02 mayo 2006

Zinho

La mayoría de las personas que conozco tiende a dar las cosas por sentadas tras poco tiempo de contar con ellas. Desconozco la mecánica, pero sé que existe ese fenómeno por gracia del cual, tras unos meses de conocer a una persona, obtener un empleo, disfrutar de cierto status quo, uno simplemente deja de valorar y comienza a presuponer.

Esto es un cliché y estoy totalmente conciente de ello: Uno no aprecia las cosas hasta que está en riesgo de perderlas.

Ayer me notificaron que uno de los amigos a los que más aprecio le tengo sufrió un accidente espantoso y de graves proporciones. Mi amigo, en compañía de varios más, se levantó en la mañana con la certeza de su juventud en el cuerpo, la certeza de sus amigos que en poco tiempo pasarían a recogerlo y la certeza de que más tarde ese mismo día estaría de regreso con una nueva gama de anécdotas para contar y disfrutar.

Unas horas más tarde, en medio de un letargo que jamás recordará, mi amigo era subido en una ambulancia. Un resbalón al bajar un cerro marcó el inicio de algo que todavía no concluye. Una caída de casi quince metros de altura que le quebró el fémur en tres fragmentos, le lesionó el brazo y lo peor: le abrió la cabeza en forma preocupante. Los médicos estuvieron de acuerdo en que el proceso inflamatorio en su cabeza era demasiado obvio como para intentar intervenir tan pronto, sin embargo ahora me han llegado noticias confusas de que sí lo operaron o que sí no. La única certeza es que conserva la movilidad de sus extremidades y eso es por lo pronto esperanzador. Lo más temible ahora, descartada una posible apoplejía, es que le quede algún tipo de trastorno mental.

Zinho es, sin duda, el más querido de los que alguna vez formamos "la bolita". Eso me da la certeza de que hay muchas casas en Sonora donde en este momento se está rezando y pidiendo a cualesquier fuerza superior que tenga ganas de ayudar, que le eche una mano a los médicos y personal encargado de la mejoría del hermano Zinho. Me tranquiliza un poco y reduce quizá también mi amarga frustración de estar tan lejos y no poder estrechar la mano de mi hermano y decirle alguna de las muchas bromas que acostumbramos repetirnos. La impotencia es un licor muy amargo y difícil de pasar.

Vaya desde aquí el apoyo, hermano, el pedazo de corazón, la oración en un Dios en el que todavía creo y que tiene hoy la oportunidad de demostrarnos que es tan sabio como se supone, dejándonos conservar a una de las personas más agradables que he tenido el gusto de conocer.

Confío en ti, hermano, sé fuerte. Ya volveremos a cantar el popurrí de la tropa vallenata.

1 comentario:

Beam dijo...

1st!