Todo está pasando igual.
Todo.
¿De qué me servirá saber lo que sé si al final no puedo hacer lo que puedo?
Yo no soy más que el producto casi final de todos los otros que no fui, mezclados y macerados al sol, filtrados muchas veces.
Yo no soy ni más ni menos que este que soy y quizás eso sea suficiente. O quizá sea mejor que suficiente.
Yo soy para ti y si por algún motivo no soy para ti, entonces no tengo motivo.
Nada está pasando igual.
Nada.
31 diciembre 2008
17 diciembre 2008
aleatorio
Son las dos a.m.
Los flashes intermitentes asemejan un centenar de parpadeos por minuto en mis ojos cansados por el día frente al ordenador. No huele a humo, como debería ser; sí huele un poco a esos aromatizantes corporales baratos que ordena el dogma del arrabal.
Somos seis.
Hay un largo tubo de metal en medio de la oficina. Está coronado por una lámpara roja en forma de tulipán. La escena es del todo discordante. Hay dos escritorios, tres computadoras portátiles y una de escritorio, hay seis cajas de cerveza alemana, hay seis sillas distintas, todas de tipo ejecutivo.
Me bebo una casta a sorbos lentos. Aromática.
En el centro de todo hay dos mujeres semi desnudas, ligeramente sudorosas, lamiéndose mutuamente las puntas de los dedos mientras van quitándose la poca ropa que les queda. Escuchamos un lamentable reggaetón mientras observamos los dos cuerpos femeninos contonéandose frenéticamente al ritmo de esos beats entre electrónicos y caribeños.
Hace calor.
De cuando en cuando una de ellas viene hacia uno de nosotros y se sienta en los regazos, frota violentamente su pubis o sus nalgas sobre las braguetas y ríen. Ríen. Yo recuerdo inevitablemente a una bailarina que me honró con su amistad hace ya varios años, cuando yo era sólo un regiomontano terminando la maestría en sonora. Por supuesto nunca he sido regiomontano ni he iniciado una maestría, pero lo menos que le puede uno dar a una teibolera que se rebaja a ser tu amiga, es la cortesía de un montón de mentiras.
Son de pronto, las 2:45 a.m.
Las dos bailarinas se han quedado sólo con unos diminutos tangas de algodón. A mí me gustan los tangas de algodón, parecen cómodos y tienen una sensualidad inocente de la que carecen el poliéster, el satín y otros materiales. Sólo uno de nosotros es casado y a mí me parece inevitablemente triste que sea él quien se emociona más que nadie cuando el par de nalgas va hacia su rostro y aterriza en sus muslos. Yo trato de evitar la imagen de mí mismo en unos años, casado como él, y emocionándome por algo que sé de una fuente inmejorable -¿qué habrá sido de ella? ¿Seguirá exhibiendose en lugares cada vez peores?- que es tan falso como es costoso.
Mi botella está vacía.
Me he quitado los lentes y he dicho en sorna: "se empañaron" y me hizo reír que las dos muchachas no pudieron evitar salir de su papel y reír a carcajadas por mi comentario. La tensión sexual se reduce drásticamente al efecto de la risa, pero vuelve de inmediato cuando las chicas reanudan su última rutina, agregándole más piel con piel al baile y convirtiendo los escarceos en alegorías crudas de un sexo dónde sólo uno de los contrincantes está desnudo.
Son las 3:00 a.m.
Salimos de la oficina -soy el primero, sin razón- y respiro el aire frío de la calle. Villa se queda detrás, liquidando cuentas con las odaliscas. Vuelvo a pensar en ella y en todas las cosas que me enseñó sobre ella y todas las que comparten su oficio. Siempre empezaba su acto con I love rock and roll. Siempre.
"¿You know what I really love?"- me dijo una vez- "Money".
¿Cómo no respetar a alguien tan genuino?
15 diciembre 2008
Fuera de mí.
He salido de mí mismo. Me he alejado de aquél que soy o de éste que fui o de cualquiera de los irreconocibles fulanos que alguna vez pude ser o fui o efectivamente soy sin aceptarlo o darme positiva cuenta.
Estoy mal. Lo confieso: estoy mal. No sé si sean estas fechas -de ordinario tristes para mí, funestas, depresivas- o si sea el stock de infortunios con los que mis recientes días se han vestido de invierno, pero estoy mal. Me siento triste. Meridianamente triste. Y mi tristeza es tan bella y pura y pulcra e invencible que la admiraría si yo fuera un espectador de mi tristeza y no una víctima como efectivamente soy sin aceptarlo o darme positiva cuenta.
Estoy hecho de despojos de otros yo que fueron sin duda mejores. Soy como esa cobija hecha de retazos que debería servir para quitar el frío pero por cuyas costuras se cuela la tortura de un enero cruel y cuya fealdad ofende a las miradas. O como ese guiso hecho de sobras que uno pudiera comer sólo para quitarse el hambre, pero cuyo aspecto y aroma y consistencia insultan los sentidos y reducen el apetito a un estado de náusea permanente.
Lo más triste del asunto es que soy mejor persona de lo que he sido en toda mi vida. Y nunca había estado más lejos de mí mismo. Tal vez algunos nacemos para villanos y pelear nuestra naturaleza nos convierte en un sinónimo del héroe cobarde o la protagonista meretriz.
Tal vez.
Estoy mal. Lo confieso: estoy mal. No sé si sean estas fechas -de ordinario tristes para mí, funestas, depresivas- o si sea el stock de infortunios con los que mis recientes días se han vestido de invierno, pero estoy mal. Me siento triste. Meridianamente triste. Y mi tristeza es tan bella y pura y pulcra e invencible que la admiraría si yo fuera un espectador de mi tristeza y no una víctima como efectivamente soy sin aceptarlo o darme positiva cuenta.
Estoy hecho de despojos de otros yo que fueron sin duda mejores. Soy como esa cobija hecha de retazos que debería servir para quitar el frío pero por cuyas costuras se cuela la tortura de un enero cruel y cuya fealdad ofende a las miradas. O como ese guiso hecho de sobras que uno pudiera comer sólo para quitarse el hambre, pero cuyo aspecto y aroma y consistencia insultan los sentidos y reducen el apetito a un estado de náusea permanente.
Lo más triste del asunto es que soy mejor persona de lo que he sido en toda mi vida. Y nunca había estado más lejos de mí mismo. Tal vez algunos nacemos para villanos y pelear nuestra naturaleza nos convierte en un sinónimo del héroe cobarde o la protagonista meretriz.
Tal vez.
10 diciembre 2008
101
Es la primera vez en 5 años de existencia que este blog llega a los 100 post en un mismo año.
No sabría aducir a la perfección las causas de que nunca hubiese llegado antes. Se me ocurre que tal vez nunca había tenido una rutina tan constante como la actual. Los años y el tedio han ido volviéndome -supongo- un hombre sedentario. Por primera vez en años he vivido de corrido un lapso Enero-Diciembre en la misma ciudad.
El año pasado viví en 4.
El antepasado viví en 3.
El ante-antepasado viví en 2.
Por lo que si el patrón sigue siendo uniforme (4,3,2,1,2,3,4) el próximo año me tocará vivir en dos, nuevamente. Curiosamente ese es el plan. A ver si las fuerzas superiores no tienen opinión en contrario.
Pero bueno. Monitor llega a su post 101 del año y al parecer habrá todavía algunos más. Por primera vez tiene lectores "habituales", una cierta constancia en cuanto a publicaciones y quiero pensar que mayor calidad en sus textos.
Como epílogo, les dejo mi wish list navideño, por si alguno de los visitantes todavía no sabe cómo darme un gusto en estas fechas tan bellamente mercantiles.
Quiero libros de:
-Philip Roth.
-Haruki Murakami.
-Samuel Beckett.
-Frederic Beigbeder.
Quiero un reloj bonito y aguantador, porque el mío se suicidó tras tres años de una vida monótona en la que todos los minutos fueron iguales.
Quiero botellas de vino que NO sean de Cabernet (Malbec, Carmenère, Tempranillo o Pinôt, son bienvenidas).
Quiero fotografías o pinturas exageradamente chingonas para mi cuarto.
Quiero un suéter muy bonito y muy abrigador.
Por favor, si alguien quiere apartar alguno de los regalos para evitar repeticiones indeseables, deje una nota en forma de anónimo, así los demás podrán comprar otra cosa. No sean ojetes y digan que apartan alguno sólo para que nadie me lo dé. Si lo hacen, que se les pudran las entrañas y en su próxima ida al baño excreten pitahayas con cáscara y todo.
***Update***
Por un conflicto de intereses editoriales, tuve qué quitar tres entradas de la bitácora, por lo que el número del archivo cayó a 98, pero ya me dio flojera quitar este post y volver a escribirlo dentro de 3 entradas, así que sáquense, total, ya las leyeron.
No sabría aducir a la perfección las causas de que nunca hubiese llegado antes. Se me ocurre que tal vez nunca había tenido una rutina tan constante como la actual. Los años y el tedio han ido volviéndome -supongo- un hombre sedentario. Por primera vez en años he vivido de corrido un lapso Enero-Diciembre en la misma ciudad.
El año pasado viví en 4.
El antepasado viví en 3.
El ante-antepasado viví en 2.
Por lo que si el patrón sigue siendo uniforme (4,3,2,1,2,3,4) el próximo año me tocará vivir en dos, nuevamente. Curiosamente ese es el plan. A ver si las fuerzas superiores no tienen opinión en contrario.
Pero bueno. Monitor llega a su post 101 del año y al parecer habrá todavía algunos más. Por primera vez tiene lectores "habituales", una cierta constancia en cuanto a publicaciones y quiero pensar que mayor calidad en sus textos.
Como epílogo, les dejo mi wish list navideño, por si alguno de los visitantes todavía no sabe cómo darme un gusto en estas fechas tan bellamente mercantiles.
Quiero libros de:
-Philip Roth.
-Haruki Murakami.
-Samuel Beckett.
-Frederic Beigbeder.
Quiero un reloj bonito y aguantador, porque el mío se suicidó tras tres años de una vida monótona en la que todos los minutos fueron iguales.
Quiero botellas de vino que NO sean de Cabernet (Malbec, Carmenère, Tempranillo o Pinôt, son bienvenidas).
Quiero fotografías o pinturas exageradamente chingonas para mi cuarto.
Quiero un suéter muy bonito y muy abrigador.
Por favor, si alguien quiere apartar alguno de los regalos para evitar repeticiones indeseables, deje una nota en forma de anónimo, así los demás podrán comprar otra cosa. No sean ojetes y digan que apartan alguno sólo para que nadie me lo dé. Si lo hacen, que se les pudran las entrañas y en su próxima ida al baño excreten pitahayas con cáscara y todo.
***Update***
Por un conflicto de intereses editoriales, tuve qué quitar tres entradas de la bitácora, por lo que el número del archivo cayó a 98, pero ya me dio flojera quitar este post y volver a escribirlo dentro de 3 entradas, así que sáquense, total, ya las leyeron.
08 diciembre 2008
lápiz
No tengo una ventana de cortinas amarillas
ni una luna exclusiva dónde estacionar mis sueños
ni el don invaluable de llorar cuando quiero
o el no menos precioso de querer cuando lloro
y no tengo cómo explicar sin palabras
el trinar del gorrión
la abulia del pez muerto en la pecera
por qué no revientan las burbujas en el agua
pero al menos sabría explicarme el silencio
si existiera.
No tengo cómo expresar meridianos
trópicos
y husos horarios
para enseñarme a decir en dónde estás
ni cómo deshacer el eclipse de tus ojos cerrados
la elipse de tus labios siderales
el ciclo de rotación de tu cintura
pero conozco el vector exacto que delinea tu sexo.
No tengo una habitación redonda
en cuya ausencia de esquinas no estar solo
ni una ventana sin lluvia
ni un pegaso lisiado
o un astrolabio averiado
que me llevara por error a ti.
No tengo un barco sin velas
ni un submarino con alas
ni un carricoche sin potros
o un par de patines rotos
que sirvan de pretexto para no irme.
Pero tengo todavía este lápiz
que dibuja unas velas y un par de alas
y camina despacio porque no ha aprendido
a correr distancias sin gastar la suela
de su único pobre zapatito negro
y esta hoja solitaria
suicida
que se vende por unos centavos
o por la caridad de un garabato
y los tres juntos
despacito
te buscamos.
ni una luna exclusiva dónde estacionar mis sueños
ni el don invaluable de llorar cuando quiero
o el no menos precioso de querer cuando lloro
y no tengo cómo explicar sin palabras
el trinar del gorrión
la abulia del pez muerto en la pecera
por qué no revientan las burbujas en el agua
pero al menos sabría explicarme el silencio
si existiera.
No tengo cómo expresar meridianos
trópicos
y husos horarios
para enseñarme a decir en dónde estás
ni cómo deshacer el eclipse de tus ojos cerrados
la elipse de tus labios siderales
el ciclo de rotación de tu cintura
pero conozco el vector exacto que delinea tu sexo.
No tengo una habitación redonda
en cuya ausencia de esquinas no estar solo
ni una ventana sin lluvia
ni un pegaso lisiado
o un astrolabio averiado
que me llevara por error a ti.
No tengo un barco sin velas
ni un submarino con alas
ni un carricoche sin potros
o un par de patines rotos
que sirvan de pretexto para no irme.
Pero tengo todavía este lápiz
que dibuja unas velas y un par de alas
y camina despacio porque no ha aprendido
a correr distancias sin gastar la suela
de su único pobre zapatito negro
y esta hoja solitaria
suicida
que se vende por unos centavos
o por la caridad de un garabato
y los tres juntos
despacito
te buscamos.
04 diciembre 2008
El buscador de cabezas.
No hay manera de evocar el odio. Existe quien, en retrospectiva, echado en un sillón, logra recuperar algún retazo de alegría infantil, despreocupación y fatiga; existe quien logra extraer de ese manojo de artificios de la memoria una sonrisa, una erección, sabiduría. Pero las emociones que sacuden, que hacen rechinar los dientes y hervir el cerebro no pueden recordarse, no pueden entenderse una vez que su fluido deja de burbujear y se termina el deseo por la mujer tendida a nuestro lado y se termina el deseo de la mujer y en el aire queda un olor a tedio -que se mantendrá hasta que el deseo regrese.
O quizá sí es posible. O quizá sólo me digo eso para creer -para que ustedes crean y alguien crea- que soy un cándido, que no hice lo que hacía, que aquel que marchaba con el par de botas negras o la ropa de la Dirección era un tipo inexplicable que se ha desvanecido, que lo conozco por haber visto su nombre en un listado de matones o un diccionario biográfico.
¿Quién puede creer, en verdad, en lo que hacen y dicen una serie de tipos enfundados en ropas negras, quién puede creer que sean reales, que esos gestos viriles demasiado acentuados no sean una pantomima, que sus ideas sobre el comportamiento de los hombres no son parte de una broma o una promoción comercial incomprensible?
Les diré quién lo cree. Les diré que al marica que cuelga de una viga por los pies, molido a golpes por cuatro niños, no le queda más remedio que creerlo porque le han roto los testículos con una pala y porque han pisoteado sus plantas, cultivadas con una delicadeza que los golpeadores jamás presintieron.
Lo cree el trasvestido, capturado de noche en su esquina y sobre quien los policías se vacían luego, en el asiento trasero de una patrulla, con un entusiasmo que sus mujeres no han conocido en años. Lo cree el oficinista que es detenido por pedir su diario habitual al voceador, un diario prohibido por no retratar los desfiles del Movimiento con el necesario cariño. Lo cree el niño que debe tirar los libros de Historia de sus hermanos a la basura, porque en la escuela le han dado libros nuevos y la maestra, con la obediencia de quien no distingue su lengua de sus pies, proclama a la Patria "esa parte del universo que Dios nos ha concedido para construirle un altar".
Lean El buscador de cabezas, de Antonio Ortuño (Joaquín Mortiz, 2006). Buenísimo.
O quizá sí es posible. O quizá sólo me digo eso para creer -para que ustedes crean y alguien crea- que soy un cándido, que no hice lo que hacía, que aquel que marchaba con el par de botas negras o la ropa de la Dirección era un tipo inexplicable que se ha desvanecido, que lo conozco por haber visto su nombre en un listado de matones o un diccionario biográfico.
¿Quién puede creer, en verdad, en lo que hacen y dicen una serie de tipos enfundados en ropas negras, quién puede creer que sean reales, que esos gestos viriles demasiado acentuados no sean una pantomima, que sus ideas sobre el comportamiento de los hombres no son parte de una broma o una promoción comercial incomprensible?
Les diré quién lo cree. Les diré que al marica que cuelga de una viga por los pies, molido a golpes por cuatro niños, no le queda más remedio que creerlo porque le han roto los testículos con una pala y porque han pisoteado sus plantas, cultivadas con una delicadeza que los golpeadores jamás presintieron.
Lo cree el trasvestido, capturado de noche en su esquina y sobre quien los policías se vacían luego, en el asiento trasero de una patrulla, con un entusiasmo que sus mujeres no han conocido en años. Lo cree el oficinista que es detenido por pedir su diario habitual al voceador, un diario prohibido por no retratar los desfiles del Movimiento con el necesario cariño. Lo cree el niño que debe tirar los libros de Historia de sus hermanos a la basura, porque en la escuela le han dado libros nuevos y la maestra, con la obediencia de quien no distingue su lengua de sus pies, proclama a la Patria "esa parte del universo que Dios nos ha concedido para construirle un altar".
Lean El buscador de cabezas, de Antonio Ortuño (Joaquín Mortiz, 2006). Buenísimo.
diagonal
En el desvelo tampoco
ni en las vigilias
ni en el recurso gastado de pensarte
más cuando menos te pienso
y de soñarte
más cuando menos consigo
dormir / dormirme
estuviste.
Nunca supe cómo
esto de la ausencia se volvió
el sustituto de tu voz
aquí junto al montón de ropa tibia
que acababa de quitarte
para lavarte el cuerpo
de otros besos saliva
de otros brazos sudor
de otro cuerpo hoguera
con los míos.
Nunca supe cómo
comenzaste
a ser el suspiro breve de tu nombre
la apenas exhalación
de tus dos sílabas siamesas
la tenue desaparición de tu cuerpo
al empezar el día
-esta criatura casi etérea
que se me va
autoregenerando aprisa
en el mero caracol de los oídos.
Porque no fuiste nunca
ni apenas setecientos días después de nunca
-y por casualidad-
un cuerpo de piel y miedo
ni un calor de azafrán y canela
sino apenas aquello
la idea
el milagro
la multiplicación de los hubieras
la creación espontánea de los cuándos
el rezo
dios mío dios
el rezo.
Y al fin eres la nada
esa nada intangible
donde nada
mi todo
donde bogan mis naves
y el horizonte blanco
de las cuatro madrugadas
donde hubieron
tus ojos
donde hollaron
tus dientes
mi carne vil
mi piel metal.
Ahora ven conmigo
al invierno
camina sola mientras miro
tu espalda
bendice al ojo que no mira la nieve
camina sola mientras oigo
tu risa
bendice el oído que no escucha la lluvia
camina sola y luego
ven conmigo
al invierno
manténme tibia el alma
dame calor saliva
prende la hoguera piel
dame refugio vientre
abrázame
ya
ya no te vayas
ven.
ni en las vigilias
ni en el recurso gastado de pensarte
más cuando menos te pienso
y de soñarte
más cuando menos consigo
dormir / dormirme
estuviste.
Nunca supe cómo
esto de la ausencia se volvió
el sustituto de tu voz
aquí junto al montón de ropa tibia
que acababa de quitarte
para lavarte el cuerpo
de otros besos saliva
de otros brazos sudor
de otro cuerpo hoguera
con los míos.
Nunca supe cómo
comenzaste
a ser el suspiro breve de tu nombre
la apenas exhalación
de tus dos sílabas siamesas
la tenue desaparición de tu cuerpo
al empezar el día
-esta criatura casi etérea
que se me va
autoregenerando aprisa
en el mero caracol de los oídos.
Porque no fuiste nunca
ni apenas setecientos días después de nunca
-y por casualidad-
un cuerpo de piel y miedo
ni un calor de azafrán y canela
sino apenas aquello
la idea
el milagro
la multiplicación de los hubieras
la creación espontánea de los cuándos
el rezo
dios mío dios
el rezo.
Y al fin eres la nada
esa nada intangible
donde nada
mi todo
donde bogan mis naves
y el horizonte blanco
de las cuatro madrugadas
donde hubieron
tus ojos
donde hollaron
tus dientes
mi carne vil
mi piel metal.
Ahora ven conmigo
al invierno
camina sola mientras miro
tu espalda
bendice al ojo que no mira la nieve
camina sola mientras oigo
tu risa
bendice el oído que no escucha la lluvia
camina sola y luego
ven conmigo
al invierno
manténme tibia el alma
dame calor saliva
prende la hoguera piel
dame refugio vientre
abrázame
ya
ya no te vayas
ven.
03 diciembre 2008
Alta noche.
A las cuatro de la mañana y veintiún minutos me descubrí pensando en lo triste que hubiera sido mi vida si yo hubiera sido otro distinto de este que soy.
Me imaginé bien parecido, vestido con buen gusto y sentado en la terraza de un café conversando frivolidades con una mujer improbable de largos cabellos negros escrupulosamente planchados en un salón costoso, vestida con prendas de diseñador y con unos enormes y carísimos lentes gucci cubriéndole unos ojos probablemente verdes o azules y bellísimos cuya belleza yo jamás habría admirado y mientras la miro pensaria más bien en lo buena esposa que esa mujer sería, en lo orgulloso que me sentiría de presentarla a mis colegas en los banquetes de la empresa, en el rostro envidioso que advertiría en todos los varones circundantes cuando yo le dijera a la concurrencia "señores, mi esposa" y ellos notaran que mi mujer pasaba largas horas en el gimnasio, el salón de belleza, el sauna, el spa y las mejores tiendas de ropa.
Me imaginé bajando de mi Audi 2008, maletín en mano, entrando a la oficina que compartiría con dos socios con los que además jugaría golf los sábados y haría grandes parrilladas los domingos, donde mis dos hijos bellísimos y tremendamente pretenciosos hablarían un horrible espanglish con los hijos de ellos e imaginé que mi secretaria particular -rubia, de senos enormes y caderas generosas- me observaría con un deseo sin disimulo, pensando quizá en aquella noche de mayo en que me la llevé a un bar y luego a una suite de lujo en un hotel de la ciudad y le hice un amor sin miramientos.
Imaginé contemplarme en el espejo desnudo y encontrar no el reflejo de este que soy, sino el reflejo de aquél que hubiera sido, y ver un abdomen firme y de músculos marcados, unos brazos potentes y largos, un rostro duro y de facciones afiladas. Me imaginé afeitando ese mismo rostro con esmero y luego poniendo un poco de loción after shave y aspirando hondamente el aroma exquisito del perfume. Imaginé las manos de mi mujer recorriéndome el pecho mientras jabonaba mi cuerpo y su lengua ansiosa raspándome la piel del cuello.
Nos imaginé pasando unas vacaciones en Vail o en Aspen, vestidos con esos pants térmicos de colores chillones, esquiando entre risas y saludando a sus amigas y a los esposos de sus amigas y la imaginé a ella ufana de estar casada conmigo y no con los calvitos panzones que sus ex compañeras de facultad portaban del brazo. Nos imaginé de crucero por el caribe. Nos imaginé eligiendo una mesa para la sala y peleando por el cuadro que pondremos sobre la chimenea. Nos imaginé asistiendo a las juntas con nuestros abogados y repartiéndonos las propiedades en los meses previos a nuestro divorcio, después de que ella descubriera mis infidelidades y yo decidiera mandarla al demonio e irme a vivir con la pintora de acuarelas que conoceré en un evento de caridad. Me imaginé yendo los fines de semana a recoger a esos dos niños que irían volviéndose cada vez más un par de extraños adolescentes en cuyos ojos germinaría un rencor que terminaria por opacar el amor que me tuvieron en aquellas tardes en que los llevé a aprender a montar sus bicicletas.
A las 4:37 decidí dejar de pensar en pendejadas. Bendije a la enorme suerte que tengo por tener un hijo al que amo con toda el alma, por haber entendido que el amor es este dulce abandono en el que vivo, por haberme topado con la bendita profesión de narrador y por ser ingratamente feo. A partir de mañana, cuando despierte, me prometo a mí mismo que cavaré un agujero enorme en donde irán a parar todas los otros yo que han salido de mi vida. Que les vaya mal.
Me imaginé bien parecido, vestido con buen gusto y sentado en la terraza de un café conversando frivolidades con una mujer improbable de largos cabellos negros escrupulosamente planchados en un salón costoso, vestida con prendas de diseñador y con unos enormes y carísimos lentes gucci cubriéndole unos ojos probablemente verdes o azules y bellísimos cuya belleza yo jamás habría admirado y mientras la miro pensaria más bien en lo buena esposa que esa mujer sería, en lo orgulloso que me sentiría de presentarla a mis colegas en los banquetes de la empresa, en el rostro envidioso que advertiría en todos los varones circundantes cuando yo le dijera a la concurrencia "señores, mi esposa" y ellos notaran que mi mujer pasaba largas horas en el gimnasio, el salón de belleza, el sauna, el spa y las mejores tiendas de ropa.
Me imaginé bajando de mi Audi 2008, maletín en mano, entrando a la oficina que compartiría con dos socios con los que además jugaría golf los sábados y haría grandes parrilladas los domingos, donde mis dos hijos bellísimos y tremendamente pretenciosos hablarían un horrible espanglish con los hijos de ellos e imaginé que mi secretaria particular -rubia, de senos enormes y caderas generosas- me observaría con un deseo sin disimulo, pensando quizá en aquella noche de mayo en que me la llevé a un bar y luego a una suite de lujo en un hotel de la ciudad y le hice un amor sin miramientos.
Imaginé contemplarme en el espejo desnudo y encontrar no el reflejo de este que soy, sino el reflejo de aquél que hubiera sido, y ver un abdomen firme y de músculos marcados, unos brazos potentes y largos, un rostro duro y de facciones afiladas. Me imaginé afeitando ese mismo rostro con esmero y luego poniendo un poco de loción after shave y aspirando hondamente el aroma exquisito del perfume. Imaginé las manos de mi mujer recorriéndome el pecho mientras jabonaba mi cuerpo y su lengua ansiosa raspándome la piel del cuello.
Nos imaginé pasando unas vacaciones en Vail o en Aspen, vestidos con esos pants térmicos de colores chillones, esquiando entre risas y saludando a sus amigas y a los esposos de sus amigas y la imaginé a ella ufana de estar casada conmigo y no con los calvitos panzones que sus ex compañeras de facultad portaban del brazo. Nos imaginé de crucero por el caribe. Nos imaginé eligiendo una mesa para la sala y peleando por el cuadro que pondremos sobre la chimenea. Nos imaginé asistiendo a las juntas con nuestros abogados y repartiéndonos las propiedades en los meses previos a nuestro divorcio, después de que ella descubriera mis infidelidades y yo decidiera mandarla al demonio e irme a vivir con la pintora de acuarelas que conoceré en un evento de caridad. Me imaginé yendo los fines de semana a recoger a esos dos niños que irían volviéndose cada vez más un par de extraños adolescentes en cuyos ojos germinaría un rencor que terminaria por opacar el amor que me tuvieron en aquellas tardes en que los llevé a aprender a montar sus bicicletas.
A las 4:37 decidí dejar de pensar en pendejadas. Bendije a la enorme suerte que tengo por tener un hijo al que amo con toda el alma, por haber entendido que el amor es este dulce abandono en el que vivo, por haberme topado con la bendita profesión de narrador y por ser ingratamente feo. A partir de mañana, cuando despierte, me prometo a mí mismo que cavaré un agujero enorme en donde irán a parar todas los otros yo que han salido de mi vida. Que les vaya mal.
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