Cuando uno es corto de miras cualquier perspectiva parece amplia, o al menos eso es lo que me hace pensar el amigo al que miro a un par de metros de distancia elegir cuidadosamente entre dos créditos de vivienda. Uno le da $350,000 para elegir entre varios desarrollos al surponiente una de esas casas de muñecas donde vivir cómodamente es más fantasía suburbana que otra cosa, y lo compromete a pagar durante 40 años -40 años- una suma discreta en forma mensual. El otro le da tanto como $750,000 pesos para ir a lo que en bienes raíces se llama mercado abierto y que en resumidas cuentas se trata de comprar básicamente la casa que te dé la gana, donde te dé la gana, mientras cueste igual o menos que el total de tu crédito. Esta opción lo compromete a pagar una suma cuantiosa -por decir lo menos- cada mes, durante 15 o 20 años.
Y ya. Son todas las opciones.
Mi amigo es de esa gente admirable que sabe planear a futuro. Tiene un buen auto, relativamente nuevo, buenos muebles, viste bien. Estoy seguro que va a elegir la opción correcta, pero de cualquier manera me salta a la cara la idea de que no tendría qué elegir. O al menos no todavía. Sí, ya sé, ustedes pensaban cuando empezaron a leer este post que yo me refería a mi amigo como corto de miras, y apenas en este tercer párrafo se comienzan a dar cuenta de que hablaba de mí.
Verán. Este que escribe es, al contrario de mi inteligente, bien administrado y muy seguramente próspero amigo -recientemente casado, debo decir- una de esas personas detestables que toman las decisiones cuando ya no hay más remedio. Y la cuestión es que hay muchas formas de justificarlo: "Huy, la vida al extremo", "Ahh, la emoción de lo inesperado", "ohh, lo espontáneo siempre es mejor", pero al final todos los argumentos se reducen a que uno juega siempre del lado del azar.
Y de repente un día se despierta con nada.
A mí ya me ha pasado. Y no una vez. Y sé que mi historia no es única, pero es la única que me ha hecho pasar hambre, sed, penas y penurias, a mí. Eso de vivir al día, más allá del glamour, el encanto bohemio y alocado que pueda tener cuando se escucha al sujeto disertar de la suerte que lo llevó a salir adelante otro día, las casualidades que se conjuraron para pagar la renta, el amigo que llegó a invitarte a comer el día exacto en que te quedaste sin un peso, más allá de esos elementos del desastre, llegará irreductiblemente el día en que la suerte se termine y te encuentres con las tripas retorcidas lamentando cada vez que decidiste mal.
Por eso cada vez que maldigo mi rutina, me molesto por un mal día en el trabajo, dudo de mi talento o de las cosas que hago para mantenerme y cooperar para mantener a mi hermoso heredero, recuerdo aquella noche en que caminé en medio de una borrasca durante dos horas y media por no tener cinco pesos en la bolsa y de pronto todo se ve mejor.
Mi amigo termina de revisar sus opciones y elige de la forma más inteligente que pudo elegir: Dejará que decida su esposa. Eso es pensar con la cabeza.
3 comentarios:
El eterno dilema de elegir, ya Sartre decía que las elecciones eran el elemento de mayor estrés y desasosiego humano, porque si eliges A te quedas sin B y viceversa, por eso es mejor echarle la responsabilidad a alguien más, efectivamente eso es pensar con la cabeza.
Nos pasamos la vida elijiendo... nos pasamos la vida haciendola segura.. nos pasamos la vida diciendo que debemos de hacer aquello y no aquello otro... Ni hablar... es inherente la condición humana de elejir.. aqui lo importante .. creo yo, es estar seguros de la decisición a tal grado que jamás nos reprochemos el haberla tomado ; uno es al fin el que vive su vida.
Ya regresa de vacaciones, antes escribías más seguido! jajaja
Saludos ;)
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