30 octubre 2008
29 octubre 2008
La vida ligera.
Redacto un consejo a consideración de la banda lectora de estas diatribas cotidianas:
Huyan de la medianía como si se tratara de la peste.
En serio, amable público lector, les voy a dar el mismo tip que si me los encontrara en mitad del periférico cuando el semáforo cambia a verde y la avalancha de vehículos arremete contra ustedes como si de una manada de toros en pamplona se tratase: Corran hacia cualquiera de las dos orillas, no se queden en el medio ni corran para adelante. Más temprano que tarde los alcanzará el madrazo.
¿A qué me refiero? Exactamente a eso: la medianía no es un punto deseable. Yo sé que hay muchos refranes y proverbios en mi contra, pero como todo lo que alguna vez ha estado en contra de mis puntos de vista, están errados y faltos de certeza. Nada de "ni muy muy ni tan tan", olvídense de "entre azul y buenas noches", quemen sus "ni tanto que queme al santo ni tanto que no le alumbre". No, jóvenes y jóvenas, señoras y señoras, carameeelosh y boliiitash, ni madres.
Me explico, como es usual, usando mi vida como ejemplo. Y no es que mi vida sea precisamente un ejemplo a seguir (además no podrían seguirla, no va hacia ningún lado), sino que es la única vida que tengo a la mano y la única sobre la que puedo decidir (de influir influyo en muchas, gurú y sopotamadre), así que es la que uso y ya. Bueno, mucha arenga y pocas avellanas (noten lo alternativo de mis citas recientes) así que sin más fanfarrias paso a la explicación.
Hay en la vida puntos sobre a los que a veces se pasa sin darse cuenta. A veces esos puntos están determinados por etapas cronológicamente determinables; verbigracia, llegar a los treinta para los hombres, los quince años que marcan el salto de las niñas a canchas oficiales. Y en otras ocasiones quedan señalados por eventos aleatorios, como conseguir el empleo en el que se pasará casi todo el resto de la vida, perder la virginidad, casarse, bla bla blarablá.
Ahora bien, al mirar en retrospectiva, pueden suceder dos cosas. Uno puede recordar con toda la serenidad del mundo los detalles más nimios de la ocurrencia de tales eventos y bastantes momentos sueltos de la etapa que su ocurrencia abrió en la vida del analista. Uno puede voltear a ese túmulo de vivencias y, en una calma de navegante, pensar cómo se dieron los pasos necesarios para llegar exactamente al suelo que se pisa. O uno puede despertar un día, mareado y con un chipote marca llorarás en la cabeza, preguntándose "¿qué coños hago aquí?". Las dos cosas están bien.
Anoche, por ahí de las dos de la mañana, llegué a mi departamento, estacioné el coche, subí los vidrios, puse los seguros, bajé las cosas que había que bajar, caminé hasta las escaleras, fui hasta la puerta, abrí, entré al comedor, prendí la luz y sentí miedo. No un miedo racional (ladrones en la casa, Jason con una motosierra tras la puerta, una cabeza de caballo en mi cama), sino uno totalmente irracional (...inserte miedo irracional...). Lo ignoré, como suelo hacer con los miedos de cualquier tipo y dejando mis pocas cosas sobre la mesa, volví a salir del apartamento. Caminé tres cuadras hacia la esquina donde un viejito metalero vende los hotdogs más malos de la comarca, pero los únicos que están abiertos a las 2 de la mañana, y todo el camino sentí el mismo miedo. Incluso creo que cometí la imbecilidad de voltear a ver si alguien me seguía. A la cuadra y media me empezó a ladrar un pinche perro que estaba como a dos cuadras de distancia y al que nomás le faltó marcarme al celular y ladrarme por teléfono. Pinche perro huevón, ni siquiera fue para levantarse a corretearme como un perro decente. Pero ya me desvié. El punto es que llegué, compre el hot dog, regresé y en el camino de regreso sentí el mismo miedo. Nunca me pareció tan oscura la calle, ni tan solitarias las banquetas, ni ten lejanos y apagados los ruidos de la ciudad. Nunca.
Un poco más tarde, habiendo cenado y leyendo un poco a Ospina, me puse a reflexionar y creo que llegué sin darme mucha cuenta a la conclusión de que las pocas justificaciones para mi miedo anterior estaban basadas en el temor de una pérdida material cuantiosa. No pude evitar pensarme a mí mismo en ciudades más grandes y calles más peligrosas a horas más inadecuadas, deambulando con la tranquilidad con la que un pescador arroja el cebo a una piscina. No pude evitar pensarme en los años en que todo mi atuendo junto valía doscientos pesos y mi billetera era abultada por boletos del cine, recibos atrasados y tarjetas de presentación. Me recordé malcomido en alguna parada de autobús, contando las monedas para ver si ese día me alcanzaría el dinero para algo más que los pingüinos marinela y la botella de agua con los que distraía al hambre en lo que llegaba algo mejor. Me recordé lavando mi ropa por las noches para tener cómo vestirme al día siguiente. Me recordé feliz. Era feliz dependiendo de absolutamente nada. Vivía en una habitación sencilla con una cama y una mesa para escribir. Tenía tres cajas de libros pendientes por leer, comía mal y poco, pero apenas y me acordaba de hacerlo entre libro leído y cuento escrito, salía por las noches a respirar un aire que no estuviera viciado por el café, el tabaco y el incienso de mi habitación, y caminaba kilómetros enteros en una ciudad desconocida. Nadie me miraba y eso parecía cosa de magia para un voyeurista empedernido como yo. Era feliz de tan miserable.
Y ahora, como sabrán, tengo un empleo, un coche, pequeñas posesiones que aunque son patrimonialmente insignificantes, son fetiches materiales con los que uno termina desarrollando una relación simbiótico-dependiente de la que es difícil salir bien librado. Si fuera, por ejemplo, asquerosamente rico, me mudaría a una isla desierta (lo juro), contruiría una casa pequeña y muy cómoda y alrededor pondría un lago con cocodrilos, tiburones y pirañas (que se morirían todos, pero en fin) y unos cien mercenarios bien pertrechados con morteros y lanzagranadas, manzanas, naranjas y demás. Imitaría a aquel rey de las mil y una noches que se disfrazaba de mendigo para salir al pueblo, volvería a caminar por esas calles oscuras y concurridas, a mirar los aparadores sin intenciones de comprar, a apetecer los pasteles y manjares de los restaurantes y a escribir docenas de cuentos y a leer centenares de libros.
Huyan de la medianía. Huyan. Corran. Sean felices o sean miserables, pero nunca más o menos. Estén muy bien o estén muy mal, pero nunca regular. Amen u Odien, pero no sean indiferentes. Pártanse la madre para vivir como ustedes quieren, sea entre seda y terciopelo o entre manta y mezclilla, pero de verdad, no sean medianos. Habrá quien los quiera con toda el alma y quien los aborrezca igual, pero ustedes serán felices. A fin de cuentas, es todo lo que importa.
Huyan de la medianía como si se tratara de la peste.
En serio, amable público lector, les voy a dar el mismo tip que si me los encontrara en mitad del periférico cuando el semáforo cambia a verde y la avalancha de vehículos arremete contra ustedes como si de una manada de toros en pamplona se tratase: Corran hacia cualquiera de las dos orillas, no se queden en el medio ni corran para adelante. Más temprano que tarde los alcanzará el madrazo.
¿A qué me refiero? Exactamente a eso: la medianía no es un punto deseable. Yo sé que hay muchos refranes y proverbios en mi contra, pero como todo lo que alguna vez ha estado en contra de mis puntos de vista, están errados y faltos de certeza. Nada de "ni muy muy ni tan tan", olvídense de "entre azul y buenas noches", quemen sus "ni tanto que queme al santo ni tanto que no le alumbre". No, jóvenes y jóvenas, señoras y señoras, carameeelosh y boliiitash, ni madres.
Me explico, como es usual, usando mi vida como ejemplo. Y no es que mi vida sea precisamente un ejemplo a seguir (además no podrían seguirla, no va hacia ningún lado), sino que es la única vida que tengo a la mano y la única sobre la que puedo decidir (de influir influyo en muchas, gurú y sopotamadre), así que es la que uso y ya. Bueno, mucha arenga y pocas avellanas (noten lo alternativo de mis citas recientes) así que sin más fanfarrias paso a la explicación.
Hay en la vida puntos sobre a los que a veces se pasa sin darse cuenta. A veces esos puntos están determinados por etapas cronológicamente determinables; verbigracia, llegar a los treinta para los hombres, los quince años que marcan el salto de las niñas a canchas oficiales. Y en otras ocasiones quedan señalados por eventos aleatorios, como conseguir el empleo en el que se pasará casi todo el resto de la vida, perder la virginidad, casarse, bla bla blarablá.
Ahora bien, al mirar en retrospectiva, pueden suceder dos cosas. Uno puede recordar con toda la serenidad del mundo los detalles más nimios de la ocurrencia de tales eventos y bastantes momentos sueltos de la etapa que su ocurrencia abrió en la vida del analista. Uno puede voltear a ese túmulo de vivencias y, en una calma de navegante, pensar cómo se dieron los pasos necesarios para llegar exactamente al suelo que se pisa. O uno puede despertar un día, mareado y con un chipote marca llorarás en la cabeza, preguntándose "¿qué coños hago aquí?". Las dos cosas están bien.
Anoche, por ahí de las dos de la mañana, llegué a mi departamento, estacioné el coche, subí los vidrios, puse los seguros, bajé las cosas que había que bajar, caminé hasta las escaleras, fui hasta la puerta, abrí, entré al comedor, prendí la luz y sentí miedo. No un miedo racional (ladrones en la casa, Jason con una motosierra tras la puerta, una cabeza de caballo en mi cama), sino uno totalmente irracional (...inserte miedo irracional...). Lo ignoré, como suelo hacer con los miedos de cualquier tipo y dejando mis pocas cosas sobre la mesa, volví a salir del apartamento. Caminé tres cuadras hacia la esquina donde un viejito metalero vende los hotdogs más malos de la comarca, pero los únicos que están abiertos a las 2 de la mañana, y todo el camino sentí el mismo miedo. Incluso creo que cometí la imbecilidad de voltear a ver si alguien me seguía. A la cuadra y media me empezó a ladrar un pinche perro que estaba como a dos cuadras de distancia y al que nomás le faltó marcarme al celular y ladrarme por teléfono. Pinche perro huevón, ni siquiera fue para levantarse a corretearme como un perro decente. Pero ya me desvié. El punto es que llegué, compre el hot dog, regresé y en el camino de regreso sentí el mismo miedo. Nunca me pareció tan oscura la calle, ni tan solitarias las banquetas, ni ten lejanos y apagados los ruidos de la ciudad. Nunca.
Un poco más tarde, habiendo cenado y leyendo un poco a Ospina, me puse a reflexionar y creo que llegué sin darme mucha cuenta a la conclusión de que las pocas justificaciones para mi miedo anterior estaban basadas en el temor de una pérdida material cuantiosa. No pude evitar pensarme a mí mismo en ciudades más grandes y calles más peligrosas a horas más inadecuadas, deambulando con la tranquilidad con la que un pescador arroja el cebo a una piscina. No pude evitar pensarme en los años en que todo mi atuendo junto valía doscientos pesos y mi billetera era abultada por boletos del cine, recibos atrasados y tarjetas de presentación. Me recordé malcomido en alguna parada de autobús, contando las monedas para ver si ese día me alcanzaría el dinero para algo más que los pingüinos marinela y la botella de agua con los que distraía al hambre en lo que llegaba algo mejor. Me recordé lavando mi ropa por las noches para tener cómo vestirme al día siguiente. Me recordé feliz. Era feliz dependiendo de absolutamente nada. Vivía en una habitación sencilla con una cama y una mesa para escribir. Tenía tres cajas de libros pendientes por leer, comía mal y poco, pero apenas y me acordaba de hacerlo entre libro leído y cuento escrito, salía por las noches a respirar un aire que no estuviera viciado por el café, el tabaco y el incienso de mi habitación, y caminaba kilómetros enteros en una ciudad desconocida. Nadie me miraba y eso parecía cosa de magia para un voyeurista empedernido como yo. Era feliz de tan miserable.
Y ahora, como sabrán, tengo un empleo, un coche, pequeñas posesiones que aunque son patrimonialmente insignificantes, son fetiches materiales con los que uno termina desarrollando una relación simbiótico-dependiente de la que es difícil salir bien librado. Si fuera, por ejemplo, asquerosamente rico, me mudaría a una isla desierta (lo juro), contruiría una casa pequeña y muy cómoda y alrededor pondría un lago con cocodrilos, tiburones y pirañas (que se morirían todos, pero en fin) y unos cien mercenarios bien pertrechados con morteros y lanzagranadas, manzanas, naranjas y demás. Imitaría a aquel rey de las mil y una noches que se disfrazaba de mendigo para salir al pueblo, volvería a caminar por esas calles oscuras y concurridas, a mirar los aparadores sin intenciones de comprar, a apetecer los pasteles y manjares de los restaurantes y a escribir docenas de cuentos y a leer centenares de libros.
Huyan de la medianía. Huyan. Corran. Sean felices o sean miserables, pero nunca más o menos. Estén muy bien o estén muy mal, pero nunca regular. Amen u Odien, pero no sean indiferentes. Pártanse la madre para vivir como ustedes quieren, sea entre seda y terciopelo o entre manta y mezclilla, pero de verdad, no sean medianos. Habrá quien los quiera con toda el alma y quien los aborrezca igual, pero ustedes serán felices. A fin de cuentas, es todo lo que importa.
27 octubre 2008
Noticias frescas desde el apocalipsis.
Hola.
Sí, ya lo sé. No. Tampoco. Tú cállate. A ver. Ajá. Sí. También. Dos o tres veces, pero mayormente café y algún plato suelto de froot loops.
Bueno, resueltas las preguntas, entramos en materia.
1.-¿Ya se dieron cuenta de lo feo que se ha puesto el asunto para los jodidos en el país? Aquellos de ustedes que compartan la senectud con este servidor, recordarán que la crisis noventera en méxico destruyó hasta los más ocultos cimientos de lo que era la clase media baja, mandándolos de un saque hasta más abajo de lo bajo. Se crearon varios millones de nuevos pobres en el sexenio terminal de C.S.G. e inicial de E.Z.P. Pues bien, les notifico que según la gente que entiende de estas cosas, el nuevo madrazo viene contra los mismos jodidos que solían ser pobres y que ahora, con las nuevas condiciones económicas mundiales entrarán de lleno y sin escalas, en la dudosa categoría de miserables. Para llorar, el asunto.
2.-¿Han hecho el super últimamente? Este que les escribe suele hacerlo los domingos, entre una cosa y otra, lavandería, café, balompié nacional, comida, et caeteris, y por lo general me ando gastando por ahí de 500 pesitos en la canasta básica (que incluye mitad de artículos básicos para todos y mitad de artículos básicos para mí, bleh), pero el fin de semana pasado, compré EXACTAMENTE LAS MISMAS COSAS DE TODAS LAS SEMANAS, y fueron 750 pesitos (ititititos, así de chiquitos). ¿No hay inflación? ¿No hay crisis? ¿No pasa nada? Chinguen a su madre.
3.-¿Cómo cuántos tacos creen que se ande chingando el H. Secretario de Hacienda en una sentada? Yo le tiro por ahí de unos 20, fácil. Y sí tiene una esposa y unos dos hijos igual de jamones que él, son 80 tacos, pelados. Acá en mi tierra los tacos andan entre los 15 y los 20 pesos, así que 80 taquitos de a 17 varos (en promedio) son 1360 varos, sin refresco. Podría hacer el super de dos semanas, ¿y ustedes?
4.-¿A poco de veras de veras me juran que no se dan cuenta de que les están dando atole de mierda con el dedo, señores? Ya los caché viendo La última generación de la academia, cantando/bailando/humillando por un sueño, y de seguro andan planeando su donativo para la próxima edición del Teletón, verdad, munchies? Si son unas ternuritas, todos. A ver, ¿a cuánto amaneció hoy el dólar? ¿Cuántos millones de ameros envió estados unidos a los bancos de china en días pasados? ¿Cuántos de dólares ha subastado Banxico para financiar la flotabilidad del peso? Voten por Pee Wee, estúpidos.
Qué bien se siente, ¿no? Ustedes también deberian escribir sus diatribas y acusar a todos de no ser tan radiantemente inteligentes como ustedes, es reparador. También deberían salir a correr a toda la velocidad que les permitan las piernas y sentir cómo en cualquier momento podrían saltar y caer de bruces en el suelo, tragarse la tierra que pisan y algunas briznas de pasto, deberían caer de vez en cuando rendidos en el suelo, manchándose las ropas de polvo y lodo, jadeando por el esfuerzo, sintiendo que se les contrae el alma al mismo ritmo que los pulmones, que el sudor les escurre bajo las ropas y los impregna de una marisma salobre, deberían de exigirle el máximo a su cuerpo y darse cuenta que en el momento climático de la casi muerte de agotamiento, el alma se vivifica y el dolor les recuerda la dulzura de estar vivos.
Claro que si son demasiado perezosos para obedecer el mandato de sus piernas, podrían ponerse un tatuaje nuevo, como el mío.
Y sí, esto es una forma muy moderada y parabólica de decirles: He vuelto, pequeños, alégrense con la noticia de mi segunda venida. Snif.
Sí, ya lo sé. No. Tampoco. Tú cállate. A ver. Ajá. Sí. También. Dos o tres veces, pero mayormente café y algún plato suelto de froot loops.
Bueno, resueltas las preguntas, entramos en materia.
1.-¿Ya se dieron cuenta de lo feo que se ha puesto el asunto para los jodidos en el país? Aquellos de ustedes que compartan la senectud con este servidor, recordarán que la crisis noventera en méxico destruyó hasta los más ocultos cimientos de lo que era la clase media baja, mandándolos de un saque hasta más abajo de lo bajo. Se crearon varios millones de nuevos pobres en el sexenio terminal de C.S.G. e inicial de E.Z.P. Pues bien, les notifico que según la gente que entiende de estas cosas, el nuevo madrazo viene contra los mismos jodidos que solían ser pobres y que ahora, con las nuevas condiciones económicas mundiales entrarán de lleno y sin escalas, en la dudosa categoría de miserables. Para llorar, el asunto.
2.-¿Han hecho el super últimamente? Este que les escribe suele hacerlo los domingos, entre una cosa y otra, lavandería, café, balompié nacional, comida, et caeteris, y por lo general me ando gastando por ahí de 500 pesitos en la canasta básica (que incluye mitad de artículos básicos para todos y mitad de artículos básicos para mí, bleh), pero el fin de semana pasado, compré EXACTAMENTE LAS MISMAS COSAS DE TODAS LAS SEMANAS, y fueron 750 pesitos (ititititos, así de chiquitos). ¿No hay inflación? ¿No hay crisis? ¿No pasa nada? Chinguen a su madre.
3.-¿Cómo cuántos tacos creen que se ande chingando el H. Secretario de Hacienda en una sentada? Yo le tiro por ahí de unos 20, fácil. Y sí tiene una esposa y unos dos hijos igual de jamones que él, son 80 tacos, pelados. Acá en mi tierra los tacos andan entre los 15 y los 20 pesos, así que 80 taquitos de a 17 varos (en promedio) son 1360 varos, sin refresco. Podría hacer el super de dos semanas, ¿y ustedes?
4.-¿A poco de veras de veras me juran que no se dan cuenta de que les están dando atole de mierda con el dedo, señores? Ya los caché viendo La última generación de la academia, cantando/bailando/humillando por un sueño, y de seguro andan planeando su donativo para la próxima edición del Teletón, verdad, munchies? Si son unas ternuritas, todos. A ver, ¿a cuánto amaneció hoy el dólar? ¿Cuántos millones de ameros envió estados unidos a los bancos de china en días pasados? ¿Cuántos de dólares ha subastado Banxico para financiar la flotabilidad del peso? Voten por Pee Wee, estúpidos.
Qué bien se siente, ¿no? Ustedes también deberian escribir sus diatribas y acusar a todos de no ser tan radiantemente inteligentes como ustedes, es reparador. También deberían salir a correr a toda la velocidad que les permitan las piernas y sentir cómo en cualquier momento podrían saltar y caer de bruces en el suelo, tragarse la tierra que pisan y algunas briznas de pasto, deberían caer de vez en cuando rendidos en el suelo, manchándose las ropas de polvo y lodo, jadeando por el esfuerzo, sintiendo que se les contrae el alma al mismo ritmo que los pulmones, que el sudor les escurre bajo las ropas y los impregna de una marisma salobre, deberían de exigirle el máximo a su cuerpo y darse cuenta que en el momento climático de la casi muerte de agotamiento, el alma se vivifica y el dolor les recuerda la dulzura de estar vivos.
Claro que si son demasiado perezosos para obedecer el mandato de sus piernas, podrían ponerse un tatuaje nuevo, como el mío.
Y sí, esto es una forma muy moderada y parabólica de decirles: He vuelto, pequeños, alégrense con la noticia de mi segunda venida. Snif.
23 octubre 2008
Breve nota aclaratoria.
Con una única destinataria, cuyo nombre no será dicho porque aquí se le sigue queriendo demasiado, pero de la que diré que es bella, vegetariana, chaparrita, ballerina, excelente repostera y pronto una de las mejores chef del mundo, además de una persona bellísima:
Tienes razón, no tienes pies feos, ni ninguna de las otras cosas que mencioné. Por eso te amé tanto y con tantas fuerzas durante mucho más tiempo del que debí haberte amado, pero mucho menos del que me hubiera gustado haberte amado.
Dijiste que eras feliz y espero que lo seas de verdad, a mí me costó un trabajo horrible y muchisimos días de dolor y desesperación entender que la vida sin ti era la única opción que me quedaba.
Acepté tu adiós hace muy poco tiempo. Como alguna vez te dije, te llevaste todo lo que yo era cuando te fuiste, y no tuve más opción que reconstruirme. Hoy soy otro, y gran parte de eso te lo debo a ti. Gracias por el amor y gracias por el dolor.
Tienes razón, no tienes pies feos, ni ninguna de las otras cosas que mencioné. Por eso te amé tanto y con tantas fuerzas durante mucho más tiempo del que debí haberte amado, pero mucho menos del que me hubiera gustado haberte amado.
Dijiste que eras feliz y espero que lo seas de verdad, a mí me costó un trabajo horrible y muchisimos días de dolor y desesperación entender que la vida sin ti era la única opción que me quedaba.
Acepté tu adiós hace muy poco tiempo. Como alguna vez te dije, te llevaste todo lo que yo era cuando te fuiste, y no tuve más opción que reconstruirme. Hoy soy otro, y gran parte de eso te lo debo a ti. Gracias por el amor y gracias por el dolor.
12 octubre 2008
This is it.
Cada vez que intento hablar con una mujer sobre por qué soy casi totalmente incapaz de querer a alguien hasta el punto inmediatamente anterior al amor, termino por hacerme odiar por ella y además por todo su círculo de amigas. De seguir así terminaré por ser una especie de marginado, un morlock de las pre-relaciones, un leproso, el tipo ese del que se murmura en los cafés: "no pierdas tu tiempo, amiga, ese nada más juega contigo y luego te bota".
Claro, siempre quedaría la opción de nada más no hablar de eso, pero esa opción es una ficción total, siempre, todas y cada una de las mujeres que quieren/quisieron/querrán algo conmigo han terminado/terminan/terminarán por querer tener esa conversación que explique de modo más o menos convincente por qué no se puede aspirar a ser mi pareja por los siglos de los siglos, amén.
Y mis razones, la verdad sea dicha, son bastante malas. Soy una pareja terrible. Gruñón, para empezar, exigente para continuar, posesivo hasta la demencia, celoso hasta extremos casi irreversibles, empalagoso a niveles diabéticos, soberbio, preguntón, apasionado (se supone que es bueno, no lo es), patológicamente infiel, carajo, muy infiel, más infiel que todos los infieles del mundo juntos, mentiroso, muy mentiroso, más mentiroso que un político en campaña. Todo eso soy con las mujeres que entran a mi vida con la intención de ser "mi compañera" (snif) y se van luego por la puerta de atrás, azotándola y sin más intenciones que ser la enfermera instrumentista de mi castración.
La cosa funciona de la siguiente manera: Yo no confío en ustedes. Nunca. Por nada del mundo. No confío en ustedes porque no las conozco. No quiero conocerlas. Ustedes me molestan.
Soy un misógino por las mismas razones por las que soy un agnóstico: Desconfío de lo que no comprendo. Y la verdad, mujeres, es que no las comprendo ni me interesa en lo más mínimo entender porque parecen perseguir la contradicción y la autorepresión como modus vivendi. Atraigo a las mujeres equivocadas, eso me queda muy claro. Por lo general las que se fijan en mí padecen de todos los síndromes que detesto, y que podría comenzar a enumerar en orden descendente así:
a)Ausencia total de una pasión dominante en la vida.
b)Desconocimiento casi absoluto del mundo que las rodea.
c)Desidia monstruosa por el conocimiento de ese mundo.
d)Pies feos.
e)Mala ortografía.
Y así ad infinitum, ad nauseam.
Por todas estas razones, mi larga vida que cuenta hasta ahora veintiséis mayos calurosos y bellos, sólo ha conocido dos noviazgos de los que conservo algún recuerdo fantástico y dos o tres tragos amargos. ¿Relaciones casuales? Uf, tell me about it, pal. Durante mucho, mucho, pero mucho tiempo, el sexo casual y las parejas de "salgo-contigo-pero-no-andamos-así-que-salgo-con-alguien-más-si-quiero" fueron mi manera de entender esa cosa extraña que a niveles exponenciados y narcóticos llaman amor (ah, imberbes) y de eso conservo, más que nada, una media sonrisa que se me terminó formando por las ingeniosas groserías que he terminado por recibir junto con la rigurosa patada en el trasero.
He terminado por entender que el amor no tiene direcciones, ni sentidos. Esto del amor no se parece a nada y por esa singularidad, es una materia complicada y pegajosa de la que uno no termina por desprenderse en ningún momento de la vida. Asumirlo es ligeramente menos complicado que practicarlo de forma eficiente, sobre todo ante la carga de pesadumbre que el mundo se encarga de ponernos sobre los hombros y que poco a poco se constituye en una parafernalia prácticamente inseparable del rito del amor. Terminamos por comprar la idea de que el amor incluye días de visita, arreglos florales, serenatas con mariachi, estuches rojos de chocolates en forma de corazón, caminatas por la orilla de la playa, noches interminables comiéndose los labios mutuamente, pedida de mano con rodilla al suelo y anillo de diamantes, vestido blanco con lazos de organdí, bla bla blarablá.
Carajo, con tantas cosas por hacer, no queda tiempo de quererse, ¿no? ¿A qué horas se va uno a conocer si todo el tiempo se espera que se haga algo? Se pasa la mitad de la vida pensando en el siguiente paso, planeando, perseverando, y la segunda mitad pagando la pensión alimenticia postdivorcio. ¿Qué salió mal? Déjenme ayudarles, queridos míos: Pasaron tanto tiempo preocupados por hacerse querer que olvidaron quererse.
Hace tres años conocí a la mujer a la que amo. Hace bien poco menos de esos tres años supe que terminaría por enamorarme de ella más tarde o más temprano. Por una de esas cosas que tiene la vida, aquel no era el momento. Mi vida estaba llena de grandes cortadas abiertas por donde manaban sangre y pus y dolores a veces ocultos y a veces gritados y yo no estaba por ningún motivo facultado para querer a alguien. Ustedes no tienen idea de lo difícil que es encontrarte todos los días a la mujer que sabes que podría hacerte tan feliz como sólo has soñado y saber que el único gran impedimento para tenerla eres tú mismo y el lugar al que tus decisiones te ha llevado. Cállense, no la tienen.
Hace algunos meses le dije por primera vez que la amaba. Y fui sincero. Hace dos meses volví a verla tras dos años de ausencia total, de mutuo silencio, de desaparición casi total de nuestras vidas. Y me di cuenta que a pesar de que ella seguía siendo la misma mujer, era también una mujer distinta y de que yo, a pesar de ser un hombre distinto, seguía siendo también el mismo hombre, y la vida, por otra de esas cosas que tiene, se rió de mí cuando entendí que aunque ambos éramos otros y ambos éramos los mismos, esta vez era distinto, porque ella, en lugar de mirarme y sonreír como sonreía casi siempre que nos encontrábamos en aquellos días aciagos del 2005, me miraba largamente y me dejaba verla muy de cerca y ambos nos deleitábamos en besos eternos y suaves y dulces.
Ya no tengo nada más para decir sobre el amor. Como ella, Ana, mi Ana, dice todo el tiempo: La vida se encarga todos los días de hacerme tragar mis palabras.
Ana, mi Ana. Es tan lindo poder por fin decirlo. Ana, yo te amo.
Claro, siempre quedaría la opción de nada más no hablar de eso, pero esa opción es una ficción total, siempre, todas y cada una de las mujeres que quieren/quisieron/querrán algo conmigo han terminado/terminan/terminarán por querer tener esa conversación que explique de modo más o menos convincente por qué no se puede aspirar a ser mi pareja por los siglos de los siglos, amén.
Y mis razones, la verdad sea dicha, son bastante malas. Soy una pareja terrible. Gruñón, para empezar, exigente para continuar, posesivo hasta la demencia, celoso hasta extremos casi irreversibles, empalagoso a niveles diabéticos, soberbio, preguntón, apasionado (se supone que es bueno, no lo es), patológicamente infiel, carajo, muy infiel, más infiel que todos los infieles del mundo juntos, mentiroso, muy mentiroso, más mentiroso que un político en campaña. Todo eso soy con las mujeres que entran a mi vida con la intención de ser "mi compañera" (snif) y se van luego por la puerta de atrás, azotándola y sin más intenciones que ser la enfermera instrumentista de mi castración.
La cosa funciona de la siguiente manera: Yo no confío en ustedes. Nunca. Por nada del mundo. No confío en ustedes porque no las conozco. No quiero conocerlas. Ustedes me molestan.
Soy un misógino por las mismas razones por las que soy un agnóstico: Desconfío de lo que no comprendo. Y la verdad, mujeres, es que no las comprendo ni me interesa en lo más mínimo entender porque parecen perseguir la contradicción y la autorepresión como modus vivendi. Atraigo a las mujeres equivocadas, eso me queda muy claro. Por lo general las que se fijan en mí padecen de todos los síndromes que detesto, y que podría comenzar a enumerar en orden descendente así:
a)Ausencia total de una pasión dominante en la vida.
b)Desconocimiento casi absoluto del mundo que las rodea.
c)Desidia monstruosa por el conocimiento de ese mundo.
d)Pies feos.
e)Mala ortografía.
Y así ad infinitum, ad nauseam.
Por todas estas razones, mi larga vida que cuenta hasta ahora veintiséis mayos calurosos y bellos, sólo ha conocido dos noviazgos de los que conservo algún recuerdo fantástico y dos o tres tragos amargos. ¿Relaciones casuales? Uf, tell me about it, pal. Durante mucho, mucho, pero mucho tiempo, el sexo casual y las parejas de "salgo-contigo-pero-no-andamos-así-que-salgo-con-alguien-más-si-quiero" fueron mi manera de entender esa cosa extraña que a niveles exponenciados y narcóticos llaman amor (ah, imberbes) y de eso conservo, más que nada, una media sonrisa que se me terminó formando por las ingeniosas groserías que he terminado por recibir junto con la rigurosa patada en el trasero.
He terminado por entender que el amor no tiene direcciones, ni sentidos. Esto del amor no se parece a nada y por esa singularidad, es una materia complicada y pegajosa de la que uno no termina por desprenderse en ningún momento de la vida. Asumirlo es ligeramente menos complicado que practicarlo de forma eficiente, sobre todo ante la carga de pesadumbre que el mundo se encarga de ponernos sobre los hombros y que poco a poco se constituye en una parafernalia prácticamente inseparable del rito del amor. Terminamos por comprar la idea de que el amor incluye días de visita, arreglos florales, serenatas con mariachi, estuches rojos de chocolates en forma de corazón, caminatas por la orilla de la playa, noches interminables comiéndose los labios mutuamente, pedida de mano con rodilla al suelo y anillo de diamantes, vestido blanco con lazos de organdí, bla bla blarablá.
Carajo, con tantas cosas por hacer, no queda tiempo de quererse, ¿no? ¿A qué horas se va uno a conocer si todo el tiempo se espera que se haga algo? Se pasa la mitad de la vida pensando en el siguiente paso, planeando, perseverando, y la segunda mitad pagando la pensión alimenticia postdivorcio. ¿Qué salió mal? Déjenme ayudarles, queridos míos: Pasaron tanto tiempo preocupados por hacerse querer que olvidaron quererse.
Hace tres años conocí a la mujer a la que amo. Hace bien poco menos de esos tres años supe que terminaría por enamorarme de ella más tarde o más temprano. Por una de esas cosas que tiene la vida, aquel no era el momento. Mi vida estaba llena de grandes cortadas abiertas por donde manaban sangre y pus y dolores a veces ocultos y a veces gritados y yo no estaba por ningún motivo facultado para querer a alguien. Ustedes no tienen idea de lo difícil que es encontrarte todos los días a la mujer que sabes que podría hacerte tan feliz como sólo has soñado y saber que el único gran impedimento para tenerla eres tú mismo y el lugar al que tus decisiones te ha llevado. Cállense, no la tienen.
Hace algunos meses le dije por primera vez que la amaba. Y fui sincero. Hace dos meses volví a verla tras dos años de ausencia total, de mutuo silencio, de desaparición casi total de nuestras vidas. Y me di cuenta que a pesar de que ella seguía siendo la misma mujer, era también una mujer distinta y de que yo, a pesar de ser un hombre distinto, seguía siendo también el mismo hombre, y la vida, por otra de esas cosas que tiene, se rió de mí cuando entendí que aunque ambos éramos otros y ambos éramos los mismos, esta vez era distinto, porque ella, en lugar de mirarme y sonreír como sonreía casi siempre que nos encontrábamos en aquellos días aciagos del 2005, me miraba largamente y me dejaba verla muy de cerca y ambos nos deleitábamos en besos eternos y suaves y dulces.
Ya no tengo nada más para decir sobre el amor. Como ella, Ana, mi Ana, dice todo el tiempo: La vida se encarga todos los días de hacerme tragar mis palabras.
Ana, mi Ana. Es tan lindo poder por fin decirlo. Ana, yo te amo.
08 octubre 2008
Break
Me imagino que ya notaron que tengo tiempo sin postear.
Bueno, no lo han notado, pero tengo tiempo sin postear.
Sí, ya sé que a nadie le importa, pero el hecho es que padezco una extraña enfermedad mental que me hace creer que lo que escribo en el blog es leído por personas extrañas, con vidas, actividades, intereses y un sinfín de propósitos, eventos todos que requieren de su tiempo, y parte de ese tiempo lo invierten en venir aquí y leer mis cosas, por lo que mi condición mental me obliga a darles una somera explicación del porqué de mi ausencia y por lo tanto del porqué de la falta de publicaciones recientes.
Pues bien, he descubierto que estoy un poco cansado. La terminación a marchas forzadas de mi nuevo cuentario (Dibujar un círculo, Editorial Jus, Mayo de 2009, tal vez) me ha dejado con una leve sequía de ideas y una severa cuasijaqueca de la que ni siquiera me había dado cuenta hasta el fin de semana pasado cuando apagué la computadora y me dediqué a corretear con mi hermoso hijo en mi ya no tan hermoso pueblo de crianza.
Estoy un poco cansado y creo que voy a dejar en paz esto de las letras por algunos días, hasta que se me desacalambren las manos y se me desentuma el cerebro. Está difícil pelear contra 26 años de entumecimiento, pero a ver si un coñaquito ayuda. Ni modo.
Regreso pronto. Hay pizza en el refri, sólo quítenle la pelusa y métanla al micro. Saludos.
Bueno, no lo han notado, pero tengo tiempo sin postear.
Sí, ya sé que a nadie le importa, pero el hecho es que padezco una extraña enfermedad mental que me hace creer que lo que escribo en el blog es leído por personas extrañas, con vidas, actividades, intereses y un sinfín de propósitos, eventos todos que requieren de su tiempo, y parte de ese tiempo lo invierten en venir aquí y leer mis cosas, por lo que mi condición mental me obliga a darles una somera explicación del porqué de mi ausencia y por lo tanto del porqué de la falta de publicaciones recientes.
Pues bien, he descubierto que estoy un poco cansado. La terminación a marchas forzadas de mi nuevo cuentario (Dibujar un círculo, Editorial Jus, Mayo de 2009, tal vez) me ha dejado con una leve sequía de ideas y una severa cuasijaqueca de la que ni siquiera me había dado cuenta hasta el fin de semana pasado cuando apagué la computadora y me dediqué a corretear con mi hermoso hijo en mi ya no tan hermoso pueblo de crianza.
Estoy un poco cansado y creo que voy a dejar en paz esto de las letras por algunos días, hasta que se me desacalambren las manos y se me desentuma el cerebro. Está difícil pelear contra 26 años de entumecimiento, pero a ver si un coñaquito ayuda. Ni modo.
Regreso pronto. Hay pizza en el refri, sólo quítenle la pelusa y métanla al micro. Saludos.
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