Hace cosa de veinte minutos, Andrés Manuel López Obrador soltó la gotita que llenó mi copa jaibolera y la hizo derramar su contenido de agua carbonatada, concentrado ultrasecreto, glucosa y otros ingredientes (una vil cocacola, pues) al pedirle un último momentito a López Dóriga para enviarle "un saludo a los seleccionados mexicanos" y decirles que, para llegar lejos en un evento deportivo mundial se requiere de "tamaños y arrojo".
Ya empezaba a superar el amargo trago de ver al par de mafiosos que el PRI y el PAN nos han ofrecido como candidatos a la presidencia, soltando improperios y ganduleces varias sobre mi deporte consentido, haciendo referencias al juego político del debate como "echarse unos penales" o "aventarse una cascarita" o un "mano a mano". ¡Puaj! Ni siquiera concibo la idea de que alguno de los dos monos conozcan las reglas esenciales del juego, la alineación de un equipo, los nombres de la mitad de los seleccionados mexicanos, los campeones de liga de los últimos diez años en el torneo mexicano, entonces, ¿cómo tolerar sus "ingeniosos" chascarrillos tan obviamente hechos con la lastimera intención de allegarse un poco del "rating" que el futbol claramente genera.
No es ningún secreto que este par de meses vamos a estar atiborrados hasta la náusea de una contraposición horrorosa: por un lado, el evento masivo más grande que celebra el deporte más bello del mundo, que se celebra una vez cada cuatro años y que absorberá cuando menos un 80% de mis neuronas. Por el otro, un evento seudomasivo que celebra la actividad más deleznable del mundo, que se celebra una vez cada seis años y que absorberá un 80% de mi capacidad de lanzar vituperios, blasfemias, herejías y lenguaje soez.
No sé cómo conjugará mi mente el estar observando un emocionante partido entre dos potentes seleccionados- digamos, por ejemplo Brasil vs. Inglaterra- y de buenas a primeras, mientras me deleito con un portentoso quiebre de Ronaldinho, ver aparecer un promocional gigantesco en la parte inferior de la pantalla, que dirá: "Roberto sí puede". Asco total.
Lo que sí sé, lo tengo muy claro, es que ya no quiero volver a ver a un político agarrarse de los buenos o malos sentimientos que provoca el futbol soccer en la gente enajenada como este servidor, quien al igual que cientos de miles (quizá millones) de mexicanos, se emociona, disfruta, sufre, agoniza, se enfurece y explota de alegría con los triunfos y fracasos de la Selección Mexicana.
He gritado con todas mis fuerzas cada gol de méxico en un mundial desde 1994, me acabé la garganta festejando el de Marcelino Bernal contra Italia, los dos de Luis García contra Irlanda, el penal que García Aspe retacó contra Bulgaria y aquél que falló terriblemente en el mismo partido.
Cuatro años después, en Francia, festejé como poseído la victoria 3-1 contra Corea del Sur, el gol de puros riñones y empuje de Blanco contra Bélgica y los chiripazos de Hernández contra Holanda. Me emocioné hasta las lágrimas cuando un gol del "matador" me hizo creer- pobre ingenuo- que México dejaría a Alemania en el camino y jugaría los cuartos de final.
Hace cuatro años, en el mundial más lamentable que hayan visto mis ojos, festejé también el gol contra Croacia, los dos contra Ecuador y el precioso remate de cabeza con el que Borgetti puso a Italia bajo los tachones de sus Nike. Lo que hizo Del Piero después no me importó, por fin el equipo de mi país había demostrado creer que ganarle a "los grandes" era el objetivo. Estados Unidos nos regresó a una realidad mediocre y a una tristeza añeja en la que supongo sumidos a todos los que, como yo, esperan mucho más.
Es el mismo asunto. Tanto FeCal, como Putazo, como el PG, tratan de vendernos el cuentito barato de que "ahora es diferente", "estamos listos para ganar/gobernar", "nos hemos preparado mejor". Al final, será Estados Unidos quien mande, como ha sido desde hace ya casi un siglo.
Por favor, no me importa que haya muchísimo dinero de por medio. No quiero saber cuántas propiedades se han apañado por medio de las porquerías que practican, me importa un soberano carajo cuántos negocios chuecos tienen ustedes y sus hijos, ni siquiera me preocupa el hecho de que, de ganar, demostrarán, cada uno, que además de tranzas, lacras, criminales y cerdos, son unos estúpidos, pésimos administradores y peores estadistas. No me importa a cuantos hayas matado, Roberto, cuántos traseros tuviste que lamer, Felipe, o qué tan grande es tu ego que no te deja ver más allá de las cejas, Andrés, lo único que quiero, se los pido con lo poco de infancia que me queda, es que no se cuelguen del Futbol. Agárrense otra banderita, no me quiten la ilusión de haber esperado cuatro años para que ustedes me empañen el regocijo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario