17 marzo 2010

Vueltas Devueltas

La vida no se cansa de ser circular y perfecta.

Todo lo que me sucede me ha sucedido antes, me volverá a suceder, quizá, en otro momento futuro y entonces pensaré de nuevo que todo lo que me sucede me ha sucedido antes y me volverá a suceder quizá en otro momento futuro y así hasta la náusea.

La existencia del ciclo y su forma circular es lo que acerca nuestras cotidianeidades a la perfección, lo que hace nuestras rutinas a veces insoportables y lo que vuelve armónico y estable el devenir de nuestras vidas. Así hay personas y lugares a los que no sentimos conocer, sino simplemente reencontrar.

Me sucede con nuevos amigos que siento como viejos, me sucede con lugares nunca visitados que siento como parte del pasado y cuyos rincones recorro con una falsa sensación de deja-vuh.

Quizá por eso soy una persona de tan pocos amigos y con tan pocos y contados momentos inolvidables. Porque quizá no necesito recordar las cosas que al final volverán a suceder y estarán de nuevo disponibles para mí y volveré a caminar entre ellas como entre los pasillos de un wal mart cualquiera.

Ayer regresé de un viaje (Otro, sí, la gran maravilla de haberme dejado chupar por el sistema es que puedo costear esas cosas superficiales y estúpidas y pretenciosas y sentirme bien por hacerlo), esta vez de nuevo a Guadalajara (Álamos antes de eso, La FIL, Guanajuato), que es mi destino irresuelto desde siempre y donde he vivido y sido feliz y donde he conocido la tristeza y la miseria y la dicha y el amor. Fue un viaje corto pero sustancial, en el que tuve la oportunidad de recorrer los lugares que recorría en aquellos entonces, cuando la vida era menos sencilla y las cosas más confusas y ahora nebulosas.

Al parecer mi mecenas murió. La gran señora que me alimentaba y me proveía de techo y que cantaba ópera por las mañanas mientras yo preparaba mis libros y apuntes para la facultad parece haberse ido. Su casa está oscura y abandonada, sus flores marchitas. Parece haberle dicho adiós al mundo, pero yo no tuve el valor de tocar la puerta y ver si había quién me confirmara el temor. Toda la gente que vale la pena ha muerto o se prepara para morir y a mí me aterra que cada una de las cosas que he escrito ha encontrado la manera de suceder. No debo volver a redactar un párrafo profético y por eso ahora sólo relato crónicas pasadas.

Pero de nuevo, si han de volverme a suceder, no son crónicas pasadas, sino presagios del próximo viaje que hice dentro de dos meses atrás. O algo así. No lo sé. Extraño esa época que viene donde todo era más simple que antes.

4 comentarios:

Char dijo...

Hablando de la redondez del tiempo y las cosas que han sucedido vuelven a suceder, volviste a Guadalajara y yo estaba ahí y no nos hemos vuelto a ver.

OTTO dijo...

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