19 julio 2008

Pata de perro. Capítulo La Baja.

"Correteando espejismos" es una frase que define muy bien las razones de mi partida a Baja California. La franquicia para la que solía trabajar decidió enviarme ahí para ver si mis pocas o muchas capacidades gerenciales podían ayudar a dos sucursales cuyas ventas andaban flojas. Mexicali, la sucursal más grande de américa latina, fue el primer destino. Ahí me dieron más que nada entrenamiento para hacerlo mejor en las dos tiendas a las que iba destinado: Tijuana y Ensenada. Me ofrecían un muy buen sueldo, bonos, prestaciones, departamento, etc. En teoría era una buena oferta, una posibilidad de ascender en la compleja jerarquía administrativa de la franquicia y, en resumen, un escape de un ambiente del que ya estaba enfermo.

En fin, podría dedicarle varios párrafos a las dos razones muy íntimas que me hicieron aceptar sin una gran reflexión la oferta que llevó mis huesos a La Baja, pero eso no interesa a esta serie de entregas, por lo que paso directo y sin escalas a:

Mexicali: Le tengo rencor a Mexicali. No lo puedo evitar. Sufrí los calores más intensos de toda mi vida (lo cuál es casi gay viniendo de alguien naturalizado Hermosillense), fui por primera vez víctima severa de la delincuencia, trabajé como perro para que terminaran menospreciando mi labor, dormí mal, comí peor, y para chingarla de acabar, tomé la decisión más estúpida (en un largo récord de decisiones estúpidas) que he cometido en mi vida.
Pero estábamos hablando de la ciudad, ¿no? Bueno. Mexicali se me hizo una ciudad esencialmente fea. Creo que es como un niño que creció demasiado rápido y los padres en lugar de comprarle ropa nueva le fueron pegando retazos a su ropa de siempre. El resultado es lamentable: A Mexicali le duelen las costuras, la mancha urbana está diseminada en salpicones, conectados por largos y aburridos caminolibres (freeway, wey) . No hay casi ningún lugar que no apeste, literalmente, elige un punto de la ciudad en donde colocar tu humanidad y aspira hondo: Olerá mal, garantizado. Hay una amplia gama de esencias a elegir, pero todas son malas. Hay mucho comercio, mucho trabajo, mucho trashumante esperando brincarse la rayita geográfica que divide la jodidez del esplendor económico y la remesa prometida y mucho malviviente que ya se resignó a la vida de unos meses aquí y unos meses allá, esperando la deportación.
La gente promedio tiene un perfil no tan distinto a la masa común de mexicanos que habitamos el resto del cuadrante, pero Mexicali tiene una especie particular de gente, aquellos que trabajan del otro lado y viven de este. Es decir, facturan en dólares pero gastan en pesos. No importa el trabajo, no importa si son lame-botas, pero todos ganan "bien" -considerando, repito, que gastan acá-. Obviamente esta gente tiene unas ínfulas tan dolorosas de ver y tolerar como un tumor ocular. Hablan un spanglish malentendido, manejan Hondas, ah, otra cosa, en Mexicali puedes comprar un carrazo con 3 pesos, así que cualquier infeliz maneja un BMW, un Hummer, Escalade o lo que tú quieras, y eso despachando detrás de un mostrador de farmacia o cortando boletos en un cine.

Me caga Mexicali.

Tijuana: Me siento obligado a decir que llegué a Tijuana con un montón de expectativas. El haber tenido a maese Manuel Lomelí como gurú y puerta de entrada al sub-mundo de la blogósfera me colocó a Tijuana como esa ciudad casi mítica en la que las cosas no tenían orillas definidas y en las que se confundían muy bien las posibilidades de la delincuencia y la justicia, lo legal y lo prohibido, el arte, la música, la escena literaria y el culturosismo.
Tijuana no me decepcionó. Los breves paseos por sus calles me bastaron para entender que no se puede entender Tijuana si no se nace y se vive en ella, si no se le ama y se le odia por lo que ofrece y lo que roba, no se puede entender a una ciudad tan bizarra que si uno se detiene en cualquier bocacalle, le da la impresión de no estar mirando una ciudad, sino el dibujo de algún niño hábil, que juega con colores y perspectivas. No tiene nada de simétrica, nada de exacta, es casi una escena de Labyrinth, donde todo cambia cuando uno parpadea.
Ah, sí, en ningún lugar del mundo las putas son tan reales y tan perfectas como en Tijuana. Es el lugar a dónde ir para aprender a construir putas veraces a la hora de narrarlas en prosa. Sólo eso me bastaría para declararme fan de Tijuana, pero también está esa sensación eterna en el estómago de que en cualquier momento alguien va a atravesarte un pulmón con una varilla y a llevarse sus pertenencias llenas de tu sangre. Por lo tanto, me declaro, como todo visitante de Tijuana, ansioso de volver pero renuente a quedarme.

Ensenada: Un clima genial, gente despreocupada, fiesta intensa y rocanrolera todos los días, buena comida, playa, todo eso tiene Ensenada y ni con eso basta para considerarla un buen lugar para vivir. Lamentablemente, el actual Ensenada se construyó pensando en la enorme afluencia de turismo norteamericano, dándole así en toditita la torre a lo autóctono y declarando casi ausente una genuina cultura local. La ciudad es bonita, casi una villa, pero con un comercio que florece, gentes paseando por sus calles a cualquier hora del día y de la noche con una delincuencia prácticamente nula, el centro es prendido a la hora que usted guste y en las madrugadas la fiesta sigue por toda la playa.
Creo que lo mejor que tiene es su gente. Los ensenadenses rara vez están preocupados por algo. Tienen esa sangre porteña, costeña, como se le quiera llamar, que les permite tomar los problemas con juerga y algarabía, pasarla bien, ir por unas cervezas y besarse en todos lados y a todas horas.
Lo único malo es que las procesadoras de pescado hacen que algunas partes de la ciudad huelan de lo peor a ciertas horas y en ciertas fechas.
Ah, sí, nota: Todo mundo parece saber de vino en Ensenada, por lo que es un placer para los enólogos aficionados entablar conversaciones al respecto.

Saludos a toda la gente fabulosa que conocí en La Baja. Y al tipejo que robó mi vieja lap-top: Te sigo buscando, infeliz, algún día arderás en el infierno.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo toda mi vida he vivido en Hermosillo (qué desgracia), conozco varias ciudades, sobretodo al norte del país. Básicamente me he movido por Tijuana y Ensenada, concuerdo con la descripción que hiciste de Tijuana, alguna vez, escuché decir a un tipo (muy guapo, por cierto) que Tijuana era el cagadero del mundo jajaja, obviamente haciendo referencia a la gama de culturas, etnias y nacionalidades que se encuentran en dicha ciudad, me he estado cuestionando si sería capaz de sobrevivir en una ciudad como esa, siendo una transeúnte anónima, una estadística más y aDios guarde, un número rojo; no, pero a la vez formando parte de esa "raza cósmica" " jajaja qué romántica me puse.
Por otra parte, conociste la “Cohahuila” qué paisaje ;D jaja
Saludos.

monitor dijo...

Los mismos Tijuanenses le dicen "el culo del país" por razones parecidas. Pero sí, conocí la Coahuila y su corazón "las Adelitas" y mi idea de la puta prototipo dio un giro drástico, lo reconozco.
Te pusiste Vasconcélica, no tanto romántica, su idea de la raza cósmica se me hace más trágica que otra cosa. En fin, un abrazo.

Char dijo...

Yo nada más conozco Baja California Sur y es el lugar más hermoso que he visto, playa con playa y playa, arena roja y cielo muy azul. También es muy cierto lo del humor costeño, finalmente ¿de qué se puede uno preocupar con la playa enfrente?