No sé, tal vez porque no me importa gran cosa, si alguna vez han llegado ustedes a esos momentos en los que uno se siente parado de puntitas en la cornisa de la Chicago Tower con unas ganas infinitas de brincar al vacío y caer eternamente. Esa sensación de vértigo en el estómago, el viento mesándote los cabellos hacia el cielo con la fuerza que te dan tus 65 kilos de caída libre y los 9.8 metros sobre segundo de la fuerza de gravedad, la irritación en los ojos porque tus párpados no resisten cerrados a la presión de la caída y te ves obligado a contemplar, en forma difusa y acelerada cómo desciendes en superchinga a romperte la madre. Y de repente empiezas a caer hacia arriba... y a volar, a recorrer en la mente los lugares más ocultos de un terreno vedado al cuerpo desvalido: el de los cielos. Caes, imprimiendo, es cierto, ritmo a la caída, dirección, velocidad, caes pero no caes de veras, más bien estás caminando sin los pies, con la pura descomunal y traidora fuerza de tu subconsciente que te insinúa, pero tú no lo aceptas, que estás soñando. Cuando sueñas que vuelas, dicen los entendidos, es porque estás en una situación muy agobiante y que añoras libertad, pero te ves dificultado a conseguirla o a que recientemente se te ha hecho asequible y tu hipotálamo te lo traduce en su habitual lenguaje binario diciéndote que ahora vuelas y que tu espacio se vuelve tan inmenso como lo ha sido siempre en fábulas y lugares comunes el espacio.
Como dije antes, no sé ni me importa gran cosa si les ha pasado, pero a mí me ha seguido toda la vida este sueño y otro igual de cliché que es el de los maremotos. En este segundo sueño, que habitualmente en mitad del film mental se torna pesadilla, este servidor camina por alguna playa hermosa y soleada en el momento justo en el que a las placas tectónicas de la tierra se les pone en los cojones causar un sismo submarino de10 grados richter de intensidad, provocando que un tsunami (ola grandota) de 200mts. de altura se cierna amenazante sobre mi frágil humanidad. Huelga decir que, narcifan como soy, me despierto siempre en el momento en que la ola me causaría la muerte de permanecer dormido. A veces en este sueño aparecen personas muy queirdas por mí (las hay) y en lugar de amenazarme a mí, ellas son las que están en peligro, y en esos casos mi rol es tratar de salvarlos. Sólo lo he conseguido una vez, en una ocasión en que la persona desvalida era mi padre. Cabe mencionar que la escena de la salvación fue algo muy parecido a Cliffhanger o a cualquier churrobrusco jolibudense de ese estilo, por lo que desde entonces tengo a mi subconsciente en demanda legal y artística para que tenga sueños originales y no se ande fusilando mamadas.
Otro sueño recurrente en mis noches de adolescente era aquél en el que tenía que conducir el automóvil dart de mi señor jefe para salvar el día ya fuera de godzilla, mothra o los power rangers y como no sabía conducir, los sueños no llegaban a feliz término. Ese sueño desapareció en cuanto me consideré facultado para conducir sin asistencia.
Hum! Como tal vez ustedes habrán comenzado a notar para este punto, si es que no quedaron inmersos y embelesador por mi sosa narrativa, el propósito de este post no era hablar de los sueños, sino más bien de algo que los trágicos y tripeados sicólogos de los 90's dieron en llamar "crisis existenciales" (los mismos que dispararon las ventas de revistas como Eres, Tú, 15 a 20 y toda esa basura) pero, como suele pasar, este blog a veces tiene voluntad propia.
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