Que no te engañe el título del post: No voy a hablar de Nietzche. Voy a hablar de mí. Ya sé, no es justo que hable de alguien a quien la historia no va a recordar, porque yo no escribí Ecce Homo, Así hablaba Zaratustra o Aurora (bueno, Aurora lo estoy escribiendo, pero esa es una historia distinta). Sin embargo, mis queridos educandos, hay noticias frescas para ustedes: la vida no es justa. Así que hablaré de mí, que aunque no soy misógino, no quiero tirarme a mi hermana, no tengo un bigote que envidiaría Joaquín Pardavé, sí soy mucho más simpático que Nietzche.
El eterno retorno (estoy seguro que todos ustedes, gente culta y altamente preparada, han leído toneladas de textos al respecto) me gusta como teoría. La creo. La secundo. La he vivido. Sin embargo, no me inquieta tanto su acepción integral, la que reúne física, metafísica, cosmología y ciencias sin nombre inventado, como lo hace su representación cotidiana: Los ciclos.
Ya alguna vez hablé en este pizarrón sobre los ciclos, sobre cómo partiendo de un punto en específico en mi vida puedo hacer un recorrido mental por otra sucesión indefinida de puntos y volver de manera circular al primero de ellos. La vida se ha encargado de enseñarme, no obstante, que de nada sirve haber vivido un ciclo cuando se vive la segunda vuelta, pues uno no nota que ha pasado por un punto repetido sino hasta que lo ve en retrospectiva. Es como cuando uno va por una zona desconocida de la ciudad, una por la que se ha pasado alguna lejana ocasión y por algún ya irrecordable motivo, una a la que se le ha puesto poco o nulo interés. Mi ejemplo clásico es el de todas las ocasiones en que le di aventón a algún amigo de un amigo, gente que no me interesa volver a ver, a la que le di el ride sólo por la cortesía (esa inmensa falta de cojones) de no decir que no frente a su esperanzado rostro. Luego, meses o años después, por cualquier otro motivo he vuelto a internarme en las oscuras galeras donde aquel ente medraba y me ha llegado el flashback de haber recorrido en un pasado medio lejano las mismas calles oscuras, los mismos callejones sucios, el mismo perro algo sarnoso que le ladra a los autos en la esquina.
Ya sé que me estoy tornando algo aburrido, paciencia. Estoy leyendo el Péndulo de Foucalt y quizá me ha contagiado la verborrea compulsiva del obseso que lo escribió.
Decía: Este asunto de los ciclos es de lo más desconcertante, porque a veces actúa incluso como un detonador de etapas de la vida que uno creía totalmente dejadas atrás, de ciertos temores, de ansiedades inenarrables, de una aprensión que se manifiesta como una oquedad oculta en el mero centro del torso, donde el esternón termina y comienzan las zonas blandas (blandas en algunos, en mi caso son de puro adamantio).
A qué viene tanta somnolienta divagación, preguntarán algunos de ustedes. Bueno, lamento decepcionarlos, pero no lo sé. Simplemente estos días he estado sintiendo que por fin comienzo a ser yo de nuevo. Ea, tranquilos, no empiecen los azotes de "siempre eres tú". Verán, no quisiera pecar de egocéntrico, pero es un hecho que soy una persona rara, alguien a quien le cambia mucho el ritmo emocional, no soy muy expresivo ni tampoco comunico lo suficiente cómo me siento en momentos determinados, pero tengo una capacidad satisfactoria de introspección y a veces comprendo lo que me pasa mejor de lo que lo haría un psicólogo experto. Guarden esas navajas, no voy a cortarme las venas, simplemente estoy en un momento muy feliz, pues veo que mi oldself regresa aunque un poco despacio.
¿Cómo es mi oldself? Bueno, es difícil decirlo. A mi oldself le afectan pocas cosas. Están, básicamente, las personas que quiero, y que cada una lo sabe, porque si de algo me jacto es de que la gente a la que quiero lo sabe y lo siente. Después de eso está la literatura, siempre mi "segundo frente", mi alivio, mi única manifestación satisfactoria de existencia. Este punto es bastante álgido, puesto que la dependencia entre mi oldself y la literatura es mutuamente incluyente. Jamás mi actualself ha escrito algo que valga la pena leer. Mi oldself en cambio, si no es un nobel, sí por lo menos es ameno, interesante, distinto, aporta algo que bien puede hacer diez minutos llevaderos leyendo un texto.
Aurora, la novela que estoy escribiendo ("estoy" es una manera de decirlo, hace casi dos meses que no le agrego una maldita línea) es una obra que depende al 100% de mi oldself. Mi acualself ha intentado entrarle a la coautoría de esta novelleta algo decadente con desastrosos resultados. Necesito, pero con urgencia, volver a sintonizarme con exactamente esa parte de mí que escribió los primeros tres capítulos de Aurora para terminarla. Si no puedo, dejaré de escribirla, pues estoy plenamente conciente de que nada bueno ha de resultar.
Así que por eso (¿por eso?) Lo del Eterno retorno. Es una conjura, una invocación, llámalo como quieras. Sólo necesito paz y continuar fluyendo para que ese sentimiento vuelva y poder terminar una obra que pienso digna de publicarse.
1 comentario:
Como dices, cada quien vive sus porpios ciclos y ni a uno mismo le sirven como experiencia. En mi caso, mi brutalidad se reafirma a cada nuevo comienzo, snif.
Ahh, jajaja, obseso verborreico...buen mote para Eco, jajaja.
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