24 noviembre 2009

Hombres muy hombres. Y otros temas menos chovinistas.

Sonora, mi tierra, tiene un montón de cosas para presumirle al mundo. Al país no, porque eso es como presumirle una orden de tacos de maciza a un pequeño somalí harto de comer engrudo. O sea, hacer leña del árbol caído. Creo que me explico.

Pero decía: entre las muchas cosas que Sonora, mi fantabuloso estado, puede presumir, está el ser uno de los 3 más grandes de la república (ya que estamos misogineando, pues el tamaño debe importar, supongo). Puede presumir también -y lo hace constantemente- de ser la cuna y hogar de la única tribu mexicana que nunca jamás fue conquistada por absolutamente nadie: Los Yaquis, que resistieron al dominio español, lucharon valientemente en la guerra de independencia y en la revolución mexicana, e incluso hay registros de Yaquis que, al mando del generalísimo Villa, invadieron Columbus, EUA.

Además de ello, fue durante muchas décadas el abastecedor principal de todo tipo de granos y cereales para la dieta del país, lo que le granjeó el apodo de "el granero de México". Para aquellos que no lo saben, también, la revolución mexicana verdadera nació aquí, en el norte, en la ciudad de Cananea.

Pero claro, un estado, por mucho que tenga, ningún recurso o belleza natural puede tener que supere a la calidad de sus habitantes. Y ahí sí, compermiso. Sonora tiene a la gente más amable, trabajadora, dicharachera y sobre todo feliz de estar viva que usted vaya a encontrar en este país (dicen por ahí que los porteños de Veracrú nos dan vuelta, pero quién sabe).

Hoy estoy escribiendo estas líneas antes de lanzarme al lecho, pues por fin y tras mucho tiempo de buscarlo, me han contado al detalle una famosa anécdota. Un relato a voces entre Enrique Flores López, presidente de la Sociedad Sonorense de Historia, Rómulo Félix, delegado en Sonora para los festejos del Centenario y Bicentenario y otros distinguidos historiadores locales.

La anécdota va así: La sede de la SSH aquí en Hermosillo, también es conocida como la Casa Uruchurtu. Obviamente, en el siglo antepasado, la casa perteneció a la familia que porta orgullosa ese apellido. Está situada sobre el Boulevard Rosales, en el mero centro histórico y es una de esas viejas casas solariegas que hacen las delicias de sus visitantes. Pues si el apellido Uruchurtu no les dice nada, les contaré que Don Manuel E. Uruchurtu fue el único mexicano a bordo de un barco que se hundió a pesar de que sus fabricantes lo habían proclamado "Unsinkable" (lo que se traduciría como Inhundible, si no sonara tan feo). El barco se llamaba Titanic.

El señor Uruchurtu era un bon vivant en la mejor de sus acepciones. Hermosillense de nacimiento, estudió leyes en la UNAM y cuando abordó el Titanic, regresaba de Francia, donde había ido a visitar a un General exiliado, amigo suyo. Mal momento para tomar un barco, diría yo.

Lo que trasciende del asunto es que ese hombre que tenía para todos los estándares una muy buena vida, dejó una viuda y nada menos que siete hijos. Y sin embargo, cuando la nave gigante se hundía, Manuel tuvo la oportunidad de abordar un bote de salvamento que lo pondría a salvo. ¿Lo hizo? Por supuesto que no. Caballero norteño, como debe de ser uno hasta en un momento tan histérico como ese, el Señor Uruchurtu buscó a la dama más cercana, que resultó ser Elizabeth Ramell Nye, una mujer inglesa que viajaba en segunda clase. Don Manuel le ofreció una mano solícita y la ayudó a tomar el lugar que él hubiera ocupado, salvándole la vida. Poco después murió ahogado en las gélidas aguas. Seguro que una docena de tiburones se dieron un festín de dos semanas con los huevos gigantes de ese hombre.

Así que si me preguntan, sí, me la estoy pasando muy bien atendiendo el simposium Historia Cultural del Noroeste de México. Ya me siento hasta más varonil.

2 comentarios:

Char dijo...

Ei sí, definitivamente y después de haber vivido en muchos lugares, he de reconocer que los norteños son hombres y no chingaderas, Bahía de Kino es la playa más bonita y las carnes asadas no tienen madre.

Con una gran nostalgia, saludos.

Anónimo dijo...

Jajaja interesante. Pero sabes qué, claro que Sonora tiene bellezas naturales. El pinacate, la Sierra, y por supuesto las playas. A mí me gusta mucho vivir aquí después de todo, como que la gente que estamos acostumbrados a vivir a está temperatura somos más fuertes y más sensuales, claro claro, además de carismáticos. Saludos ;*