te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía
M. Benedetti
Porque la verdad de las cosas es que hay pocas situaciones tan tristes como descubrir que te alejas de alguien no porque pienses que ese alguien ya no le aporta nada a tu vida, ha dejado de enriquecerte con sus retroalimentaciones o ha cultivado en su interior, y sólo para ti, un hermoso y profundo silencio, sino que un día, buscando en tu propia alma la cajita de cartón donde guardabas las envolturas de los dulces comentarios que tenías para ella te das cuenta de que la caja está vacía y que te has quedado sin nada más que dar y te aterrorizas cuando piensas que tu vida con esa caja vacía tiene tanto significado como el que tuvo cuando la caja estaba llena, pero su trascendencia y su baraja de posibilidades se ha reducido a la mínima expresión.
Es bien triste darte cuenta que el número de personas que han salido de tu vida en los pocos años que llevas caminándola como se caminan los pasillos de un supermercado es mayor que el de las alegrías que llevas en el carrito y que además en ese tiempo tú has salido por la puerta de atrás de la existencia de muchas personas que se hubieran apostado la vida a que siempre estarías ahí al lado cuando les hicieras falta. Y que no te ha dolido. Y que no extrañas a nadie. Y que nadie te extraña. Porque al final de todo, lo único realmente trascendente es cómo recuerdas a la gente y la etiqueta que le cuelgas para siempre en el cuello cuando por fin logras purificarla de odios y amores y rencores y dichas y le quitas el polvo y la colocas en la vitrina de las memorias inmaculadas como lo que fue: Tu ex-mejor amigo, tu ex-novia más amada, tu ex-amante más disfrutada, tu ex-mejor compañero de fiesta, y un largo y profuso etcétera.
Mi vida está hecha de las ausencias más hondas. Y sé que mi muerte se compondrá también de ausencias. A veces me pregunto si desde el crisol pálido del más allá podré ver quién en todo el mundo será la persona que más me extrañe, y si alguien llorará por mí las mañanas de enero en que haga frío. Y quiero pensar que no, pero es muy triste. Pero a veces pienso que sí, y eso, hermano, es muy triste.
Por eso o quizá por eso, he sido siempre un desapegado. Y tal vez por eso o seguramente por eso, hay gente a mi alrededor que piensa que mi sistema emocional no funciona y vino mal de fábrica o alguna de las muchas mujeres que han cohabitado mis días la pateó hasta el cansancio y terminó por averiarme el corazón. No es así, lamentablemente, pues de ser cierto eso supondría la posible compostura de lo roto. Pero no, la verdad es que he amado tanto o más que cualquiera y he odiado con la misma intensidad y he mentido por amor, golpeado por odio, blasfemado por dolor y estoy muy seguro que mataría si el destino me pusiera en esa disyuntiva.
Pero la verdad es que aprendí hace tiempo a pararme en el muelle y despedir el barco donde parten las personas que encuentran en otras costas una playa más bella y aprendí a darme la vuelta y caminar de regreso al pueblo cuando el barco se hace muy pequeño en el horizonte y me queda claro que ya no bajará el ancla ni navegará de regreso. Mar tranquila y próspero viaje, y todas esas cosas que se dicen.
Otras personas llegan y se van, otros barcos atracan y zarpan, otras nubes ocupan el cielo y otros cangrejos colonizan la playa. Pero el cielo es el mismo, el mar es el mismo, la playa es la misma. Aquí estará cuando regrese.
Mar tranquila y próspero viaje.
1 comentario:
Pero tampoco creas...
nunca creas este falso abandono.
Awww ando sensible, y tu post me contagió la nostalgia.
Saludos.
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