17 julio 2008

Pata de perro. Capítulo Sonora.

Hasta el sol de hoy, este que escribe puede contar que ha vivido en ocho ciudades por lapsos razonables de tiempo, y puede decirles también que, tras todo el proceso, ha terminado por aceptar que las fábulas de Esopo no andaban tan erradas, y que al final, los lugares no son mucho más que las gentes que los habitan. Las ciudades, los pueblos, las pequeñas villas rurales que en esta -la más mi tierra de todas las tierras- son cosa común, van formándose una vibra, una particular acumulación de energías que siempre e inevitablemente, se transmiten a aquel que llega como viajero o como nuevo habitante. De esa vibra deriva la primera sensación cuando uno atraviesa el andén del aeropuerto, las puertas abatibles de la central de autobuses, la portezuela del coche o desciende del lomo del caballo y toca por fin la tierra -esa que no es tanto mi tierra, sino apenas tierra- para saber, para estar casi seguro, de lo que esa ciudad terminará significando en las nostalgias, en el viejo y empolvado álbum de las memorias donde quizá termine por no haber ni siquiera una fotografía pequeña de ese punto específico del mundo.

Así, puedo conversar libremente con ustedes, nutrido lectorio, y darles a grandes rasgos la perspectiva de lo que para mí han sido esos lugares donde he realmente vivido (aclarando que considero el vivir como realmente habitar y no ser simplemente un frecuentador de puntos turísticos. Lo aclaro porque he pasado vacaciones exageradamenta largas en lugares que no mencionaré y no considero que haya "vivido" en ellos. En fin).

Etchojoa: Casi casi mi pueblo natal (en realidad nací en Navojoa, Sonora, lo habité durante 18 horas y luego empezó mi vida en el pequeño pueblo del que hablamos). Etchojoa tiene ese elemento mágico de los lugares donde uno puede vivir sin complicarse mucho. Hay un río que cubre todo un margen del pueblo (como debe ser), hay árboles gigantes que dan sombras generosas en la mayoría de los sitios públicos, la mitad de la gente habla en dialecto mayo con mucha fluidez y la otra mitad cuela palabras en la lengua entre las frases en castellano, dándole a sus conversaciones una musicalidad muy genuina y muy primigenia. Es un pueblo de gentes trabajadoras, hombres serios y muy amantes de la borrachera, mujeres disciplinadas que gobiernan la sociedad mucho mejor de lo que lo harían sus maridos y niños que se divierten mejor que la mayoría de los niños, con mucho terreno, muchas piedras y mucho lodo para jugar. Las abuelas todavía preservan el legado de leyendas que desde siempre han dado origen y fundamento a mi gusto por la literatura. Hay todo un universo de criaturas míticas, seres sobrenaturales y eventos paranormales que ahí son de lo más normal. Es un lugar maravilloso para pasar las navidades comiendo el pavo relleno de la manina y la sopa de elote de mis tías.


Huatabampo: El lugar en el que invariablemente pienso para los recuerdos de la infancia. Viví ahí desde los cuatro años hasta los diecisiete, es decir, la mayor cantidad de años pasados en el mismo lugar. Ahí estudié primaria, secundaria y preparatoria, e hice, por tanto, la mayor cantidad de amigos que he tenido en la vida. Eminentemente agrícola y pesquero, Huatabampo está rodeado de parcelas de cultivo, por lo que al llegar o salir de él, es un placer deleitarse con las grandes extensiones geométricamente precisas de un verde intenso, un dorado metálico, vetas rojas del tomate maduro, blancos nevados del algodón que ya brotó, guijarros de sorgo, mazorcas altivas y orgullosas. La playa está a diez minutos de la ciudad y es un mar sereno, poco habitado, donde uno puede ir entre semana y caminar kilómetros sin encontrarse ni un alma por la arena desde la bahía de Santa Bárbara hasta el puerto de Yavaros. De manera similar a Etchojoa, sus gentes son de bien, mujeres y hombres trabajadores pero eminentemente abúlicos en cuanto a emprendimiento de proyectos. Se trabaja en lo que hay, sea el jornal, el comercio, los oficios técnicos o la burocracia, pero rara vez se inicia algo nuevo. Es uno de los municipios de Sonora con mayores índices de desempleo (por si alguien se preguntaba por qué no regresamos los que salimos a estudiar la carrera). Es un buen lugar para darles infancia a tus hijos.

Hermosillo: Nunca tuve planes de vivir aquí. En realidad se conjugaron cosas malas para que no pudiera irme a Guadalajara al terminar la preparatoria y no empezara medicina a los diecisiete años, como era el plan. De cualquier modo, Hermosillo significó la puerta a la libertad. Habiendo crecido como un niño enfermizo, débil, llorón y hogareño, el shock de la "gran ciudad" fue más bien difícil. Hasta mi segundo año de universitario, cuando me mudé con dos amigos más fiesteros que las hermanas Hilton, en un departamento a media cuadra de los dos antros más populares de la ciudad, empecé a encontrarle el sabor a esas cosas que sólo había imaginado. Trasnochadas, desvelos, caricias censuradas por la iglesia católica y demás lindezas.
Hermosillo es económicamente floreciente, hay muchísima inversión, hay desarrollo inmobiliario creciente, hay una población flotante bastante considerable (lo cual apesta, pero hay que mencionarlo), hay poca agua, hay un calor de los demonios, hay mentalidad retrógrada, cheros, darketos, bohemios, hippies, pachucos, cholos y chundos, chichinflas y malafachas... No, esperen, ya me fui. En general Hermosillo es una ciudad con muchas más ínfulas que realidades. Económicamente apenas empiezan a despuntar jóvenes empresarios con buenos proyectos, socialmente apenas empiezan a salir del siglo veinte y como que asoma al 21, culturalmente llevamos eones de atraso con respecto a sociedades que no tienen mucho más tiempo de reconstruidas y políticamente sigue sumergida en cacicazgos y líderes charros, como la mayor parte de este país en el que deambulamos con más o menos suerte.

Próximo capítulo: Baja California, o "Correteando espejismos"

2 comentarios:

Char dijo...

Esto suena interesante, me hace pensar en la forma en que los lugares en que he vivido han afectado mi vida, ya que finalmente uno no puede hacer la primaria en seis escuelas diferentes sin que haya repercusiones.

monitor dijo...

Cuando uno es adolescente suele maldecir esa suerte de andar del tingo al tango por decisiones ajenas. Luego llega esta época en la que uno termina bendiciendo el hado de haber visto tanta gente y tanta cosa y tanta vida.

¿Qué más se puede decir? Somos los gitanos de la modernidad.