Por supuesto yo sé que te duele, mujer, a fin de cuentas no es para menos. Cómo no va a dolerte si jamás aprendiste que ser tan bella no es un argumento, ni ser tan linda una razón válida. Si jamás pudiste entender que no era cosa de quererme y que yo te quisiera, sino mucho más una cuestión de que fuera al mismo tiempo y no escalonadamente como terminó pasando. Por supuesto que sé que te duele y lo respeto. Cómo no voy a respetar que te duela si a mí me ha dolido lo mismo tantas veces.
Yo sé que no duermes bien con tu cabeza tan llena de pájaros y flores pensando en lo suave pero tajante que es mi forma de esquivar tus labios cuando intentas el último beso de buenas noches y te das cuenta que lo mejor que te puedo ofrecer es mi mejilla. No me costaría nada aceptar tus labios, ya lo sé, pero la verdad es que no quiero sentirlos en los míos. No quiero nunca más tus labios en los míos, porque los tuyos traen amor y los míos no traen más que saliva y a veces un poco de ese protector labial sabor manzana verde que tanto te rompe los cojones pero que a mí me hace la vida más ligera. Y es bien sabido que no se deben mezclar amor y manzana verde. Mi amor, como tal vez aún no descubras, es un carnívoro irredento. Quizá por eso no pude hacer feliz a esa vegetariana a la que amé tanto.
Pero vamos, mujer, no llores. O llora si quieres, pero al menos sé consciente de que sin mí nunca hubieras aprendido a sufrir.
Siempre la tuviste fácil con ese enjambre de cortejantes revoloteando siempre alrededor de tu sonrisa, ofreciéndote todo a cambio del acceso a tus secretos. Y luego llegué yo y no te ofrecí nada más que un poco de literatura, sólo la pizca necesaria de fantasía y lirismo para que tu entendieras que la vida no era esa cosa robusta y cotidiana que habías estado deshojando como calendario de refaccionaria, sino mucho más esta novela negra que caminaste por un tiempo conmigo, aprendiendo a reírte de las tragedias y llorar de abatimiento por las alegrías y su veneno oculto.
Aún hoy, cuando ha pasado algo de agua bajo nuestro puente de cuerdas y maderos, me sigue dando ternura que me busques con los ojos cuando otro se te acerca y estoy presente. No sé qué esperas de mí, mujer, si ni siquiera en ese breve lapso que te consideré mía hubiera movido un dedo por celarte. Mucho menos lo haría ahora, en estos días que me transcurren alrededor y en los que lo mejor que te puedo ofrecer es mi sincero deseo de que no te topes a uno peor que yo. A uno que realmente te deje rota, no como yo que te desarmé sólo para ver cómo estabas hecha y luego uní las piezas de nuevo y puedo decir sin soberbia que hasta te dejé un poco mejor, más sólida, más fuerte.
De nada, mujer, de nada, sólo házme un favor: no llores.
1 comentario:
Pos... a lo mejor con vaselina duele menos... digo, no.
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