25 marzo 2009

La sociedad del parche.

La infancia siempre fue más fácil. A cinco cuadras de mi casa había un taller de bicicletas -Zapopan, se llamaba- donde uno podía comprar cualquier cosa que le hiciera falta para armar/reparar/modificar una bicicleta de cualesquier tipo.

Ok. Breve paréntesis. Cabe mencionar que en mi infancia particular, en mi pueblo particular (también el patio de mi casa era particular, por si se lo preguntan), el "armar bicicletas" era EL hobbie. Todos, sin excepción, teníamos por lo menos una bicicleta a la que semanal o quincenalmente le hacíamos alguna modificación. Por supuesto había niveles -jerarquías, siempre las hay- en el custom bike garaging. No era lo mismo poner un poste GYRO que uno DYNO, por ejemplo, ni mucho menos tener un GT Vertigo que un Mach1. Fin del paréntesis.

Por doce mil pesos (ahora serían doce pesos, en aquél entonces aún no nos robaban los tres ceros de la moneda), uno podía comprar un pequeño cilindro de plástico duro que incluía en su interior:

a)Un trozo de 15x15 cm de caucho delgado.
b)Un pomo con 155 ml de cemento adhesivo.
c)Aire.
d)La posibilidad de ponerse bien chemo por menos dinero que en ningún lado.

Por supuesto, a mis diez o doce años, ni siquiera conocía la palabra chemo y la idea de drogarme era terrorífica, así que sólo interesaban las primeras dos inclusiones del paquete. Un niño estaba obligado, de los 10 años en adelante, a saber parchar una cámara común de una llanta común de bicicleta, so pena de ser el hazmerreír del colegio, el barrio y quizá el municipio.

El procedimiento era sencillo. Se desarmaba la llanta afectada, se inflaba la cámara totalmente usando una de éstas, se sumergía en la pileta y se buscaba el orificio siguiendo las burbujitas.

Encontrado el agujero, se cortaba un pedazo del caucho suficiente para cubrirlo, se pegaba cuidadosamente con el cemento, y se dejaba secar al sol por, digamos, diez minutos. Voilá: Una cámara lista para seguir rampeando.

Casi todos los que compartimos esa época tenemos ahora al menos nociones básicas de mecánica. Eran horas de engrasar, lijar, apretar tuercas, destornillar, etc. Algo nos tenía que haber quedado.

Hoy ya no puede comprarse el cilindro del que les hablo si no se acredita la mayoría de edad con una identificación oficial. La medida pretende de manera obvia evitar que un menos lo utilice para inhalar cemento. Por supuesto está bien si lo hace un mayor de edad. Pamplinas, es mil veces más probable que sea éste quien lo quiera para malos fines a que el pequeño lo necesite para algo distinto que seguir arreglando su máquina. Pero en fin.

El punto que quería tocar (por lo visto muy hiperbólicamente), es a que de alguna manera, mi generación y algunas anteriores extrapolamos de forma muy curiosa la idea del parche. Los casos son bastantes. La sociedad geek, por ejemplo, puede platicarles por horas de los "parches" o expansiones, que son programas adheribles a otros programas existentes, con intención de mejorarles, añadirles características, subsanar errores existentes y un largo et caeteris. La sociedad médica puede hablarles de las prótesis, implementos cada vez más avanzados, creados por la tecnología más vanguardista con el fin de darle patita al mocho, manita al cucho y ojito al ceguetas, entre muchas otras opciones. ¿No es esto, de alguna forma, un parche?

Hace rato, sin ir más lejos, se me atravesó en el zapping un comercial de Janssen Celig, sobre el parche anticonceptivo. ¿No es esto prodigioso? Es decir, creo que todos en algún momento de la existencia, consideramos que la mejor forma de anticoncepción sería un parche. Claro, asumimos que el parche debía ponerse en la vagina, sellándola (o en la uretra, en su caso, bleh). Para fortuna de aquellos que disfrutamos de penetrar (y de aquellas que gustan de ser penetradas, nuevo bleh), el parche anticonceptivo suele situarse más bien en áreas aledañas a la región pélvica femenina (existe también un parche masculino, pero -mundo machista- todavía está en etapa de desarrollo -cof-patrañas-cof-.

La verdad no se me ocurrió pensar en eso hace varios años, cuando la popularización del parche para dejar de fumar. El principio básico es el mismo: se libera intermitentemente una sustancia al organismo que en un caso, suministra de nicotina al organismo adicto, y en el otro, estimula la producción de hormonas adversas a la fecundación. Recuerdo que una antigua novia lo utilizaba con excelentes resultados y sin efectos secundarios molestos. Así que el parche parece ser una opción confiable, económica y cómoda para dejar de fumar. Digo, para evitar un embarazo.

Eso sí, el parche no evita ningún tipo de contagio de ETS, así que si no confía usted en esa personita que está a punto de introducirle el miembro por la vía que sea, mejor considere el uso del parche a modo de sello de clausura. Seguro es más seguro.

Saludos a todos y todas, excelente semana.

4 comentarios:

PatitO™ dijo...

Necesito que hables con toOodas mis pacientes, pero ya!
El sello de clausura suena muy drástico (no por eso deja de ser la mejor opción)podrías hacer un speech sobre DIU?

Anónimo dijo...

En realidad nunca consideré el parche como mejor forma de anticoncepción, cuando lo usé, me irritó y no me gustó como te deja marcada la piel. Total, alguna vez escuché en 'la hora nacional' sobre el mentado parche masculino. Según yo, todavía estan en pruebas y waralá. Que ya salgan los anticonceptivos para hombre, es hora de que ustedes sufran los efectos secundarios, claro, mi comentario no es feminista. Lo bueno es que yo no fumo.
;)

monitor dijo...

Contigo van dos personas que me comentan sobre la irritación y leves manchas en la piel que el adhesivo de algunas marcas del parche puden dejar -sobre todo en mujeres de piel más clara.

Comenté el asunto con algunos especialistas y la mayoría coinciden en que es un problema exclusivo de algunas marcas comerciales. Fuera de ese inconveniente -meramente estético, creo- el parche es muy cómodo.

Pero claro, sólo uno sabe con qué se siente mejor. Saludos!

PatitO™ dijo...

Coincido con que cada quien escoja lo que le haga sentir mejor. El problema es que muchas “niñas” y mujeres ni siquiera conocen las opciones anticonceptivas y “eligen” según los comentarios, recomendaciones y experiencias de la comadre, la hermana, o el marido, novio, amante, etc. Al final la opinión del médico es la que menos les importa (a pesar de que éste se desvive explicándole los beneficios, riesgos e indicaciones de cada anticonceptivo). Y claro, aquí las tienes un año después mentando madres cada que tienen una contracción y diciendo “que no vuelven a tener otro”. Já, sí, claro. Aunque después de todo siempre me enamora ver esas pancitas y recibir a sus chamacos, decirles: “ánimo, chaparrita, tú puedes” y ver las lagrimas que les provocan el primer llanto de su nene. No puedo evitar pensar en cuándo tendré el mío y que por ningún motivo me atiendo en un hospital público. He dicho.