05 julio 2008

Acordes.

Tengo recuerdos dudosos de la noche, pero la mañana es esta cosa concreta en la que siento entrar a mi cuarto a mi hermana y su novio, recién llegados del bar -son las 6:30 a.m.- con un genio de los demonios y contando atropelladamente de los eventos de la noche -esa misma noche que yo apenas recuerdo- a mi cuerpo que todavía duda entre atravesar la raya que separa a la vigilia del sueño o quedarse plácidamente en ese episodio detenido en el que el rostro de ella -esa misma ella que ocupa mis noches dormido o despierto- sigue esperando. Cierro los ojos.

Abro los ojos y llega a mi olfato el exquisito aroma del café (un tostado nacional, generoso y ligeramente picante) que yo mismo puse a preparar en la cafetera. Estoy sentado frente a la mesa del desayunador, aunque no sé muy bien por qué. La mañana está nublada y sopla un viento fresco del norponiente, que alegra a los árboles y mejora en mucho mi concepción de las mañanas. Tomo conciencia repentina de que hoy cumplo diez días sin ver el mundo antes de las ocho a.m. Fin de la racha, anoto en la mente. Cierro los ojos.

Abro los ojos y en la sartén se fríen las cebollas, los hongos y las salchichas que rellenarán mi omelet. Pongo leche al café mientras revuelvo un poco aquí y allá con la palita -soy tan feliz cuando cocino, me encantaría hacerlo más- y aumento o disminuyo la intensidad del fuego para darle tiempo a todo de encontrar su punto exacto. Le doy el giro al omelet con un malabar del todo innecesario y terriblemente divertido y lo observo entrar de regreso en la sartén como quien mirase salir de la chistera al conejo que nunca esperó. Cierro los ojos.

Pero esta vez es sólo para aspirar muy hondo y llenarme el cuerpo con el aroma de la mañana, la mañana que sigue nublada -están por darse las nueve a.m.- y alegre, sumida en el único silencio posible en las ciudades -el de motores lejanos, graznidos ocasionales, ladridos precisos- y en cierta forma, también, quieta, esperando. Huele a café, a omelet italiano y apenas un poco a la tierra mojada por la llovizna ligera de la madrugada. Es un día precioso y la sola idea de que lo siga siendo basta por estas horas para sonreír. Cierro los ojos.

5 comentarios:

Char dijo...

A mi me gusta despertar temprano los domingos para escuchar el silencio de la ciudad y poder pasearme por la casa como si viviera sola; últimamente llueve mucho, así que hay silencio, huele a mojado y a café (un arábiga de Oaxaca).

monitor dijo...

Reconozco sin pena que vivir solo es la mejor decisión que he tomado en mi vida. Acabo de terminar de leer un cuento genial en el que uno de los personajes dice, textualmente: "lo más triste de vivir solo es no tener a nadie con quién compartir la inmensa dicha de vivir solo".

Un abrazo.

Char dijo...

Verdad que si? Yo espero con ansia el día en que pueda hacerlo, desde que leí por ahí que uno no se siente cómodo solo porque rara vez se encuentra en buena compañía me siento en la necesidad de comprobar qué tan buena compañía puedo ser.

Abrazo de regreso.

monitor dijo...

Bueno, yo primero despejé esa incógnita cohabitando con gente y llevando a todos lados mis dos maletas llenas de manías y neurosis. Cuando me di cuenta de lo tolerable que resulta el conjunto fue que me atreví a someterme a mi propio escrutinio.

Y los resultados son felices, me siento muy bien conmigo como roommate de mí mismo. Sin mencionar la total ausencia de pleitos por la comida en la nevera.

Anónimo dijo...

Estuve alejada varios días de la pc pero ya me he actualizado leyendo su blog, mañana haré mis respectivos comentarios en las entradas donde tenga algo que opinar ;)
Por cierto,se me antojó ese omelet. Estos días de lluvia son lo mejor, porque siempre te dejan como que sacando un suspirito nostálgico y dejándote una sonrisita. Saludos ;D