12 julio 2004

Sobre la relación domingo-hueva

El día empezó en la tarde. Aunque pudiera sonar a renglón de inicio Cortazariano, no lo es, el día verdaderamente empezó en horario p.m. Abrí los ojos a las 1300 porque las ganas de mear acababan de llegar a ese puntito insportable en el que el dolor de estómago empieza a subir en ondas concéntricas hacia el resto del cuerpo y tuve que ir a un baño que olía como a meadero de cantina y a muelle abandonado (triste caso de tener dos hermanas que menstrúan al mismo tiempo). Cuando regresé al cuarto, relajado por el clima artificial que mantenía unos 15 grados fijos, me arropé cómodamente con el san marcos y me acomodé las bolas en el boxer. Luego abracé a mi morrita en cuchara y volví a cerrar los ojos... Inconciencia.
Al ratito el hambre apretó y nos pusimos a preparar un "desayuno vespertino" de huevos con jamón y chocomilk. No había tortillas de harina y nos tocó comer de trigo, más sanas, pero saben a mierda. Nos pusimos a ver el futbol (a ella también le gusta) y luego jugamos largo rato al turista (al juego de mesa, fuckn perverts). El novio de mi hermana nos trajo comida por ahi de las seis y hace un rato nos la empacamos en regla. Luego nos sentamos aquí en la compu a leer los blogs de los tijuanenses y en eso empezó a llover. Ya pintaba para una llovida acá en hermosillo, la sequía ha estado de la fregada. Sonora, para los que no saben, tiene una economía basada en un 60-70% en la Agricultura, y la sequía le pega tan duro como la sífilis a un señor feudal.
En el pueblo donde crecí se siembra en todas las épocas del año y los días transcurren no en torno a conceptos como "verano" u "otoño" sino a otros más intrincados como "la temporada del tomate" "la del trigo/cártamo/sorgo/etc." Siempre, en todo mes de los doce conocidos, un viaje a mi pueblo significa tres horas de contemplar por las ventanas del carro una extensión totalmente poblada de sembradíos. Desde los soberbios trigales verdes o dorados, el orgullo estirado de las mazorcas, y los destellos blancos del algodón a los lados de la carretera, un viaje a mi pueblo significa ver la generosidad con que el sur del estado dota a un 80% del país de granos, vegetales, hortalizas, de cada uno de los brotes comestibles que hacen las delicias de nuestra comida típica. Sin embargo este año es distinto: A principios del mes subí una mochila con dos cambios al carro y me aventé solo (casi nunca viajo solo) por la internacional Sonora-Sinaloa. El panorama es triste: Vastos terrenos descampados, un triste color parduzco ocupando el lugar de los jades, los esmeraldas, todos los matices de verde que normalmente te llenaban los ojos.
Platico con mi suegro, agricultor y dueño de seis hectáreas de tierra de riego y le digo mi impresión del viaje. Él se acomoda el puño de la camisa, mira hacia el arbolón que señorea su patio y me dice: Antes la tierra daba. Ahora hay que quitarle. Yo trato de sonreír por la que supongo una ocurrencia, pero creo que no lo consigo. Cuando veo su expresión parca me doy cuenta que hago bien.
En alguna parte leí que todas las culturas indígenas de la antigüedad veneraban a la tierra como a una madre generosa, toda bondad, que ofrecía cada ciclo frutos nuevos, sus retoños, carne propia, para que todas las criaturas, entre ellas los hombres, comieran de ellas. Agradecidos, los pueblos le ofrecían voluntariamente festividades, sacrificios, veneración, le obsequiaban lo mejor de las cosechas, noches enteras de rezos y cánticos, le rendían pleitesía por un acto tan noble y simple como el de alimentarlos. Y nunca he leído de antigüos con un pedazo de tierra que pasaran hambre. La madre les daba, pero ellos trataban de regresarle.
Hoy todo es el lado opuesto. La tierra no da, es cierto, el hombre le arrebata. ¿Los frutos no crecen como antes? Fertilicemos ¿El agua no es pura como antes? Potabilicemos ¿La carne ya no es limpia, sana? Vacunemos, desinfectemos, clonemos. La ciencia ha encontrado el remedio para todo. La ciencia se ha vuelto el paliativo para todo. Sin embargo, en las tres horas de mi último viaje, viendo el panorama triste y despoblado de las ricas tierras agrícolas del valle del mayo, no pude evitar cuestionarme seriamente si los remedios no son en realidad los males enfundados en un disfraz de progreso y modernidad.
Sólo quería decirlo.

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