A las cuatro de la mañana y veintiún minutos me descubrí pensando en lo triste que hubiera sido mi vida si yo hubiera sido otro distinto de este que soy.
Me imaginé bien parecido, vestido con buen gusto y sentado en la terraza de un café conversando frivolidades con una mujer improbable de largos cabellos negros escrupulosamente planchados en un salón costoso, vestida con prendas de diseñador y con unos enormes y carísimos lentes gucci cubriéndole unos ojos probablemente verdes o azules y bellísimos cuya belleza yo jamás habría admirado y mientras la miro pensaria más bien en lo buena esposa que esa mujer sería, en lo orgulloso que me sentiría de presentarla a mis colegas en los banquetes de la empresa, en el rostro envidioso que advertiría en todos los varones circundantes cuando yo le dijera a la concurrencia "señores, mi esposa" y ellos notaran que mi mujer pasaba largas horas en el gimnasio, el salón de belleza, el sauna, el spa y las mejores tiendas de ropa.
Me imaginé bajando de mi Audi 2008, maletín en mano, entrando a la oficina que compartiría con dos socios con los que además jugaría golf los sábados y haría grandes parrilladas los domingos, donde mis dos hijos bellísimos y tremendamente pretenciosos hablarían un horrible espanglish con los hijos de ellos e imaginé que mi secretaria particular -rubia, de senos enormes y caderas generosas- me observaría con un deseo sin disimulo, pensando quizá en aquella noche de mayo en que me la llevé a un bar y luego a una suite de lujo en un hotel de la ciudad y le hice un amor sin miramientos.
Imaginé contemplarme en el espejo desnudo y encontrar no el reflejo de este que soy, sino el reflejo de aquél que hubiera sido, y ver un abdomen firme y de músculos marcados, unos brazos potentes y largos, un rostro duro y de facciones afiladas. Me imaginé afeitando ese mismo rostro con esmero y luego poniendo un poco de loción after shave y aspirando hondamente el aroma exquisito del perfume. Imaginé las manos de mi mujer recorriéndome el pecho mientras jabonaba mi cuerpo y su lengua ansiosa raspándome la piel del cuello.
Nos imaginé pasando unas vacaciones en Vail o en Aspen, vestidos con esos pants térmicos de colores chillones, esquiando entre risas y saludando a sus amigas y a los esposos de sus amigas y la imaginé a ella ufana de estar casada conmigo y no con los calvitos panzones que sus ex compañeras de facultad portaban del brazo. Nos imaginé de crucero por el caribe. Nos imaginé eligiendo una mesa para la sala y peleando por el cuadro que pondremos sobre la chimenea. Nos imaginé asistiendo a las juntas con nuestros abogados y repartiéndonos las propiedades en los meses previos a nuestro divorcio, después de que ella descubriera mis infidelidades y yo decidiera mandarla al demonio e irme a vivir con la pintora de acuarelas que conoceré en un evento de caridad. Me imaginé yendo los fines de semana a recoger a esos dos niños que irían volviéndose cada vez más un par de extraños adolescentes en cuyos ojos germinaría un rencor que terminaria por opacar el amor que me tuvieron en aquellas tardes en que los llevé a aprender a montar sus bicicletas.
A las 4:37 decidí dejar de pensar en pendejadas. Bendije a la enorme suerte que tengo por tener un hijo al que amo con toda el alma, por haber entendido que el amor es este dulce abandono en el que vivo, por haberme topado con la bendita profesión de narrador y por ser ingratamente feo. A partir de mañana, cuando despierte, me prometo a mí mismo que cavaré un agujero enorme en donde irán a parar todas los otros yo que han salido de mi vida. Que les vaya mal.
1 comentario:
Me haz dado una idea, escribiré un post de mi otro yo, a ver qué sale.
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