café de hoy lo hicieron con la cafetera de la oficina de Maese Semidios. Sabe como a una mezcla de hígado encebollado con fondo de lata hervida.
El único misterio que me queda es si el Semi hoy se está chingando mi delicioso café hecho en casa que fue susituído por su horripilante café culero de máquina sin corazón.
Pinche Semidios, no se vale usar la semi-omnipotencia para chingarse el café.
El único misterio que me queda es si el Semi hoy se está chingando mi delicioso café hecho en casa que fue susituído por su horripilante café culero de máquina sin corazón.
Pinche Semidios, no se vale usar la semi-omnipotencia para chingarse el café.
20 abril 2009
¿Es Lunes? ¿Es abril?
¿Y qué más da? ¿No podría igual ser un martes de agosto o un jueves de octubre? ¿Algo cambiaría?
Yo la verdad, lo dudo.
Yo la verdad, lo dudo.
17 abril 2009
instantáneas.
Click.
El cielo lleno de nubes bajas y regordetas, de un blanco limpísimo y en el parque que domina la panorámica, hermosas bancas de hierro forjado, de las que señorean las plazas de armas de casi cualquier ciudad de provincia. En primer plano, un viejecito desdentado contempla con azoro algo que no se distingue entre sus manos acunadas y sonríe.
Flash.
La espalda morena y esbelta de la mujer ostenta un lunar falso cerca del omóplato derecho. La minifalda apenas le cubre los glúteos redondos, el izquierdo contraído en la acción de dar un paso. Con una de sus manos se apoya en un colosal poste de acero para ayudarse a subir a la banqueta. Llueve a chorros, y la prostituta no se da cuenta que el aguacero empieza a arrastar con su fuerza su homenaje a los años de oro junto con su lunar artificial.
Click.
Un niño corre entre una docena de peatones con una sonrisa gigante en los labios abiertos. Un perrito que bebe agua de un charco junto a la acera se espanta y salta a un lado ante el veloz paso del pequeño que lleva en sus manos una brillante pelota de color azul. Hay un pedazo de chicle rosa pegado en la suela de sus converse rotos y detrás de el, en segundo plano, se ve al dueño de la tienda gritando algo que bien podría ser: "¡agárrenlo, raterito!".
Flash.
La habitación miserable de una vieja posada de tres pesos. Una cama bien tendida aunque con sábanas viejas y desgastadas. Una ventana de madera un poco abierta que permite el ligero viento por el que las cortinas lucen hinchadas como el velamen de un galeón. En el extremo poniente del colchón, el cuerpo abatido de un hombre joven sentado hacia la ventana. La espalda encorvada da el aviso de que con los brazos el hombre busca algo en el suelo que la cama no permite ver. Algo que podría ser un vaso de agua o su zapato izquierdo o una escopeta con la que se volará los sesos.
Click.
El cielo lleno de nubes bajas y regordetas, de un blanco limpísimo y en el parque que domina la panorámica, hermosas bancas de hierro forjado, de las que señorean las plazas de armas de casi cualquier ciudad de provincia. En primer plano, un viejecito desdentado contempla con azoro algo que no se distingue entre sus manos acunadas y sonríe.
Flash.
La espalda morena y esbelta de la mujer ostenta un lunar falso cerca del omóplato derecho. La minifalda apenas le cubre los glúteos redondos, el izquierdo contraído en la acción de dar un paso. Con una de sus manos se apoya en un colosal poste de acero para ayudarse a subir a la banqueta. Llueve a chorros, y la prostituta no se da cuenta que el aguacero empieza a arrastar con su fuerza su homenaje a los años de oro junto con su lunar artificial.
Click.
Un niño corre entre una docena de peatones con una sonrisa gigante en los labios abiertos. Un perrito que bebe agua de un charco junto a la acera se espanta y salta a un lado ante el veloz paso del pequeño que lleva en sus manos una brillante pelota de color azul. Hay un pedazo de chicle rosa pegado en la suela de sus converse rotos y detrás de el, en segundo plano, se ve al dueño de la tienda gritando algo que bien podría ser: "¡agárrenlo, raterito!".
Flash.
La habitación miserable de una vieja posada de tres pesos. Una cama bien tendida aunque con sábanas viejas y desgastadas. Una ventana de madera un poco abierta que permite el ligero viento por el que las cortinas lucen hinchadas como el velamen de un galeón. En el extremo poniente del colchón, el cuerpo abatido de un hombre joven sentado hacia la ventana. La espalda encorvada da el aviso de que con los brazos el hombre busca algo en el suelo que la cama no permite ver. Algo que podría ser un vaso de agua o su zapato izquierdo o una escopeta con la que se volará los sesos.
Click.
16 abril 2009
La importancia de NO llamarse Ernesto.
Quizá he mencionado en notas anteriores mi casi total desconocimiento en lo que respecta a mi árbol genealógico y en particular en todo lo referente a mis ancestros cuyas defunciones hayan ocurrido antes de mi nacimiento.
En ese orden de cosas, he de decir que yo no conocí al padre de mi madre. El pobre panino murió muy joven -un cáncer de páncreas lo enterró a los 50 y pocos años de edad- habiendo conocido sólo a una nieta: mi hermana mayor. En mi infancia tardía, a la sombra de un gran tamarindo, mi madre empezó a hacerme en breves relatos la biografía de aquel viejo curioso que fue mi panino. Pueblerino como ha sido toda mi familia, el viejo Manuel Jacobo tuvo la nevería más grande y bien provisionada que haya existido en Etchojoa (todavía hay gente que recuerda el sabor de sus helados, sin igual, según me dicen), vivió una época en Guadalajara, ya casado y con varios de sus hijos, manteniéndose con una tienda de abarrotes por el rumbo de Las Águilas. Se ganó la lotería a los 30 y tantos años y con eso construyó una gran tienda con carnicería, abarrotes, heladería y otros ramos y mantuvo a su esposa y siete hijos hasta la muerte. Los dejó, eso sí, bien protegidos.
Yo me llamo Manuel en honor a aquel viejo de gran parecido físico con el querido Jorge Negrete, y porto mi primer nombre sin mayor gloria, pero con un inexplicable cariño hacia un abuelo que siempre me hizo falta. Creo que ese viejo me hubiera contado maravillosas historias y me hubiera enseñado tal vez los secretos de un oficio que ninguno de sus hijos heredó. En efecto, todas las recetas de mi abuelo murieron con él. Jamás pensó irse tan joven.
Sin embargo, hace pocos días y en medio de una conversación cafecera con la autora de mis días, resultó que también mi bisabuelo -el abuelo materno de mi madre- se llamó Manuel. Cuando Manuel Jacobo empezó a arrimarle el ala a mi manina, Manuel Quintero -mi bisabuelo- vió con agrado a aquel muchacho que además de honesto, trabajador, bien parecido, tenía muy bien puesto el nombre. Esto me resulta chistoso por varias razones que no he de explicar hoy, pero en fin. Muy pronto Manuel y María Rosa eran novios y poco después marido y mujer.
Pues siguiendo en esa misma vertiente, resulta que mi bisabuelo fue el primer peluquero de Etchojoa, y su local sigue siendo hasta hoy peluquería, aunque de un figaro sin ningún lazo sanguíneo con nosotros. Tampoco los hijos de mi bisabuelo heredaron el oficio. Resulta también que su nombre original era Manuel Hernández Quintero, pero por costumbre y gusto particular, siempre firmaba todo como Manuel H. Quintero, hasta que por razones legales inexplicables, su nombre quedó así. Esto no me causaría ninguna sorpresa si no fuera porque, desde hace tiempo, yo firmo mis artículos y publicaciones como Gerardo H. Jacobo, es decir, la inicial que mi bisabuelo contrajo tanto tiempo y el apellido que mi abuelo portó hasta la muerte. Dos Manueles de cuyas semillas deriva mi existencia, contenidos aleatoriamente en un nombre que yo le debo en forma exclusiva al capricho.
Para más ciclos, tampoco yo heredé el oficio de mi padre, estupendo constructor, y dudo muy seriamente que mi hijo o alguno de mis posibles hijos futuros herede el sarampión literario, por lo que mi familia parece condenada a empezar siempre por el principio, como empiezan los malos cuentos y como terminan las historias memorables. Al final, ¿no es eso de lo que se trata este bizarro juego de vivir?
En ese orden de cosas, he de decir que yo no conocí al padre de mi madre. El pobre panino murió muy joven -un cáncer de páncreas lo enterró a los 50 y pocos años de edad- habiendo conocido sólo a una nieta: mi hermana mayor. En mi infancia tardía, a la sombra de un gran tamarindo, mi madre empezó a hacerme en breves relatos la biografía de aquel viejo curioso que fue mi panino. Pueblerino como ha sido toda mi familia, el viejo Manuel Jacobo tuvo la nevería más grande y bien provisionada que haya existido en Etchojoa (todavía hay gente que recuerda el sabor de sus helados, sin igual, según me dicen), vivió una época en Guadalajara, ya casado y con varios de sus hijos, manteniéndose con una tienda de abarrotes por el rumbo de Las Águilas. Se ganó la lotería a los 30 y tantos años y con eso construyó una gran tienda con carnicería, abarrotes, heladería y otros ramos y mantuvo a su esposa y siete hijos hasta la muerte. Los dejó, eso sí, bien protegidos.
Yo me llamo Manuel en honor a aquel viejo de gran parecido físico con el querido Jorge Negrete, y porto mi primer nombre sin mayor gloria, pero con un inexplicable cariño hacia un abuelo que siempre me hizo falta. Creo que ese viejo me hubiera contado maravillosas historias y me hubiera enseñado tal vez los secretos de un oficio que ninguno de sus hijos heredó. En efecto, todas las recetas de mi abuelo murieron con él. Jamás pensó irse tan joven.
Sin embargo, hace pocos días y en medio de una conversación cafecera con la autora de mis días, resultó que también mi bisabuelo -el abuelo materno de mi madre- se llamó Manuel. Cuando Manuel Jacobo empezó a arrimarle el ala a mi manina, Manuel Quintero -mi bisabuelo- vió con agrado a aquel muchacho que además de honesto, trabajador, bien parecido, tenía muy bien puesto el nombre. Esto me resulta chistoso por varias razones que no he de explicar hoy, pero en fin. Muy pronto Manuel y María Rosa eran novios y poco después marido y mujer.
Pues siguiendo en esa misma vertiente, resulta que mi bisabuelo fue el primer peluquero de Etchojoa, y su local sigue siendo hasta hoy peluquería, aunque de un figaro sin ningún lazo sanguíneo con nosotros. Tampoco los hijos de mi bisabuelo heredaron el oficio. Resulta también que su nombre original era Manuel Hernández Quintero, pero por costumbre y gusto particular, siempre firmaba todo como Manuel H. Quintero, hasta que por razones legales inexplicables, su nombre quedó así. Esto no me causaría ninguna sorpresa si no fuera porque, desde hace tiempo, yo firmo mis artículos y publicaciones como Gerardo H. Jacobo, es decir, la inicial que mi bisabuelo contrajo tanto tiempo y el apellido que mi abuelo portó hasta la muerte. Dos Manueles de cuyas semillas deriva mi existencia, contenidos aleatoriamente en un nombre que yo le debo en forma exclusiva al capricho.
Para más ciclos, tampoco yo heredé el oficio de mi padre, estupendo constructor, y dudo muy seriamente que mi hijo o alguno de mis posibles hijos futuros herede el sarampión literario, por lo que mi familia parece condenada a empezar siempre por el principio, como empiezan los malos cuentos y como terminan las historias memorables. Al final, ¿no es eso de lo que se trata este bizarro juego de vivir?
06 abril 2009
Venusinas y Marcianos.
El hint es muy fácil: Nunca confíes en una mujer que utiliza demasiado las palabras "Yo nunca"; Y nunca confíes en un hombre que utiliza demasiado las palabras "Yo siempre".
Todas alguna vez. Y nunca es para siempre. Siempre es una palabra que le queda grande a los mortales.
Todas alguna vez. Y nunca es para siempre. Siempre es una palabra que le queda grande a los mortales.
03 abril 2009
OMG!
Estaba haciendo mis calentamientos matutinos cuando hice un descubrimiento sin precedentes. Resulta que tengo BlackVerri.
Hasta hoy yo creí tener un nokia destartalado y cerealero de a $3 en el oxxo. Pero no, de pronto miré hacia la barra de mi cocina y ¿qué es lo que veo?
Son Black. Son Verri. Son blackVerri.
Sin embargo no me abandona la sensación de que algo no está del todo bien. No he podido revisar mi correo en dos horas de intentos.
Hasta hoy yo creí tener un nokia destartalado y cerealero de a $3 en el oxxo. Pero no, de pronto miré hacia la barra de mi cocina y ¿qué es lo que veo?
Son Black. Son Verri. Son blackVerri.
Sin embargo no me abandona la sensación de que algo no está del todo bien. No he podido revisar mi correo en dos horas de intentos.
El mejor cumplido que haya escuchado en la vida.
Sólo contigo siento la enorme libertad de ser terriblemente insoportable, maniática, llena de defectos molestos y de arranques de malhumor. Sólo contigo puedo sentirme así porque sé que aunque yo de verdad sea todo eso, soy demasiado hermosa para que pienses en dejarme. La verdad es que sólo me soportas porque sabes que nunca podrías tener algo mejor. Es imposible no respetar a un hombre tan sensato.
02 abril 2009
Apuntes sobre un tema pasado de moda.
No es un secreto para quienes me rodean que yo soy un nostálgico. Incluso si usted es un lector más o menos frecuente de esta bitácora ya se habrá dado cuenta de que cotidianamente recurro al recuerdo, la evocación o la remembranza simple para rellenar el espacio de la nota diaria. No lo lamento. En realidad todos vivimos un poco de nuestras memorias queridas y de nuestras memorias dolorosas. A veces, sí, me preocupa llegar a la senilidad antes de los cuarenta y ser uno de esos viejecitos cliché que comienzan las frases con las palabras "en mis tiempos". Obviamente quiero que "mis tiempos" se cuenten desde el segundo inmediato anterior, si es posible hasta el momento de morir.
No soy un anticuado, y eso es muy fácil de constatar. Para todos los efectos que importan -con la posible salvedad del tecnológico, por factores que no es necesario reseñar- soy de hecho un adelantado a mi época. Pero contrario a las tendencias actuales que consisten en hacer predicciones más que análisis de los hechos, yo prefiero esperar a ver los efectos y consecuencias para calificar algo de positivo o negativo.
Ese escepticismo me ha salvado de muchas decepciones y por el otro lado no me ha privado de ninguna alegría. Ejemplifico:
En el año 2000, recién terminado el proceso electoral del país, toda la banda estaba vuelta loca de emoción. Había llegado un mesías al poder. Se habían terminado setenta años de dictadura monolítica partidista y empezaba una época de jolgorio, plenitud y algarabía. ¿Cierto?
Bah, a huevo que no. Y yo fui de esos que cuando se enteraron que Fox ganaba, dijo ¿y qué?
Pero bueno, demasiada introducción para llegar a la mamada (lo cuál es por lo menos paradójico, ya que generalmente es al revés). A lo que íbamos. Resulta que estaba yo revisando mis correos, como es usual cuando regreso de mis labores matutinas. En la bandeja de entrada encuentro los usuales comentarios del blog, un par de correos de chistes -lo clásico- y por último, lo que me da tema para este post: Un e-mail religioso.
Normalmente ni me molesta ni me inquieta ni me quita el sueño recibir ese tipo de correos. Rara vez es algo distinto de una "Oración por el trabajo", "El padre nuestro de hoy", "Dios te ama" y cosas como esa. Hoy, sin embargo, se trató de "Una muerte espeluznante". Ah, karate. Muerte espeluznante. Eso me interesa, tiene punch, ¿no? Abro el correo, que resulta ser una presentación de power point con una descripción "científica" de la muerte de Jesús Christ en aquella crucificción de la que por estos días se cumplen 2009 años.
Obviamente entrecomillé la palabra "científica" por razones especiales. Digo. El textículo este hace una descripción breve del sistema tegumentario y tendinoso que está como para doblar de coraje a cualquier anatomista amateur. Dice, además, que un adulto promedio tiene 3.5 litros de sangre (o sea, los hematólogos le andan errando como por ¡litro y medio!). También resulta que la rotura de un tendón en las muñecas puede hacer que se te constriñan los pulmones y no puedas respirar. O sea, toda una gama de descubrimientos médicos que el colegio de investigación de la UNAM envidiaría.
¿Y todo para qué? Bueno, para lo mismo que Mel Gibson hizo La Pasión: Sensacionalismo aplicado a las masas.
Dudo seriamente que haya un ser humano adulto en el mundo occidental que desconozca la historia de Cristo. Nació, creció, enseñó, pescó, enseñó, sanó, enseñó, y lo crucificaron. Lo azotaron, fustigaron, desangraron, apalearon, hicieron cargar un gran peso en una gran distancia, atravesaron con una lanza, coronaron con espinas, clavaron de muñecas y tobillos. Y luego se murió. ¿Todos de acuerdo? Por supuesto, es una historia que habremos oído unas... ¿mil, dos mil veces en nuestras vidas?
Entonces, ¿Para qué quiero yo recibir un correo con una pésimamente redactada descripción prrrt científica prrrrt del sufrimiento del cuerpo humano del Savior.
Eso tiene un nombre, ¿saben, fanáticos? Se llama Chantaje.
No se llama propaganda religiosa, evangelización, conquista espiritual, predicar la palabra. No. Se llama chantaje. Utilizar el sufrimiento de alguien para convencerme de que fue por MÍ que esa persona sufrió muchísimo y le pegaron y le dolió un montón y que por eso debo ser bueno y darles mi dinero se llama C-H-A-N-T-A-J-E.
En serio, ¿creen que porque me dicen "si te da vergüenza reenviar este correo es porque te avergüenzas de tu Dios, y si lo haces, él también se avergonzará de ti" voy a acomodarme a sus peticiones? Me imagino al máster sentado en su despacho, arreglando los pedos de la capa de ozono, coordinando un tifón en Malasia, un desprendimiento glaciar en el Polo y un sismo en Tokio mientras evita que nos chinguemos en el último par de tigres siberianos, y revisa su correo en el GodBerry y se da cuenta de que no reenvié el e-mail. ¿Le dará verguenza? ¿O más bien se sentirá contento de que antes de venir aquí a revisar ese pinche correo estúpido le compré el desayuno a una niña que pedía dinero en el semáforo, le conseguí empleo a un amigo que andaba ya muy apuradito de lana, le di el asiento a una señora algo mayor en el camión y además lucí bien mientras hacía todo eso?
No me da verguenza mandar el correo porque hable de Dios, me da verguenza porque toda persona que está en mi libreta de contactos es mi amigo, y me daría muchísima pena que cualquiera de mis amigos creyera que le estoy diciendo retrasado mental enviándole un correo sensacionalista, plagado de errores, sin otra intención que incrementar a la borregada que piensa que enviar una cadena los convierte en mejores personas aunque mientras la reenvían tienen abiertas dos páginas de porno lésbico y una conversación de messenger con su amante. Me daría mucha verguenza que un amigo mío creyera que toda mi percepción de Dios ha cambiado porque alguien me relató con sangre y tendones y clavos la historia de un varón de 33 años que murió torturado en una cruz.
Juana de Arco murió quemada en la hoguera. Moctezuma Xocoyotzin fue apedreado. Miguel Hidalgo fue decapitado y su cabeza expuesta para contemplación de todos. ¿Creen ustedes y están dispuestos a morir por ello en La libertad de los franceses, en Lo injusto de la conquista o en La independencia de méxico?
La defensa descansa.
No soy un anticuado, y eso es muy fácil de constatar. Para todos los efectos que importan -con la posible salvedad del tecnológico, por factores que no es necesario reseñar- soy de hecho un adelantado a mi época. Pero contrario a las tendencias actuales que consisten en hacer predicciones más que análisis de los hechos, yo prefiero esperar a ver los efectos y consecuencias para calificar algo de positivo o negativo.
Ese escepticismo me ha salvado de muchas decepciones y por el otro lado no me ha privado de ninguna alegría. Ejemplifico:
En el año 2000, recién terminado el proceso electoral del país, toda la banda estaba vuelta loca de emoción. Había llegado un mesías al poder. Se habían terminado setenta años de dictadura monolítica partidista y empezaba una época de jolgorio, plenitud y algarabía. ¿Cierto?
Bah, a huevo que no. Y yo fui de esos que cuando se enteraron que Fox ganaba, dijo ¿y qué?
Pero bueno, demasiada introducción para llegar a la mamada (lo cuál es por lo menos paradójico, ya que generalmente es al revés). A lo que íbamos. Resulta que estaba yo revisando mis correos, como es usual cuando regreso de mis labores matutinas. En la bandeja de entrada encuentro los usuales comentarios del blog, un par de correos de chistes -lo clásico- y por último, lo que me da tema para este post: Un e-mail religioso.
Normalmente ni me molesta ni me inquieta ni me quita el sueño recibir ese tipo de correos. Rara vez es algo distinto de una "Oración por el trabajo", "El padre nuestro de hoy", "Dios te ama" y cosas como esa. Hoy, sin embargo, se trató de "Una muerte espeluznante". Ah, karate. Muerte espeluznante. Eso me interesa, tiene punch, ¿no? Abro el correo, que resulta ser una presentación de power point con una descripción "científica" de la muerte de Jesús Christ en aquella crucificción de la que por estos días se cumplen 2009 años.
Obviamente entrecomillé la palabra "científica" por razones especiales. Digo. El textículo este hace una descripción breve del sistema tegumentario y tendinoso que está como para doblar de coraje a cualquier anatomista amateur. Dice, además, que un adulto promedio tiene 3.5 litros de sangre (o sea, los hematólogos le andan errando como por ¡litro y medio!). También resulta que la rotura de un tendón en las muñecas puede hacer que se te constriñan los pulmones y no puedas respirar. O sea, toda una gama de descubrimientos médicos que el colegio de investigación de la UNAM envidiaría.
¿Y todo para qué? Bueno, para lo mismo que Mel Gibson hizo La Pasión: Sensacionalismo aplicado a las masas.
Dudo seriamente que haya un ser humano adulto en el mundo occidental que desconozca la historia de Cristo. Nació, creció, enseñó, pescó, enseñó, sanó, enseñó, y lo crucificaron. Lo azotaron, fustigaron, desangraron, apalearon, hicieron cargar un gran peso en una gran distancia, atravesaron con una lanza, coronaron con espinas, clavaron de muñecas y tobillos. Y luego se murió. ¿Todos de acuerdo? Por supuesto, es una historia que habremos oído unas... ¿mil, dos mil veces en nuestras vidas?
Entonces, ¿Para qué quiero yo recibir un correo con una pésimamente redactada descripción prrrt científica prrrrt del sufrimiento del cuerpo humano del Savior.
Eso tiene un nombre, ¿saben, fanáticos? Se llama Chantaje.
No se llama propaganda religiosa, evangelización, conquista espiritual, predicar la palabra. No. Se llama chantaje. Utilizar el sufrimiento de alguien para convencerme de que fue por MÍ que esa persona sufrió muchísimo y le pegaron y le dolió un montón y que por eso debo ser bueno y darles mi dinero se llama C-H-A-N-T-A-J-E.
En serio, ¿creen que porque me dicen "si te da vergüenza reenviar este correo es porque te avergüenzas de tu Dios, y si lo haces, él también se avergonzará de ti" voy a acomodarme a sus peticiones? Me imagino al máster sentado en su despacho, arreglando los pedos de la capa de ozono, coordinando un tifón en Malasia, un desprendimiento glaciar en el Polo y un sismo en Tokio mientras evita que nos chinguemos en el último par de tigres siberianos, y revisa su correo en el GodBerry y se da cuenta de que no reenvié el e-mail. ¿Le dará verguenza? ¿O más bien se sentirá contento de que antes de venir aquí a revisar ese pinche correo estúpido le compré el desayuno a una niña que pedía dinero en el semáforo, le conseguí empleo a un amigo que andaba ya muy apuradito de lana, le di el asiento a una señora algo mayor en el camión y además lucí bien mientras hacía todo eso?
No me da verguenza mandar el correo porque hable de Dios, me da verguenza porque toda persona que está en mi libreta de contactos es mi amigo, y me daría muchísima pena que cualquiera de mis amigos creyera que le estoy diciendo retrasado mental enviándole un correo sensacionalista, plagado de errores, sin otra intención que incrementar a la borregada que piensa que enviar una cadena los convierte en mejores personas aunque mientras la reenvían tienen abiertas dos páginas de porno lésbico y una conversación de messenger con su amante. Me daría mucha verguenza que un amigo mío creyera que toda mi percepción de Dios ha cambiado porque alguien me relató con sangre y tendones y clavos la historia de un varón de 33 años que murió torturado en una cruz.
Juana de Arco murió quemada en la hoguera. Moctezuma Xocoyotzin fue apedreado. Miguel Hidalgo fue decapitado y su cabeza expuesta para contemplación de todos. ¿Creen ustedes y están dispuestos a morir por ello en La libertad de los franceses, en Lo injusto de la conquista o en La independencia de méxico?
La defensa descansa.
01 abril 2009
No room for the shortminded
Cuando uno es corto de miras cualquier perspectiva parece amplia, o al menos eso es lo que me hace pensar el amigo al que miro a un par de metros de distancia elegir cuidadosamente entre dos créditos de vivienda. Uno le da $350,000 para elegir entre varios desarrollos al surponiente una de esas casas de muñecas donde vivir cómodamente es más fantasía suburbana que otra cosa, y lo compromete a pagar durante 40 años -40 años- una suma discreta en forma mensual. El otro le da tanto como $750,000 pesos para ir a lo que en bienes raíces se llama mercado abierto y que en resumidas cuentas se trata de comprar básicamente la casa que te dé la gana, donde te dé la gana, mientras cueste igual o menos que el total de tu crédito. Esta opción lo compromete a pagar una suma cuantiosa -por decir lo menos- cada mes, durante 15 o 20 años.
Y ya. Son todas las opciones.
Mi amigo es de esa gente admirable que sabe planear a futuro. Tiene un buen auto, relativamente nuevo, buenos muebles, viste bien. Estoy seguro que va a elegir la opción correcta, pero de cualquier manera me salta a la cara la idea de que no tendría qué elegir. O al menos no todavía. Sí, ya sé, ustedes pensaban cuando empezaron a leer este post que yo me refería a mi amigo como corto de miras, y apenas en este tercer párrafo se comienzan a dar cuenta de que hablaba de mí.
Verán. Este que escribe es, al contrario de mi inteligente, bien administrado y muy seguramente próspero amigo -recientemente casado, debo decir- una de esas personas detestables que toman las decisiones cuando ya no hay más remedio. Y la cuestión es que hay muchas formas de justificarlo: "Huy, la vida al extremo", "Ahh, la emoción de lo inesperado", "ohh, lo espontáneo siempre es mejor", pero al final todos los argumentos se reducen a que uno juega siempre del lado del azar.
Y de repente un día se despierta con nada.
A mí ya me ha pasado. Y no una vez. Y sé que mi historia no es única, pero es la única que me ha hecho pasar hambre, sed, penas y penurias, a mí. Eso de vivir al día, más allá del glamour, el encanto bohemio y alocado que pueda tener cuando se escucha al sujeto disertar de la suerte que lo llevó a salir adelante otro día, las casualidades que se conjuraron para pagar la renta, el amigo que llegó a invitarte a comer el día exacto en que te quedaste sin un peso, más allá de esos elementos del desastre, llegará irreductiblemente el día en que la suerte se termine y te encuentres con las tripas retorcidas lamentando cada vez que decidiste mal.
Por eso cada vez que maldigo mi rutina, me molesto por un mal día en el trabajo, dudo de mi talento o de las cosas que hago para mantenerme y cooperar para mantener a mi hermoso heredero, recuerdo aquella noche en que caminé en medio de una borrasca durante dos horas y media por no tener cinco pesos en la bolsa y de pronto todo se ve mejor.
Mi amigo termina de revisar sus opciones y elige de la forma más inteligente que pudo elegir: Dejará que decida su esposa. Eso es pensar con la cabeza.
Y ya. Son todas las opciones.
Mi amigo es de esa gente admirable que sabe planear a futuro. Tiene un buen auto, relativamente nuevo, buenos muebles, viste bien. Estoy seguro que va a elegir la opción correcta, pero de cualquier manera me salta a la cara la idea de que no tendría qué elegir. O al menos no todavía. Sí, ya sé, ustedes pensaban cuando empezaron a leer este post que yo me refería a mi amigo como corto de miras, y apenas en este tercer párrafo se comienzan a dar cuenta de que hablaba de mí.
Verán. Este que escribe es, al contrario de mi inteligente, bien administrado y muy seguramente próspero amigo -recientemente casado, debo decir- una de esas personas detestables que toman las decisiones cuando ya no hay más remedio. Y la cuestión es que hay muchas formas de justificarlo: "Huy, la vida al extremo", "Ahh, la emoción de lo inesperado", "ohh, lo espontáneo siempre es mejor", pero al final todos los argumentos se reducen a que uno juega siempre del lado del azar.
Y de repente un día se despierta con nada.
A mí ya me ha pasado. Y no una vez. Y sé que mi historia no es única, pero es la única que me ha hecho pasar hambre, sed, penas y penurias, a mí. Eso de vivir al día, más allá del glamour, el encanto bohemio y alocado que pueda tener cuando se escucha al sujeto disertar de la suerte que lo llevó a salir adelante otro día, las casualidades que se conjuraron para pagar la renta, el amigo que llegó a invitarte a comer el día exacto en que te quedaste sin un peso, más allá de esos elementos del desastre, llegará irreductiblemente el día en que la suerte se termine y te encuentres con las tripas retorcidas lamentando cada vez que decidiste mal.
Por eso cada vez que maldigo mi rutina, me molesto por un mal día en el trabajo, dudo de mi talento o de las cosas que hago para mantenerme y cooperar para mantener a mi hermoso heredero, recuerdo aquella noche en que caminé en medio de una borrasca durante dos horas y media por no tener cinco pesos en la bolsa y de pronto todo se ve mejor.
Mi amigo termina de revisar sus opciones y elige de la forma más inteligente que pudo elegir: Dejará que decida su esposa. Eso es pensar con la cabeza.
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