Aquellos de ustedes cuya vida ha sido iluminada por el conocimiento de Los Simpson, recordarán el episodio donde C.M. Burns vende la planta nuclear a un consorcio alemán, para luego, deprimido y humillado, pedir que se la vendan de regreso. Recordarán también que Monty se entera de que los teutones se encuentran en su misma situación y aprovecha para hacerles una oferta risible. Entonces se da el diálogo:
-Está bien, señor Burns, le venderemos la planta, pero recuerde: Los alemanes no perdonamos.
-Uhh, los alemanes se enojaron conmigo. Smithers, protéjame, los alemanes, uhh.
El diálogo no es particularmente gracioso (ese episodio en particular tiene muchos gags mejores, como cuando vemos al pato que trabaja en la planta o cuando Lenny le dice a Homero que él es el inspector de seguridad. O incluso cuando anuncian la lista de despidos y Homero es el único.
El punto de todo esto es demostrar que no hay ninguna frase de los Simpson que no encuentre exacta aplicatoriedad (término jurídico gratis) en la vida real. ¿Porqué lo digo? Va el rollo:
Hoy domingo a las 11 a.m. tuvimos el partido de semifinales en el torneo de futbol uruguayo que tenemos jugando más o menos desde octubre. Por azares de que jugamos bien chido, pudimos llegar hasta esta etapa del torneo (añadido al hecho de que todos los juegos que programamos a las 9 a.m. los ganamos por default). Hoy, mientras calentábamos previo al juego, observamos llegar al otro equipo. Algo estaba mal: Eran altos, eran rubios, eran robustos. "Doris- le dije a Gabo- Creo que ya estamos en Kansas". Me equivoqué, no era Kansas, sino Berlín, o tal vez Munich. En efecto, íbamos contra un equipo de alemanes en el partido que decidiría si tendríamos la oportunidad de pelear el campeonato.
Huelga decir que aquí en Guanatos, ser alto, rubio y de ojos azules no es como llamarse Pancho, y que sacarle al menos 20 cm de alzada al más alto del equipo contrario debe darte mucha confianza a la hora de jugar el partido. Sin embargo, señores, en el futbol la confianza es un arma de dos filos, y a los clones de Bierhoff les tocó enterarse de mala manera. Les clavamos 4 goles y recibimos 2, con lo que nos abrimos el paso a puro riñón a la gran final, juego que tendremos el próximo domingo.
Sin embargo, en el transcurso del juego y por necesidad del equipo, estuve oscilando intermitentemente entre mis posiciones habituales -medio de contensión y lateral derecho-y por la naturaleza de ambas, me veía obligado a despojar a mis rubios oponentes de cuanta pelota pudiera caer en sus pies. Tuve de todo, jugadas por aire, a velocidad, barridas (las cuales son ilegales en esta modalidad del soccer, pero con un poco de maña pueden hacerse) y afortunadamente todas las hice sin errores. Cerca del final del partido, cuando estábamos 3-2 y los germanos tenían oportunidad de empatar el juego y obligar a la prórroga, le apliqué a su delantero más talentoso aquella clásica jugada de "mira, esto que ves aquí era la pelota. Nos vemos", burlé a un mediocampo, pasé a Guardado y éste clavó un obús por el segundo palo (sin albur) del arquero. Game over, Auf viedersen.
Cuando regresaba a mi posición (es raro celebrar un gol con aspavientos en el uruguayo), escuché que los delanteros hablaban en su lengua natal, pero alcancé a descifrar un par de palabras suficientes para saber que despotricaban contra mi, que no los había dejado hacer nada por mi banda. Fue entonces cuando, acercándome a Gabo, le dije: "Uhh, los alemanes se enojaron conmigo". Oh, dios, fue tan bueno.
Esa es la historia. Por cierto y como detalle curioso: El equipo en el que juego utiliza el uniforme de un equipo brasileño; los germanos, por su parte, jugaron el partido con el uniforme de la selección mexicana. Fue algo peculiar ver a un grupo de mexicanos vestidos de brasileños, enfrentando a un grupo de alemanes vestidos de mexicanos, jugando futbol uruguayo.
El próximo domingo la final. Será la primera vez en mi vida que juego una. Espero tener la llamada "suerte de principiante".
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