El viernes, un viernes de preámbulos abiertos -el cielo en la ventana, nubes de lluvia en el anverso de la noche- me percaté que era Julia la voz en el teléfono, respondiendo a otra voz, que era mía.
-Yo no creo que estemos tan de acuerdo como dices- decía.
-Yo tampoco.
-Entonces estamos de acuerdo. Qué romántico.
-Cuidado. Recuerda que el romance es una fórmula riesgosa.
-Qué interesante.
Sin embargo la depuración esforzada en su tono de voz no fue suficiente para burlar mi oído. Era el mismo interesante que yo utilizo para desenfadar tantas trivialidades cotidianas, un recurso salpicado en cierto residuo de parodia.
-E incierto- completé.
-Siempre es buena una certeza, aunque sea la de la incertidumbre.
-Suenas a Heisenberg. Pero de todos modos?
-No creo que de todos.
-No discutamos: de algunos modos.
-Mejor, mucho mejor.
Acomodo el cuerpo lo mejor posible mientras pienso en lo distinta que es esta Julia de la Julia que se fue. No recuerdo que fuera tan ingeniosa antes de que le faltara infancia, cuando se trepaba en el álamo del patio sin que le importara rasparse la piel con la corteza, la misma piel que ahora es una sola cosa tensa, uniforme y vasta por la que los ojos y las manos resbalan y se caen como en un hueco de aliento entrecortado.
No. Antes las cosas no tenían un trasfondo, las palabras eran lo que decían y trasponerlas era apenas cosa de juego, una afición sin consecuencias. Eso era cuando Julia era Sandra, nada más. Ahora Julia dice todo dos veces, una con la voz y otra con la mirada, y uno tiene que entender las dos al mismo tiempo, si no quiere el agua helada de la risa de Julia por la espalda, esa risa que tampoco es aquella con la que se llenaba el cuerpo de lodo en cualquier charco de recuerdos posibles, la risa que no tenía nada de frío, pero que sí era líquida y vibrante, como estanque en donde caen montones de piedrecillas.
El silencio me avisa que Julia también comienza a ausentarse.
-Háblame- suplico- Háblame horas.
-¿Porqué?
-Porque no sabes el tiempo que he pasado imaginando tu voz en el desvelo de las tres y media, ni las súplicas mudas que hago a veces por un pedazo de palabra tuya, aunque sea sólo para dormir un poco. Sé que Julia sonríe en su habitación oscura, y sé que ha cerrado las persianas para no ver el cielo porque le tiene miedo a los fantasmas.
-No se me ocurre nada- dice.
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