30 agosto 2008

Dibujar un círculo.

Ella le puso nombre a mi computadora, me horneó las primeras galletas que alguien alguna vez hizo sólo para mí, fue la primera mujer que se atrevió a subirse a un escenario y frente a un centenar de gentes decir que me amaba y cantarme una canción -cantaba horrible, cómo lo recuerdo-; dejó la vida privilegiada que tenía -con sus coches, sus casas y sus vacaciones anuales en Europa- por irse conmigo a recorrer la península sin más lujos que el de poder besarnos en todos lados y a todas horas, me besó por primera vez durante la peor de nuestras peleas, me hizo poner tan celoso como para enojarme con ella y hacerle un tango por hablar con un tipo durante varios minutos en un bar, se desveló conmigo muchas noches hasta las 4 o 5 a.m. en uno de esos cafés de 24 horas sólo porque mi horario era nocturno pero al terminar tenía ganas de verla, me hizo aprender a verme al espejo al vestirme y a no ponerme el talco de los pies como niño chiquito, me hizo subir 7 kilos en 4 meses alimentándome con pura comida sana, me ayudó a comprobar mi fetiche por los fetiches, me puso los primeros apodos originales y cariñosos al mismo tiempo, me hizo recuperar la fe en mi propia capacidad de enamorarme.

Luego me dejó y me sumió en la más profunda de las depresiones que he tenido hasta el día de hoy.

¿Qué vale más?

Que me maten si lo sé. Aún hoy, con el tiempo que ha pasado y las cosas maravillosas y terribles que me dejó el haberla tenido a mi lado, no sé si hubiera preferido que jamás se cruzara en mi vida, que jamás hubiera llegado a enseñarme el sinfín de posibilidades cuya existencia yo simplemente había dejado de concebir.

Siempre he dicho que mi vejez la imagino en una cabaña aislada a la orilla de un lago límpido y azul, sentado en un mecedor de bejuco con una escopeta remington en el regazo y las obras completas de mis autores favoritos en los libreros del interior, unos días pensando argumentos para mis propias obras y otros caminando con mis perros por entre los altos pinos de la propiedad. Ella me hizo considerar una vejez distinta, rodeado de hijos y nietos en fiestas ruidosas y elegantes, todos bien vestidos y con modales envidiables. Me hizo confiar en los estereotipos que toda la vida he deleznado y luego reforzó cada uno de esos estereotipos cuando me di cuenta de que me dejaba por las mismas razones por las que se había fijado en mí. Por ser de mundos distintos. Por que yo no quería que ella fuera para mí lo que ella quería ser. Por esto y aquello.

Y aún ahora, cuando el dolor por fin se ha ido y puedo invocar su recuerdo sin que me duela muchísimo el pecho y puedo considerarla libre de nostalgias y rencores y puedo verla exactamente como fue, me doy cuenta de que la quise tanto que la hubiera dejado partirme la vida en todos los pedazos que ella hubiera querido si eso significaba verla feliz y la odié tanto que pude haberla matado con mis propias manos si eso significaba no volver a verla nunca. Pero no la quise a tiempo, ni la odié a tiempo. Así es como suelen pasarme las cosas. Siempre un poco tarde.

Y de repente llegas tú, y vienes con toda esa presencia demoledora y arrastras todo este lastre, el óxido de mis malas memorias, el dolor que me quedaba vivo y encarnado como una infección y me miras a los ojos y me dices que has empezado a quererme a pesar de todo y decides que está bien si yo te quiero y no huyes ante la vista de mis enormes defectos y me abrazas tan despacio y con tanta ternura que me haces pensar que todo, absolutamente todo lo malo que ha pasado no ha sido sino el preámbulo, el pago por adelantado, de toda la felicidad que encierran esas breves horas que paso contigo.

Y a mi me duele, ¿sabes? me duele mucho que a pesar de que tú me quieras tanto como crees y yo te haya empezado a amar tan pronto, todos los días me levanto y pienso que será el último día de tenerte, que hoy sí tendré el valor de pedirte que te alejes de mí, que hoy sí te haré el favor de salvarte de la persona tan dañina que puedo ser, que hoy sí te diré que este NO es para siempre, que te quiero tanto, que estoy tan emocionado con la mujer que eres que simple y sencillamente dejaré que encuentres a alguien que pueda quererte sin cicatrices.

Pero quién chingados soy yo para decidir por ti. Si ni siquiera tomo bien mis propias decisiones.

1 comentario:

Char dijo...

Solía pensar también que hacía las cosas a destiempo, pero creo que más bien el tiempo en que las hacía estaba bien, o sea, esta bien hacer las cosas a destiempo porque así tienen que ser, aunque parezca que están desfazadas... eh? hay perdón, luego no puedo expresar con la claridad necesaria... pero eso quise decir.