No, no me voy a tentar el corazón ni a detenerme por pensar que ustedes, todos ustedes, leen otros blogs donde ya se habló sobre la muerte de Benedetti y se dijo lo posible y lo impensable. Yo también lo hice -lo hago ahora, en este momento, mientras anoto aquí- y me llevo sorpresas lindas y funestas. Desde la bloguita que nunca pensé que tuviera suficiente dulzura en el corazón para concederse la debilidad de leer la poesía de Mario (la poesía más dulce, más tierna, más maliciosamente ingenua) hasta el blogger al que respeto literariamente y que resulta que se queja de que lo recordemos, de que lo admiremos. Cuestión de cada quién, diría Francois Marie Arouette.
No me importa. Ustedes y cualquiera tienen en su poder el derecho de clickar la crucecita sobre fondo rojo que cierra de inmediato esta página o tomar alguno de los muchos enlaces que ofrezco en la barra de vínculos, ahí nomás, a la izquierda de su monitor, e ir a leer a alguien más interesante, original, fresco y creativo que yo.
Pero asumiendo que no lo harán, porque por algo vienen a esta bitácora en algún momento de su día, les hablaré sobre mi afición por Benedetti y cuánto ha influido en mi narrativa (que no en mi poesía que -dicen- es mitad Cobain mitad Sor Juana).
Y para hablar de mi afición por Benedetti, debo hablar de Otto Gómez Esperón, abogado, poeta y gran amigo de mi juventud, que ama a Benedetti como pocas personas han amado a un escritor y que tuvo el buen gusto de presentármelo en la cada vez más empolvada época universitaria, cuando ambos jugábamos a pegar letras a ver qué salía.
Por ese entonces yo devoraba la novela latinoamericana de los grandes, cuyos principales tomos pedía prestados gratis de la biblioteca del departamento de letras de la universidad. Leía a Cortázar porque García Márquez lo mencionaba en sus notas de prensa; leía a Borges porque TODOS los demás morían por chupársela al argentino; Leía al Gabo porque no se necesitan más razones que su genialidad. Pero de Benedetti, ni fa.
Otto Gómez, por ese entonces, leía entre días el Inventario, y guardaba celosamente un tomo algo viejo y gastado de La tregua, su novela favorita del uruguayo. Esto fue lo primero que leí de él: La tregua. Quizá su novela más representativa, con personajes más terrenos, más reales. He de decir que leer a Benedetti fue, desde el principio, un descanso paradisíaco de los geniales pero tremendamente densos Cortázar y Garcia Márquez. Entre la metaforización a la menor provocación del segundo y la incesante, abrumadora palabrería del primero, Mario Benedetti resultaba tan fácil de leer como una resbaladilla enorme por la que uno sencillamente se dejaba deslizar de principio a fin.
La tregua me encantó. Desde entonces me consideré un fiel adepto a Benedetti. Otto, para mi suerte, tenía otro par de joyas: Montevideanos, un cuentario exquisito con relatos del exilio -todo un tema dominantísimo en la prosa y poesía Benedettina-; Quién de nosotros, su primera novela, en la que ya se adivinaba un narrador de los grandes, y La muerte y otras sorpresas, un compilatorio de relatos breves en los que se hablaba del acontecimiento final del ser humano a veces triste y a veces alegremente.
Luego conseguí quién sabe dónde (quizá incluso haya sido también obra de Gómez), su Geografías, Primavera con una esquina rota, los Inventarios y un sinnúmero de cosas y papeles sueltos con su huella. Vaya, me lo acabé.
De Benedetti aprendí lo poco que tienen mis cuentos de sencillo. El colosal trabajo de ingeniería que un relato requiere para parecer simple, la innecesariedad de describir en exceso cuando puede sugerirse, insinuarse y ser más atrapador. De Benedetti hubiera querido aprender a decir sin decir, y a hablar con el corazón para decirle a una mujer cosas como Porque eres linda desde el pie hasta el alma/Porque eres buena desde el alma a mí.
Ahora que murió, que tenemos la certeza de que no volverá a escribir nada, ni una letra, es buen momento para volver a sus legados, lo que cuenta sobre la madurez, sobre la ancianidad serena que vivió en sus últimos días, sobre el vivir enamorado y morir sin hijos. Es un buen momento para volver a conocer a Mario Benedetti, antes de que la pátina de los años, el desgaste de todo lo que viene -su engrandecimiento, los discursos a su alrededor- lo mitifiquen y vuelvan lo que el menos quería ser: Una leyenda, un hombre lejano. Estoy seguro de que, si pudiera responder a una última pregunta, la pregunta "Mario: ¿cómo quieres que te recordemos?" Diría: Como fui de niño.
Buen viaje, Mario, y ahora sí: Lovers Go Home.
7 comentarios:
La verdad es que Benedetti para ti y para muchos fue y será de nuestros preferidos. A mí no me molesta leer en tu blog la anécdota de cómo lo conociste, pero, me de repente sí me molesta que toda la gente fija haberlo conocido, esté llorando y sufriendo por haber perdido a uno de sus escritores praferidos, en fin, 'cuestión de cada quién'
Al fin y al cabo los blogs son para publicar lo que nos de la gana.
O, como dijo MB en Musak (De "La muerte y otras sorpresas", estupendamente gracioso): A la porra. Y gangrena.
interesante y "duro" tu blog,
confirmo la grandeza del Mario
del que he leido mas que nada poesia..
confirmo de todas formas la dificultad en describir simplemente cuestiones complejas en la narraciòn
Saludos
Blas (pensierolibre.blogspot)
Otto también me presentó y prestó a Bendetti, con La Tregua, pocas historias me han gustado tanto. Hace unas semanas terminé de leer Gracias por el fuego, y así es la única forma en que se me ocurre decirle adiós, gracias por el fuego.
Cómo voy a dejar un comment de felicitaciones si no pones un nuevo post?
¡¡¡Feliz Cumpleaños!!!
Where the hell are you?
en un paro forzoso hasta que mi computadora nueva llegue del d.f.
...hasta entonces, nada.
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