Es notoriamente complicado, sobre todo dadas las limitantes culturales propias de la generación a la que pertenezco, entablar una conversación cuyo derrotero vaya más allá de la simple congruencia objetiva, hasta ese espacio casi vedado que se llama análisis concreto.
Es notoriamente complicado porque, gracias a la deformidad mental regalo de muchísimas horas-hombre de televisión, radio, lectura estúpida y mal intercambio académico, se nos ha achatado el filo del comentario y es por lo general mucho más sencillo el continuar los diálogos con los comentarios obvios o, mejor aún, con frases textualmente copiadas de personajes de televisión.
Este que escribe es, por ejemplo, un fanático en toda la extensión de la palabra de ese genialidad de Matt Groening que es la familia Simpson, y es rarísima la ocasión en que no se me ocurra una frase que encaje perfectamente al final de un enunciado o acción en particular y que sirva como gracioso corolario o fúnebre remate de los mismos. Sin embargo, creo que sé distinguir el límite donde una conversación se torna solemne y hay que, por tanto, dejar esas punch lines en la chistera para mejores ocasiones.
En fin, todo esto viene a colación por los hechos de hace unas horas, durante el curso de antronáutica que, en compañía de Fertz, SpeakerBoy, Sónico y Triste, realizamos exhaustivamente, en detrimento directo de nuestro rendimiento semanal y, por supuesto de nuestra economía. Pero es que era mi cumpleaños.
Elegimos un clásico, por la seguridad que te da. Sabíamos del confort, del nivel de las instalaciones, el servicio, la calidad del mobiliario y sobre todo, del alto estándar en materia de elección de odaliscas que se ejecuta por lo regular inclementemente (anoche pudimos constatar dos terribles excepciones). El lugar, como buen representante de la vieja escuela, maneja la ortodoxia en todo su esplendor: Dos gorilas malencarados en la puerta, uno encargado de revisión de credenciales y el otro del cateo corporal (del cual Fertz se libró gracias a su ausencia de pene, aunque reclamó igualdad de trato), meseros de chaleco y corbata, sillones de piel sintética, tres boleteros vestidos de sport deambulando por entre las mesas, ofreciendo los minutos y las pieles de las mujeres que ahí, sobre la pista, bailan con el desgano de un lunes que saben de poca clientela.
Empezamos el diálogo al calor de las primeras cervezas y con el pretexto de la tesis con la que Sónico se titula en Arquitectura en un par de meses. A grosso modo, Sónico y su colega han desarrollado un complejo programa de optimización y flexibilización de espacios dirigido a los programas de vivienda masiva (léase casas de interés social) que permitan aumentar exponencialmente su funcionalidad y con ello el nivel de vida de las jóvenes familias condenadas por el status quo a vivir en las mejor conocidas como pichoneras.
El viejo Sónico es un pragmático irredento y, además, un consumista patológico. Es por esto que su interés primordial en la obra es la viabilidad inmediata y por supuesto, la remuneración de su venta. Su colega, por el contrario, es un idealista de esos que viven en todos nosotros pero que vamos callando a fuerza de enfrentarlo todos los días a la realidad. Sus condiciones hacen que en su agenda resalte mucho más la idea de que su proyecto ayude a la gente y que su implementación resulte tan económica como sea posible. Obviamente ambos intereses resultan enfrentados y es ahí donde, tras la extensa reseña de los pormenores del proyecto, entramos en la discusión de lo loable de ambos intereses y lo execrable de los mismos. Curiosamente fue una plática desapasionada, fenómeno muy difícil de lograr con dos temperamentales de hueso colorado como Sónico y yo, con la colaboración del Triste que, si bien es un desapasionado genético, pertenece a la clase de los chingaquedito que caldean los ánimos con sus mordacidades.
Eventualmente la conversación giró en redondo hacia mí y a mi propio proyecto de tesis: La propuesta de obligatoriedad en el sometimiento a examen genético en juicios sobre paternidad y filiación. Supondrán que es un tema que también da mucho para debatir y supondrán bien. Otra hora fácil, saltando de lo técnico a lo ético a lo jurídico a lo meramente cultural, todo con una versación que, por fluida, resultó de lo más placentera a un polemizador compulsivo como este que escribe.
Entonces fue que nos dimos cuenta que, entre cerveza y cerveza, entre tanga y sostén de lentejuelas que surcaban el aire, llevábamos dos horas y media sin siquiera voltear a la pista donde seguía mercadeándose la carne. Creo que fui yo quien lanzó el comentario en forma de pregunta y creo que fue el Triste el que asintió primero. Sónico por supuesto se quejó de que le estuviéramos robando el tiempo con nuestra verborrea (el 75% de la cual había salido de su boca) y no le dejáramos ver a las nenas.
Teoría:
Para tener una conversación serena, versada, analítica y de conclusiones plasmables en enunciados sencillos, vaya a un lugar donde lo rodeen de nalgas apetecibles y tetas orgullosas. Tantas como sea posible. Créanos, al tener tantas cerca, ni siquiera intentará hablar de ellas, y su mente se ocupará de procesar temas mucho más elaborados, lo cual será de consecuencias, si no más divertidas, sí mucho más económicas.
Ampliación a la teoría:
Procure no lucir demasiado bien mientras discursa sus argumentos. A las bailarinas les llama la atención y no dejan platicar. Además de que todas hablan horrible. Es requisito.
Ampliación Plus ultra:
No funciona si careces de gusto por las mujeres. Fertz se pasó toda la noche viendo Anaconda 2 en los plasmas de las esquinas.
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