23 junio 2010

Antes que nada, Escritor

Pocas cosas en mi vida me han dado las satisfacciones que me da constantemente la literatura. Desde los eventos sencillos y cotidianos (esperar en la lavandería mis pantalones leyendo a Murakami, viajar en autobús leyendo a Eco), hasta lo poco común (presentar mi novela frente a un centenar de personas, dar un taller literario a preparatorianos entusiastas) las letras son unas compañeras benditas, solidarias, incansables de este servidor de todos ustedes.

Escribir es, de todas maneras, un ejercicio solitario. Fuera de algunos casos extraordinarios como El ciclo de la puerta de la muerte, los escritos a cuatro manos suelen ser obras resquebrajadas en las que es sencillo identificar cuáles manos son de cada quién y es inevitable tener pasajes favoritos del todo, distinguir los ingredientes del guiso, vaya. Sólo solo es posible adentrarse lo suficiente en los vericuetos de la propia historia que está intentando contarse (o ser contada, mire usted) para hacerlo de forma armónica, sutil, sin pasos en falso.

En ese sentido, escribir una buena historia es como caminar en el hielo, con el riesgo constante de que el siguiente paso sea sobre una capa muy delgada y uno termine hundiéndose en un relato que ni siquiera se parece al que se quería contar. Recuerdo que en alguna crónica biográfica de García Márquez, éste afirmaba que El Otoño del patriarca era su historia más querida, por la simple y sencilla razón de que era la única que se había dejado contar completa de principio a fin.

Para alguien que no escriba, la anterior puede resultar una afirmación de lo más confusa. ¿Quién cuenta una historia si no aquél que la escribe? Pues ni más ni menos que los personajes. That’s who. Un buen personaje, como un buen hijo, llega a una edad en la que camina solo, come, se baña y actúa sin preguntarte qué carajos pretendías hacer con él. A diferencia de un hijo, sin embargo, un personaje es susceptible de que le recuerdes que al final es tu personaje y si quiere seguir viviendo más le vale ajustarse o bien puedes hacer que lo atropelle un camión de sandías. También puedes hacer que a tu hijo lo atropelle un camión de sandías pero la última vez que revisé, seguía siendo ilegal (y aunque la cárcel es un gran lugar para escribir, también es un lugar perfecto para experimentar el sexo anal no consentido, usted decida).

Un personaje maduro experimentará siempre la etapa rebelde en la que tratará de decidir por sí mismo qué hacer. Y es sabido que los personajes deciden siempre mal. Lo cual no quiere decir que esos personajes vayan a hacer una mala historia, pero sí que, casi en la totalidad de los casos, harán una historia diferente en todo a la que usted había planeado hacer con ellos. Imagínese nada más que el día de mañana usted pusiera en una olla dos tomates, pimentón, camarones, arroz y azafrán, encendiera el fuego y media hora después, al revisar el guiso, se encontrara con un gazpacho de camarones en lugar de la paella que estábamos planeando. Caótico. No necesariamente malo, ¿me explico? Pero definitivamente inesperado.

Y un escritor debe haber dejado muy claro al principio de la hoja que las sorpresas están reservadas para el lector y no para sí mismo. Está muy bien que al final el asesino no sea el mayordomo, siempre y cuando uno sepa que el asesino es en realidad el Doctor Hughes. De lo contrario puede uno convertirse en John Katzenbach y encontrarse un día en una firma de libros ante quinientas personas preguntándose cuándo las chaquetas mentales se volvieron un ingrediente principal de los best-seller del sanborns local.

Quizá por eso escribir sea un acto tan íntimo como masturbarse. Nadie mejor que uno mismo para saber lo que le pone a tono. Quizá por eso yo todavía me sonrojo cuando me entero que mi abuela ha leído uno de mis cuentos y pienso prontamente en una excusa para evadir la próxima cena familiar. Porque uno escribe de la misma forma que uno cocina cuando tiene invitados: sabiendo que todos van a juzgar el resultado, pero a final de cuentas uno también habrá de tragárselo completo.

2 comentarios:

Char dijo...

¡Ah! La literatura, con sus novelas, cuentos, blogs y demás variantes...

Que bueno que ha vuelto, que bueno que vendrá.

Acá entre nos, me hiciste volver a leer El péndulo de Foucault, gracias.

Navo dijo...

Épale, cholo, te saludo desde el sureste mexicano.
Acá te dejo la dire de mi blog, pa que te des una vueltita...taen mi correo, pa eso del messenger.
Salud pues, carnal.
Omar Navo
http://navolandia.blogspot.com
omarnavo@gmail.com