24 abril 2006

Vaya

Vaya.

"Vaya" es una palabra útil, ¿no? Digo, en su sentido intrínseco todas las palabras son útiles, incluso palabras como palindroma, exotérmico, condocondral y otras que, aunque ustedes pobres humanos, no sepan lo que significan, siguen teniendo la utilidad de que su existencia nos da una forma de llamar a cosas, cualidades, eventos y un sinfín de sinfines por su nombre y evitarnos la flojera de decir: "es algo que... blabla".

"Vaya" sin embargo, tiene un montón de utilidades. Sirve como conjugación del verbo ir (VAYA usted y chifle en aquella lomita), sirve también para expresar que uno acaba de entender el significado de algo que antes no comprendía (VAYA, de modo que esta plancha me quema la mano cuando está encendida) o también paa expresar un desconcierto (VAYA, me pregunto si ese imbécil sabe que ella es mi mujer). Esto ejemplifica su utilidad en la forma escrita, si nos vamos a la oralidad y atendemos al fenómeno de la homofonía, podemos utilizar el sonido de Vaya/Valla/Baya de infinidad de maneras (Poner una valla, decirle que se vaya y sembrar algunas bayas).

"Vaya" también sirve para el momento en el que regresar a tu vida cotidiana, tras dos semanas muy hermosas al lado de las personas a las que amas, llegas a tu habitación cotidiana y desempacas tus cotidianas maletas, limpias un poco tu cotidiano cuarto y al final de detienes frente al espejo y descubres que, aunque eres el mismo, ya no eres el mismo. ¿Qué queda si no proferir un minúsculo y desangelado "vaya"?

Las palabras y la gente pueden llegar a tener muchísimo en común. Incluso hay palabras que al ser escuchadas por oídos particulares, remiten la imagen de una persona muy específica. Uno puede relacionar la palabra "ídolo" con el rostro particular de alguien a quien profesa enorme admiración, puede relacionar la palabra pasión con aquel ser (preferiblemente del sexo opuesto) que le provoca ese exacto anhelo carnal y así sucesivamente. Las palabras tienen también el rasgo común con las personas de que pueden ser palabras intrascendentes, que el tiempo arrastra y desaparece, o palabras que se graban en piedra y que siglos después pueden encontrarse casi intactas allí donde se plasmaron.

La gente es así. He perdido la cuenta de la cantidad de personas que conocí creyendo que toda la vida estarían allí, que siempre serían una presencia audible, tangible, sensorialmente captable y hoy ni siquiera puedo precisar latitudes y longitudes para encontrarles en este ancho multiverso. Por el lado contrario, hay personas en mi vida que, aunque puedo precisar el momento en que llegaron, no puedo decir lo mismo del momento en que se irán, pues se han plasmado en piedra.

Es irónico. A la gente le gusta la permanencia. La buscan. La disfrutan. Nadie resiente escuchar un "¿sabes? he pensado mucho en ti". A la gente le encanta ser arrendatario de pedacitos de la mente de otros, está en su naturaleza. Sin embargo gente llega y gente se va, generalmente dejando pocas o ninguna huella en los lugares que abandona, simplemente dejan de estar ahí y un día uno despierta y se da cuenta de que en su mente hay habitaciones disponibles y que en la caja faltan algunos meses de renta.

Las cosas simplemente son así. Ni siquiera es necesario pensárselo dos veces.

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