Estoy sufriendo una indigestión de discovery kids.
Los pasados tres días fueron maratón de padre e hijo, pues tuve la gran suerte de poder pasar miércoles, jueves y viernes en compañía de Ángel, mi unigénito heredero (que es un niño maravilloso y no lo dice sólo su padre, sino la gran mayoría de quienes lo conocen) que por vueltas de la vida vive en una ciudad distinta con su madre y por ello verlo no es una cotidianeidad, sino un anhelado acontecimiento.
Por supuesto existe todo un alud de desventajas en el vivir lejos, siempre mayor por mucho a las ventajas. Pero cuando uno se enfrenta a una realidad en la praxis inmutable, la mejor opción siempre es buscar la hebra de sol en el manto de lo trágico. Y esa hebra es, para mí, lo mucho que disfrutamos Ángel y yo de esos días de convivencia y de mutua prodigación del amor infinito que nos tenemos, ya sea jugando futbol a mediodía bajo un sol de 40 grados, caminando por las calles polvorientas del pueblo donde crecí y ahora está creciendo él, construyendo castillos de arena con una cubeta y una pala de plástico o tirados entre kilos de migajas de chips ahoy viendo las caricaturas interminables de discovery kids.
Mi hijo tiene un romance obseso con ese canal, muy semejante -lo dice mi madre- al que tuve yo con el viejo y fiel Nintendo, y que me convertía durante al menos cinco horas al día en un autómata incapaz de realizar las funciones básicas o de escuchar las voces que no provinieran de aquella ahora antigua consola de 8 bit. Ángel demuestra una capacidad de abstracción muy parecida a la del pequeño que fui, amén de una capacidad de memorización que probablemente supera incluso la mía (la cual, sin mamar, era motivo de asombro de los adultos) y una habilidad lógica bastante desarrollada para sus tres años y medio.
Todo esto, aunque me parece bien positivo en el balance, no obsta para que me declare, este mediodía ya de vuelta en la capital y bajo un calor peor que aquél, indigesto de discovery kids. Me he aprendido al menos tres coreografías de los backyardigans, con canción y todo. He decidido nunca tirar basura a los arroyos -nunca lo hice, ahora menos-; ahora sé que la próxima vez que juegue basta no batallaré en la U (U de urraca, you know?), tengo un antojo terrible de cerezas sabrosas y llevo dos horas convenciendo a mi hermana menor de que coloreemos juntos un dibujo que hice en la mañana con pintura de cera, macarrones y pegamento.
Cambié mi reloj digital por uno de manecillas (porque saber la hora es muy fácil, el palito grande...etc); No puedo escuchar la palabra Bananas sin hacer slam con todos mis amigos, que como no tienen hijos sólo se me quedan viendo con interés meramente sicológico; Me enojé con mi coche porque se rehúsa a conversar conmigo; Estuve dos horas en la estación del tren buscando uno que quisiera resolver mis problemas y fui de tienda en tienda buscando un perro rojo que creciera unos seis metros a los dos años. No hubo.
Lo triste es que hoy en la mañana prendí la t.v. y puse el canal y me senté a verlo, pero sólo duré como cuatro minutos. Luego me di cuenta que sin Ángel no es divertido.
Te odio, César Costa.
31 mayo 2008
27 mayo 2008
Mis regalos de cumpleaños (hasta el momento)
Práctica silla oficinista, perfecta para las horas de yacer frente al monitor, coloreando las canas o aumentando el área alopécica de mi cabeza.
Stephen King se refiere a sus libros como "el equivalente literario de una Big Mac con un montón de papas fritas". Sin embargo, It es la historia que más me ha aterrorizado en la vida (juro que soñé al maldito payaso una vez por semana desde los 9 años hasta casi los 16) y aún ahora no he visto la película completa sin empezar a sentirme ligeramente nervioso.
Si hay un representante físico de la idea de la esperanza, ese es para mí, sin duda alguna, el mensaje en la botella que los náufragos de las historias y los chistes arrojan al océano con la esperanza de ser rescatados. Es una idea que utilizo frecuentemente en mis escritor y por tanto un regalo que aprecié mucho por lo que tiene de conocimiento íntimo de las motivaciones de mi narrativa.
Stephen King se refiere a sus libros como "el equivalente literario de una Big Mac con un montón de papas fritas". Sin embargo, It es la historia que más me ha aterrorizado en la vida (juro que soñé al maldito payaso una vez por semana desde los 9 años hasta casi los 16) y aún ahora no he visto la película completa sin empezar a sentirme ligeramente nervioso.
Si hay un representante físico de la idea de la esperanza, ese es para mí, sin duda alguna, el mensaje en la botella que los náufragos de las historias y los chistes arrojan al océano con la esperanza de ser rescatados. Es una idea que utilizo frecuentemente en mis escritor y por tanto un regalo que aprecié mucho por lo que tiene de conocimiento íntimo de las motivaciones de mi narrativa.
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La vida o algo parecido
De summa Theoretica
Es notoriamente complicado, sobre todo dadas las limitantes culturales propias de la generación a la que pertenezco, entablar una conversación cuyo derrotero vaya más allá de la simple congruencia objetiva, hasta ese espacio casi vedado que se llama análisis concreto.
Es notoriamente complicado porque, gracias a la deformidad mental regalo de muchísimas horas-hombre de televisión, radio, lectura estúpida y mal intercambio académico, se nos ha achatado el filo del comentario y es por lo general mucho más sencillo el continuar los diálogos con los comentarios obvios o, mejor aún, con frases textualmente copiadas de personajes de televisión.
Este que escribe es, por ejemplo, un fanático en toda la extensión de la palabra de ese genialidad de Matt Groening que es la familia Simpson, y es rarísima la ocasión en que no se me ocurra una frase que encaje perfectamente al final de un enunciado o acción en particular y que sirva como gracioso corolario o fúnebre remate de los mismos. Sin embargo, creo que sé distinguir el límite donde una conversación se torna solemne y hay que, por tanto, dejar esas punch lines en la chistera para mejores ocasiones.
En fin, todo esto viene a colación por los hechos de hace unas horas, durante el curso de antronáutica que, en compañía de Fertz, SpeakerBoy, Sónico y Triste, realizamos exhaustivamente, en detrimento directo de nuestro rendimiento semanal y, por supuesto de nuestra economía. Pero es que era mi cumpleaños.
Elegimos un clásico, por la seguridad que te da. Sabíamos del confort, del nivel de las instalaciones, el servicio, la calidad del mobiliario y sobre todo, del alto estándar en materia de elección de odaliscas que se ejecuta por lo regular inclementemente (anoche pudimos constatar dos terribles excepciones). El lugar, como buen representante de la vieja escuela, maneja la ortodoxia en todo su esplendor: Dos gorilas malencarados en la puerta, uno encargado de revisión de credenciales y el otro del cateo corporal (del cual Fertz se libró gracias a su ausencia de pene, aunque reclamó igualdad de trato), meseros de chaleco y corbata, sillones de piel sintética, tres boleteros vestidos de sport deambulando por entre las mesas, ofreciendo los minutos y las pieles de las mujeres que ahí, sobre la pista, bailan con el desgano de un lunes que saben de poca clientela.
Empezamos el diálogo al calor de las primeras cervezas y con el pretexto de la tesis con la que Sónico se titula en Arquitectura en un par de meses. A grosso modo, Sónico y su colega han desarrollado un complejo programa de optimización y flexibilización de espacios dirigido a los programas de vivienda masiva (léase casas de interés social) que permitan aumentar exponencialmente su funcionalidad y con ello el nivel de vida de las jóvenes familias condenadas por el status quo a vivir en las mejor conocidas como pichoneras.
El viejo Sónico es un pragmático irredento y, además, un consumista patológico. Es por esto que su interés primordial en la obra es la viabilidad inmediata y por supuesto, la remuneración de su venta. Su colega, por el contrario, es un idealista de esos que viven en todos nosotros pero que vamos callando a fuerza de enfrentarlo todos los días a la realidad. Sus condiciones hacen que en su agenda resalte mucho más la idea de que su proyecto ayude a la gente y que su implementación resulte tan económica como sea posible. Obviamente ambos intereses resultan enfrentados y es ahí donde, tras la extensa reseña de los pormenores del proyecto, entramos en la discusión de lo loable de ambos intereses y lo execrable de los mismos. Curiosamente fue una plática desapasionada, fenómeno muy difícil de lograr con dos temperamentales de hueso colorado como Sónico y yo, con la colaboración del Triste que, si bien es un desapasionado genético, pertenece a la clase de los chingaquedito que caldean los ánimos con sus mordacidades.
Eventualmente la conversación giró en redondo hacia mí y a mi propio proyecto de tesis: La propuesta de obligatoriedad en el sometimiento a examen genético en juicios sobre paternidad y filiación. Supondrán que es un tema que también da mucho para debatir y supondrán bien. Otra hora fácil, saltando de lo técnico a lo ético a lo jurídico a lo meramente cultural, todo con una versación que, por fluida, resultó de lo más placentera a un polemizador compulsivo como este que escribe.
Entonces fue que nos dimos cuenta que, entre cerveza y cerveza, entre tanga y sostén de lentejuelas que surcaban el aire, llevábamos dos horas y media sin siquiera voltear a la pista donde seguía mercadeándose la carne. Creo que fui yo quien lanzó el comentario en forma de pregunta y creo que fue el Triste el que asintió primero. Sónico por supuesto se quejó de que le estuviéramos robando el tiempo con nuestra verborrea (el 75% de la cual había salido de su boca) y no le dejáramos ver a las nenas.
Teoría:
Para tener una conversación serena, versada, analítica y de conclusiones plasmables en enunciados sencillos, vaya a un lugar donde lo rodeen de nalgas apetecibles y tetas orgullosas. Tantas como sea posible. Créanos, al tener tantas cerca, ni siquiera intentará hablar de ellas, y su mente se ocupará de procesar temas mucho más elaborados, lo cual será de consecuencias, si no más divertidas, sí mucho más económicas.
Ampliación a la teoría:
Procure no lucir demasiado bien mientras discursa sus argumentos. A las bailarinas les llama la atención y no dejan platicar. Además de que todas hablan horrible. Es requisito.
Ampliación Plus ultra:
No funciona si careces de gusto por las mujeres. Fertz se pasó toda la noche viendo Anaconda 2 en los plasmas de las esquinas.
Es notoriamente complicado porque, gracias a la deformidad mental regalo de muchísimas horas-hombre de televisión, radio, lectura estúpida y mal intercambio académico, se nos ha achatado el filo del comentario y es por lo general mucho más sencillo el continuar los diálogos con los comentarios obvios o, mejor aún, con frases textualmente copiadas de personajes de televisión.
Este que escribe es, por ejemplo, un fanático en toda la extensión de la palabra de ese genialidad de Matt Groening que es la familia Simpson, y es rarísima la ocasión en que no se me ocurra una frase que encaje perfectamente al final de un enunciado o acción en particular y que sirva como gracioso corolario o fúnebre remate de los mismos. Sin embargo, creo que sé distinguir el límite donde una conversación se torna solemne y hay que, por tanto, dejar esas punch lines en la chistera para mejores ocasiones.
En fin, todo esto viene a colación por los hechos de hace unas horas, durante el curso de antronáutica que, en compañía de Fertz, SpeakerBoy, Sónico y Triste, realizamos exhaustivamente, en detrimento directo de nuestro rendimiento semanal y, por supuesto de nuestra economía. Pero es que era mi cumpleaños.
Elegimos un clásico, por la seguridad que te da. Sabíamos del confort, del nivel de las instalaciones, el servicio, la calidad del mobiliario y sobre todo, del alto estándar en materia de elección de odaliscas que se ejecuta por lo regular inclementemente (anoche pudimos constatar dos terribles excepciones). El lugar, como buen representante de la vieja escuela, maneja la ortodoxia en todo su esplendor: Dos gorilas malencarados en la puerta, uno encargado de revisión de credenciales y el otro del cateo corporal (del cual Fertz se libró gracias a su ausencia de pene, aunque reclamó igualdad de trato), meseros de chaleco y corbata, sillones de piel sintética, tres boleteros vestidos de sport deambulando por entre las mesas, ofreciendo los minutos y las pieles de las mujeres que ahí, sobre la pista, bailan con el desgano de un lunes que saben de poca clientela.
Empezamos el diálogo al calor de las primeras cervezas y con el pretexto de la tesis con la que Sónico se titula en Arquitectura en un par de meses. A grosso modo, Sónico y su colega han desarrollado un complejo programa de optimización y flexibilización de espacios dirigido a los programas de vivienda masiva (léase casas de interés social) que permitan aumentar exponencialmente su funcionalidad y con ello el nivel de vida de las jóvenes familias condenadas por el status quo a vivir en las mejor conocidas como pichoneras.
El viejo Sónico es un pragmático irredento y, además, un consumista patológico. Es por esto que su interés primordial en la obra es la viabilidad inmediata y por supuesto, la remuneración de su venta. Su colega, por el contrario, es un idealista de esos que viven en todos nosotros pero que vamos callando a fuerza de enfrentarlo todos los días a la realidad. Sus condiciones hacen que en su agenda resalte mucho más la idea de que su proyecto ayude a la gente y que su implementación resulte tan económica como sea posible. Obviamente ambos intereses resultan enfrentados y es ahí donde, tras la extensa reseña de los pormenores del proyecto, entramos en la discusión de lo loable de ambos intereses y lo execrable de los mismos. Curiosamente fue una plática desapasionada, fenómeno muy difícil de lograr con dos temperamentales de hueso colorado como Sónico y yo, con la colaboración del Triste que, si bien es un desapasionado genético, pertenece a la clase de los chingaquedito que caldean los ánimos con sus mordacidades.
Eventualmente la conversación giró en redondo hacia mí y a mi propio proyecto de tesis: La propuesta de obligatoriedad en el sometimiento a examen genético en juicios sobre paternidad y filiación. Supondrán que es un tema que también da mucho para debatir y supondrán bien. Otra hora fácil, saltando de lo técnico a lo ético a lo jurídico a lo meramente cultural, todo con una versación que, por fluida, resultó de lo más placentera a un polemizador compulsivo como este que escribe.
Entonces fue que nos dimos cuenta que, entre cerveza y cerveza, entre tanga y sostén de lentejuelas que surcaban el aire, llevábamos dos horas y media sin siquiera voltear a la pista donde seguía mercadeándose la carne. Creo que fui yo quien lanzó el comentario en forma de pregunta y creo que fue el Triste el que asintió primero. Sónico por supuesto se quejó de que le estuviéramos robando el tiempo con nuestra verborrea (el 75% de la cual había salido de su boca) y no le dejáramos ver a las nenas.
Teoría:
Para tener una conversación serena, versada, analítica y de conclusiones plasmables en enunciados sencillos, vaya a un lugar donde lo rodeen de nalgas apetecibles y tetas orgullosas. Tantas como sea posible. Créanos, al tener tantas cerca, ni siquiera intentará hablar de ellas, y su mente se ocupará de procesar temas mucho más elaborados, lo cual será de consecuencias, si no más divertidas, sí mucho más económicas.
Ampliación a la teoría:
Procure no lucir demasiado bien mientras discursa sus argumentos. A las bailarinas les llama la atención y no dejan platicar. Además de que todas hablan horrible. Es requisito.
Ampliación Plus ultra:
No funciona si careces de gusto por las mujeres. Fertz se pasó toda la noche viendo Anaconda 2 en los plasmas de las esquinas.
26 mayo 2008
Consideraciones en torno a ese 26 del calendario.
Cada 365 días, a veces 366, llega esta madrugada en la que me encuentro de pronto con la novedad de que debo actualizar mi programa mental para responder con un número nuevo a la pregunta: ¿Edad?
Cada 8760 horas, a veces 8784, llegan las doce de la noche en las que los más avispados de mis amigos cercanos me mandan un mensaje de texto, hacen una breve llamada o, en el mejor de los casos, aparecen en la puerta de mi departamento con unas cervezas en las manos y un abrazo listo para rodearme.
525600 minutos tienen que transcurrir para vivir de nuevo este día en el que la gente considera necesario preguntarme qué se siente ser un año más viejo, como si yo tuviera una mínima idea de lo que se siente. Aunque a veces son 527040.
Cada 26 de Mayo, hoy, es mi cumpleaños. Desde que cumplí 12 nunca ha vuelto a ser el mejor de los días. De hecho no sé qué maldición pesa sobre mi espíritu que mi cumpleaños suele ser un día conflictivo. Y no porque la consecución de una nueva velita para mi pastel (que este año creo que no tendré más que la rebanada que ya tuve) me cause problemas. Al contrario, aquellos que me han tratado lo suficiente saben que considero la madurez como la mejor época de la vida y que ansío llegar a ella. Luego entonces, descartando el conflicto del temor al paso del tiempo, la explicación sobre lo poco festivos que suelen ser mis cumpleaños es quizá, simple mala suerte.
Hoy cumplo 26 años. Es 26 de Mayo. Espero que esa coincidencia numérica signifique algo cabalísticamente bueno. De lo contrario, nos vemos mañana, cuando seré un poco más amargado que hoy, como buen tipo que se ha dado cuenta que a pesar de los cuidados, el ejercicio, los buenos hábitos y el esporádico ritual de magia negra, está envejeciendo irremediablemente.
En fin, sólo quería decirme a mí mismo: Ten un feliz cumpleaños.
Cada 8760 horas, a veces 8784, llegan las doce de la noche en las que los más avispados de mis amigos cercanos me mandan un mensaje de texto, hacen una breve llamada o, en el mejor de los casos, aparecen en la puerta de mi departamento con unas cervezas en las manos y un abrazo listo para rodearme.
525600 minutos tienen que transcurrir para vivir de nuevo este día en el que la gente considera necesario preguntarme qué se siente ser un año más viejo, como si yo tuviera una mínima idea de lo que se siente. Aunque a veces son 527040.
Cada 26 de Mayo, hoy, es mi cumpleaños. Desde que cumplí 12 nunca ha vuelto a ser el mejor de los días. De hecho no sé qué maldición pesa sobre mi espíritu que mi cumpleaños suele ser un día conflictivo. Y no porque la consecución de una nueva velita para mi pastel (que este año creo que no tendré más que la rebanada que ya tuve) me cause problemas. Al contrario, aquellos que me han tratado lo suficiente saben que considero la madurez como la mejor época de la vida y que ansío llegar a ella. Luego entonces, descartando el conflicto del temor al paso del tiempo, la explicación sobre lo poco festivos que suelen ser mis cumpleaños es quizá, simple mala suerte.
Hoy cumplo 26 años. Es 26 de Mayo. Espero que esa coincidencia numérica signifique algo cabalísticamente bueno. De lo contrario, nos vemos mañana, cuando seré un poco más amargado que hoy, como buen tipo que se ha dado cuenta que a pesar de los cuidados, el ejercicio, los buenos hábitos y el esporádico ritual de magia negra, está envejeciendo irremediablemente.
En fin, sólo quería decirme a mí mismo: Ten un feliz cumpleaños.
25 mayo 2008
Pintando los muros
Hace rato, dándole un pequeño apretón de tornillos y una engrasada de juntas a la bitácora, caí en la cuenta de un par de links que tenían ahí desde el nacimiento del blog y que, por razones que desconozco, o ya no existen como bitácoras activas, o de plano yo le perdí el interés a las publicaciones de sus encargados.
Es por tal motivo -asumiendo que necesitase de motivos para quitar cosas de mi blog- que los he removido de la lista de recomendaciones y he puesto en su lugar -para respetar la LLLV: Ley de Llenar lo que se Vacía)- a un nuevo par de bloggers cuya lectura cotidiana me causa un placer silente pero no por ello menos digno de regocijo.
La Maga es una mujer -de veras que sí- que asume de una forma divertidísima su papel de profesionista guapa y capaz de valerse sin un pene cerca pero al mismo tiempo hace un alarde casi tierno de lo mucho que le gusta tener cerca ese pene que no necesita para ser fuerte pero sí para ser débil. Es, para decirlo en un magnicismo, una cinicaza, razón más que suficiente para merecer mis afectos y mi fidelidad lectora y, por supuesto y como es obvio, mi recomendación.
Bunsen cómics, por su parte, es el proyecto actual de Jorge Pinto, talentoso yucateco (o al menos radicado en Yucatán) al que conocí inicialmente como malnacido en el blog del mismo nombre y cuyo humor de verdad me ha hecho doblarme de risa sobre el teclado y perder la fuerza de los brazos por hipoxia. Bunsen cómics es un proyecto serio, bien realizado, y con la universalidad humorística sobrada para ser un palazo en la red como han sido, en su momento, proyectos como Cindy la Regia, Caballo Negro, El oso bipolar y tantos otros (sin olvidar, por supuesto, el genial arte del buen Guffo).
En fin, sólo busco pretextos para que cliqueen en la barra de links de aquí al lado y me dejen en paz.
Váyanse. Ya. ¿No ven que los odio?
Es por tal motivo -asumiendo que necesitase de motivos para quitar cosas de mi blog- que los he removido de la lista de recomendaciones y he puesto en su lugar -para respetar la LLLV: Ley de Llenar lo que se Vacía)- a un nuevo par de bloggers cuya lectura cotidiana me causa un placer silente pero no por ello menos digno de regocijo.
La Maga es una mujer -de veras que sí- que asume de una forma divertidísima su papel de profesionista guapa y capaz de valerse sin un pene cerca pero al mismo tiempo hace un alarde casi tierno de lo mucho que le gusta tener cerca ese pene que no necesita para ser fuerte pero sí para ser débil. Es, para decirlo en un magnicismo, una cinicaza, razón más que suficiente para merecer mis afectos y mi fidelidad lectora y, por supuesto y como es obvio, mi recomendación.
Bunsen cómics, por su parte, es el proyecto actual de Jorge Pinto, talentoso yucateco (o al menos radicado en Yucatán) al que conocí inicialmente como malnacido en el blog del mismo nombre y cuyo humor de verdad me ha hecho doblarme de risa sobre el teclado y perder la fuerza de los brazos por hipoxia. Bunsen cómics es un proyecto serio, bien realizado, y con la universalidad humorística sobrada para ser un palazo en la red como han sido, en su momento, proyectos como Cindy la Regia, Caballo Negro, El oso bipolar y tantos otros (sin olvidar, por supuesto, el genial arte del buen Guffo).
En fin, sólo busco pretextos para que cliqueen en la barra de links de aquí al lado y me dejen en paz.
Váyanse. Ya. ¿No ven que los odio?
22 mayo 2008
Es que era un día de esos, ¿sabes de cuáles? De esos en los que nomás te levantas porque te duele la espalda a consecuencia de las dos o tres horas de sueño excesivo que le has metido a tu cuerpo y de las que te pasa factura con una pesadez de los ojos, una flaccidez en la cara y un cansancio en la voz que te hacen parecer más un convaleciente de heridas de guerra que un simple insomne y no te queda más remedio que ponerte de pie en medio de tu cocina, curiosear el interior de la nevera para comprobar que, en efecto, sigue sin haber nada más que hielo y las dos viejas cebollas que dejaste hasta que se fosilizaron y que de ninguna manera podrías combinar para hacer un guiso cuyo olor pueda empezar a darle estabilidad a tus ideas.
Es que era un día de esos, ya sabes, de esos en los que simplemente sales, o mejor dicho, te avientas a la calle, con la esperanza de que el tránsito, las marabuntas peatonales, los merolicos, el humo y el calor se junten y te revuelvan el estómago y te hagan fruncir el ceño y querer derramar las tripas ahí mismo en el asfalto, con las palmas apoyadas contra las banquetas que hierven y las piedrecitas clavándose en tu piel y lacerando la carne, aunque nomás sea para que sientas algo, lo que sea.
Es que era un día de esos, en los que el cañón de la pistola te mira y te seduce y te susurra al oído mil promesas, De esos en que las navajas del rastrillo te ofrecen baratas las caricias y la sangre te quema en las venas y sientes la necesidad de dejarla correr por los azulejos blanquísimos del baño. De esos en los que no anhelas tic tacs ni lifesavers ni m&m's, sino mejor el dulce sabor de los diazepam de 800grs, el agridulce chisporrotear de los tafil en su frasquito ambarino, el refrescante descanso ligeramente avainillado de los rivotriles siempre impares en la caja.
Es que era un día de esos en que no hay más solución que enamorarse, aunque sepas muy bien que una vez más le haces honores al efecto placebo.
Es que era un día de esos, ya sabes, de esos en los que simplemente sales, o mejor dicho, te avientas a la calle, con la esperanza de que el tránsito, las marabuntas peatonales, los merolicos, el humo y el calor se junten y te revuelvan el estómago y te hagan fruncir el ceño y querer derramar las tripas ahí mismo en el asfalto, con las palmas apoyadas contra las banquetas que hierven y las piedrecitas clavándose en tu piel y lacerando la carne, aunque nomás sea para que sientas algo, lo que sea.
Es que era un día de esos, en los que el cañón de la pistola te mira y te seduce y te susurra al oído mil promesas, De esos en que las navajas del rastrillo te ofrecen baratas las caricias y la sangre te quema en las venas y sientes la necesidad de dejarla correr por los azulejos blanquísimos del baño. De esos en los que no anhelas tic tacs ni lifesavers ni m&m's, sino mejor el dulce sabor de los diazepam de 800grs, el agridulce chisporrotear de los tafil en su frasquito ambarino, el refrescante descanso ligeramente avainillado de los rivotriles siempre impares en la caja.
Es que era un día de esos en que no hay más solución que enamorarse, aunque sepas muy bien que una vez más le haces honores al efecto placebo.
13 mayo 2008
Post it
Pasé corriendo por la bitácora y me encontré dos comentarios:
A Perséfone: Dos píldoras azules lo puedes conseguir en la librería universitaria, en el instituto sonorense de cultura o con tu servidor por este medio...
A Charlotte: Es cien años de soledad? Digo, ahi fue donde lo leí yo por primera vez.
A Perséfone: Dos píldoras azules lo puedes conseguir en la librería universitaria, en el instituto sonorense de cultura o con tu servidor por este medio...
A Charlotte: Es cien años de soledad? Digo, ahi fue donde lo leí yo por primera vez.
10 mayo 2008
Símiles, paralelismos y otras figuras igualmente macabras.
Durkheim entra sin duda en mi lista de condenados irredimibles al infierno.
Partiendo de la idea de que la idea no existe hasta que se nombra (¿existe esa idea? espero que sí), a Émile le debo esta que actualmente es la que condiciona mi casi siempre inmutable inconformidad con el curso de los días.
Bueno, me estoy contradiciendo, ¿no es así? No el curso de los días, sino la inane repetición del mismo una y otra y otra vez. Todos los días las mismas preguntas, la misma zozobra, el mismo miedo al siguiente minuto y la búsqueda casi siempre útil de una actividad en la que ocupar el tiempo que, de permanecer destinado al ocio, se convierte de inmediato en el martillo y el cincel que siguen erosionando concienzudamente mi paciencia, mi entusiasmo y mis ganas de vivir.
Sí, es más fácil culpar a Durkheim por haber nominado a la anomia que aceptar que soy yo y mi incapacidad de traducir en acciones las ideas lo que me tiene sumergido en este ciclo activo-reactivo en el que sobrevivo no ya como ser viviente sino como apenas un autómata programado para las funciones más básicas.
Curiosamente, había olvidado a Durkheim y sus postulados hasta la noche del 23 de Abril en que, durante la presentación de Dos píldoras azules (mi primera novela publicada oficialmente), el editor-escritor-crítico literario Josué Barrera, hizo una breve lista de paralelismos entre la teoría del sociólogo francés y el trasfondo psicosocial de la historia que da consistencia y escenografía a las cuatro realidades individuales que se cuentan en la novela, paralelismos que, lo confieso, yo no había asociado con la anomia Durkheimiana, sino mucho más y con mejores motivos con el cinismo de Diógenes Laercio, doctrina cuya apología ya había hecho con mayor amplitud en esta misma bitácora.
Como sea, la teoría de Barrera tiene una validez muy distinta de la mía, vista desde la óptica de que, como crítico, su tarea no giró en torno a lo que yo quise decir, sino a lo que efectivamente dije y, en muchos sentidos, lo que dije fue más Durkheim que Diógenes.
El asunto es que, por una de esas casualidades (¿causalidades?) que el destino se guarda siempre para aquellos que tenemos el karma oscurecido, desde hace ya tiempo mi vida viene propinándome unos símiles nada agradables entre la historia de Dos píldoras y el acontecer cotidiano de mi vida. Lo peor del negocio es que el personaje con el que me vengo asociando es siempre uno de los dos factores masculinos de la ecuación, ninguno de los cuales alcanza el cliché conocido vulgarmente como final feliz. Hay días que me levanto siendo el perdedor y eterno renunciante que es uno y otros que sin duda soy el desgraciado sin entrañas y con grandes tendencias magnicidas que es el otro.
Y pues tengo que confesar que, después de mucho tiempo, mucha vida y mucha historia, por fin he vuelto a sentir miedo. Y sin embargo nada cambia.
Partiendo de la idea de que la idea no existe hasta que se nombra (¿existe esa idea? espero que sí), a Émile le debo esta que actualmente es la que condiciona mi casi siempre inmutable inconformidad con el curso de los días.
Bueno, me estoy contradiciendo, ¿no es así? No el curso de los días, sino la inane repetición del mismo una y otra y otra vez. Todos los días las mismas preguntas, la misma zozobra, el mismo miedo al siguiente minuto y la búsqueda casi siempre útil de una actividad en la que ocupar el tiempo que, de permanecer destinado al ocio, se convierte de inmediato en el martillo y el cincel que siguen erosionando concienzudamente mi paciencia, mi entusiasmo y mis ganas de vivir.
Sí, es más fácil culpar a Durkheim por haber nominado a la anomia que aceptar que soy yo y mi incapacidad de traducir en acciones las ideas lo que me tiene sumergido en este ciclo activo-reactivo en el que sobrevivo no ya como ser viviente sino como apenas un autómata programado para las funciones más básicas.
Curiosamente, había olvidado a Durkheim y sus postulados hasta la noche del 23 de Abril en que, durante la presentación de Dos píldoras azules (mi primera novela publicada oficialmente), el editor-escritor-crítico literario Josué Barrera, hizo una breve lista de paralelismos entre la teoría del sociólogo francés y el trasfondo psicosocial de la historia que da consistencia y escenografía a las cuatro realidades individuales que se cuentan en la novela, paralelismos que, lo confieso, yo no había asociado con la anomia Durkheimiana, sino mucho más y con mejores motivos con el cinismo de Diógenes Laercio, doctrina cuya apología ya había hecho con mayor amplitud en esta misma bitácora.
Como sea, la teoría de Barrera tiene una validez muy distinta de la mía, vista desde la óptica de que, como crítico, su tarea no giró en torno a lo que yo quise decir, sino a lo que efectivamente dije y, en muchos sentidos, lo que dije fue más Durkheim que Diógenes.
El asunto es que, por una de esas casualidades (¿causalidades?) que el destino se guarda siempre para aquellos que tenemos el karma oscurecido, desde hace ya tiempo mi vida viene propinándome unos símiles nada agradables entre la historia de Dos píldoras y el acontecer cotidiano de mi vida. Lo peor del negocio es que el personaje con el que me vengo asociando es siempre uno de los dos factores masculinos de la ecuación, ninguno de los cuales alcanza el cliché conocido vulgarmente como final feliz. Hay días que me levanto siendo el perdedor y eterno renunciante que es uno y otros que sin duda soy el desgraciado sin entrañas y con grandes tendencias magnicidas que es el otro.
Y pues tengo que confesar que, después de mucho tiempo, mucha vida y mucha historia, por fin he vuelto a sentir miedo. Y sin embargo nada cambia.
Etiquetas:
Disertaciones,
Lado B,
No sé de qué hablo
03 mayo 2008
Ya nadie se apiada de los recordadores, estos seres raros que somos fieles practicantes de la nostalgia y exaltadores cotidianos de la remembranza, aún a costa del poco éxito social que acarrea el permanecer en una esquina de la fiesta, siempre con los mismos dos o tres amigos de toda la vida, hablando de aquel juguete que sólo conociste en el programa de chabelo, como premio deseable de un escuincle suertudo, además, claro, de su dotación de sonrics y riccolino.
Ya nadie se ahorra el gesto de tedio cuando escucha al pasar junto al grupúsculo nuestra disertación sobre las subtramas de los caballeros del zodiaco, o aquel episodio perdido de mazinger z, que entre las muchas retransmisiones sólo alcanzamos a ver una vez.
A nadie le importa ya cuántos de tus playmobile conservas intactos y cuántos han perdido una mano, el cabello, han entrado directo al hospicio para mutilados. Nadie quiere saber cuántos fetiches de G.I. Joe alcanzaste a coleccionar antes de que Pokemon, Yu Gi Oh, Bob Esponja y todos los demás vinieran a darle una sólida patada en el culo a los juguetes con corazón.
Por supuesto nadie quiere compartir contigo las culpables memorias de tus tardes viendo sailor moon, o la vez que lloraste con una trágica sesión de candy candy o de la ballena Josefina. El recuento de los klínex que te costó aventarte Remi capítulo a capítulo o cuántas monedas de mil pesos (ah, las sólidas y pesadas sor juanas) dejaste en la tiendita de doña equis en trueque por libros de estampitas, gomitas de coca cola o sobrecitos de chocomilk. No, nadie ofrece un carajo por esa parte de la bitácora de tu vida.
Y sabes bien porqué, ¿o no? Es sencillo...
Vamos...
Anda, esfuérzate un poco...
¿Nada?
Pues porque a nadie le importa, hombre. Es elemental. Los que vivieron esa etapa contigo vieron las mismas jodidas caricaturas, jugaron con los mismos carísimos juguetes, los rompieron, tiraron y olvidaron sin imaginar que estaban renunciando a la posibilidad de un recuerdo tangible para el futuro que ahora es el presente. Olvidaron. Y los que no lo vivieron, por ser demasiado viejos o demasiado jóvenes, tienen su propia carga de recuerdos, de nostalgias y de carencias adoptadas como para interesarse en recoger las tuyas. ¿Queda claro?
Luego entonces, por favor recoja su trago (es un martini, grandísimo pretencioso?) y vaya a intentar otro tema con otro grupo, que aquí todos traemos el tarro lleno de vivencias.
A chingar a su madre, ándele.
Ya nadie se ahorra el gesto de tedio cuando escucha al pasar junto al grupúsculo nuestra disertación sobre las subtramas de los caballeros del zodiaco, o aquel episodio perdido de mazinger z, que entre las muchas retransmisiones sólo alcanzamos a ver una vez.
A nadie le importa ya cuántos de tus playmobile conservas intactos y cuántos han perdido una mano, el cabello, han entrado directo al hospicio para mutilados. Nadie quiere saber cuántos fetiches de G.I. Joe alcanzaste a coleccionar antes de que Pokemon, Yu Gi Oh, Bob Esponja y todos los demás vinieran a darle una sólida patada en el culo a los juguetes con corazón.
Por supuesto nadie quiere compartir contigo las culpables memorias de tus tardes viendo sailor moon, o la vez que lloraste con una trágica sesión de candy candy o de la ballena Josefina. El recuento de los klínex que te costó aventarte Remi capítulo a capítulo o cuántas monedas de mil pesos (ah, las sólidas y pesadas sor juanas) dejaste en la tiendita de doña equis en trueque por libros de estampitas, gomitas de coca cola o sobrecitos de chocomilk. No, nadie ofrece un carajo por esa parte de la bitácora de tu vida.
Y sabes bien porqué, ¿o no? Es sencillo...
Vamos...
Anda, esfuérzate un poco...
¿Nada?
Pues porque a nadie le importa, hombre. Es elemental. Los que vivieron esa etapa contigo vieron las mismas jodidas caricaturas, jugaron con los mismos carísimos juguetes, los rompieron, tiraron y olvidaron sin imaginar que estaban renunciando a la posibilidad de un recuerdo tangible para el futuro que ahora es el presente. Olvidaron. Y los que no lo vivieron, por ser demasiado viejos o demasiado jóvenes, tienen su propia carga de recuerdos, de nostalgias y de carencias adoptadas como para interesarse en recoger las tuyas. ¿Queda claro?
Luego entonces, por favor recoja su trago (es un martini, grandísimo pretencioso?) y vaya a intentar otro tema con otro grupo, que aquí todos traemos el tarro lleno de vivencias.
A chingar a su madre, ándele.
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