19 mayo 2009

Más sobre Mario.

No, no me voy a tentar el corazón ni a detenerme por pensar que ustedes, todos ustedes, leen otros blogs donde ya se habló sobre la muerte de Benedetti y se dijo lo posible y lo impensable. Yo también lo hice -lo hago ahora, en este momento, mientras anoto aquí- y me llevo sorpresas lindas y funestas. Desde la bloguita que nunca pensé que tuviera suficiente dulzura en el corazón para concederse la debilidad de leer la poesía de Mario (la poesía más dulce, más tierna, más maliciosamente ingenua) hasta el blogger al que respeto literariamente y que resulta que se queja de que lo recordemos, de que lo admiremos. Cuestión de cada quién, diría Francois Marie Arouette.

No me importa. Ustedes y cualquiera tienen en su poder el derecho de clickar la crucecita sobre fondo rojo que cierra de inmediato esta página o tomar alguno de los muchos enlaces que ofrezco en la barra de vínculos, ahí nomás, a la izquierda de su monitor, e ir a leer a alguien más interesante, original, fresco y creativo que yo.

Pero asumiendo que no lo harán, porque por algo vienen a esta bitácora en algún momento de su día, les hablaré sobre mi afición por Benedetti y cuánto ha influido en mi narrativa (que no en mi poesía que -dicen- es mitad Cobain mitad Sor Juana).

Y para hablar de mi afición por Benedetti, debo hablar de Otto Gómez Esperón, abogado, poeta y gran amigo de mi juventud, que ama a Benedetti como pocas personas han amado a un escritor y que tuvo el buen gusto de presentármelo en la cada vez más empolvada época universitaria, cuando ambos jugábamos a pegar letras a ver qué salía.

Por ese entonces yo devoraba la novela latinoamericana de los grandes, cuyos principales tomos pedía prestados gratis de la biblioteca del departamento de letras de la universidad. Leía a Cortázar porque García Márquez lo mencionaba en sus notas de prensa; leía a Borges porque TODOS los demás morían por chupársela al argentino; Leía al Gabo porque no se necesitan más razones que su genialidad. Pero de Benedetti, ni fa.

Otto Gómez, por ese entonces, leía entre días el Inventario, y guardaba celosamente un tomo algo viejo y gastado de La tregua, su novela favorita del uruguayo. Esto fue lo primero que leí de él: La tregua. Quizá su novela más representativa, con personajes más terrenos, más reales. He de decir que leer a Benedetti fue, desde el principio, un descanso paradisíaco de los geniales pero tremendamente densos Cortázar y Garcia Márquez. Entre la metaforización a la menor provocación del segundo y la incesante, abrumadora palabrería del primero, Mario Benedetti resultaba tan fácil de leer como una resbaladilla enorme por la que uno sencillamente se dejaba deslizar de principio a fin.

La tregua me encantó. Desde entonces me consideré un fiel adepto a Benedetti. Otto, para mi suerte, tenía otro par de joyas: Montevideanos, un cuentario exquisito con relatos del exilio -todo un tema dominantísimo en la prosa y poesía Benedettina-; Quién de nosotros, su primera novela, en la que ya se adivinaba un narrador de los grandes, y La muerte y otras sorpresas, un compilatorio de relatos breves en los que se hablaba del acontecimiento final del ser humano a veces triste y a veces alegremente.

Luego conseguí quién sabe dónde (quizá incluso haya sido también obra de Gómez), su Geografías, Primavera con una esquina rota, los Inventarios y un sinnúmero de cosas y papeles sueltos con su huella. Vaya, me lo acabé.

De Benedetti aprendí lo poco que tienen mis cuentos de sencillo. El colosal trabajo de ingeniería que un relato requiere para parecer simple, la innecesariedad de describir en exceso cuando puede sugerirse, insinuarse y ser más atrapador. De Benedetti hubiera querido aprender a decir sin decir, y a hablar con el corazón para decirle a una mujer cosas como Porque eres linda desde el pie hasta el alma/Porque eres buena desde el alma a mí.

Ahora que murió, que tenemos la certeza de que no volverá a escribir nada, ni una letra, es buen momento para volver a sus legados, lo que cuenta sobre la madurez, sobre la ancianidad serena que vivió en sus últimos días, sobre el vivir enamorado y morir sin hijos. Es un buen momento para volver a conocer a Mario Benedetti, antes de que la pátina de los años, el desgaste de todo lo que viene -su engrandecimiento, los discursos a su alrededor- lo mitifiquen y vuelvan lo que el menos quería ser: Una leyenda, un hombre lejano. Estoy seguro de que, si pudiera responder a una última pregunta, la pregunta "Mario: ¿cómo quieres que te recordemos?" Diría: Como fui de niño.

Buen viaje, Mario, y ahora sí: Lovers Go Home.

Se me murió un maestro.




Afortunadamente, escribió muchísimo antes de irse. Ya nomás falta que se muera el Gabo para que me quede yo huérfano de maestros. Descanse en paz un eterno exiliado, el único que dijo todo lo complicado de la forma más simple.

Patria es humanidad.

En mi soberbia opinión.

Un flexómetro es una herramienta útil. Por supuesto, el sólo hecho de ser una herramienta presupone la utilidad de un flexómetro, pero contrario a la mayoría de las herramientas, el flexómetro no es un obrero, sino un intelectual de la construcción. El martillo es convocado a la hora del clavo, el golpeteo intermitente; el serrucho es el cirujano de cuya precisión y filo depende el buen corte de una viga, un madero vasto; el taladro es un avanzado pájaro carpintero que le hace la vida fácil al destornillador y ha dejado casi sin trabajo al barbiquí. Pero de ellos, pocos hacen un trabajo tan cercano a la burocracia como el flexómetro. Nunca verán a uno cansado, sudando en la caja de las herramientas tras una ardua jornada. No. Lo verán más probablemente en el cinturón del ingeniero que dirige la obra, mirando orgulloso cómo todos siguen sus instrucciones para cortar los maderos, fundir las varillas, soldar las vigas. Lo verán subir a la camioneta y marcharse para volver unas horas después a supervisar los avances, volver a medir, constatar que todo marche según sus precisiones.

Un flexómetro es, en ese sentido, el ejecutivo de las herramientas. Supongo que la segueta, el rotomartillo, el cautín y las llaves de tuercas lo miran con cierto recelo, lo tienen por amanerado, comodino, perezoso. Al flexómetro dudosamente le importa, él es preciso y de su precisión dependen la velocidad y el buen desempeño de quienes laboran en la obra.

Una mujer que me ha comentado en un par de ocasiones me ha pedido que hable sobre las campañas políticas. Dudé entre hacerlo o no (ya en alguna ocasión les había suplicado no comentarme en forma anónima, ¿de qué se esconden, pequeños?) pero al final decidí que sí, en gran parte porque sobre ese tema tenía guardadas un par de opiniones desde hace tiempo y la anónima solicitud me cae al dedillo para de una vez plasmarlas acá. Por eso comencé hoy hablando del flexómetro.

¿Ambiguo, verdad? Sí, disculpen. La cosa funciona de la siguiente manera: Todos los días, al dirigirme a mi empleo cotidiano, tomo una arteria de esta ciudad -Veracruz, se llama- y manejo por cerca de un kilómetro antes de doblar. Todo ese kilómetro, desde hace meses, está copado de esa gran mierda gráfica que llaman propaganda electoral.

Wikipedia nos obsequia con la siguiente definición:
Propaganda: La propaganda o publicidad política consiste en el lanzamiento de una serie de mensajes que busca influir en el sistema de valores del ciudadano y en su conducta. Se articula a partir de un discurso persuasivo que busca la adhesión del otro a sus intereses.

Bueno. Me dan ganas de llorar. ¿Qué tipo de profundo mensaje se esconde detrás del brillante "Sonora al siguiente nivel" de un candidato o del aún peor "El #1" del otro. En el primer caso, me suena a discurso motivacional de empresa chafa, onda Grisham o John C. Maxwell; del segundo mejor ni hablar, sinceramente me parece el nombre de un caballo de los que corren en los hipódromos locales.

Sincerémonos. La realidad de las cosas es que las campañas políticas locales carecen de contenido. Toda la parafernalia que ensucia y afea la de por sí bastante fea ciudad en la que habito no tiene otro fin que el de disimular la total ausencia de discurso de parte de absolutamente todos los candidatos de los partidos fuertes que competirán en un par de meses por la gubernatura y las diputaciones y alcaldía local.

Pero sólo por curiosidad, tomé mi flexómetro de construcción (sí, tengo muchas herramientas, mi padre construye y si yo no supiera usarlas sería la verguenza de la familia) y me dirigí hacia la avenida mencionada para sacarme la duda: ¿Cuánta distancia hay de pendón a pendón? Empecé la medición en la General Piña y lo terminé en el bulevar Rodríguez. En los casos en los que había dos o más anuncios, consideré la mitad de la distancia -me pareció justo- y los resultados me escandalizan.

Hay un anuncio de un candidato a algo cada 4.5 metros. Contando sólo un lado de la acera.

Suponiendo que yo manejara mi automóvil a, digamos, 50 km/hr, es decir, a 13.8 metros/segundo, vería aproximadamente 3 fotografías con mensaje estúpido incluído de alguno de los 10,358 candidatos que codician algo en las próximas pizcas por cada segundo.

Tres por segundo.

Tres por pinche segundo.


TRES POR SEGUNDO, CARAJO.


Eso se aleja mucho de mi concepto de "propaganda", "campaña" o "marketing" y se acerca muchísimo a mi concepto de contaminación visual. Aceptémoslo: Cubrir la ciudad de fotografías y letreros idiotas como: "Él sí puede", "Gente de esfuerzo y resultados", "Tu voz en el congreso", "Quiero seguir robando", "No sé hacer nada más que esto" y demás linduras parecidas dudosamente es una propuesta política respetable.

Eso es sólo por un lado del asunto: El lado siguiente es aún más desagradable. ¿Ustedes saben cuánto cuesta aproximadamente cada una de las lonitas esas con la foto y el letrerito? Asumiendo que no lo sepan: Por lo menos $50 pesos cada una. Lo sé, no es una cifra escandalosa. Multiplíquenla por, digamos el medio millón de lonitas iguales de 1m x 50 cm y quizá la cifra sea un poco más importante. 250 000 000 de pesos.

Son 55, 555 aires acondicionados para una familia jodida. 312, 000 ventiladores si se quiere cubrir más área. Medio millón de semanas de super: verduras, arroz, carne, tortillas, leche, huevos, para una familia de 3 personas.

Pero esto, claro, son puras matemáticas. A nadie le importa. Eso no cambia el hecho de que El Pano Salido está bien guapo y por eso todas van a votar por él (no es misoginia, tan sólo en las últimas dos semanas he escuchado a 20 mujeres distintas EL MISMO ARGUMENTO. Decía: Estoy tomando en cuenta sólo lo pequeño. Si me apuran puedo incluir la manta de 80 mil pesos que cubre toda la torre de Hermosillo con la cara del guapísimo Pano Salido, o los espectaculares en la glorieta de Abelardo L. Rodríguez que andan por los 50, 000 cada uno. O el tiempo de transmisión radial para pasar Jingles de canciones de moda cambiadas para incluir el nombre de un candidato.

Eso ya no son matemáticas: son mamadas.

Por supuesto, comentarista anónima, por supuesto que voy a estar de acuerdo con que las campañas políticas en esta ciudad, en este estado, en este país, son la más soberana de las idioteces, en primer lugar porque son carísimas y en segundo lugar porque sirven para dos cosas:

1.-Para contaminar primero visualmente y luego ecológicamente este pinche rancho feo.
2.-Para recordarnos todos los días que no importa lo que sepamos de todos los que andan candidateando, si son ladrones, corruptos, ineptos, sinverguenzas, mafiosos o mangoneables: ellos son los mejores. Todos ellos.

No me jodan. Yo este año volveré a votar por Cantinflas.

13 mayo 2009

Strike out.

¿Alguna vez se preguntaron el origen etimológico de la expresión beisbolera "ponche"?

Para los neófitos, un Ponche en el béisbol ocurre cuando el bateador acumula tres strikes en su cuenta (es decir tres lanzamientos "abanicados" o que, sin serlo, hicieron contacto con la manopla del receptor en la zona considerada "de strike"). En inglés, a esa figura se le denomina Strike Out, lo que tiene mucha lógica, ya que el jugador es puesto Out ó Fuera por acumular 3 Strikes.

Pero ¿ponche? Lo sé, yo también me lo pregunté cuando decidí titular Strike Out a este post contra la huelga que aqueja a la Universidad de Sonora desde hace 40 días y que no parece acercarse a un fin.

Strike, como también deben saber ustedes, oh avezados lectores, es la palabra anglosajona para referirse a la Huelga. Strike out, luego entonces, sería Fuera huelga, ¿correcto? Sí, lo sé, soy ingeniosísimo.

(Pero bueno, si de verdad quieren saber por qué se dice Ponche en español, lean esta interesante nota al respecto, picándole Aquí.)

Porque este post, como les comentaba, no es para hablar de etimologías ni de semiótica u otros productos gramaticales. No. Este post es, como casi todos mis post, para escupirle a la cara a la sociedad mexicana, en esta ocasión sonorense, un par de verdades.

Para ser justos, yo no creo en la teoría de la conspiración. Todas las paparruchas de que hay un plan mundial y maléfico para apoderarse de nuestras mentes y guiarnos hacia el apocalipsis mercantilista globalizado non plus ultra etcétera, no me parecen sólo jaladas de los pelos sino, además, imposibles. Siempre quedará alguien consciente y dispuesto a dar la vida por defender los ideales de libertad e individualidad que nos hacen humanos. Sin embargo, creo y estoy dispuesto a declararlo ante un jurado que existe un plan del estado para hacer de los universitarios como grupo en particular, un hato de bestias sin criterio y con escaso conocimiento de la vida real.

¿En qué baso mis afirmaciones? Bueno, básicamente en los siguientes argumentos:

1.- El cambio -por decir lo menos- injustificado en el sistema educativo universitario.

Siendo objetivos: Tanto la UNAM como el IPN, las dos universidades representativas por excelencia del alma máter mexicana, mantenían hasta finales de los 60 un nivel que en el orden mundial era reconocido como excelente. Ser ingeniero por el IPN era El Título, ser médico, abogado o casi cualquier otra cosa por la UNAM era garantía de empleo y calidad de vida. El modelo funcionaba. ¿Cuál era ese modelo? En primer lugar catedráticos que no sólo eran profesores, sino verdaderas autoridades en la materia. En segundo lugar, un sistema educativo vivencial, en el que la retroalimentación entre grupos estudiantiles de ideologías diversas, podían debatir en forma libre y organizada los puntos de vista sobre áreas específicas de sus futuras profesiones.

¿Qué pasó? Bueno, para ser precisos: ESTO.

Las consecuencias ustedes ya las saben, o deberían, si no fueran una completa verguenza para la sociedad a la que dicen pertenecer. Muchos muertos, desprestigio internacional sobre la gobernabilidad del país, odios y resentimientos contra el presidente en turno y el siguiente, y muchas camisetas del Che Guevara por todos lados. Pero hubo otra consecuencia que nadio vio o quiso ver: El cambio en el sistema de impartición de clases.

Si ustedes cursan o cursaron una carrera universitaria, debe parecerles la cosa más común del mundo que, apenas termina una clase, todos agarran sus bártulos y se despiden de los conocidos para ir rumbo al siguiente salón, donde otro maestro les impartirá otra materia, rodeados de completamente otros compañeros estudiantes. Claro, eso es lo normal, ¿no? Pues no. ¿Se acuerdan de las "magníficas épocas" de la secundaria y preparatoria? Lo mucho que quisieron a sus amigos y amigas, lo mucho que lloraron en la graduación, lo mucho que se prometieron extrañarse y llamarse y bujú no olvidarse snif jamás. Todas esas añoradas nostalgias surgieron de la diaria convivencia, la identificación de puntos de vista, la amistad y la francachela que el sistema universitario actual no sólo no estimula, sino que pretende destruir.

En un rápido sondeo con otros graduados, resultó que la inmensa mayoría seguía siendo amigo de aquellos que conoció en primer semestre, casualmente el único en el que se llevan las materias juntos y en el mismo salón. ¿Les suena familiar? Obviamente es difícil hacer identidad de grupo cuando cada vez que volteas a tu alrededor, el grupo ha cambiado el 75% de sus integrantes, cuando menos.

Teoría de la conspiración: 1 Tu ignorancia: 0


2.- La infiltración al principio sutil y ahora francamente escandalosa de los partidos políticos en los campus y facultades universitarias.

En la generación de mis padres, era sencilo: Paco es hippie, Marta es rocker, Junior es Yuppie y Gabriela, fresa. En mi generación fue: Paco es panista del yunque, Marta Priísta tecnócrata, Junior Pan/Opusdeísta y Gabriela votó por su tía la diputada.

Los invito a pasar lista en cualquier reunión de las brigadas juveniles de cualquiera de los 3,245 candidatos-a-lo-que-sea que hay ahorita en la ciudad y el estado y se sostengan los calzones cuando sepan cuántos de ellos deberían estar atendiendo sus clases de Derecho, Administración, Ciencias Políticas, LAP, Economía y un largo, muy largo etcétera. ¿Creen que a cualquier partido político le interesa que vuelvan las clases antes de las elecciones y les quiten entre 6 y 8 horas de la carne de cañón más útil que se puede encontrar? Permítame darle un sorbo a mi cognac para evitar la carcajada que me seca los labios.

Teoría de la conspiración: 2 Tu ignorancia: 0

3.- La pérdida total de credibilidad en el prójimo.

Hey, no me verán culparlos, muchachos, yo tampoco les creo un carajo. Pero sí quiero que reconozcan que la revolución cubana no se hubiera consumado sin Fidel, que no se hubiera liquidado el Apartheid sin Mandela, La independencia de la India sin Ghandi. No. No se santigüen, no pongo en la misma bolsa a Castro, Mandela y Ghandi (o a Jessie Jackson, José de San Martín, Juana de Arco). Lo único que quiero dejar claro es que todas esas personas fueron líderes capaces de convocar a su alrededor miles de voluntades y guiarlas hacia un fin. Hay un dicho muy viejo entre los empresarios de éxito: Si quieres que algo se haga, nombra a un hombre, si quieres que algo se prolongue eternamente, nombra a un comité.

De verdad, no hay un figurín universitario que levante la mano y diga, señores, hagamos bullicio. Yo les aseguro como que me llamo como me llamo que en el momento que se viera una manifestación estudiantil con una cuarta parte del total de alumnos (hay alrededor de 30, 000 en los distintos campus) el Gobierno del Estado, urgido de crédito social en esta época espinosa de votos y urnas, le ponía cohetes de propulsión al final del conflicto.

Ayer hubo una manifestación, pasé por ahí por mera curiosidad y creánme que no conté más de 300 almas.

Teoría de la conspiración 3 Tu ignorancia: 0

Strike Out.


Les decía, yo no creo en la teoría de la conspiración, pero sí que creo en la teoría de la Anomia (saludos, Charlotte) y creo que la anomia es la que mantiene la huelga on-going. Anomia sindical, anomia estudiantil, anomia estatal y anomia social.

Y sí, toda esta larga perorata es porque mientras dure la huelga seguirá cerrado mi gimnasio, y ese es mi único interés. Por lo demás, pueden prenderle fuego a la UNISON y yo no voy a extrañar nada. Ya no hacen falta profesionistas por lo menos para los próximos 30 años.

12 mayo 2009

To-do list.

Traigo muchos temas en la cabeza sobre los cuáles quiero publicar acá y quizás en algún otro lado, pero de repente como que se me disipan las ideas y termino no escribiendo de nada, así que, a manera de presión a mí mismo (¿está bien decir “mí mismo”? ¿hay “mí diferente”? no lo sé) voy a poner aquí una listita breve de esos mismos temas o de los que yo creo que son esos temas y a lo mejor también de una vez hablo de otras cosas que quiero hablar pero no son necesariamente temas –ni tampoco es necesariamente “hablar”, sino escribir, pero bueno, ya saben, taras del
lenguaje-, en fin, va el breviario.

1.- ¿Qué están haciendo todos los estudiantes de la Universidad de Sonora en estos dos meses de inactividad que ya llevan los maravillosos maestros y trabajadores administrativos?

2.- ¿Cómo van mis actuales proyectos –literarios, de marketing y cinematográficos- y qué es lo que está deteniendo los procesos de cuyo desarrollo depende la culminación de ambos?

3.- Estoy planeando un artículo sobre el llamado “cine de ficheras” de la pobrísima cultura cinematográfica nacional y estos días los he dedicado a la recopilación de datos biográficos de grandes íconos de la misma, como Alfonso Zayas, “El caballo” Rojas, Pedro Weber “Chatanuga”, y un largo etcétera, pero creo que me voy a molestar mucho si hago un trabajo que ya está muy hecho, así que a partir de hoy voy a buscar publicaciones al respecto para evitarme la fatiga.

4.- Argumentos variados que en conjunto podrían llamarse “Apología de un escritor prometedor que sigue siendo nomás una promesa”.

5.- No sabía que se podía estar deprimido y ser feliz al mismo tiempo.

Ojalá alguien pudiera escribir estas cosas por mí, para poder leerlas y entender muchos detalles que me traen medio desternotipado y alteranucídico (lo cuál generalmente me hace inventar palabras). A lo mejor como proponía el Gabo en una nota de El Espectador por ahí de la segunda mitad del siglo XX: lo que me hace falta en la vida es un escritor.

10 mayo 2009

Feliz Cumpleaños, Ana.



Gracias por darle cohesión a mis días y por enseñarme la bahía. Te adoro.

09 mayo 2009

La madre de mi madre. Zullypost.

Casi todo lo que disfruté en la infancia vino de mi manina. La madre de mi madre. A la fecha, tiene dieciséis nietos y absolutamente ninguno tiene permiso de decirle abuela. Es La manina, y aquel que ose llamarla distinto se mete en un pedo familiar que puede durar semanas de reprimendas y una dieta muy mal balanceada.

La verdad es que he olvidado muchas cosas de aquellos años. No recuerdo tantos detalles como quisiera, o como a veces creo que recuerdo. Pero tengo bien clara esa casa de techos altísimos con grandes vigas de madera sosteniéndolos por donde yo jugaba a buscar tesoros en los vetustos muebles de madera. Me acuerdo del patio inmenso en cuyo fondo había árboles de durazno, de limón y guayaba y grandes rosales cuyas flores eran del tamaño de puños. Había un derruido cerco de alambre de púas tras el cual podían verse los caballos, los chivos y puercos de la huerta vecina y había una de esas letrinas que la civilización ha terminado por casi desaparecer de las casas. En ese patio yo jugaba a ser el niño de campo que tal vez debí haber sido.

Yo creo que fui uno de los muy pocos niños citadinos que nunca le tuvieron miedo a la oscuridad. La razón es mi manina. En su pueblo se iba la luz con los primeros vientos de las lluvias de verano y todo el caserío quedaba a merced de los pequeños faros ardientes de las veladoras y los quinqués. Uno podía albergarse junto a uno y estar confinado a ese pequeño medio metro de luz, expectante de los ruiditos que venían de la tiniebla, suponiendo formas y seres ahí, en esa nada oscura que rodeaba la esfera brillante. O podía caminar hacia lo oscuro cerrar los ojos y escuchar los ruidos lejanísimos del croar de los sapos y del concierto de grillos, búhos, vacas que se regocijaban del frescor del agua.

En ese lugar de magia es donde recuerdo a mi manina. Su voz tan cálida y protectora en una habitación muy oscura contándome historias de seres malvados que venían por las noches a merodear el pueblo. Toda la imaginaria local del siglo XIX era dominada de pe a pa por mi manina y así fue que conocí la leyenda de La penitente, los mitos y ficciones del Nahual, La historia trágica pero aterradora también de La llorona, el miedo irracional al Sapo-Toro. Por mi manina conocí el recurso fantástico de poder tener a alguien al borde del colapso simplemente utilizando adecuadamente las palabras y las figuras. Yo era un escuincle de quizá cuatro o cinco años, orinándome del miedo al imaginar a aquellas criaturas sobrenaturales en el umbral de la puerta de la casona, o quizá menos, al alcance de mi mano en el lugar exacto en el que la oscuridad los ocultaba de mi vista.

Mi manina me enseñó a hacer dos de las cosas que más disfruto en la vida: Contar historias y cocinar.

Cuenta Doña Dulce que yo de pequeño era muy remilgoso y que la única forma de que comiera algo que no me gustara (o sea casi cualquier cosa distinta de los tomates con sal, los duvalines y los flippys) era hacer que me la preparara mi manina. Hacía un espagueti a la crema que se los juro que les sacaría lágrimas de los ojos de lo delicioso. Los fines de semana que despertaba en su casa, le hacía compañía en la cocina y la miraba picar ingredientes, destripar un pollo, hervir verduras, salpimentar, hacía todo con un método y una exactitud que tenían algo de alquimia secreta y el resultado ni hablar: sublime.

Cuando empecé a vivir solo, a los diecisiete años y sin más recursos domésticos que el espionaje a las sirvientas de mi mamá, solía comprar comida ya preparada y comerla leyendo en alguno de los departamentos que habité. Hasta que un día el presupuesto me obligó a empezar a rascarme con otras uñas y descubrí maravillado que sabía preparar un montón de platillos y guisos gracias a la secreta alquimia gastronómica de mi manina y que, aunque mi sazón jamás será igual, no lo hago nada mal. De hecho, cocino rico, mejor que varias mujeres. Cocino rico y cuento buenas historias, y las dos cosas derivan de mi manina y el tiempo que siempre me regalaba sin esperar a cambio nada distinto de mis ocurrencias de pequeño curioso y listísimo.

Por eso cuando alguien, como Zully, me pregunta por alguien que haya influenciado mi infancia, no dudo en hablar de mi Manina. María Rosa Quintero. No sólo influyó en mi infancia: Ella la hizo.

06 mayo 2009

El Persepost.

Dado que hasta el momento Frida ha sido la única en exprimirse un poco las meninges y propuesto un tema en particular, el autor procede a cumplir con sus compromisos de campaña y ofrece a continuación el post orgullosamente titulado "DE LOS PERSONAJES QUE ME REGALARON LA FE A LA LITERATURA Y TODO LO QUE DE ELLO ACONTECIÓ" al que bien podría agregársele el apéndice "Y LOS PERSONAJES QUE YO LE HE AÑADIDO A LA LITERATURA CON UN PUÑO DE FE A VER QUÉ ACONTECE".

Creo que ya una vez aclaré aquí que yo empecé muy mal el camino del lector. Hoy he de aclarar que no empecé tan mal como parece. Mi primer libro fue El principito de Antoine de Saint-Exupery (ahórrenme los acentos en francés, merci). Yo era muy pequeño entonces -rondaba los 5 años- pero me acuerdo perfectamente que me gustó mucho el personaje del zorro que buscaba gallinas para comérselas. Obviamente mi mente era simple y básica y solía ir del uno al dos, pero si no me falla la memoria, ese fue el primer personaje no-necesariamente-bueno que llegó a mis ojos por la vía de las letras.

Luego vino la edad oscura, también conocida como CarlosCuauhtémozoica, en la que no pasó nada literariamente en la vida del puberto lector que fui en la secundaria, llena de personajes que bien podría haber diseñado un pastor evangelista en un sermón dominical o una maestra de teatro de preparatoria pública o, para el caso, un guionista de televisa.

Y entonces, cuando todo parecía perdido y la vida se enfilaba por las aguas caudalosas de la lectura cursi y amelcochada con rica cobertura de moralina hipócrita y ramplona, apareció el master caribeño (escúchese de fondo una cumbia tropicalosa onda rayito colombiano) Don Gabriel José García Márquez Buendía, montado en un potro gigante de nombre Cien años de soledad.

Yo era un mocosito de trece años que se ufanaba de sus tablas literarias (había leído como cuatro libros, por lo que les llevaba como cuatro libros de ventaja a todos mis congéneres locales) y de pronto un día agarré ese libro de portadas amarillas, lo abrí, empecé a saltar sobre las palabas Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

¿Qué? ¿Cómo? No, en serio ¿Qué? ¿Muchos años después de qué? ¿Pelotón de fusilamiento? ¿Es la primera línea del libro y ya lo van a matar? ¿Quién chingados no conoce el hielo? El libro, en pocas palabras, me agarró por los huevos. Y un libro es una cosa testaruda, una vez que te tiene por los huevos sólo hay una forma de soltarte sin que te los arranque. ¿Han visto esas trampas de oso de las caricaturas que se cierran como fauces de tiburón cuando las pisas? Pues un libro se comporta de una forma muy similar, con la diferencia de que hay una manera de no salir lastimado y esa manera es seguirlo leyendo hasta que afloje.

Me sería bien difícil priorizar personajes en Cien años de soledad y decir que este me gusta por tal razón y este por tal otra, pero creo que el personaje que para mí más captura lo que ese libro vino a hacerle a mi neófito lector interior en aquella ya lejana y empolvada adolescencia se llama Melquíades el gitano. Él solo puede muy bien constituir todo el elemento metafísico que inunda y satura el ambiente narrativo de (pasarán más de) Cien años (muchos mas), es con él con quien llega el imán a Macondo, su tribu trae el hielo, la lupa, las aspirinas, demonios, incluso las dentaduras postizas. Por él es que José Arcadio Buendía revoluciona al pueblo para volverlo una civilización avanzada y por él se enteran todos de la existencia de las ciudades submarinas, las sirenas, las alfombras voladoras. Melquíades es por sí solo, la representación de toda superchería latinoamericana de los dos siglos anteriores y eso, para mí, es un elemento mágico respetabilísimo que justifica por sí mismo la existencia de la literatura.

Por lo tanto la lista, de serlo debería empezar con:
1.-Melquíades el gitano, Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad.
Y supongo que la continuaré con:

2.-Jean Baptiste "Garrapata" Grenouille, Patrick Süskind, El perfume.

Nunca voy a dejar de quitarme el sombrero ante la genialidad narrativa del Señor Süskind. Estoy seguro que todos los narradores de su época se quisieron retorcer en las úlceras de la envidia cuando leyeron la primera edición de El perfume y se toparon con la durísima realidad de que un escritor había agotado para siempre el recurso de describir con una armonía que raya en el éxtasis el sentido más ignorado hasta entonces por el quehacer literario.

El personaje creado expresamente para ello, Jean Baptiste Grenouille, es un niño fenómeno que nace de una destripadora de pescado en un almacén del mismo aromático producto marino y al que la madre gustosamente hubiera asesinado de no haber sido descubierta.

En todo el transcurso de la historia, y empezando por su propia madre, Grenouille le acarrea la muerte a todo el que tiene contacto con él. Pero eso es sólo incidental, lo realmente maravilloso del personaje es cómo Süskind se las arregla para emocionarlo (y emocionarnos) hasta las lágrimas cuando Jean Baptiste percibe un aroma sublime (generalmente un aroma femenino, aplausos). Para un ser humano que hubiera dado la vida por tener el don de Grenouille, los párrafos que versan al respecto son dignos de escribirse en oro y conservarse hasta la noche de los tiempos. Por si fuera poco, el personaje -y el libro- tienen el mejor final ever. Cómete esa, Dan Brown.

3.-Jesucristo, José Saramago, El evangelio según Jesucristo.

Imagínate que naces fuerte, robusto, hermoso (o robusta, hermosa, si naces sin pene), y al poco tiempo te acercan el cálido pecho de tu madre y sorbes y conoces el placer de ser amado. Y luego creces, te educan, recibes el amor de tus padres, aprendes el oficio de carpintero que ha sostenido a tu familia. Recibes la educación de los ancianos, te enseñan la doctrina de tu dios, te enseñan sus valores y reprimendas. Juegas con tus hermanos, comes lo que tu madre prepara en la hornilla familiar, ayudas a tu padre en el taller.

Y al día siguiente, matan a tu padre. Y te dicen que es por ti. Te enteras de que deberías haber muerto pocos días después de nacer. Que el rey de todos los pueblos que conoces quiere tu sangre, tu cabeza. Que cualquier soldado del reino que sepa quién eres no dudará en enterrarte un puñal hasta la empuñadura. Que estás destinado a huir toda la vida y que de todas maneras no servirá de nada, porque terminarás azotado, flagelado, torturado, golpeado, escupido, vituperado, clavado de muñecas y tobillos a una enorme cruz de madera, atravesado por una lanza de hierro, coronado de filosas espinas. Te enteras que harás todo eso porque otro, tu verdadero padre, decidió usarte de peón en su ajedrez.

El Jesucristo de José Saramago tiene la enorme, enorme virtud de ser un hombre. Antes de leer al portugués, siempre me habían vendido al Cristo super héroe que no se arredraba ante ningún castigo, enfrentaba sus condenas con valor y casi sacaba el pecho para recibir las balas. Y algo no me cuadraba. La señora Mago, por su parte, nos regala con un Yisus de una inteligencia preclara, conocedor de los designios del dios, pero que sin embargo se aterra cada vez que sabe las cosas que le están destinadas, se encabrona cuando se entera que a los cientos de miles que morirá para salvar les va a importar una mierda su muerte y que sus descendientes van a vivir haciendo caso omiso de su ejemplo. Alega con Dios y se hace compa del diablo, que incluso le da chamba -pagada y todo- como pastor de sus rebaños. Es más, el diablo de José Saramago también es un tipo de lo más cabrón, didáctico, paternal, no se enoja con Jesús cuando éste le falla, ni lo cocina a fuego lento ni lo lastima, no, lo voltea a ver con ojos dolidos y le dice: No has aprendido nada, vete.

Chingatumadre.

Exijo que Saramago reescriba la biblia inmediatamente.
***Precaución, todo lo anteriormente escrito contiene blasfemias e ideas que pararían de pelos a Benedicto XVI, favor de proceder con criterio***

4.-Alex Faber, Antonio Ortuño, El buscador de cabezas.

No tiene caso que hable de este personaje si es un hecho que NO han leído este libro. Léanlo, se los juro. El mejor personaje de un escritor joven y además él cuenta toda la historia. Una chingonería.

Y last but not least...

5.-Violetta, Xavier Velasco, Diablo Guardián.

No voy a discutir los poderes y defectos literarios de Velasco, sé que es como el América y lo amas o lo vomitas, pero el personaje principal de su libro principal es simple, sencilla y llanamente La perra más cínica, maldita, egoísta, bad-ass, calculadora, manipuladora y encantadora del mundo. Me casaría con ella ahorita. Period.

Y la segunda parte de la propuesta de la Perséphone pide que hable sobre el que yo considere el mejor personaje que haya creado en mi trabajo narrativo.

Aquí se me pone un poco complicado porque yo <3 a todos mis personajes, sobre todo a los femeninos de los que por lo general termino prendado teniendo que enfrentarme siempre al inconveniente de que no existan y todo eso. Pero bueno, creo que los mejores personajes en cuanto a manejo psicológico, empatía con el lector, logro estilístico y todo lo demás, tendrían qué ser:

1.- Julieta, de Julieta despierta, Julieta duerme y Julieta del Espejo.

Por mucho el personaje más pacheco que haya salido de mi galería mental. Es una mezcla entre la Alicia de Carroll y una estudiante de periodismo con la que platiqué diez minutos en un camión. Ah, sí, antes todos mis personajes los conocía en los camiones.

2.-Andrés, de Cada Palabra, Por lo menos, Sullivan y otros cuentos.

¿Qué puedo decir de este personaje? Es el tipo que yo sería si no fuera yo tan bueno.

3.- Ana Loyola, de Dos píldoras azules.

Por mucho, el personaje más celebrado por mis lectores. Es tan popular que todavía recibo ofertas económicas de mi público masculino para que les dé su teléfono o una seña mínima de dónde encontrarla. Malas noticias, no existe, es uno de los poquísimos personajes total, completa y absolutamente inventados de toda mi obra.

Me casaría con ella ahorita, aunque Violetta se encabronara.

Mi Perse, con todo cariño, complacida. Ojalá me cuentes de los tuyos.

05 mayo 2009

¿Ustedes ya saben que van a estar haciendo el domingo 24 de mayo?

Porque yo sí.





En otras noticias, ya llegó, ya está aquí, el legítimo taller de ACCSESORIOS.



Fabor de no rallar el letrero. Grasias.

A mis tres lector@s:

Como habrán notado, la producción de la bitácora anda por la calle de la amargura, así que se me ocurre hacer esto un poco pues.. interactivo, de modo que les propongo que en los comentarios de este post sugieran algunos tópicos sobre los cuáles les interesa leer.

Vuélvanse locos, pueden ser preguntas, temas abiertos, quejas, vaya, sólo palabras sueltas. Les prometo que todas, absolutamente todas serán complacidas.

Monitor agradece su valiosa colaboración.

03 mayo 2009

Dando a luz.

Soñé con el personaje principal de mi próxima novela. Hoy iremos a tomarnos un café.

Espero que vaya. Los personajes de mis historias suelen ser gente de lo más irresponsable y olvidadiza. Tal vez debería crear personajes menos sórdidos que los míos, personajes irreprochablemente puntuales, como algunos de rígido carácter y enjuto rostro que es común encontrar en Victor Hugo y en Dumas, o como algunos de aparente monotonía disfrazando un tornado que son raros de encontrar en un lugar distinto de Hemingway.

Tal vez debería crear mujeres más folklóricas y mucho más domésticas, como las que dibuja muy a gusto la señora Allende, o sumidas en terribles depresiones existencialistas como las de la señora Woolf y dejar de narrar a las perras sin alma y de vientre voraz con las que siguen topándose mis escasos lectores en cada una de mis historias. Quizá terminaría encontrándome a una que aprenda a destruirme y que sepa la forma correcta de lamer mis despojos para unirlos de nuevo.

Qué lástima que sea tan difícil para mi crear personajes en cuya existencia no confío y que me parezca una deslealtad querer venderle eso a mis muy pocos seguidores. Como venderles un carro descompuesto o apostarles en una pelea que ya pasó.

En otras noticias, cada vez es más probable que muera solo.

Qué linda semana la que hoy termina. Debería sembrar unas gardenias. Pero mi patio es de concreto. Tal vez mejor jazmines.

02 mayo 2009

Favor de intervenir este blog, señor preciso.

Yo sé que no me lo van a creer -y eso me tiene bien preocupado, si vieran, apenas duermo unos minutos al día- pero la razón de que no haya publicado en varios días es que me la he pasado haciendo corajes.

Yo sólo escribo cómodo cuando estoy muy sacado de onda, ya sea triste o confundido o reflexivo hasta el paroxismo, pero la verdad es que enojado no puedo escribir. Distribuyo mi tiempo entre golpear el costal y hacer ejercicio, en la esperanza de que la rabia se vaya junto con la energía y que el cansancio traiga la calma y la paz de la que a veces estoy tan escaso.

Estos días han sido de suma pena para este que escribe. Me da mucha pena vivir en un país tan triste como el mío, que con un pobre manejo mediático tiene suficiente para construir una escalada de pánico que lo pone en estado de emergencia contra un mito. Más trágico me parece aún que, cuando el pánico realmente cabe -Se me ocurre por ejemplo las inundaciones de Tabasco, el sismo del 85, las elecciones del 2006- no exista la reacción.

Desde hace más de una semana es el pan de todos los días ver a la gente caminando con sus cubrebocas por las calles del estado. Cubrebocas recorriendo las aceras del centro, cubrebocas en el interior de vehículos conducidos por una sola persona, cubrebocas en empleados bancarios, gerentes de tiendas de ropa, vendedores de verdura en puestos ambulantes, cubrebocas casi en las estatuas del centro histórico (nota mental: ponerle cubrebocas a las estatuas del centro histórico y NO ser arrestado). ¿Patético? Podría no ser tan patético, si no fuera porque desde el lunes pasado, el periódico de mayor difusión de la entidad ha repetido hasta el cansancio que hay un total de 0 casos probables de influenza en Sonora. 0 casos confirmados y me imagino que también 0 muertes.

Es decir: todo mundo se está protegiendo contra un mal que simple y sencillamente NO EXISTE. ¿Alguien de ustedes se vacunó esta semana contra La malaria, la peste negra o el beri-beri? Les apuesto a que no.

Y bueno, espero que todos hayan recibido mi email comentándoles de las leyes que se aprobaron la semana que termina, donde se aprueba virtualmente un espionaje del estado a los particulares, se instaura una ley marcial de hecho y se faculta a las corporaciones de seguridad a violar sistemáticamente la intimidad de los ciudadanos. Si no fue así les suplico que investiguen al respecto. Les apuesto que les provocará algo más que unos simples estornudos.

Detesto al Estado Mexicano.