Hay gente que de plano sólo viene al mundo a hacerle la vida difícil a otra gente. Son personas amargadas que, no conformes con ello, le amargan la vida a las demás.
Tristemente, en mi familia hay un caso muy cercano. Es una persona cuyo lado oscuro no tiene nada qué envidiarle a la luna. Así de negativa. Su sola presencia basta para que un ambiente de amistosa francachela y campechana plática pase a convertirse en un sepelio tristísimo y solemne. Lo molesto del asunto es que -por el hecho de ser familia- me veo obligado a convivir con dicha persona, a conversar con ella cotidianamente e incluso a veces a hacerle favores y aligerarle el -snif- difícil trajín de la vida.
Eso es algo muy molesto. Pero yo soy machín y me la aviento, no hay falla. Lo que realmente me rompe los cojones es que mi madre, padre y hermanas tengan que aguantar también a esa persona, cuya única función es totalmente parasitaria, además de nociva y desgastante.
En algún punto del Código Penal debería de haber un eximente de responsabilidad en caso de asesinar a una persona como esta. Mientras tanto seguiremos pidiendo a Zeus que le envíe alguno de sus muchos rayos.
27 abril 2006
25 abril 2006
de sexo y otras ficciones
Voy a tratar de pasar por alto el hecho de que maese Manuel Lomelí, sacro avatar de Batio en este planeta mugriento, ya ha redactado sendos evangelios sobre el sexo, su futilidad, nimiedad, inutilidad, doblesentido y otros intrincamientos, arriesgándome a ser excomulgado antes de ser aceptado en la muy reverenciada Iglesia Batiana, todo por ustedes, pobres mortales que leen estas cotidianas diatribas.
Comenzaré siendo sentencioso: El sexo es un deporte malentendido.
¿Que no?
Han elegido a la persona incorrecta para discutir. Veamos.
1.-Es una actividad que involucra un 100% de ejercicio físico, ¿cierto?
2.-Además de ello, requiere un cierto nivel de concentración para llevarse a cabo en forma correcta (asumiendo que la forma correcta es aquella que proporciona mutua satisfacción).
3.-Tiene una meta final (gol, touch down, anotación, etc.) que es el conseguir uno o muchos orgasmos exageradamente deliciosos.
4.-Aunque puede practicarse solo (como los clavados, el boliche, golf y otros) es mucho más divertido acompañado.
Bueno, está bien. Quizá el sexo no sea un deporte en el estricto sentido de la palabra. No hay un reglamento técnicamente dicho que lo norme, no hay ligas profesionales ni amateur, no hay un comité o club (salvo los clubes nocturnos, claro) que lo promocione. Digamos que concuerdo y que el sexo no es un deporte. ¿Entonces qué es?
Por favor no traigan la sobada postura de que es "una forma de demostrar tu amor a otra persona" "algo mágico que entregaré a quien me lleve al altar" et patatin et patatán. Por favor. Regresen con esos argumentos a la década de los treinta. El sexo no es ni un don que deba guardarse para compartirlo con un elegido como si se tratase de las piedras con los mandamientos celestiales. No es tampoco el fruto prohibido cuyo consumo deba condenar al consumidor a una discreción y arrepentimiento que rare en el masoquismo mental. El sexo debería ser un desfogue, una práctica continua de otorgamiento y recibimiento de placer por medio de estímulos corporales y mentales, tendiente, como todo lo que se practica con cierta frecuencia, a un constante mejoramiento y al descubrimiento de más y mejores maneras de disfrutar a la mujer u hombre que está ahí debajo de tu cuerpo, sudando, jadeando e intentando meter los dedos en lugares muy extraños de tu cuerpo.
El día de hoy recibí la grata noticia de que un amigo al que tengo gran aprecio y alta estima acaba de iniciar su vida sexual activa con su novia. Tienen algo así como un año de noviazgo, tienen 18 años, están en su primer año de universidad y hace poco tiempo se encontraron siendo personajes de un escenario no previamente concebido: Se quedaron solos en un apartamento durante todo un fin de semana. Tome usted un par de tiburones, colóquelos a la misma distancia de un jugoso y sanguinolento trozo de marsopa y vea lo que sucede.
Escenario Uno.
Tiburón A: (haciendo una venia) Por favor, maese, después de usted.
Tiburón B: (regresando la reverencia) De ninguna manera, mi estimado amigo, el honor es suyo.
Tiburón A: Insisto, esa marsopa tan apetitosa es un justo merecimiento a sus dones.
Tiburón B: Me halaga usted, pero tan apreciable caballero escualo debería paladear esa rojiza carne antes que nadie.
Escenario dos.
Este escenario ha sido suspendido porque los tiburones siguen intentando asesinarse para quedarse con el trozo de marsopa (el cual está siendo devorado por el tiburón 3).
Bueno. Este larguísimo y nada relacionado ejemplo pretende analogar el caso con la situación de poner a una pareja de jóvenes y sanos muchachos universitarios que se traen unas ganas como de doce meses en un lugar donde falta vigilancia y sobran colchones. Los resultados no son ningún enigma, amigos míos.
El punto es que mi amigo tuvo la sensata decisión de elegirme como el único sabedor de lo que había acontecido. Estaba, es natural, un poco preocupado de las posiblemente embarazosas consecuencias de su primera incursión carnal en el cuerpo de su compañera. Hablamos a detalle, quizá a demasiado detalle, sobre algunos pormenores del evento. Para mutua tranquilidad, el peligro es casi tan mínimo como el riesgo de sacarse la lotería nacional. No pude menos que felicitar a mi amigo por su inauguración como aprendiz de amante y alejarme con una sonrisa muy satisfecha de haber sido merecedor de su confianza y más aún, de su respeto, fue mu agradable el hecho de ser considerado "alguien que sabe".
A mi me gusta el sexo. No hay razón para negarlo (además nadie me creería). Me gusta desde hace mucho tiempo, de hecho empezó a gustarme a una edad a la que a la mayoría de los hombres aún no nos interesaba nada que no fuera jugar Double Dragon, ver Mazinger Z, ganar en los trompos y traer lana para una paleta de hielo en el recreo. Debo haber tenido como diez años. Mis amigos, que andaban por los 13 o 14, consiguieron de algún proveedor ignoto, una película porno. Esa fue mi puerta de entrada. Una puerta jodida, grosera, soez, una puerta de atrás, quizá la peor manera y la más equivocada de conocer el sexo, pero esa fue.
Afortunadamente en aquella lejana infancia era un tipo de lo más lúcido. De alguna forma extraña e inexplicable, en mi mente no encajaba esa idea de que el sexo era un procedimiento que sólo involucraba tres frases, un par de tacones, muchos pelos y jadeos y acercamiento demasiado abstractos a un par de bolas que se estrellaban contra algo que parecía lejanamente una imagen de mi libro de sexto año. No estaba bien. Ya en esa temprana época había desarrollado mi extraña fe en los libros, así que utilicé la salida lógica: investigación.
Uno puede pasar años estudiando el sexo desde docenas de perspectivas y puede llegar a entenderlo desde la mayoría de ellas, sólo para llegar al callejón sin salida de las preguntas de siempre: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con quién? ¿Cuándo?
Afortunadamente a mi no me interesa responderlas. Mi primera vez fue perdida y completamente enamorado de una mujer terriblemente hermosa. No tengo quejas.
Sin embargo, y por esa tendencia mía a querer ser el segundo mejor en lo que me gusta hacer, me sentí obligado a ponerme las pilas. Se hizo necesaria la práctica, la búsqueda constante por otras maneras, otros métodos, otras caricias, formas alternativas de hacer eso que parecía no tener dobleces y que resultó una madeja inexpugnable de posibilidades. Los hallazgos eran muchos y muy constantes: técnicas de respiración, ejercicios de control muscular, meditación profunda, zonas erógenas insospechadas que actuaban como justos detonadores de clímax al mayoreo, et caeteris.
Vaya, este post parece decidido a no tener pies ni cabeza. Quizá deba dejar el resto de la diatriba para momentos más lúcidos. Si le quedó a usted algo de tiempo tras leer esto, aprovéchelo y vaya a regalarle algunos orgasmos a su significant other, se lo agradecerá.
Comenzaré siendo sentencioso: El sexo es un deporte malentendido.
¿Que no?
Han elegido a la persona incorrecta para discutir. Veamos.
1.-Es una actividad que involucra un 100% de ejercicio físico, ¿cierto?
2.-Además de ello, requiere un cierto nivel de concentración para llevarse a cabo en forma correcta (asumiendo que la forma correcta es aquella que proporciona mutua satisfacción).
3.-Tiene una meta final (gol, touch down, anotación, etc.) que es el conseguir uno o muchos orgasmos exageradamente deliciosos.
4.-Aunque puede practicarse solo (como los clavados, el boliche, golf y otros) es mucho más divertido acompañado.
Bueno, está bien. Quizá el sexo no sea un deporte en el estricto sentido de la palabra. No hay un reglamento técnicamente dicho que lo norme, no hay ligas profesionales ni amateur, no hay un comité o club (salvo los clubes nocturnos, claro) que lo promocione. Digamos que concuerdo y que el sexo no es un deporte. ¿Entonces qué es?
Por favor no traigan la sobada postura de que es "una forma de demostrar tu amor a otra persona" "algo mágico que entregaré a quien me lleve al altar" et patatin et patatán. Por favor. Regresen con esos argumentos a la década de los treinta. El sexo no es ni un don que deba guardarse para compartirlo con un elegido como si se tratase de las piedras con los mandamientos celestiales. No es tampoco el fruto prohibido cuyo consumo deba condenar al consumidor a una discreción y arrepentimiento que rare en el masoquismo mental. El sexo debería ser un desfogue, una práctica continua de otorgamiento y recibimiento de placer por medio de estímulos corporales y mentales, tendiente, como todo lo que se practica con cierta frecuencia, a un constante mejoramiento y al descubrimiento de más y mejores maneras de disfrutar a la mujer u hombre que está ahí debajo de tu cuerpo, sudando, jadeando e intentando meter los dedos en lugares muy extraños de tu cuerpo.
El día de hoy recibí la grata noticia de que un amigo al que tengo gran aprecio y alta estima acaba de iniciar su vida sexual activa con su novia. Tienen algo así como un año de noviazgo, tienen 18 años, están en su primer año de universidad y hace poco tiempo se encontraron siendo personajes de un escenario no previamente concebido: Se quedaron solos en un apartamento durante todo un fin de semana. Tome usted un par de tiburones, colóquelos a la misma distancia de un jugoso y sanguinolento trozo de marsopa y vea lo que sucede.
Escenario Uno.
Tiburón A: (haciendo una venia) Por favor, maese, después de usted.
Tiburón B: (regresando la reverencia) De ninguna manera, mi estimado amigo, el honor es suyo.
Tiburón A: Insisto, esa marsopa tan apetitosa es un justo merecimiento a sus dones.
Tiburón B: Me halaga usted, pero tan apreciable caballero escualo debería paladear esa rojiza carne antes que nadie.
Escenario dos.
Este escenario ha sido suspendido porque los tiburones siguen intentando asesinarse para quedarse con el trozo de marsopa (el cual está siendo devorado por el tiburón 3).
Bueno. Este larguísimo y nada relacionado ejemplo pretende analogar el caso con la situación de poner a una pareja de jóvenes y sanos muchachos universitarios que se traen unas ganas como de doce meses en un lugar donde falta vigilancia y sobran colchones. Los resultados no son ningún enigma, amigos míos.
El punto es que mi amigo tuvo la sensata decisión de elegirme como el único sabedor de lo que había acontecido. Estaba, es natural, un poco preocupado de las posiblemente embarazosas consecuencias de su primera incursión carnal en el cuerpo de su compañera. Hablamos a detalle, quizá a demasiado detalle, sobre algunos pormenores del evento. Para mutua tranquilidad, el peligro es casi tan mínimo como el riesgo de sacarse la lotería nacional. No pude menos que felicitar a mi amigo por su inauguración como aprendiz de amante y alejarme con una sonrisa muy satisfecha de haber sido merecedor de su confianza y más aún, de su respeto, fue mu agradable el hecho de ser considerado "alguien que sabe".
A mi me gusta el sexo. No hay razón para negarlo (además nadie me creería). Me gusta desde hace mucho tiempo, de hecho empezó a gustarme a una edad a la que a la mayoría de los hombres aún no nos interesaba nada que no fuera jugar Double Dragon, ver Mazinger Z, ganar en los trompos y traer lana para una paleta de hielo en el recreo. Debo haber tenido como diez años. Mis amigos, que andaban por los 13 o 14, consiguieron de algún proveedor ignoto, una película porno. Esa fue mi puerta de entrada. Una puerta jodida, grosera, soez, una puerta de atrás, quizá la peor manera y la más equivocada de conocer el sexo, pero esa fue.
Afortunadamente en aquella lejana infancia era un tipo de lo más lúcido. De alguna forma extraña e inexplicable, en mi mente no encajaba esa idea de que el sexo era un procedimiento que sólo involucraba tres frases, un par de tacones, muchos pelos y jadeos y acercamiento demasiado abstractos a un par de bolas que se estrellaban contra algo que parecía lejanamente una imagen de mi libro de sexto año. No estaba bien. Ya en esa temprana época había desarrollado mi extraña fe en los libros, así que utilicé la salida lógica: investigación.
Uno puede pasar años estudiando el sexo desde docenas de perspectivas y puede llegar a entenderlo desde la mayoría de ellas, sólo para llegar al callejón sin salida de las preguntas de siempre: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con quién? ¿Cuándo?
Afortunadamente a mi no me interesa responderlas. Mi primera vez fue perdida y completamente enamorado de una mujer terriblemente hermosa. No tengo quejas.
Sin embargo, y por esa tendencia mía a querer ser el segundo mejor en lo que me gusta hacer, me sentí obligado a ponerme las pilas. Se hizo necesaria la práctica, la búsqueda constante por otras maneras, otros métodos, otras caricias, formas alternativas de hacer eso que parecía no tener dobleces y que resultó una madeja inexpugnable de posibilidades. Los hallazgos eran muchos y muy constantes: técnicas de respiración, ejercicios de control muscular, meditación profunda, zonas erógenas insospechadas que actuaban como justos detonadores de clímax al mayoreo, et caeteris.
Vaya, este post parece decidido a no tener pies ni cabeza. Quizá deba dejar el resto de la diatriba para momentos más lúcidos. Si le quedó a usted algo de tiempo tras leer esto, aprovéchelo y vaya a regalarle algunos orgasmos a su significant other, se lo agradecerá.
24 abril 2006
Vaya
Vaya.
"Vaya" es una palabra útil, ¿no? Digo, en su sentido intrínseco todas las palabras son útiles, incluso palabras como palindroma, exotérmico, condocondral y otras que, aunque ustedes pobres humanos, no sepan lo que significan, siguen teniendo la utilidad de que su existencia nos da una forma de llamar a cosas, cualidades, eventos y un sinfín de sinfines por su nombre y evitarnos la flojera de decir: "es algo que... blabla".
"Vaya" sin embargo, tiene un montón de utilidades. Sirve como conjugación del verbo ir (VAYA usted y chifle en aquella lomita), sirve también para expresar que uno acaba de entender el significado de algo que antes no comprendía (VAYA, de modo que esta plancha me quema la mano cuando está encendida) o también paa expresar un desconcierto (VAYA, me pregunto si ese imbécil sabe que ella es mi mujer). Esto ejemplifica su utilidad en la forma escrita, si nos vamos a la oralidad y atendemos al fenómeno de la homofonía, podemos utilizar el sonido de Vaya/Valla/Baya de infinidad de maneras (Poner una valla, decirle que se vaya y sembrar algunas bayas).
"Vaya" también sirve para el momento en el que regresar a tu vida cotidiana, tras dos semanas muy hermosas al lado de las personas a las que amas, llegas a tu habitación cotidiana y desempacas tus cotidianas maletas, limpias un poco tu cotidiano cuarto y al final de detienes frente al espejo y descubres que, aunque eres el mismo, ya no eres el mismo. ¿Qué queda si no proferir un minúsculo y desangelado "vaya"?
Las palabras y la gente pueden llegar a tener muchísimo en común. Incluso hay palabras que al ser escuchadas por oídos particulares, remiten la imagen de una persona muy específica. Uno puede relacionar la palabra "ídolo" con el rostro particular de alguien a quien profesa enorme admiración, puede relacionar la palabra pasión con aquel ser (preferiblemente del sexo opuesto) que le provoca ese exacto anhelo carnal y así sucesivamente. Las palabras tienen también el rasgo común con las personas de que pueden ser palabras intrascendentes, que el tiempo arrastra y desaparece, o palabras que se graban en piedra y que siglos después pueden encontrarse casi intactas allí donde se plasmaron.
La gente es así. He perdido la cuenta de la cantidad de personas que conocí creyendo que toda la vida estarían allí, que siempre serían una presencia audible, tangible, sensorialmente captable y hoy ni siquiera puedo precisar latitudes y longitudes para encontrarles en este ancho multiverso. Por el lado contrario, hay personas en mi vida que, aunque puedo precisar el momento en que llegaron, no puedo decir lo mismo del momento en que se irán, pues se han plasmado en piedra.
Es irónico. A la gente le gusta la permanencia. La buscan. La disfrutan. Nadie resiente escuchar un "¿sabes? he pensado mucho en ti". A la gente le encanta ser arrendatario de pedacitos de la mente de otros, está en su naturaleza. Sin embargo gente llega y gente se va, generalmente dejando pocas o ninguna huella en los lugares que abandona, simplemente dejan de estar ahí y un día uno despierta y se da cuenta de que en su mente hay habitaciones disponibles y que en la caja faltan algunos meses de renta.
Las cosas simplemente son así. Ni siquiera es necesario pensárselo dos veces.
"Vaya" es una palabra útil, ¿no? Digo, en su sentido intrínseco todas las palabras son útiles, incluso palabras como palindroma, exotérmico, condocondral y otras que, aunque ustedes pobres humanos, no sepan lo que significan, siguen teniendo la utilidad de que su existencia nos da una forma de llamar a cosas, cualidades, eventos y un sinfín de sinfines por su nombre y evitarnos la flojera de decir: "es algo que... blabla".
"Vaya" sin embargo, tiene un montón de utilidades. Sirve como conjugación del verbo ir (VAYA usted y chifle en aquella lomita), sirve también para expresar que uno acaba de entender el significado de algo que antes no comprendía (VAYA, de modo que esta plancha me quema la mano cuando está encendida) o también paa expresar un desconcierto (VAYA, me pregunto si ese imbécil sabe que ella es mi mujer). Esto ejemplifica su utilidad en la forma escrita, si nos vamos a la oralidad y atendemos al fenómeno de la homofonía, podemos utilizar el sonido de Vaya/Valla/Baya de infinidad de maneras (Poner una valla, decirle que se vaya y sembrar algunas bayas).
"Vaya" también sirve para el momento en el que regresar a tu vida cotidiana, tras dos semanas muy hermosas al lado de las personas a las que amas, llegas a tu habitación cotidiana y desempacas tus cotidianas maletas, limpias un poco tu cotidiano cuarto y al final de detienes frente al espejo y descubres que, aunque eres el mismo, ya no eres el mismo. ¿Qué queda si no proferir un minúsculo y desangelado "vaya"?
Las palabras y la gente pueden llegar a tener muchísimo en común. Incluso hay palabras que al ser escuchadas por oídos particulares, remiten la imagen de una persona muy específica. Uno puede relacionar la palabra "ídolo" con el rostro particular de alguien a quien profesa enorme admiración, puede relacionar la palabra pasión con aquel ser (preferiblemente del sexo opuesto) que le provoca ese exacto anhelo carnal y así sucesivamente. Las palabras tienen también el rasgo común con las personas de que pueden ser palabras intrascendentes, que el tiempo arrastra y desaparece, o palabras que se graban en piedra y que siglos después pueden encontrarse casi intactas allí donde se plasmaron.
La gente es así. He perdido la cuenta de la cantidad de personas que conocí creyendo que toda la vida estarían allí, que siempre serían una presencia audible, tangible, sensorialmente captable y hoy ni siquiera puedo precisar latitudes y longitudes para encontrarles en este ancho multiverso. Por el lado contrario, hay personas en mi vida que, aunque puedo precisar el momento en que llegaron, no puedo decir lo mismo del momento en que se irán, pues se han plasmado en piedra.
Es irónico. A la gente le gusta la permanencia. La buscan. La disfrutan. Nadie resiente escuchar un "¿sabes? he pensado mucho en ti". A la gente le encanta ser arrendatario de pedacitos de la mente de otros, está en su naturaleza. Sin embargo gente llega y gente se va, generalmente dejando pocas o ninguna huella en los lugares que abandona, simplemente dejan de estar ahí y un día uno despierta y se da cuenta de que en su mente hay habitaciones disponibles y que en la caja faltan algunos meses de renta.
Las cosas simplemente son así. Ni siquiera es necesario pensárselo dos veces.
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