19 enero 2009

Parrafadas.

A veces me encierro en mí mismo, en mi preciosa colección de manías que guardo en una estantería limpia y bien catalogada en algún lugar de mi cerebro y sólo salgo de ahí para comer un bocado, darme quizá un regaderazo, si el clima y mis pendientes del día lo permiten, antes de regresar a regodearme en eso que si yo fuera italiano llamaría dolce far niente.

No tengo nada qué aportarle a la vida. Si sigo reencarnando es sólo porque la muerte me resulta tremendamente monótona, y la vida, aún con su sinfín de altibajos, no carece del elemento sorpresa. Lamentablemente esto de existir de siempre y para siempre lo arriesga a uno a asistir a eras como esta, en las que lo más productivo que se puede hacer es contemplar sin humor la descomposición del ser humano.

La verdad es que ser común me ha resultado tremendamente agotador. No deja de conmoverme lo profundo que llevan la cabeza metida en el culo la mayoría de las personas con las que he cruzado valiosos minutos de mi vida que bien pude haberle regalado al ocio. Practico la misantropía desde entonces y tengo que admitir, sin falsas modestias, que he llegado a extremos de virtuosismo comparables a grandes como Nietzche (ese pillo incestuoso) o Kant (ah, Kant, un cuarentón virgen que se sentía tan inteligente y nunca encontró la forma de conseguirse una mujer para su cama).

Supongo que mi cinismo es o pretende ser un detonador emocional. Yo soy un declarado adicto al sabotaje emocional. No al mío, por supuesto, pues incluso en esas raras ocasiones en que he llegado a odiarme me he conocido lo bastante como para saber que soy irrompible y me reservo el derecho de hacer intentos vanos. Boicoteo, en cambio, a los demás. No lo hago por maldad, faltaba más, si yo soy un tipo con un corazón grande y acolchonado, sino porque es la única forma útil que he encontrado para que otros encuentren su verdad.

Tengo frescos en mi mente los recuerdos de todos aquellos a quienes alguna vez les rompì algo dentro y tengo al alcance de la mano las consecuencias. En todo caso son positivas. Alguna vez le corté los naipes a un gran amigo sobre su concepto bobo de fidelidad y ahora es un tipo feliz con su pareja. Alguna vez le hice cachitos el corazón a una mujer que pensaba que la vida era escrita por guionistas de televisa y ahora es una de las desalmadas más felices que ustedes llegarán a conocer. Alguna vez amé a alguien que merecía como muy pocas personas que le escupieran a la cara, y ahora sufrir por el recuerdo de ese amor es mi forma de escupirle todos los días. Yo soy, ante todo, un tipo justo.

Pero me queda bien poco por decir. Mi fe en el mundo se reduce a un par de personas y a ambas las reconozco como totalmente falibles. He creído y descreído en el amor y ahora me siento tentado a hacer con él una paz de armisticio y cada cuál por su lado y todo lo demás. A fin de cuentas, nací solo, he vivido igual y seguramente muera de la misma forma. Todo lo demás, como siempre, son única y sencillamente notas sueltas para mis memorias.


Tomado de mi biografía no autorizada escrita por un periodista ficticio que nunca me ha seguido los pasos.

No hay comentarios.: