Me cuesta un chingo de trabajo hacerme una introspeción. No estoy seguro del porqué, vamos, ni siquiera pretendo teorizarlo en este momento, sólo sé que eso de estarme autoanalizando autodescubriendo autodestruyendo minuciosamente no es lo mío (aunque, claro, nada lo es). Sin embargo hay días en los que uno simplemente se aferra a hacer algo, aunque ese algo sea precisamente la cosa para la que uno sabe que es malo.
Veamos. Yo soy un cabrón:
Muy pasivo.
Sin duda, si el fin del mundo llegara el día de mañana, probablemente me encontraría frente a un libro cualquiera, quizá leyendo del fin del mundo que comienza a acaecer sobre mi cabeza y del que sin embargo preferí conocer la versión de 455 páginas de editorial diana. Claro, mis razones tengo. Y es que hay gente a la que las cosas le salen bien. Ejemplifico: Yo soy el cabrón ese que llega a un examen final de proporciones enciclopédicas sin haber leído siquiera la enésima parte del material consignado, al entrar al salón de clase, con de ocho a diez minutos de retraso, me encuentro con una asistente sudorosa y despeinada que llega al aula con la misión incomprensible de avisarnos de la prórroga de dos días al examen.
Si, uno de esos cabrones a los que la suerte parece abrazar a pesar de no hacer nada para merecerlo.
Pacifista.
Me he peleado contadísimas veces en mi breve existencia. Por lo general disuelvo las broncas con una generosa ración de mi labia anacrónica y asecuencial, que si no agrada por lo menos confunde al interlocutor, tranformando su cólera inicial a una predisposición a la peda y la francachela amistosa. Las contadas ocasiones en que he lanzado un golpe (o puntapié, que son mis favoritos) han sido para defenderme a mí o a un buen amigo.
Vicioso.
Sí, así es, aunque mis vicios no caen en cosas tan nocivas como el tabaco o las drogas duras (de las cuales la única realmente dura es el cristal, las demás parecen bien blanditas), más bien yo me adicciono fácilmente a porquerías como la cocacola, los doritos con limón, los chocolates carlosquinto, los libros sabrosos y llevaderos y las conversaciones triviales y alivianadas. Puedo, sin embargo, ser llevado a niveles de ansiedad patológicos ante la privación de alguno de esos aparentemente inofensivos vicios.
Distraído.
No bromeo, he llegado a olvidar la forma de llegar a casas de compas a los que he ido a dejar a sus casas docenas de veces, al grado de tener que hablarles a su cantón para que me vayan guiando mientras manejo, preguntando cosas como: "Bueno guey, ya llegué a los abarrotes besto, ahora pa la izquierda o la derecha?"
Aferrado.
Eso sí, cuando discutes conmigo puedes irle diciendo adiós a tu mugroso punto de vista, porque dicutiré contigo y te daré tantos argumentos, pruebas irrefutables y deméritos que terminarás escribiendo un libro con mi versión de los hechos, aunque muy probablemente, tú habrás tenido la razón. Tengo esa je ne sais quoi que hace parecer las cosas que salen de mi boca como verdades 100% indubitables.
Valemadrista.
Si, definitivamente hay pocas cosas que posean el don remarcable de distraerme de la absorta contemplación de mi ombligo. No te ilusiones, a menos de que seas de la élite privilegiada de los que pueden biennombrarse mis amigos, lo más probable es que si algún día llegas corriendo, los ojos arrasados de llanto, un nudo en la garganta y un hueco en los bolsillos a contarme tus problemas, recibas un sonoro bostezo por toda réplica.
Apasionado.
He estado despierto 72 horas continuas escribiendo el primer manuscrito de mi novela, alimentándome de café frío y cajas de twinkie´s wonder (hasta que alguien me preparó una efímera sopa mierduchan). Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba ahí, pero se veía muy pinche borroso. Igual he caminado largos y calurosos kilometros para jugar una cascarita de futbol. La única condición: que lo que hago me de momentáneos sustitutos de felicidad (algo parecido a la sacarina).
Viajado.
No se me malentienda. No conozco ni un metro pinchurriento de tierras extranjeras, jamás he salido del territorio nacional. De mi paisito madreado conozco cinco tristes estados, nomás. Por viajado quiero decir que lo único que necesito para crear todo un mundo alterno de situaciones, personajes y vidas futuras es de subir a un ruletero, sentarme en el último asiento y cerrar los ojos. Después de eso, todo es viaje.
En fin. Soy esa clase de cabrón.
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