Pienso que no es un secreto que la tristeza es un ente hechicero. Conozco a pocas personas que no sucumben a su embrujo, que no corren atraídas a la representación de un intenso drama teatral, lloran compungidas las desgracias del actor de la película triste o terminan su comida vespertina mirando el culebrón televisivo de moda.
La tristeza es un ser atractivo, bien mirada es incluso bella. ¿A quién no le parece hermoso ver llorar a la mujer que ama? ¿Qué clase de enfermo no se siente movido en las entrañas cuando su propio hijo derrama un par de lágrimas de pura, genuina, límpida tristeza?
Durante muchos siglos, sin embargo, la hemos condenado. Se le señala como en tiempos decimonónicos se señalaba a un leproso, con un rechazo disgustado y afilando los índices para apuntar hacia su portador y huírle. Algunos, generosos malentendientes, llegan incluso a hacerse los héroes y heroínas, acompañando a sol y a sombra al triste, intentando, por medio de todo tipo de estrategias y recursos, disipar esa tristeza.
Hoy vivimos la reivindicación de la tristeza. Cualquier jovencito que me cruzo en el camino tiene una probabilidad de 85% (bastante alta, muy decente, juzgo) de ser un triste. Díganle Emo, si quieren, díganle depresivo si sus estudios en psicología les dan para tanto, pero el punto de balance seguirá siendo el mismo: he ahí un triste.
Por supuesto, motivos sobran. Seamos objetivos. Históricamente, la juventud es una etapa cada vez más vilipendiada. Remontándonos tan sólo cuatro décadas, situado esto, claro, en el país, uno se podía considerar un joven productivo a los catorce o quince años, terminada la secundaria y quizá ya formando parte del sector laboral. A los veinte ya se podía perfectamente estar casado, tal vez con un hijo o dos, pagando una casa, enfrentando las responsabilidades y los placeres de ser un hombre joven. No había tiempo de ponerse triste. Mariconeces.
Siendo mujer, tan pronto como la menstruación tenía a bien tocar a la puerta de los calzones periquita, ya se le consideraba casamentera y se le podía acomodar un buen partido. Y entonces sí, hombre quítate que ahí te voy con las responsabilidades, todo el día rompiéndose la espalda para limpiar, preparar la comida, atender al o los hijos y todavía ponerle buena cara al marido, conservarse guapa, y un largo, larguísimo etcétera. ¿Triste? ¿A qué hora, coño?
Hoy, a los quince años uno todavía es un mocoso pendejo (en todos los casos, no vengan a joder) o una niña malcriada (o bien criada, pero muy probablemente inútil, a menos que facebook, msn, twitter y demás sean considerados de alta utilidad social). Y a los dieciséis igual y quizá a los veinte todavía misma historia. Si tiene uno la fortuna de tener padres consentidores que le sufraguen los estudios, se puede aventar cómodamente hasta los veintitantos años viviendo de chupar sangre, rascándose la genitalia y de fiesta en fiesta. El tiempo sobra.
Es en ese tiempo que sobra que uno se pone triste. Uno se pone triste no como consecuencia (quiero que esto se entienda con claridad), sino como RECURSO.
Pausa leve. Digiera usted esa invaluable perla de sabiduría directo de mi galleta de la suerte de la comida china del domingo. Fin de la pausa. Si usted no digirió, se la peló.
No quiero decir, por supuesto, que no existan motivos reales y concretos para una tristeza justificada. A todos se nos mueren los abuelos, se nos enferma el perro, nos roban el carro, nos descubren un cáncer de no mames en el páncreas. Por supuesto que es válido ponerse triste por eso y créanme, yo estoy de su lado: Pinches desgracias.
Pero. Peeeero. ¿Qué cuando uno está triste y dice no saber por qué? ¿Qué cuando uno viste bien, come bien, le tratan bien en casa, conserva viva hasta la última rama de su árbol genealógico reciente, tiene salud de chino y en general, la fortuna le sonríe? ¿Qué razón tiene para ponerse triste?
...
Disfrute de una nueva pausa para prepararse a recibir nueva información. Hágale un campito ahí, entre los nombres de los últimos ocho novios de Britney Spears, la noticia del divorcio de Madonna, el final sin pulpo-vagina de Watchmen y su contraseña de metroflog.
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¿Listo?
Pereza.
Pereza. Así de sencillo. Pura vil y celestial pereza. La tristeza de un jovenzuelo chaqueto de esos que abundan con sus flequitos lamidos sobre un lado de la cara, sus pedazos de titanio esterilizado colgando de la trompa, sus guantecitos rotos, sus fiuchitas y negras calaveritas no consiste en nada distinto de la pereza. Los reto a que consigan uno que resista una jornada consistente de
a) Seis horas diarias de una escuela exigente.
b) Seis horas diarias de un empleo duro.
c) Una hora diaria de desplazamientos casa-escuela-trabajo.
d) Una hora de pareja (entendiéndose esto como les dé la gana).
e) Entre seis y ocho horas de sueño.
Verán que en menos de un mes habrán cerrado su metro, dejarán de escribir poemas mamones con las palabras Solitario-Oscuridad-Noche-Lágrimas, y tal vez, incluso, se vuelvan seres humanos con los que se pueda convivir sin desear abofetearlos.
Y no, este no es un ataque a la cultura Emo, Dios me libre de atacar a un contingente tan numeroso. Es un ataque al victimismo de una juventud que reniega del status quo mientras nada alegremente en la mierda que critica. Es como si yo escribiera superación personal o como si Ana Guevara aceptara un cargo como autoridad deportiva. Oh no, ya lo hizo.¡Ana Guevara es una emo!
Nah.
5 comentarios:
jajajajajajajjajaja GENIAL!!! Me ha encantado este último post... mejor no lo podías haber descrito...
Un beso
'Es la juventud de ahora' jajaja
Me alegraste la mañana, Saludos ;)
Saludos. Opiniones?
Opino en mucho lo que plasmaste ..creo que hay una cantidad enorme de depresion( soy psicológa) infantil y juvenil... hay una carencia cabrona de identidad... los chamacos no saben quienes son, que quieren, no tienen seguridad en si mismos por que no se conocen... y entonces les da por hacerse de grupos que les de un significado de lo que son...
Mucho es ocio... pero muchisimo más es falta de crianza..
Al menos eso es lo que yo he observado con los jóvenes..
Saludos!
El comfort es la madre de todos los vicios, tenemos mucho tiempo "libre". Además ser el "pobrecito" siempre es lo más fácil, nunca falta quien se anime a consolarnos, ergo efectivamente la tristeza es un recurso.
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