11 diciembre 2005

pausas

Siempre he preferido el tequila a las certezas, por ser aquél menos amargo. Creo que el mundo está hecho de muy pocas cosas y estoy seguro que esas pocas se desentienden en forma continua de su orden y se revuelcan de pálidos dolores en un rincón cualesquiera. Alguna vez fui rico y ahora soy pobre hasta la miseria, pero en ninguno de los dos extremos encontré lo necesario para existir en forma independiente.
Me detengo. Respiro. Exhalación. Respiro. Soy conciente de estar reescribiendo el mismo párrafo, la misma sucesión de trivialidades que a nadie habrán de interesarle o de robarle los mínimos dos minutos necesarios para leerlo de cabo a rabo, respirar, exhalar, respirar otra vez y luego conmiserarse de la debilidad de espíritu que no le permitió hacer una bola amorfa con este desventurado papel que porta estas desventuradas letras en las que ahora plasmo que sigo escribiendo el mismo párrafo que he escrito muchas veces, totalmente conciente de estar haciéndolo y totalmente adivinando la multitud de futuros que habrán de tener estas palabras aleatoriamente concatenadas sin fines distintos a la repetición eterna de este párrafo tantas veces repetido y nunca comprendido, este párrafo sucesivo, glorioso, blasfemo, en el que me quejo y me gozo y me siento de pronto como flotando en espesos mares de líquenes anversos, de lirios marchitos y tétricos coágulos de sangre cardiaca.
Pausa. No hay respiro ni exhalación ni nuevo respiro. Se ha marchado para siempre el instante en el que dilato mis fosas nasales y ejercito los músculos aspiradores para atascarme de ese oxígeno enrarecido y el aire nauseabundo de esta habitación saturada de una fetidez oculta, de una humedad acumulada en las venas mismas de las paredes, del tabaco podrido y añejado en cientos y cientos de sudores que alguna vez mojaron las sábanas de la cama, toda esa multitud de humanidades diseminada en moléculas ínfimas viajando por mi nariz, mi faringe, la tráquea, un pulmón y de regreso, purificadas, contenidas en la molécula nueva, absuelta y renacida de la exhalación.
Bebo un trago largo y ansioso al café que ondula en el tazón junto a la libreta de notas. No tiene azúcar. Detesto el sabor ácido y algo metálico del café sin azúcar en la parte trasera de la lengua. Lo bebo porque es lo único disponible en esta casa además de licor y no he podido encontrar endulzante en ningún lado.
Respiro. Gusto el aire que se mete hasta el fondo de los pulmones y lo paladeo como si se tratara de un sorbo de vino. No encuentro los resabios de humedad, ni de tabaco ni de sudores ocultos. Exhalo.

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