14 agosto 2014

Papá



Cuando crecía lento, tiernísimo, rosáceo
en el vientre de mi madre
mi padre tallaba con paciencia los maderos
de la cuna que fuese de mi hermana
y le procuraba suavidad y nuevos brillos
a aquel árbol o docenas de árboles
de donde había nacido nuestro lecho
probablemente compartido

el sapientísimo doctor de batas blancas
había dicho Esperamos otra niña
y mi padre, visiblemente emocionado
se pensó padre de dos princesas absolutas
rey de un reino doméstico
que olía a pan y mantequilla
pastor de dos ovejas esponjosas
de dos cabritas locas e inocentes

pero cuando nací, rubicundo y viscoso
con mis más de tres kilos de vida
y cargando a cuestas la cruz de adán
la condena terrena de un pene
y toda la instalación que lo acompaña
mi padre
aquel hombre en cuyo cráneo
los cabellos empezaban el motín
abandonó en volandas los pasillos del nosocomio
y compró con todas sus monedas
una cuna blanca y grandísima
una cuna con cerrojos y barrotes
una cuna con un oso y un pequeño zorrillo
una cuna de tersos capiteles
protegida con tules y hule espuma
guarecida de insectos y de soles

Nací un mayo soleado y floreciente
del vientre de mi madre / casi en junio
pero nací también, al mismo tiempo
del pecho de mi padre
del lugar tibio y con un piso de paja
donde mi padre tuvo siempre el corazón

Mi padre entonces era pobre
Y pobre era mi madre
En nuestra casa se reunían como viejos amigos
Docenas de recibos
Y nuestra casa nunca fue
realmente nuestra casa
Sino las casas de otros
que mes con mes aparecían
a cobrarnos con metal y papeles
la osadía de vivir bajo sus techos
de ocultarnos del frío entre sus muros

Sin embargo
Cuando el doctor de mameluco verde
Cortó de tajo el puente que me unía
al cuerpo de mi madre
dijo a todos: contemplad el moño condal
con que los dioses han decorado este regalo
y mi padre supo que yo estaba ahí
y era su vástago varón
y que sobre mí pesaba ahora su simiente
y que en mis piernas reposaba todo el peso de su sangre
abandonó de pronto toda prudencia
y se hizo construir para mí
el lecho real
la cuna monárquica
donde dormí mis sueños primigenios.

Siempre me supe el hijo de mi padre
No sólo porque encontraba su rostro
A veces descansando
Entre mis cejas gruesas y negrísimas
y mi mentón de lisa prominencia
Sino también porque en las noches
Cuando mis sueños los poblaban sombras de tiniebla
Y diablos de negrura
Y todos los temores
Me refugiaba en la cama de mis padres
Y sus manos
Aquellas manos grandes y morenas
Bendecían mi frente y mis espaldas
Y la paz era dicha
Y la paz era hecha
Y mis sueños eran entonces
sólo sueños.

Coleccioné en un frasco
Renacuajos
Y todas las luciérnagas del cielo
Con mis amigos fabriqué cometas vivos
amarrando una piola
de la armadura verde de un mayate
y me perdí en el mar
esos fueron mis primeros siete años
y en todos ellos estuvo mi padre
sentado al borde de su cama,
poniéndose las botas
para ir a buscar la vida.

En aquellos entonces, mi padre no era pobre
ni era pobre mi madre
pero ambos trabajaban de sol a sol
para poner manzanas en el cesto
del centro de la mesa
y rebanadas de pan en mi mochila
que yo lanzaba a los pichones de la plaza
felizmente indigente.

Cuando cumplí los ocho
Mi padre me compró
La más perfecta bicicleta roja
Con todos los ahorros de un año de trabajo
Y yo,
Un niño más tonto que feliz,
Me la dejé robar en pocos días.

Recuerdo el pánico terrible de las horas
Que sucedieron al robo de mi bici
El miedo atroz de los regaños
Que dejarían la boca de mi padre
El previo erizamiento de la piel
Presintiendo el estallido del cinto de baqueta,
En heridas todavía cerradas.

Pero
Las cicatrices de aquellos cintarazos
No existen
Pues no ocurrió nada de eso.
El cinto de mi padre descansó
En el respaldo de una silla
Sus botas se juntaron al borde de la cama
Y su rostro se hundió entre las manos
Aquellas manos morenas
Y viriles
Que alejaban mis pesadillas
Recibieron las primeras lágrimas que vi nunca
en los ojos de mi padre.
Llevo en mi corazón la herida siempre abierta
de haber hecho llorar al viejo magnífico
al viejo invencible
al viejo insuperable
y sabe Dios que todo lo daría
porque en mi piel se conservaran
en vez, los cintarazos.

Fui, poco a poco
dejando de ser niño
a la sombra del árbol guardián
que fue mi padre.
Cuando nació mi primer hijo supe
Que llevaría su nombre
Pues era, como él, grande, fuerte
Y parte de ese todo del que yo soy parte
Y fue parte mi padre antes que yo.
Y se vieron y se amaron por siempre
Y mi padre supo ser, también, su padre
Y mi hijo supo ser, también su hijo
Porque los abuelos son padres más perfectos
Y los nietos, hijos más queridos.
Mi padre amó a mi hijo con un amor purificado
y siempre nuevo.

Entonces yo dejé de ser un hijo
Para ser un padre
y el viejo pasó a ser
algo así como mi sparring
y como el otro padre de mi hijo.

Años después, mi padre ya era abuelo
De tres varones hermosos y robustos
En cuyos cuerpos, hay restos de mi padre
Los encontramos en sus ojos,
En ciertas señas cifradas en sus bocas
En las orejas decididas
O en la curvatura matemática
De sus cráneos pequeños.

Hoy hace un mes de que murió mi padre.
Su corazón había crecido,
Sus riñones tiraron la toalla.
Y le dije a mi madre:
¿Cómo no iba a crecer su corazón,
si pasó tanto tiempo llevándonos a todos?

Lloré la muerte de mi padre como se lloran los dolores profundos
A solas
En secreto
En público traté
De ser el ancla de mi madre
El pilar de mis hermanas
El faro de la noche que se nos vino encima
No sé si lo logré
Pero sé que si algo pude
Fue por la fuerza de mi padre.

Inclinado sobre su cuerpo,
Contemplado aquella piel verdosa, abotagada
Del que fuera mi padre
Le dije que lo amaba
Pero él ya lo sabía
Jamás vi a mi padre sin besarlo
Jamás dejé pasar un día a su lado
Sin pasar la mano por su calva
O aliviar los dolores de su cuerpo
Con mis manos de hijo.
Le dije que le deseaba buen viaje
Porque él me deseó buen viaje tantas veces,
Cuantas veces viajé
Y nunca tuvo miedo por mí,
Pues me sabía el hijo de mi padre.
Y sin embargo, yo tengo ahora tanto miedo
De estar sin mi padre
De ser de nuevo el hijo
Que necesita tanto de su padre
Tengo tanta ilusión
De que el teléfono suene y sea él quien llama
Para recordarme
Que no debo dejar de cambiar el aceite al carro
Que la temperatura sube en el verano
Y es bueno usar anticongelante
Para decirme
Que en esta vida, el vivo vive del que no lo es
Y que hay que ponerse muy abusado.
Para decirme que siempre estará ahí para mí,
Aunque ya no esté aquí para mí.
Para decirme
Que el carbón está listo para echar la carne
Y los camarones se cuecen en jugo de limón
Que todos nos esperan
De corazón abierto
Que la casa por fin es nuestra casa
Para decirme que me cuide mucho
Aunque ya no haga falta que lo diga,
Porque ahora, como siempre lo hizo
Es él el que nos cuida.





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