20 noviembre 2007

and shepherds we shall be...





Hay una película muy agradable y que la corte celestial ve con beneplácito. Se llama The Boondock Saints, y el no muy afortunado nombre en español es El quinto infierno (sic). La trama versa sobre la conversión de dos hermanos norteamericanos de ascendencia irlandesa a una especie de fanatismo cristiano que una noche durante el sueño les revela la misión de exterminar a los criminales y a los corruptos de su ciudad.

Al despertar del sueño, por una de esas raras coincidencias en las que encuentran su origen las tramas de películas con muchos golpes y balazos (o sea, las pocas películas que valen la pena) los hermanitos devotos tienen un encontronazo en una taberna (¿mencioné que eran irlandeses?) con unos mafiosos (rusos, creo, mafiosos, ignoren el cliché) y huelga decir que a pesar de ser sólo dos contra seis, de ser flacos, esmirriados y más bien chaparrones, les dan una madriza de antología a los rusos, que por supuesto eran más que nada gringos con un afán extraño por remarcar las R's al hablar.

De ahí en más, la película gira en torno a las ejecuciones (limpieza espiritual) que los muchachos llevan a cabo en su zona de la ciudad, script que se volvería pronto insípido si no fuera por la astuta introducción hacia la mitad de la película de este cabrón que todo toma ese matiz sabrosito que hace falta para no quitar la película o de plano ponerte a hacer otra cosa mientras la diarrea discursiva de la pantalla continúa en un fuera de foco permisivo.

El personaje de DaFoe, que es el mejor actor de Hollywood desde hace mucho tiempo, es un detective chingonsísimo para hacer análisis de balística y recrear, a partir de los impactos de bala encontrados en las escenas del crimen cómo fue el desarrollo preciso de la balacera. Cabe mencionar que el personaje es, además, jotísimo, pero no jotísimo en la acepción musical de la palabra, es decir, de voz afectadita, ademanes maricones y un tic distintivo como el inolvidable bzz que Chris Tucker usó para darle su sello al personaje gay de The Fifth Element, sino más bien gay en cuanto a la pulcritud de su vestimenta, la elección de los colores de la misma, su melena bien cuidada y algo feminoide. Esta aclaración es hecha porque da pie a una de las pocas escenas graciosas de la película (que, al no ser comedia, necesita sólo de dos situaciones parcialmente graciosas para que el cinevidente ría).

En fin, la extrema pericia del detective le sirve muy bien al director (Troy Duffy, fan innegable de Tarantino) para desarrollar dos escenas visualmente deliciosas, en las que vemos simultáneamente a Dafoe y a los Irish Bro's, el primero relatando los pormenores de la ejecución y los segundos ejecutándola de facto. La segunda escena vale muchísimo la pena por el fondo operístico que acompaña una secuencia en super slow motion donde un desgarrado detective puñal balacea con sus dedos en forma de pistola al unísono con las relucientes berettas de los leprechauns (interpretados por cierto por Sean Patrick Flannery y Norman Reedus), alcanzando un grado de visceralidad y de casi drama difícil de encontrar en una película tan Macho-oriented.

La secuencia del final no tiene desperdicio, los hermanos descubren que un asesino encabronadamente eficaz, comocido como Il Duce (el duque), que ha sido liberado de una prisión de máxima seguridad para darles chicharrón con limón, es en realidad ni más ni menos que su padre, y tras la emotiva reunión de tan nobles hijos de la gran chingada, los vemos tomar la sala de un tribunal lleno de gente, prensa, notables, etc. y ejecutar en caliente al gran padrino de la mafia local, no sin antes recitarle en latín la homilía de su desgracia.

In nomini Patri, et Filii, et spirictus sancti, Bang bang.

Conmovedor, sin duda.

Vean The Boondock Saints, la pueden encontrar como Los Elegidos o el Quinto Infierno en casi cualquier blockbuster.

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