Yo sé casi nada.
Sé por ejemplo mi nombre completo, mi dirección, teléfonos, correo-e, r.f.c, curp; sé el número que calzo, la talla de pantalones que uso, el color que me gusta más, la rola que me llega, la poesía que venero, el escritor de quien podría leer todo mil veces. Pero no sé quién soy.
Yo sé cómo se siente uno cuando ama. Conozco la ansiedad, el sudor en las palmas de las manos, las úlceras en gestación, la frontera de las lágrimas, la taquicardia psicológica y el trazo estúpido de corazones entrelazados en una libreta de apuntes. Pero no tengo la mínima idea de cómo amar.
Sé donde está el infinito, pero no cuánto mide, o si hay en él un dios.
Sé donde comienza la vida, pero ignoro si termina.
Sé bien pocas cosas.
Pero estoy aprendiendo.
Hoy aprendí que mi hijo va a necesitar muchas más cosas que las ganas que tengo de compartirme con él. Aprendí que no bastará con todo el amor que quiero prodigarle, ni las enseñanzas que quiero facilitarle para que le alcance el tiempo de aprender lo que yo no sé; supe que las palabras que quizá le enseñaré a balbucir no serán suficientes para cuando él quiera hablar con su propia voz; que todo lo que pueda enseñarle bien será su comienzo, pero nada más. Hoy aprendí que él va a ser mi nuevo comienzo y que todo lo que he aprendido hasta ahora equivale a nada contra lo que él me va a enseñar.
Falta un mes.
Pero ya tengo su primer biberón, chidamente ornamentado con patos de hule, su primer babero con los mismos motivos. Poco a poco vamos formando acopio de sus primeras posesiones materiales. Sólo espero tener la misma capacidad para darle posesiones espirituales.
Algunas cosas que quiero enseñarle:
A renunciar.
A no renunciar.
A amar y defender la libertad.
A venerar y cuidar la paz.
A encumbrar el poder del conocimiento.
A leer.
A jugar Nintendo (trivial pero importante)
A no juzgar a priori.
A tolerar.
A no tolerar.
A Ser.
Y tengo sólo un mes para aprenderlo yo.
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