21 septiembre 2009

(De)Generación.

En su amenísima novela Pixie en los Suburbios, Ruy Xoconostle hace una referencia bien interesante hacia un rasgo ditintivo de la gente nacida a mediados de los 70: Somos la generación que le pone nombres a las otras generaciones.

Efectivamente, los que rondamos la treintena pertenecemos a una época que sufrió de lleno la dicotomía de ser bendita y maldita por el boom del acceso al conocimiento y la repentina terrenalización de la ciencia y la tecnología. Quienes apenas ronden su segunda década sobre la esfera azul llena de basura que tenemos por planeta no pueden decir lo mismo, dado que prácticamente nacieron en un mundo que ya funcionaba así.

Sólo a algunos de nosotros nos tocó ver la desaparición paulatina del trompo y el yo-yo, la cuerda y la matatena, cediéndole su lugar al tamagotchi y sus nietos los pokémon. Presenciar la muerte de la casita del árbol y al nacimiento de las salas de chat; sólo a unos cuantos no nos pasó desapercibido que de pronto los niños de la otra cuadra ya no eran El Cochi, El güero y La pecas, sino El Neo, El Matrix17 y la SexyRedGirl, como sus nicknames afirmaban.

México tenía en 2005 una población de 103 millones de personas, de las cuáles 23 millones son usuarios cotidianos de internet y por ende tienen acceso a un caudal virtualmente ilimitado de bases de datos. Literatura, Cine, Tutoriales de cualesquier tema técnico y científico, música de todo el mundo en cualquier género. Vamos, ¿Cuántos de ustedes que leen esto ahora no hicieron una tarea de 25 páginas en 10 minutos, usando sólo Google, Yahoo, Wikipedia y algún par de otros websites? ¿Quién de ustedes no sabe lo que es un copy/paste? ¿Cuántos segundos demoran en decidir entre buscar en el diccionario o buscar en internet cuando no saben el significado de una palabra?

Somos una generación dependiente. Somos, también, una generación decadente. Lo digo una vez más por los que pasamos el cuarto de siglo, los menores no pueden quejarse: Nunca tuvieron oportunidad. Los que tuvimos el privilegio de tener que inventarnos los juegos en lugar de simplemente iniciar un motor de búsqueda que nos pusiera a la mano un salón de billar, un tablero de ajedrez con rival computarizado, un scrabble en línea y tantas otras linduras (Estoy viendo hacia ti, Muffia), y que tuvimos que rompernos la cabeza creando veinte juegos distintos que usaran la misma lata llena de piedras como herramienta principal, o basábamos nuestro prestigio en cuántos trompos habíamos roto a picotazos y no en cuántos Followers tenemos en Twitter. Esos, Nosotros, somos los que deberíamos ser llevados a una isla y luego fustigados hasta las lágrimas.

Nos dejamos vencer muy fácilmente. Nos sedujeron las posibilidades. Creímos en la aldea global, en el intercambio de información, en el aprender el sistema para luego derrotar al sistema. Hemos descubierto que el sistema nos rebasa. Creíamos que éramos rebeldes por despreciar a Gates y a Microsoft, corrimos hacia Linux, pensamos en golpear a los gigantes y lo único que conseguimos fue creernos las patrañas propias. Cada dólar que le negamos a Microsoft se lo regalamos a Apple. Cada vez que enviamos un mensaje de texto desde el Nokia destartalado hicimos un peso más rico a Carlos Slim.

Nos vencieron sin pelear. Nos vendieron necesidades y les creímos como los niños que éramos. Compramos nuestro celular, nuestra computadora y nuestro auto. Nos dieron el poder de la tarjeta de crédito y las compras en línea. Se burlaron de nosotros pagando la filmación de Trainspotting y Fight Club y diciéndonos en la cara la clase de sodomización a la que estábamos siendo sometidos. Nos vendieron Matrix mientras revisaban nuestros estados de cuenta y decidían de qué forma nos exprimirían al día siguiente y nosotros no sólo llenamos los cines, sino que compramos la edición especial en DVD y luego creamos una segunda mitología en torno a la mitología.

Nos enojamos con el mundo leyendo Mafalda, pero lo calmamos comprando algo más en el mismo Sanborns donde estábamos. Gritamos consignas en las marchas contra el imperialismo, pero marchamos usando converse y Levi's como todo el mundo alrededor.

Nos derrotaron. Hemos de lamernos las heridas antes de dormir. Despertaremos y procuraremos darnos prisa para checar tarjeta en la oficina antes de que terminen los quince minutos de tolerancia. Pasar las siguientes ocho horas jurándonos que falta poco, que dentro de unas semanas será la última vez. Tan sólo hay que terminar de pagar la casa, el auto, el nuevo blackberry y la pantalla. Ya casi estamos fuera, casi estamos listos para volver a luchar.

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