...Que no soy un reportero. Ni un analista. Ni siquiera el cronista chafa de la ciudad del que sólo se acuerdan cuando hay pendiente un trabajo escolar para el que no existe información en la biblioteca o hay un hueco en las celebraciones del ayuntamiento que se llena muy bien con un "homenaje".
La verdad es que no soy nada de eso. No lo soy por dos razones principales que se ajustan muy bien a todos los casos. La primera es que no sé apreciar la realidad en su justa medida; la segunda, que tengo serias dificultades para ser objetivo.
Abundo: La realidad -o al menos la realidad de la que valdría la pena escribir si yo fuera un reportero, un analista o el encargado de las efemérides del diario local- tiene tantas capas y tantos matices que al final deja de ser una realidad uniforme, y se vuelve tantas realidades como medios de comunicación se encarguen de divulgarlas. La verdad, por supuesto, seguirá siendo una sola y universal, pero la realidad, el conjunto de hechos generalmente aceptados bajo cuya acepción se regirán todas las opiniones posteriores, estará basada -apostaría mi honra- en lo que se diga en el mainstream.
En ese sentido, la multiplicación exponencial de fuentes y foros que significó la aparición y democratización del internet, le dio una nueva vida a la confianza que se le puede tener a un medio masivo. En una época en la que los dos canales colosos de la televisión pública son abiertamente aceptados como parte del establishment (o el establishment per se), la mayoría de los periódicos de gran circulación son acusados justamente de tener "línea", y los noticieros internacionales -la mayoría- acusados de formar parte de la teoría del complot, Internet, por medio de herramientas como el Blog, supone un medio de filtración y parcialización de datos -datos tan disímiles como permite el acceso a la tecnología de sus administradores- que en conjunto son, simple y llanamente, el medio más confiable a nivel mundial en esta época.
La realidad aquí se conforma como un mosaico de opiniones a través del cual uno se forma una visión general de las cosas y casos, idealmente contrastada y puesta a prueba, para obtener lo más cercano a la verdad. En casi cualquier otro medio, la verdad llega como un montón de pedazos dirigidos hacia un punto previamente elegido por intereses no siempre inocentes.
Para cerrar entonces el primer punto, casi siempre al emitir una opinión, me siento convencido de tener la razón. Una de las más grandes taras que me dejó estudiar para abogado es sentirme impelido como un sine qua non a imponer mi razón sobre razones menos fuertes. Soy un argumentador hábil y eso se los puede decir cualquiera que haya discutido conmigo, pero no soy un tipo paciente. Por eso no soy un reportero, un analista o un cronista. Porque en todas esas ocupaciones uno escribe para poner su óptica a consideración del mundo, sin emitir por ello una opinión. Yo, por mi parte, escribo para opinar sobre el tema. Y no me gusta decir estupideces.
Esto me da pie para abrir el segundo punto de hoy. Como seguro notaron si son frecuentes de esta bitácora (si no lo son simplemente pueden ver las fechas de cabecera) de repente me ausenté bastante. Originalmente fue por motivos técnicos: mi anterior computadora murió, la nueva tardó en llegar, yadda-yadda. Posteriormente, fue algo más.
Siempre he sido algo triste. No es queja, lo soy y ya. Me acepto como tal y eso me hace capaz de vivir sin mayores complicaciones. Pero a veces suceden cosas que convierten mi tristeza de siempre en algo más grande. Hace un mes que el mundo se las arregla para que esto ocurra con frecuencia. Empezó el 5 de junio, como muchos de ustedes sabrán, con una tragedia en la ciudad que hasta el momento ha robado la vida de 48 niños entre los 8 meses y los 4 años. A cualquiera que no tenga demasiado podrido el corazón le afectó durísimo la tragedia. Pero a aquellos que además tenemos hijos de la edad de los que fallecieron, casi casi nos mató.
Leyendo aquí y allá, contrastando, es cada vez más obvio la herrumbre y malos manejos que permitieron que esta desgracia se gestara. Una tragedia es mucho más triste cuando se vuelve obvio que nunca debió ocurrir. Cuando hay un maremoto, un sismo enorme, un gran ciclón, uno sólo puede alzar la mirada al cielo y preguntarle a Dios si eso era necesario. Cuando 48 niños se mueren porque alguien "olvidó" revisar si las instalaciones donde pasaban 8 horas al día eran seguras para ellos, ya no es problema de Dios. Hay instituciones y hay funcionarios a los que les pagamos PRECISAMENTE para que eviten que esas cosas sucedan. ¿Qué quieren que les diga? No me parece tanto una tragedia como un crimen. Un crimen que sigue sin ser castigado y que terminará con un puñado de inocentes en la cárcel, como sucede siempre en este paisito en el que vivimos.
Dos semanas después de la guardería, alguien muy querido sufrió un accidente automovilístico. Su esposa -a la que amaba, me consta- y su pequeño hijo varón -al que amaba todavía más, si cabe- murieron en él. Su hija mayor, de 6 años, afortunadamente no iba con ellos. Él salió lastimado, pero está vivo y bien. Eran una familia joven, ambos con empleos en los que estaban creciendo, recientemente compraron su casa, su segundo auto. Eran felices, o eso creo yo.
No sé exactamente a qué se debe, pero estas cosas y algunas más me han golpeado muy profundamente. Desde hace ya tiempo me encuentro postrado y sin muchos ánimos. La escritura de mi novela actual es un paliativo agradable y estos días que he pasado con mi hijo también han sido un gran recargador de baterías. Ángel tiene esa maravillosa capacidad de recordarme que no necesito buscar motivos para estar vivo desde que él nació. Me gusta prepararle el desayuno en la mañana, verlo lavarse los dientes, que me explique las caricaturas en los 15 segundos que duran los intros y que se queje si no lo abrazo en las noches mientras duerme.
En fin... El resto, citando a Sir William Shakespeare, es silencio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario