Ninguna de las dos se crea o se destruye: Ambas se transforman. Tal vez en una de esas transformaciones se vuelven una en otra, recíprocamente usurpadoras de identidad, o una de ellas se transforma en un tipo diferente de la misma especie, sea transformación de energía potencial en cinética, de éolica en calorífica, sea transformación de un litro de leche y dos bananos en un licuado, lo esencial es la transformación. La única constante es el cambio. Es de esta manera que funciona la fisica, ciencia erigida sobre un sinfín de leyes, todas ellas para estudiar y explicar el cambio. No es, sin embargo, su objetivo definir el porqué del cambio, es decir, explicar de una manera concisa el que es al mismo tiempo motivo y fin de su propia existencia. De acuerdo, tal vez para eso existe la teleología, una ciencia pensada para explicar los fines, sin obviar la paradoja incluida en la oración.
La fisica, sin embargo, es tal vez la ciencia más apasionante de todas y la más parecida a la magia. Quién de nosotros no encuentra fascinante algo tan elemental como los móviles que los doctores (en especial los sicólogos) tienen en sus escritorios? A quién de pequeño no le pareció cosa de otro mundo que un huevo pudiese entrar por la boca de una botella? O que diez clavos puedan mantenerse en equilibrio montados sobre otro? Fantástico.
Creo que la idea principal del post se fue. Luego le sigo.
27 agosto 2004
26 agosto 2004
Sobre Las cinco del viernes.
Visitando los links de semidios llegué link por link hasta esta página de una españolita muy buenaonda donde te dan cinco preguntas a la semana para ponerlas en tu blog. Las de esta semana no están tan chidas, pero en fin, venga.
1)¿Qué te molesta más, las moscas o los mosquitos?¿Hasta que punto?¿Te molestan tanto como para no poder "vivir" con ellos y tienes que matarlos?
Sí, sin duda; de hecho lo pondría en alguna parte del top 5 de cosas que me ponen en estado de neurosis paranoica.
2)¿Suele haber moscas o mosquitos donde vives o veraneas?
Donde vivo no es muy frecuente, puesto que es un segundo nivel de un edificio bastante grande y en medio de una zona algo urbanizada, así que no tienen mucho lugar para proliferar. El lugar donde vacaciono es otra cosa: Es una playa semi virgen que está muy cerca a un estero (busquen la definición en su tomo Biología 1) donde se reproducen por toneladas. Se los digo en serio, después de las 6 de la tarde preferirán estar muertos que expuestos.
3)Cuando duermes en una habitación con otra persona, ¿te suelen picar todos los mosquitos a ti?
De hecho creo que hasta se saben mi nombre los muy hijos de puta.
4)¿Por qué crees que los mosquitos te pican a ti / pican al otro? Da una explicación "científica".
Científica... veamos. Quizá la concentración de hemoglobina en mi sangre (15.8 según mis últimos análisis) le da a ésta un sabor, aroma o densidad especial, la cual resulta especialmente atractiva para los estúpidos bichejos. Por otra parte, tomando en cuenta que en esta intolerable especie de insecto la encargada de romperte las bolas es la hembra y no el macho, puede deberse a la presencia agobiante de testosterona que fluye por mis venas y que quizá les resulta en exceso apetitosa. Son teorías, nada más.
5)¿Cuál es el sitio más raro o la circunstancia más atípica en que te han picado los mosquitos?
No me queda claro si "sitio" se refiere a "lugar geográfico" o a "parte del cuerpo", así que responderé a la segunda parte de la pregunta.... Debería ser algo interesante o fuera de lo común, pero no, lo más elaborado es: Dentro de una habitación con aire acondicionado mientras escribía en la computadora. Aburrido.
1)¿Qué te molesta más, las moscas o los mosquitos?¿Hasta que punto?¿Te molestan tanto como para no poder "vivir" con ellos y tienes que matarlos?
Sí, sin duda; de hecho lo pondría en alguna parte del top 5 de cosas que me ponen en estado de neurosis paranoica.
2)¿Suele haber moscas o mosquitos donde vives o veraneas?
Donde vivo no es muy frecuente, puesto que es un segundo nivel de un edificio bastante grande y en medio de una zona algo urbanizada, así que no tienen mucho lugar para proliferar. El lugar donde vacaciono es otra cosa: Es una playa semi virgen que está muy cerca a un estero (busquen la definición en su tomo Biología 1) donde se reproducen por toneladas. Se los digo en serio, después de las 6 de la tarde preferirán estar muertos que expuestos.
3)Cuando duermes en una habitación con otra persona, ¿te suelen picar todos los mosquitos a ti?
De hecho creo que hasta se saben mi nombre los muy hijos de puta.
4)¿Por qué crees que los mosquitos te pican a ti / pican al otro? Da una explicación "científica".
Científica... veamos. Quizá la concentración de hemoglobina en mi sangre (15.8 según mis últimos análisis) le da a ésta un sabor, aroma o densidad especial, la cual resulta especialmente atractiva para los estúpidos bichejos. Por otra parte, tomando en cuenta que en esta intolerable especie de insecto la encargada de romperte las bolas es la hembra y no el macho, puede deberse a la presencia agobiante de testosterona que fluye por mis venas y que quizá les resulta en exceso apetitosa. Son teorías, nada más.
5)¿Cuál es el sitio más raro o la circunstancia más atípica en que te han picado los mosquitos?
No me queda claro si "sitio" se refiere a "lugar geográfico" o a "parte del cuerpo", así que responderé a la segunda parte de la pregunta.... Debería ser algo interesante o fuera de lo común, pero no, lo más elaborado es: Dentro de una habitación con aire acondicionado mientras escribía en la computadora. Aburrido.
25 agosto 2004
Sobremanera.
Pues sí, la estúpida universidad de mierda dijo el lunes de la semana pasada "Pues cómo ven que empiezan las clases". Y las tristes clases empezaron.
Todavía intento dilucidar cuál de mis YOes es el que se niega rotundamente a adquirir afinidad con la carrera que estudio, con la universidad a la que asisto, con el YO que todo mundo quiere que gane en este proceso YOcrático que lleva ya 22 años gestándose.
Teorías sobran.
Por una parte, el letroso irredento que subyace en algún lugar cada vez menos recóndito de mi interior es el que se niega a dejar que un túmulo (o cúmulo, me da igual) de codificaciones, leyes, reglamentos, procedimientos y camisas john henry me conviertan en abogángster. Por otra, el antipop (de popular, no del género musical) que subyace a niveles menos profundos de mi YO general se niega de plano (y de pleno, pus que) a buscar siquiera un resquicio de comodidad en una facultad cuyo estandarte bien podría ser una famélica mujer vestida en harapos de algún maricón italiano mirando al horizonte sin una chispa de brillo en los ojos (dicho brillo se alberga en sus labios con gloss, su cabello pintado y su bolso de otro italiano no menos maricón), y es que, se los juro, conozco a más de diez tipejas de leyes que pueden dejar de comer un par de días sólo para que les alcance la lana de la semana para costearse una nueva prenda qué estrenar el fin de semana.
No comulgo, fíjense bien, con el perfil general de lo que la abogacía (quasi) exige.
Por lo menos, pensando ya en la máxima de Manolito "pequeñas ganancias de las grandes pérdidas" la facultad tiene por ahí a una media docena de otros tipejos "fracasados" y "fashionless" con los que me llevo de poca. Uno de ellos filosofa, otro se ríe de todo, dos más saben guardar los silencios más oportunos. Hay buen café en la cafetería. Hay un buen de áreas verdes donde se lee y se escribe muy a gusto. Hay una biblioteca de letras a tres edificios de distancia donde te proporcionan gratis cualesquier obra literaria de mediana a superior calidad que se te ocurra buscar (lo último: Clara Sánchez y su Últimas noticias del Paraíso). Tiene tableros de ajedrez y weyes que me hacen pedazos en las partidas avanzadas.
Tiene, en fin, el sector de inconformes, donde uno no tiene más que caer para pertenecer.
Ni modo. Las cosas fáciles.
Luego la vemos.
Todavía intento dilucidar cuál de mis YOes es el que se niega rotundamente a adquirir afinidad con la carrera que estudio, con la universidad a la que asisto, con el YO que todo mundo quiere que gane en este proceso YOcrático que lleva ya 22 años gestándose.
Teorías sobran.
Por una parte, el letroso irredento que subyace en algún lugar cada vez menos recóndito de mi interior es el que se niega a dejar que un túmulo (o cúmulo, me da igual) de codificaciones, leyes, reglamentos, procedimientos y camisas john henry me conviertan en abogángster. Por otra, el antipop (de popular, no del género musical) que subyace a niveles menos profundos de mi YO general se niega de plano (y de pleno, pus que) a buscar siquiera un resquicio de comodidad en una facultad cuyo estandarte bien podría ser una famélica mujer vestida en harapos de algún maricón italiano mirando al horizonte sin una chispa de brillo en los ojos (dicho brillo se alberga en sus labios con gloss, su cabello pintado y su bolso de otro italiano no menos maricón), y es que, se los juro, conozco a más de diez tipejas de leyes que pueden dejar de comer un par de días sólo para que les alcance la lana de la semana para costearse una nueva prenda qué estrenar el fin de semana.
No comulgo, fíjense bien, con el perfil general de lo que la abogacía (quasi) exige.
Por lo menos, pensando ya en la máxima de Manolito "pequeñas ganancias de las grandes pérdidas" la facultad tiene por ahí a una media docena de otros tipejos "fracasados" y "fashionless" con los que me llevo de poca. Uno de ellos filosofa, otro se ríe de todo, dos más saben guardar los silencios más oportunos. Hay buen café en la cafetería. Hay un buen de áreas verdes donde se lee y se escribe muy a gusto. Hay una biblioteca de letras a tres edificios de distancia donde te proporcionan gratis cualesquier obra literaria de mediana a superior calidad que se te ocurra buscar (lo último: Clara Sánchez y su Últimas noticias del Paraíso). Tiene tableros de ajedrez y weyes que me hacen pedazos en las partidas avanzadas.
Tiene, en fin, el sector de inconformes, donde uno no tiene más que caer para pertenecer.
Ni modo. Las cosas fáciles.
Luego la vemos.
De todos modos la poesía no era lo mío.
Dime:
¿Cómo te sientes?
Si extrañas algo, a alguien,
si sabes ya cómo justificar tu muerte
o tu vida o cualquier cosa
o si ya has entendido que no existe el destino
que la lluvia es un truco
un toque de melodrama
en el cielo de invierno
y el viento sólo efectos especiales
para hacerte más bella
con los cabellos al oriente.
Dime:
¿Qué es lo que sientes?
Supongo que ya sabes que el amor no se aprende
que no existe una forma correcta para darlo
y las fórmulas valen nada
al menos en tu caso
y supongo en el mío
pero incluirme tal vez sea demasiado
o demasiado poco
después de todo la inclusión
también es una fórmula.
Dime:
¿Por qué lo sientes?
Quizá se deba a un reflejo aprendido
al empirismo de tus pocos años
o a la auto sugestión
ese gusto eterno por lo triste
por el glamour de no ser feliz
de ayunar por desidia
trasnochar por costumbre
quejarse por estilo
llorar por los recuerdos.
Dime:
¿Cómo me sientes?
Si la respuesta es un aquí o un distante
un lejano, un tristísimo y dulce
si la respuesta es una fórmula
o un nada en absoluto
Dime:
¿Todavía sientes?
¿Cómo te sientes?
Si extrañas algo, a alguien,
si sabes ya cómo justificar tu muerte
o tu vida o cualquier cosa
o si ya has entendido que no existe el destino
que la lluvia es un truco
un toque de melodrama
en el cielo de invierno
y el viento sólo efectos especiales
para hacerte más bella
con los cabellos al oriente.
Dime:
¿Qué es lo que sientes?
Supongo que ya sabes que el amor no se aprende
que no existe una forma correcta para darlo
y las fórmulas valen nada
al menos en tu caso
y supongo en el mío
pero incluirme tal vez sea demasiado
o demasiado poco
después de todo la inclusión
también es una fórmula.
Dime:
¿Por qué lo sientes?
Quizá se deba a un reflejo aprendido
al empirismo de tus pocos años
o a la auto sugestión
ese gusto eterno por lo triste
por el glamour de no ser feliz
de ayunar por desidia
trasnochar por costumbre
quejarse por estilo
llorar por los recuerdos.
Dime:
¿Cómo me sientes?
Si la respuesta es un aquí o un distante
un lejano, un tristísimo y dulce
si la respuesta es una fórmula
o un nada en absoluto
Dime:
¿Todavía sientes?
05 agosto 2004
Sobre mi escasa solvencia
Como dije hace tiempo, en uno de los primeros posts que se dignaron aparecer en este cuchitril que tengo a mal llamar mi blog, este servidor de las artes oscuras, los sandwiches de bolonia y los frutsis de guanábana está desempleado. No en período sabático, ni en transición de un puesto sub directivo a otro, sino vil y llanamente desempleado.
Vosotros sabéis, oh caros lectores, que entre sus muchas providencias, el empleo trae hasta las arcas del que lo posee ese mal necesario llamado dinero. Ya sea en su forma líquida, en una cuenta bancaria o en uno de esos papelillos de cambio denominados chueques, el sueldo/salario (2 semestres de derecho laboral no me han enseñado la diferencia) que percibe el proletario le permite, o idealmente debería permitir la manutención decente de sus necesidades básicas (comida, vestido, sustento y recreo) e incluso de una o dos no básicas (recreo en un lugar más caro, acompañado). Pues a un miserable que percibe los $42.26 vigentes en sonora como SM (salario mínimo, para los legos) la enunciación anterior suena si no como un llano insulto en desmañane, sí al menos bastante guajiro; y es que, no nos hagamos pendejos, tan sólo una comida te come $42.26 sin chistar, ya no digamos desayuno, cena, renta, ropa (si, como no), o una noche en el cine (que cuesta por cierto $2.24 más). Ejemplifiquemos, para darle un poco de claridad a la idea.
Si un buen muchacho como yo labora en una cadena trasnacional de fast food como hice yo y percibe por 8 horas de trabajo un SM cuya cuantía fue ya mencionada, la alimentación que dicho esclavo introducirá en su lacayesco organismo podría ser:
Desayuno:
2 huevos: $4
1 reb. jamón: $.50
2 tortillas: $50
300grs.queso $5
leche: $8 pesos x lt.
Total:_______$18
42.26-18=24.26
Ahora, considerando que la comida sea proporcionada por el lugar donde se malbarata la mano de obra (en mi ex-caso un KFC) se salta directamente a la cena, la cual puede consistir en:
3 tortillas: $.75
400 grs.queso $7
frijoles: $8
el otro medio litro de leche, para ahorrar:$0
totalizando: $15.75
24.26-15.75= 8.54
Ah, pero claro, probablemente tengas que tomar un autobús para dirigirte a tu lugar de explotación y sangrado lento, lo cuál te costará $4 de ida y otros $4 de vuelta, quedándote así 54 centavos, los cuáles serás libre de invertir en ropa, ocio, parte proporcional de la renta, etc.
Made my case.
Bueno, el punto de todo esto es que, si bien esos magros ingresos se alejan totalmente de la visión neoburguesa que uno generalmente proyecta a un mediano plazo, en este momento no cuento ni siquiera con eso, lo cual me ha llevado ya a entre otras cosas:
1.-Perder el servicio de internet por exceso de pago.
2.-Comer de gorra en la casa de mi tía Elvira (que de todas maneras cocina mejor que yo).
3.-No mover el carro ni de chiste, los buses son más baratos.
4.-Ir al cine sólo los miércoles de 2x1.
5.-Comprar libros en la librería fantasma donde todo cuesta $16.
6.-Estar necesitadísimo de una terapia por la ansiedad que me está rompiendo la madre porque mi hijo nace en dos meses y yo no tengo un quinto.
Así que si alguno de uds. tiene valiosa información de vacantes, un chueque firmado por el consorcio Whalton, un texto que necesiten traducie, ganas de pagarle a un buen master de calabozos, demasiado dinero para gastar o simplemente un buen dato para las carreras del sábado, avisen, no sean OGTs.
Vosotros sabéis, oh caros lectores, que entre sus muchas providencias, el empleo trae hasta las arcas del que lo posee ese mal necesario llamado dinero. Ya sea en su forma líquida, en una cuenta bancaria o en uno de esos papelillos de cambio denominados chueques, el sueldo/salario (2 semestres de derecho laboral no me han enseñado la diferencia) que percibe el proletario le permite, o idealmente debería permitir la manutención decente de sus necesidades básicas (comida, vestido, sustento y recreo) e incluso de una o dos no básicas (recreo en un lugar más caro, acompañado). Pues a un miserable que percibe los $42.26 vigentes en sonora como SM (salario mínimo, para los legos) la enunciación anterior suena si no como un llano insulto en desmañane, sí al menos bastante guajiro; y es que, no nos hagamos pendejos, tan sólo una comida te come $42.26 sin chistar, ya no digamos desayuno, cena, renta, ropa (si, como no), o una noche en el cine (que cuesta por cierto $2.24 más). Ejemplifiquemos, para darle un poco de claridad a la idea.
Si un buen muchacho como yo labora en una cadena trasnacional de fast food como hice yo y percibe por 8 horas de trabajo un SM cuya cuantía fue ya mencionada, la alimentación que dicho esclavo introducirá en su lacayesco organismo podría ser:
Desayuno:
2 huevos: $4
1 reb. jamón: $.50
2 tortillas: $50
300grs.queso $5
leche: $8 pesos x lt.
Total:_______$18
42.26-18=24.26
Ahora, considerando que la comida sea proporcionada por el lugar donde se malbarata la mano de obra (en mi ex-caso un KFC) se salta directamente a la cena, la cual puede consistir en:
3 tortillas: $.75
400 grs.queso $7
frijoles: $8
el otro medio litro de leche, para ahorrar:$0
totalizando: $15.75
24.26-15.75= 8.54
Ah, pero claro, probablemente tengas que tomar un autobús para dirigirte a tu lugar de explotación y sangrado lento, lo cuál te costará $4 de ida y otros $4 de vuelta, quedándote así 54 centavos, los cuáles serás libre de invertir en ropa, ocio, parte proporcional de la renta, etc.
Made my case.
Bueno, el punto de todo esto es que, si bien esos magros ingresos se alejan totalmente de la visión neoburguesa que uno generalmente proyecta a un mediano plazo, en este momento no cuento ni siquiera con eso, lo cual me ha llevado ya a entre otras cosas:
1.-Perder el servicio de internet por exceso de pago.
2.-Comer de gorra en la casa de mi tía Elvira (que de todas maneras cocina mejor que yo).
3.-No mover el carro ni de chiste, los buses son más baratos.
4.-Ir al cine sólo los miércoles de 2x1.
5.-Comprar libros en la librería fantasma donde todo cuesta $16.
6.-Estar necesitadísimo de una terapia por la ansiedad que me está rompiendo la madre porque mi hijo nace en dos meses y yo no tengo un quinto.
Así que si alguno de uds. tiene valiosa información de vacantes, un chueque firmado por el consorcio Whalton, un texto que necesiten traducie, ganas de pagarle a un buen master de calabozos, demasiado dinero para gastar o simplemente un buen dato para las carreras del sábado, avisen, no sean OGTs.
02 agosto 2004
Sobre los desencuentros que perduran
Digamos siempre.
1.
Existen dos formas de hacer esto, y creo que lo sabes tan bien como yo. Pero voy a decírtelo de todas formas, ¿sabes? Sólo para que, por esta vez, no tengas el eterno pretexto de que no se te ocurrió una mejor manera de hacer las cosas. La primera forma es muy sencilla: los dos nos levantamos en este momento, nos ponemos de pie así nomás, al fin que es cosa de todos los días ponerse de pie entre estas apretadas mesas de café y luego darse la espalda y caminar sin voltear a vernos. Y luego asegurarnos que ese dejar de vernos perdure por, no sé, digamos siempre. Pasa el azúcar por favor. Gracias.
Te ves bien de negro. Recuerdo cuándo fue la última vez que te vi vestida así, toda de negro, toda luctuosa, tan tú, tan invierno. París, sí, en aquel París de Noviembre en que nos encontramos (aunque encontrarse sea una palabra tan ambigua) y caminamos juntos por la ribera, entre las docenas de sombrillas azul marinas de los ancianos y entre los cientos de palomas mendicantes del parque de la rue delatoûr. Si, yo sé que no es buen momento para recordar esas cosas, que en este momento debería de apelar mejor a lo malo. Qué quieres que te diga, para mí es mejor recordar lo bueno, recordar aquella tarde tan amarilla, tan premonitoria en que nos encontramos.
No. Te he dicho mil veces que no pensé que fueras fácil. Parece que no has terminado de conocerme, que no alcanzas a entender que no te hubiera juzgado aún si no me hubiera enamorado de ti (aunque enamorarse sea una palabra tan inmensa). Hacer el amor contigo esa tarde fue, sin duda, y contando mi vida hasta este momento en el que estamos de nuevo sentados frente a frente, el suceso más extraordinario, más perfectamente deseado y concedido que me pudiera pasar.
Dos horas después, cuando desperté y descubrí que te habías ido, me fui a tomar un café con Alejandro y Mario y fueron dos tazas bien conversadas. Me di cuenta que a Mario había dejado de parecerle para morirse de risa el hecho llano de que le pongo azúcar a mi café. Parece una idiotez (sobre todo a mí, qué quieres) el reírse del gusto de alguien por endulzar el típicamente amargo líquido, pero Mario siempre lo ha encontrado como un tópico por donde abrir la broma y desamodorrar la plática. En fin. Alejandro, como siempre, estuvo abstracto, hablando de mucho sin llegar a nada, y mayormente haciéndome preguntas de Ardana Castillo, la trigueña fantástica de la cátedra de Política que nos tenía embelesados a los dos con su talante sombrío, sus cabellos rizados, oscuros y larguísimos, y su mirada anónima (estuve tentado a decir apócrifa por esa manía innata de usar palabras que no sabemos exactamente lo que significan). Venga, no me mires así ni me reclames porque no te hablé de ella. Créeme que para el momento en el que separaste tus labios de mi cuello la trigueña era un recuerdo lejanísimo en el horizonte de la poca conciencia que me quedaba. Como sea, ambos se fueron del café a la misma hora, once treinta y dos, uno a la oficina y el otro a seguir esperando una llamada de trabajo en dondequiera que le hagan la caridad de apreciar sus dos especializaciones en Alemania. No le augurábamos nada bueno, quién diría.
Yo me quedé a terminar el café. Me tardé cosa de diez minutos, más cinco que demoré pensando en el rescoldo amargo en la parte de atrás de la lengua que me deja el elíxir y que se parece mucho al sabor de la boca después de hacerte el amor. No, después de besarte no. No asientas así nada más, eso, aunque sencillo, implica algunas cosas no tan fácilmente inteligibles. Primero: que el sabor no es de tu saliva-labios-lengua, sino de tu piel-sudor (pienso en decir vagina, pero no me atrevo). Segundo: que si proviniera de tu saliva, pero fuera únicamente perceptible después de hacer el amor, entonces tú llevas en la sangre una especie de tendencia filicida que procura envenenar tus fluidos mientras te reproduces (algo parecido a las mantis que se tragan al amante exhausto); y tercero: que hay sabores que son amargos por la nostalgia que sentimos de percibirlos.
Perdona, si tienes tanta prisa regresaré al tema (no deja de parecerme risible tu afán por tomar refrescos de dieta). La segunda forma de hacer esto es la no tan sencilla. En esta no nos ponemos de pie, ni caminamos dándonos la espalda en direcciones opuestas como en un duelo de vaqueros. En lugar de eso tú extiendes tu mano derecha, todos los cinco dedos largos, blancos y perfectamente femeninos de tu mano derecha sobre la mesa y la dejas ahí, como a unos veinticinco centímetros del plato. Yo, por mi parte, extenderé mi mano izquierda, los cinco dedos un poco menos estirados y, con lentitud, la pondré sobre la tuya, mirándote a los ojos. Tú, por supuesto, deberás también mirar los míos y de ver si encuentras en ellos todavía una razón para quedarte.
2.
La verdad es que me he roto demasiado la cabeza pensando en una manera de decidir que hacer con esto, contigo (aunque decir contigo sea un riesgo innecesario) y no llego a nada. Habría que escribir un manual para estos casos. Pero claro, existe el riesgo de que el manual esté errado y tampoco comprándolo lleguemos a nada. Estoy divagando, perdona. Ahí tienes tu azúcar. Por nada.
Decir Siempre me parece otro riesgo innecesario. ¿Si la vez de París te hubiera dicho que iba a amarte siempre me lo habrías creído? Ya lo creo que no, si acabábamos de conocernos. Lo que debes haber pensado es que era una fácil porque a las dos horas de charla ya estaba metida en tu cuarto en la pensión de madame Bautier. Lo que no sabes, quizá no te enterarías nunca si no fuera a decírtelo en este momento, es que no nos encontramos, sino que yo te encontré a ti, y luego quise dejar que tu también me encontraras, para que lo nuestro tuviera esa pequeña dosis de cine que le hace falta a todos los amantes, aunque sea sólo para quitarse la culpa. Yo te vi antes, incluso te tomé una foto que aún conservo con la vieja Polaroid de 35mm. Apareces recargado en la baranda del parque, mirando el río, las mismas sombrillas por entre las cuales caminamos, las mismas palomas que nos sobrevolaban cuando me diste el primer beso. Porque el primero lo diste tú, y de ahí en adelante quedó claro nuestro camino.
Nunca había hecho el amor. No podría mentirte. Tampoco lo he vuelto a hacer, y aunque en esto sí pudiera mentir, sabes bien que no lo estoy haciendo. Sólo por esa vez que lo hice contigo sé del sabor que le queda a una en la lengua, en alguna parte del paladar, tal vez almacenado como una enfermedad en el mismo hipotálamo, contaminando el sentido del gusto, cuando se besa aquella piel que sabe tan bien el cómo y el cuándo erizarse, volverse ávida, trémula de caricias. No se porqué guardo tantos recuerdos de ti y de tu cuerpo espigado, escurridizo, tan difícil de grabar en la memoria y que sin embargo se me plasmó en el cuerpo, en el torso, especialmente en las palmas de las manos y en la punta de la lengua. Siempre será mejor recordar lo bueno. Aunque lo malo se quede ahí, digamos agazapado.
Para ser sincera, no pensaba estar ahí cuando te despertaras por dos razones. La primera, para no tener que decirte mi nombre. La segunda, porque no quería que me vieras desnuda. No te rías. Me da pena mi desnudez de pechos redondos, de caderas rectas y piernas demasiado flacas. No, no me parece ridículo querer conservar ese misterio aún después de habernos hecho el amor (aunque hay quien dice que ya está hecho). Así que me fui a caminar un poco. Pensaba regresar, pero en lugar de eso terminé sentada en una de esas bancas de hierro forjado del parque donde nos encontramos, contemplando las estrellas en la superficie del río, un poco triste. No pensé que alguna vez volvería a verte. Dos coincidencias en un mundo tan grande son demasiadas. Tú volverías a tu ciudad sin intenciones de volver a pisar París, a mi me aguardaban otros dos años ahí. Volver a encontrarte alguna vez, en cualquier momento de mi vida, parecía un acontecimiento que de suceder hubiera sido más risible que asombroso.
Este debe ser el café más hermoso de Antofagasta. ¿Se parece en algo al café en el que hablaron de Ardana Castillo? Tal vez no, los franceses son tan distintos en todo, hasta en el aroma.
La verdad tengo un poco de prisa, y escucharte disertar sobre las impresiones de un encuentro sexual tan lejano está comenzando a dejarme el sabor del resabio ácido que sentiste entonces, así que vuelve al tema. ¿Cuál es la otra manera de terminar esto? Si, ya sé que te ríes de mi debilidad por los refrescos de dieta. Parecerá tonto, pero el vicio se me formó en París.
Siempre me gustaron tus manos. Tienen una sensación de paternidad confortante. Ese anillo que llevas en el anular no podría llevarlo nadie más. Es muy tuyo. Pocas cosas son tan de alguien como ese anillo. Por mi parte, mis manos no me parecen la gran cosa. Son tal vez las manos más simples que conozco, sin marcas ni lunares. Tal vez por eso te gustan.
No creo que deba dejar que nos tomemos las manos, y mucho menos verte a los ojos. No es por desdén, ¿Sabes? Es que siempre me gustó hacer las cosas de la forma sencilla.
1.
Existen dos formas de hacer esto, y creo que lo sabes tan bien como yo. Pero voy a decírtelo de todas formas, ¿sabes? Sólo para que, por esta vez, no tengas el eterno pretexto de que no se te ocurrió una mejor manera de hacer las cosas. La primera forma es muy sencilla: los dos nos levantamos en este momento, nos ponemos de pie así nomás, al fin que es cosa de todos los días ponerse de pie entre estas apretadas mesas de café y luego darse la espalda y caminar sin voltear a vernos. Y luego asegurarnos que ese dejar de vernos perdure por, no sé, digamos siempre. Pasa el azúcar por favor. Gracias.
Te ves bien de negro. Recuerdo cuándo fue la última vez que te vi vestida así, toda de negro, toda luctuosa, tan tú, tan invierno. París, sí, en aquel París de Noviembre en que nos encontramos (aunque encontrarse sea una palabra tan ambigua) y caminamos juntos por la ribera, entre las docenas de sombrillas azul marinas de los ancianos y entre los cientos de palomas mendicantes del parque de la rue delatoûr. Si, yo sé que no es buen momento para recordar esas cosas, que en este momento debería de apelar mejor a lo malo. Qué quieres que te diga, para mí es mejor recordar lo bueno, recordar aquella tarde tan amarilla, tan premonitoria en que nos encontramos.
No. Te he dicho mil veces que no pensé que fueras fácil. Parece que no has terminado de conocerme, que no alcanzas a entender que no te hubiera juzgado aún si no me hubiera enamorado de ti (aunque enamorarse sea una palabra tan inmensa). Hacer el amor contigo esa tarde fue, sin duda, y contando mi vida hasta este momento en el que estamos de nuevo sentados frente a frente, el suceso más extraordinario, más perfectamente deseado y concedido que me pudiera pasar.
Dos horas después, cuando desperté y descubrí que te habías ido, me fui a tomar un café con Alejandro y Mario y fueron dos tazas bien conversadas. Me di cuenta que a Mario había dejado de parecerle para morirse de risa el hecho llano de que le pongo azúcar a mi café. Parece una idiotez (sobre todo a mí, qué quieres) el reírse del gusto de alguien por endulzar el típicamente amargo líquido, pero Mario siempre lo ha encontrado como un tópico por donde abrir la broma y desamodorrar la plática. En fin. Alejandro, como siempre, estuvo abstracto, hablando de mucho sin llegar a nada, y mayormente haciéndome preguntas de Ardana Castillo, la trigueña fantástica de la cátedra de Política que nos tenía embelesados a los dos con su talante sombrío, sus cabellos rizados, oscuros y larguísimos, y su mirada anónima (estuve tentado a decir apócrifa por esa manía innata de usar palabras que no sabemos exactamente lo que significan). Venga, no me mires así ni me reclames porque no te hablé de ella. Créeme que para el momento en el que separaste tus labios de mi cuello la trigueña era un recuerdo lejanísimo en el horizonte de la poca conciencia que me quedaba. Como sea, ambos se fueron del café a la misma hora, once treinta y dos, uno a la oficina y el otro a seguir esperando una llamada de trabajo en dondequiera que le hagan la caridad de apreciar sus dos especializaciones en Alemania. No le augurábamos nada bueno, quién diría.
Yo me quedé a terminar el café. Me tardé cosa de diez minutos, más cinco que demoré pensando en el rescoldo amargo en la parte de atrás de la lengua que me deja el elíxir y que se parece mucho al sabor de la boca después de hacerte el amor. No, después de besarte no. No asientas así nada más, eso, aunque sencillo, implica algunas cosas no tan fácilmente inteligibles. Primero: que el sabor no es de tu saliva-labios-lengua, sino de tu piel-sudor (pienso en decir vagina, pero no me atrevo). Segundo: que si proviniera de tu saliva, pero fuera únicamente perceptible después de hacer el amor, entonces tú llevas en la sangre una especie de tendencia filicida que procura envenenar tus fluidos mientras te reproduces (algo parecido a las mantis que se tragan al amante exhausto); y tercero: que hay sabores que son amargos por la nostalgia que sentimos de percibirlos.
Perdona, si tienes tanta prisa regresaré al tema (no deja de parecerme risible tu afán por tomar refrescos de dieta). La segunda forma de hacer esto es la no tan sencilla. En esta no nos ponemos de pie, ni caminamos dándonos la espalda en direcciones opuestas como en un duelo de vaqueros. En lugar de eso tú extiendes tu mano derecha, todos los cinco dedos largos, blancos y perfectamente femeninos de tu mano derecha sobre la mesa y la dejas ahí, como a unos veinticinco centímetros del plato. Yo, por mi parte, extenderé mi mano izquierda, los cinco dedos un poco menos estirados y, con lentitud, la pondré sobre la tuya, mirándote a los ojos. Tú, por supuesto, deberás también mirar los míos y de ver si encuentras en ellos todavía una razón para quedarte.
2.
La verdad es que me he roto demasiado la cabeza pensando en una manera de decidir que hacer con esto, contigo (aunque decir contigo sea un riesgo innecesario) y no llego a nada. Habría que escribir un manual para estos casos. Pero claro, existe el riesgo de que el manual esté errado y tampoco comprándolo lleguemos a nada. Estoy divagando, perdona. Ahí tienes tu azúcar. Por nada.
Decir Siempre me parece otro riesgo innecesario. ¿Si la vez de París te hubiera dicho que iba a amarte siempre me lo habrías creído? Ya lo creo que no, si acabábamos de conocernos. Lo que debes haber pensado es que era una fácil porque a las dos horas de charla ya estaba metida en tu cuarto en la pensión de madame Bautier. Lo que no sabes, quizá no te enterarías nunca si no fuera a decírtelo en este momento, es que no nos encontramos, sino que yo te encontré a ti, y luego quise dejar que tu también me encontraras, para que lo nuestro tuviera esa pequeña dosis de cine que le hace falta a todos los amantes, aunque sea sólo para quitarse la culpa. Yo te vi antes, incluso te tomé una foto que aún conservo con la vieja Polaroid de 35mm. Apareces recargado en la baranda del parque, mirando el río, las mismas sombrillas por entre las cuales caminamos, las mismas palomas que nos sobrevolaban cuando me diste el primer beso. Porque el primero lo diste tú, y de ahí en adelante quedó claro nuestro camino.
Nunca había hecho el amor. No podría mentirte. Tampoco lo he vuelto a hacer, y aunque en esto sí pudiera mentir, sabes bien que no lo estoy haciendo. Sólo por esa vez que lo hice contigo sé del sabor que le queda a una en la lengua, en alguna parte del paladar, tal vez almacenado como una enfermedad en el mismo hipotálamo, contaminando el sentido del gusto, cuando se besa aquella piel que sabe tan bien el cómo y el cuándo erizarse, volverse ávida, trémula de caricias. No se porqué guardo tantos recuerdos de ti y de tu cuerpo espigado, escurridizo, tan difícil de grabar en la memoria y que sin embargo se me plasmó en el cuerpo, en el torso, especialmente en las palmas de las manos y en la punta de la lengua. Siempre será mejor recordar lo bueno. Aunque lo malo se quede ahí, digamos agazapado.
Para ser sincera, no pensaba estar ahí cuando te despertaras por dos razones. La primera, para no tener que decirte mi nombre. La segunda, porque no quería que me vieras desnuda. No te rías. Me da pena mi desnudez de pechos redondos, de caderas rectas y piernas demasiado flacas. No, no me parece ridículo querer conservar ese misterio aún después de habernos hecho el amor (aunque hay quien dice que ya está hecho). Así que me fui a caminar un poco. Pensaba regresar, pero en lugar de eso terminé sentada en una de esas bancas de hierro forjado del parque donde nos encontramos, contemplando las estrellas en la superficie del río, un poco triste. No pensé que alguna vez volvería a verte. Dos coincidencias en un mundo tan grande son demasiadas. Tú volverías a tu ciudad sin intenciones de volver a pisar París, a mi me aguardaban otros dos años ahí. Volver a encontrarte alguna vez, en cualquier momento de mi vida, parecía un acontecimiento que de suceder hubiera sido más risible que asombroso.
Este debe ser el café más hermoso de Antofagasta. ¿Se parece en algo al café en el que hablaron de Ardana Castillo? Tal vez no, los franceses son tan distintos en todo, hasta en el aroma.
La verdad tengo un poco de prisa, y escucharte disertar sobre las impresiones de un encuentro sexual tan lejano está comenzando a dejarme el sabor del resabio ácido que sentiste entonces, así que vuelve al tema. ¿Cuál es la otra manera de terminar esto? Si, ya sé que te ríes de mi debilidad por los refrescos de dieta. Parecerá tonto, pero el vicio se me formó en París.
Siempre me gustaron tus manos. Tienen una sensación de paternidad confortante. Ese anillo que llevas en el anular no podría llevarlo nadie más. Es muy tuyo. Pocas cosas son tan de alguien como ese anillo. Por mi parte, mis manos no me parecen la gran cosa. Son tal vez las manos más simples que conozco, sin marcas ni lunares. Tal vez por eso te gustan.
No creo que deba dejar que nos tomemos las manos, y mucho menos verte a los ojos. No es por desdén, ¿Sabes? Es que siempre me gustó hacer las cosas de la forma sencilla.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)