09 mayo 2009

La madre de mi madre. Zullypost.

Casi todo lo que disfruté en la infancia vino de mi manina. La madre de mi madre. A la fecha, tiene dieciséis nietos y absolutamente ninguno tiene permiso de decirle abuela. Es La manina, y aquel que ose llamarla distinto se mete en un pedo familiar que puede durar semanas de reprimendas y una dieta muy mal balanceada.

La verdad es que he olvidado muchas cosas de aquellos años. No recuerdo tantos detalles como quisiera, o como a veces creo que recuerdo. Pero tengo bien clara esa casa de techos altísimos con grandes vigas de madera sosteniéndolos por donde yo jugaba a buscar tesoros en los vetustos muebles de madera. Me acuerdo del patio inmenso en cuyo fondo había árboles de durazno, de limón y guayaba y grandes rosales cuyas flores eran del tamaño de puños. Había un derruido cerco de alambre de púas tras el cual podían verse los caballos, los chivos y puercos de la huerta vecina y había una de esas letrinas que la civilización ha terminado por casi desaparecer de las casas. En ese patio yo jugaba a ser el niño de campo que tal vez debí haber sido.

Yo creo que fui uno de los muy pocos niños citadinos que nunca le tuvieron miedo a la oscuridad. La razón es mi manina. En su pueblo se iba la luz con los primeros vientos de las lluvias de verano y todo el caserío quedaba a merced de los pequeños faros ardientes de las veladoras y los quinqués. Uno podía albergarse junto a uno y estar confinado a ese pequeño medio metro de luz, expectante de los ruiditos que venían de la tiniebla, suponiendo formas y seres ahí, en esa nada oscura que rodeaba la esfera brillante. O podía caminar hacia lo oscuro cerrar los ojos y escuchar los ruidos lejanísimos del croar de los sapos y del concierto de grillos, búhos, vacas que se regocijaban del frescor del agua.

En ese lugar de magia es donde recuerdo a mi manina. Su voz tan cálida y protectora en una habitación muy oscura contándome historias de seres malvados que venían por las noches a merodear el pueblo. Toda la imaginaria local del siglo XIX era dominada de pe a pa por mi manina y así fue que conocí la leyenda de La penitente, los mitos y ficciones del Nahual, La historia trágica pero aterradora también de La llorona, el miedo irracional al Sapo-Toro. Por mi manina conocí el recurso fantástico de poder tener a alguien al borde del colapso simplemente utilizando adecuadamente las palabras y las figuras. Yo era un escuincle de quizá cuatro o cinco años, orinándome del miedo al imaginar a aquellas criaturas sobrenaturales en el umbral de la puerta de la casona, o quizá menos, al alcance de mi mano en el lugar exacto en el que la oscuridad los ocultaba de mi vista.

Mi manina me enseñó a hacer dos de las cosas que más disfruto en la vida: Contar historias y cocinar.

Cuenta Doña Dulce que yo de pequeño era muy remilgoso y que la única forma de que comiera algo que no me gustara (o sea casi cualquier cosa distinta de los tomates con sal, los duvalines y los flippys) era hacer que me la preparara mi manina. Hacía un espagueti a la crema que se los juro que les sacaría lágrimas de los ojos de lo delicioso. Los fines de semana que despertaba en su casa, le hacía compañía en la cocina y la miraba picar ingredientes, destripar un pollo, hervir verduras, salpimentar, hacía todo con un método y una exactitud que tenían algo de alquimia secreta y el resultado ni hablar: sublime.

Cuando empecé a vivir solo, a los diecisiete años y sin más recursos domésticos que el espionaje a las sirvientas de mi mamá, solía comprar comida ya preparada y comerla leyendo en alguno de los departamentos que habité. Hasta que un día el presupuesto me obligó a empezar a rascarme con otras uñas y descubrí maravillado que sabía preparar un montón de platillos y guisos gracias a la secreta alquimia gastronómica de mi manina y que, aunque mi sazón jamás será igual, no lo hago nada mal. De hecho, cocino rico, mejor que varias mujeres. Cocino rico y cuento buenas historias, y las dos cosas derivan de mi manina y el tiempo que siempre me regalaba sin esperar a cambio nada distinto de mis ocurrencias de pequeño curioso y listísimo.

Por eso cuando alguien, como Zully, me pregunta por alguien que haya influenciado mi infancia, no dudo en hablar de mi Manina. María Rosa Quintero. No sólo influyó en mi infancia: Ella la hizo.

2 comentarios:

Mafalda dijo...

Simplemente hermosa historia... incomparables añoranzas y anécdotas.... Le quedo genial la entrada sr Monitor... empiezo a descubrir que usted también tiene corazón! =)

Grax por tomar en cuenta mi sugerencia... Buen fin de semana.

pd: Los mejores chef's son hombres no mujeres... no es de extrañar que tenga un rico sazón..

Javier Cardenas dijo...

Buen post, trae viejos recuerdos a cada uno de nosotros, y hablando de que habemos hombres que cocinamos mejor que muchas mujeres, hahaha, tienes toda la razon, en estos ultimos años se ha invertido la situación con respecto a los deberes del hogar.

Saludos.

P.D sigo en esperas del libro de dos píldoras azules, no seas, si tienes una copia mandamelo, te lo agradecería bastante. haha.