17 agosto 2008

Variaciones sobre un tema del maestro.

Hace ya algunos años, en los tiempos idos de la facultad de derecho, se conformó alrededor de una banca de concreto una logia de amantes del arte en todas sus presentaciones a la cual tuve la suerte y el gusto de pertenecer. Como lo he dicho ya hasta la monotonía, yo crecí en una ciudad muy pequeña y en una época muy estática de la misma, en la que ni siquiera el intercambio comercial era una vía de consolación para obtener el acceso a las expresiones artísticas más valiosas, contemporáneas o atrasadas. En ese sentido, la biblioteca pública, un recinto de unos veinticinco metros cuadrados con no más de mil volúmenes de literatura universal, era el único oasis posible para un perro sediento de letras como era este que escribe en la infancia y posterior adolescencia.

La logia, que nunca se llamó así, tuvo siempre una conformación mínima de cinco integrantes y nunca mayor de diez. Puedo decir con certeza que las piedras angulares, vaya, los pilares -me pudre esa conceptualización- del grupo fuimos Otto Gómez Esperón-poeta, cinéfilo, amante de la danza y prosista ocasional-, Alejandro de la Rosa -Poeta de inspiración, promotor cultural, descubridor de cine de arte y gurú de los lugares baratos- y un servidor -chaparrito, moreno y de cejas pobladas-. Por cuestiones y azares de la vida, de esos que nunca son azares y rara vez cuestiones, soy el único que sigue tomándose en serio esto de juntar letras y ofrecérselas a los ojos críticos para su consideración.

El caso es que el grupo -en el que por supuesto había quien no practicaba ninguna expresión artística pero las disfrutaba todas o casi todas- solía reunirse los viernes en casa de cualquiera de los miembros para tener unos maratones de cine independiente (y podría decir artístico, pero todo el maldito cine es artístico, por eso el cine es un arte y no me vengan a felar con que Hollywood y la basura y la mamá de supermán porque no es lugar ni momento). Y fue en uno de esos viernes (viernes bélicos, se llamaban) en que empezó la tradición de robarnos para siempre frases de las películas que veíamos durante horas y usarlas por todo y para todo en las grandes bacanales, en la juerga campechana y en la mañana automática que generalmente empezaba los lunes.

Es mítico en las cada vez más escasas reuniones de la banda, que Otto de pronto se levantaba, ya sosegado por los humores de varias cervezas y empezara la arenga citando a Oliverio. "Me importa un pito que mi mujer tenga los pechos como magnolias o como pasas de higo", Alejandro/Zinho le siguiera diciendo: "Una piel como de durazno o como papel de lija"; de nuevo Otto: "Un aliento afrodisíaco o un aliento insecticida"; y luego este que ahora se los cuenta: "Soy perfectamente capaz de soportar una nariz que ganaría el primer premio en un concurso de zanahorias". Todos o casi todos reían por la cada vez menos sorpresiva ocurrencia y luego se hacía el breve silencio en el que Otto lanzaba el melancólico remate: "Pero eso sí, y en esto soy irreductible, por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia les perdono que no sepan volar. Si no saben volar, pierden el tiempo conmigo".

La cita, por si alguien está perdido, es de "El lado oscuro del corazón", cinta de realización argentina, con dirección de Eliseo Subiela (Hombre mirando al sudeste, su obra más premiada) y en la que seguimos a Oliverio (magistralmente encarnado por Darío Grandinetti) en una cruzada contra la normalidad y el estereotipo cotidiano del amor, buscando por toda la ciudad y por la vida a una mujer que lo haga volar cuando hace el amor. El guión -que cuenta con una infinidad de citas de Oliverio Girondo y Mario Benedetti (que también tiene un cameo en la película)- nos lleva de una forma tranquila y reposada, a veces incluso divertida, a recorrer la gama de clichés que las relaciones de pareja se ven obligadas a enfrentar por convencionalismos sociales, por simple acondicionamiento, por tantas y tantas razones siempre insuficientes. La muerte, interpretada por Nacha Guevara, es la fiel perseguidora de Oliverio, charla con él en bares y cafés, lo seduce y le recuerda siempre que si no aprende pronto a volar será ella quien lo espere por las noches en su cuarto. Al final, y como era de esperarse, Oliverio encuentra a su maestra de vuelo escondida bajo la piel de una prostituta (Ana) que lo lleva a volar desde su cama por sobre techos y azoteas.

Yo vi la película por primera vez en mi departamento, auspiciada por Zinho, como siempre, y un par de años después, de nuevo gracias al mecenazgo del señor De la Rosa, me llegó a las manos la segunda parte, la cuál, si bien no aspira a la intensidad emocional de la precuela, sí supera con creces los alcances líricos de la misma.

Y bueno, después de este largo, larguísimo prefacio, entramos en materia: La gravedad horizontal.

La muerte acosa a Oliverio, baila tangos con él, le habla al oído. "Ya no seré yo quien te persiga- le dice- ahora será él". Un motociclista con casco velado: El tiempo. Así nace de la mente de Oliverio la obsesión por la gravedad horizontal. La gravedad vertical, la que todos conocemos, es la fuerza con la que nos jala el planeta -una aceleración de 9.8m/seg- hacia abajo. La gravedad horizontal es la fuerza con la que nos jala el tiempo hacia adelante -1seg/seg-. El hombre ha inventado todo tipo de artilugios para escapar a la gravedad vertical: aviones, propulsores, naves espaciales. Pero la gravedad horizontal sigue siendo de una eficacia irremediable. Vamos siempre, sin pretenderlo, sin evitarlo, hacia el futuro, hacia la vejez, hacia la muerte.

¿Cómo remediarlo? ¿Cómo burlar la gravedad horizontal? ¿Cómo avanzar en el tiempo sin ser absorbido por él? Esa es la duda que esta vez carcome al poeta, deambulando por las calles de una ciudad nueva, enamorándose de una funambulista que escribe versos en paredes y cortinas, en la piel de sus brazos. No les arruino el final -véanla, yo les prometo que les gusta- pero es maravilloso. La respuesta es de una simplicidad tan sublime, de una lógica tan a prueba de fallos que ni siquiera te permite opinar; sólo sonríes y dices: ¡claro!

Dicen que todos los que escribimos, pintan, tocan, esculpen, fotografían o de cualquier manera construímos, somos las personas con el mayor miedo de la muerte. Nuestro impulso creativo no es más que el miedo de morir y ser olvidados, dejados atrás, nada más que un recuerdo en pocas o muchas memorias que también terminarán por extinguirse. La búsqueda por la trascendencia es nuestro único brebaje contra el miedo. Morir para ser recordados, seguir en cierta forma vivos, presentes, quizá incluso queridos. Sólo nos quedamos con aquello que damos, dicen, y lo poco que podemos dar es esto, este puñado de palabras, este mosaico de imágenes al óleo, esa catarata de notas musicales.

¿En cuanto al tiempo? Les contaré: Hace tres días perdí un vuelo. Llegué cuatro minutos tarde al aeropuerto y ya no me dejaron abordar. Hice las averiguaciones pertinentes y resultó que el siguiente vuelo factible era hasta el día siguiente. En teoría, suena a que perdí más que un vuelo, perdí veinticuatro horas en una ciudad mientras debía estar en otra poniendo orden en el trabajo, avanzándole a la rutina, siendo otra vez el de siempre. En teoría. En realidad, jamás gané tanto al perder algo. A veces la felicidad te juega esta clase de bromas, a veces el tiempo es cómplice de las travesuras que hace Dios para recordarte cuánto le importas.

Tengo la felicidad en una cajita de metal, partida en muchos pedacitos de papel. Tengo la felicidad en forma de una fotografía en el anverso de mis párpados que veo cada vez que cierro los ojos. ¿Perder el tiempo? No, amigos míos, eso nunca.

3 comentarios:

Char dijo...

Huuy! Hace ya mucho, pero mucho tiempo, también nosotros hacíamos lo mismo, una vez vimos Fight Club tres veces en distíntas versiones, en la tele nacional, en un canal de cable y el dvd, sólamente para ver las diferencias entre ellas...

Anónimo dijo...

Yo definitivamente me quedo con la uno, quizá porque me gustan más los poemas de esa película, aunque, el guión y las metáforas de la segunda son mejores.
Este Alejandro (me encantó la descripción) del cual siempre he admirado eso de promotor cultural, nunca me dijo que tuviera esa logia, maldito!
deberían seguir con su logía e invitarme unas copas, me divertiría mucho el hecho de oirlos recitar ese poema en estado etílico grave jajaa
Por otra parte, que mamón, si la muerte fuera como Nacha Guevara, que venga por mí cuando quiera ;D jajaja
saludos!

monitor dijo...

Charlotte: Me suena a que Sónico Luis fue el organizador de esa velada, jamás conocí a alguien tan traumado por Fight Club y de hecho creo recordar comentarios sueltos sobre esa anécdota. Fight Club rules.

Perséfone: A mí también me gustan mucho más los poemas de la uno, y ver a Benedetti recitando en alemán no tiene precio. Extraño mucho a Zinho y sus divagaciones, ojalá pronto podamos invitarte esas copas. Ah, y no, la muerte, por lo menos la mía, no se parece a Nacha, más bien se parece a Angie Cepeda, pero más delgada.