16 julio 2004

Sobre mi frustrada carrera de poeta

Desperté este día solo para verte a mi lado pero no estabas, como no estuviste ayer y no estarás mañana.
No estabas dormida, con los cabellos tan negros desmenuzados como ramas después de la tormenta sobre la almohada y tu rostro, tus párpados traslúcidos ocultando esos ojos marrón no estaban tampoco ahí, ni estaban tus pechos elevándose al son de tus alientos.
No dormías en paz junto a mi cuerpo, sólida, fugaz, volátil. Salí al mundo extenso y solitario de las habitaciones vacías a buscar tu respiración callada y tus labios somnolientos pero no estabas en la sala olorosa a albahaca, ni en el aire sin voz de la cocina.
Sentí la ausencia presente de tu cuerpo abrazándose a la carencia de tus pasitos ligeros y sin ecos en las baldosas grises del piso en las recámaras.
Vi tu voz resbalar por la tela de las cortinas blancas terrosas con un escandaloso rumor de silencio y escuché el suave parpadeo de tu mirada hojeando el libro sobre la mesa, así que te busqué ahí, en el comedor donde no estabas.
No supe dónde más buscarte y me dio una irrefrenable sed de encuentro casual.
Hablé para tus oídos con mi mejor voz de hambriento necesitado de migajas de ti, pero no me escucharon y las delgadas hojas de mi voz cayeron al suelo y fueron llenándose de un polvo aciago y saturándose de polen.

Te vi colgada en mi pared, sonriente con un viejo sombrero de tela, sin tiempo y sin vida, te vi eterna e inmóvil con el girasol deforme en la cabeza y los ojos risueños mirando sin piedad.
Te vi y me vi a tu lado, enredado en verme contigo mientras me veía sin ti y reí como un loco de tenerte de a mentiras.
Extrañé tu aroma antiguo sin rasgos definidos.
Abrí la caja con tus cartas y encontré pedacitos de ti desperdigados en garabateos de tinta y creyón diciéndome “Te amo�.
Dejé de buscarte y empecé mejor a recrearte sobre las sábanas bordadas, cálida y tierna. Dibujé tu silueta con las yemas de mis dedos mientras cerraba los ojos y fui coloreando tu piel, tus cabellos, tus labios mientras me besabas y te daba sorbos de mi vida para que fueras matándome a poquitos.
Vi la rabia callada y ansiosa de tu vientre llamándome para rasgarme con tus uñas duras, lacerantes, construyendo por mi espalda los jeroglíficos sanguíneos de tu amor voraz, los aromas espesos, tangibles casi de tu plena satisfacción.
Di un sorbo largo y frío al vaso de cristal en la oscuridad sin ventanas de tu noche mientras escuchaba los susurros discretos de tu voz de nostalgia, en un soliloquio delirante carente de razón.

Dormí para buscarte en mi sueño, correr tras de ti por entre follaje y arborescentes caminos fatuos, de colores derramados y manchándonos las ropas al huir y alcanzarnos pero otra vez no estabas.
La luna estaba alta y el cielo azul marino, sin estrellas, esperando por ti.
Los perros callan, husmean, galopan sin tropiezo, sin aullido.

No hay comentarios.: