La palabra línea es una palabra que me gusta muchísimo. Sirve para referirse a muchas cosas, como todas las palabras, con la sutil pero importante diferencia de que las cosas a las que se refiere suelen ser cosas útiles para mi oficio y además cosas que contienen un hondo significado en mi vida -entendida mi vida como un lapso de recuerdos e interiorizaciones y no propiamente como la conjunción de lapsos sueño-vigilia que normalmente se interpreta como tal.
"Escribí algunas líneas antes de perder el momentum", es una cómoda acepción de la palabra línea para referir un par o media docena o un centenar de renglones. Por lo general no mido mi producción en líneas, sino en cuartillas, y tengo algunos estándares que difícilmente rompo (y no es que haya decidido estandarizar, sino que mi poco oficio literario tiende irremediablemente a la simetría y nunca he sabido por qué). Así, la mayoría de mis cuentos cortos suelen ser de cinco cuartillas, los medianitos de ocho a diez y los muy largos de catorce. Irremediablemente. Mi novelita tiene diecisiete capítulos y en el formato original de word son todos todos de cinco cuartillas exactas, renglón más, renglón menos.
Existen líneas tan reales y tangibles como la línea de coca que un personaje traza a golpes de licencia para jalarse con un hondo suspiro posterior, o la línea quebradiza que un mechón de cabello traza sobre una espalda blanca y esbelta, y hay líneas imaginarias y virtuales como la que una frase traza dibujando un antes y un después, o los límites que uno se marca para llegar sólo hasta ahí, no importando las gotitas de lube que se junten en los labios y los calambres que se agolpen ahí en el nudo nervioso del frénulo.
Este mes me publicaron un cuento en La línea del cosmonauta, una revista literaria sonorense (la mejor, la verdad) relativamente nueva, coordinada por un narrador -Josué Barrera, autor de Pasajeros y Conducta amorosa- y un poeta -Manuel Parra, figurín local-. El diseño de este mes quedó fantástico, publican, además de este servidor: Imanol Caneyada -dos veces ganador del ELS y una vez del Nacional de narrativa Gerardo Cornejo-, Sergio Valenzuela -varias veces ganador del ELS y publicado en España-, entre otros varios. El tiraje fue de setecientos ejemplares y anda rolando por ahí, en cafés y librerías. Si la ven, cómprenla -cuesta sólo $35- y vengan corriendo a decirme qué les pareció mi cuento.
Tengan un fantabuloso fin de semana.
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