Durkheim entra sin duda en mi lista de condenados irredimibles al infierno.
Partiendo de la idea de que la idea no existe hasta que se nombra (¿existe esa idea? espero que sí), a Émile le debo esta que actualmente es la que condiciona mi casi siempre inmutable inconformidad con el curso de los días.
Bueno, me estoy contradiciendo, ¿no es así? No el curso de los días, sino la inane repetición del mismo una y otra y otra vez. Todos los días las mismas preguntas, la misma zozobra, el mismo miedo al siguiente minuto y la búsqueda casi siempre útil de una actividad en la que ocupar el tiempo que, de permanecer destinado al ocio, se convierte de inmediato en el martillo y el cincel que siguen erosionando concienzudamente mi paciencia, mi entusiasmo y mis ganas de vivir.
Sí, es más fácil culpar a Durkheim por haber nominado a la anomia que aceptar que soy yo y mi incapacidad de traducir en acciones las ideas lo que me tiene sumergido en este ciclo activo-reactivo en el que sobrevivo no ya como ser viviente sino como apenas un autómata programado para las funciones más básicas.
Curiosamente, había olvidado a Durkheim y sus postulados hasta la noche del 23 de Abril en que, durante la presentación de Dos píldoras azules (mi primera novela publicada oficialmente), el editor-escritor-crítico literario Josué Barrera, hizo una breve lista de paralelismos entre la teoría del sociólogo francés y el trasfondo psicosocial de la historia que da consistencia y escenografía a las cuatro realidades individuales que se cuentan en la novela, paralelismos que, lo confieso, yo no había asociado con la anomia Durkheimiana, sino mucho más y con mejores motivos con el cinismo de Diógenes Laercio, doctrina cuya apología ya había hecho con mayor amplitud en esta misma bitácora.
Como sea, la teoría de Barrera tiene una validez muy distinta de la mía, vista desde la óptica de que, como crítico, su tarea no giró en torno a lo que yo quise decir, sino a lo que efectivamente dije y, en muchos sentidos, lo que dije fue más Durkheim que Diógenes.
El asunto es que, por una de esas casualidades (¿causalidades?) que el destino se guarda siempre para aquellos que tenemos el karma oscurecido, desde hace ya tiempo mi vida viene propinándome unos símiles nada agradables entre la historia de Dos píldoras y el acontecer cotidiano de mi vida. Lo peor del negocio es que el personaje con el que me vengo asociando es siempre uno de los dos factores masculinos de la ecuación, ninguno de los cuales alcanza el cliché conocido vulgarmente como final feliz. Hay días que me levanto siendo el perdedor y eterno renunciante que es uno y otros que sin duda soy el desgraciado sin entrañas y con grandes tendencias magnicidas que es el otro.
Y pues tengo que confesar que, después de mucho tiempo, mucha vida y mucha historia, por fin he vuelto a sentir miedo. Y sin embargo nada cambia.
4 comentarios:
¿Y dónde podemos leer dos píldoras azules?
jajajaja
Pues tendré que leer el libro para ver la relación que tiene con las anomias, que finalmente es uno de mis conceptos favoritos, y respecto al tiempo, y esto lo saqué de libro que acabo de leer, "el tiempo no pasa, sólo da vueltas" así que no es sorpresa que todo parezca "repasar".
Me escupo a mi mismo, primo, cuando leí dije "yo conozco a este vato Durkheim". Y si, leí un tratado sobre la sociedad de este vato (ya sabes, uno que trabajo dándole gusto a la misma) pero ya no puedo recordar de que trataba... inche vato inculto, jajaja.
Nos estamos viendo, un abrazo! :)
Ay! ni te preocupes que yo conozco gente que cree que Durkheim es una ciudad de Europa oriental, duhhh
Saludos compaye, ya que no me pelas en el msn, mendigo vago
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